2000–2009
“El grande y maravilloso amor”
Octubre 2006


“El grande y maravilloso amor”

La fe como la de un niño en el amor perfecto de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo “partirá por medio” las trampas de Satanás con respecto a la ineptitud, a las imperfecciones y a la culpabilidad.

Los niños, de pura fe proclaman: “Nosotros creemos en Dios el Eterno Padre, y en su Hijo Jesucristo, y en el Espíritu Santo”1. Pero algunas veces los jóvenes y los adultos, no sentimos el poder de esa simple declaración.

Satanás es el “enemigo de toda rectitud”2; por lo tanto siembra dudas acerca de la naturaleza de la Trinidad y de nuestra relación con los integrantes de Ella. Jesucristo profetizó que en los últimos días aún los mismos escogidos serían engañados3. Consideremos tres ejemplos de cómo Lucifer está “armando asechanzas y trampas para enredar a los santos de Dios”4.

Las trampas de la falsa ineptitud. Una persona joven y fiel siente que no puede cumplir las expectativas de otras personas. En el hogar y en la escuela, rara vez se la elogia y a menudo se la critica. Los medios populares le dicen que ella no es demasiado linda ni demasiado inteligente y cada día, esta hermana justa, se pregunta si ella es una persona digna del amor de nuestro Padre Celestial, del sacrificio expiatorio del Salvador o de la guía constante del Espíritu.

La trampa de la imperfección exagerada. Un destacado misionero siente que es incapaz de cumplir con las expectativas de Dios. En su mente, este élder digno imagina a un Padre Celestial estricto sujeto a una justicia irrevocable; a un Salvador capaz de limpiar las transgresiones de otras personas, pero no las del élder, y a un Espíritu Santo que no desea acompañar a una persona imperfecta.

La trampa de la culpa innecesaria. Una mujer de mediana edad, que es una madre abnegada, una amiga cariñosa, una servidora fiel de la Iglesia y asiste al templo con frecuencia; pero en su corazón, esta hermana no puede perdonarse a sí misma los pecados que cometió hace años, de los cuales ella se ha arrepentido y se han resuelto totalmente con los líderes del sacerdocio. Ella duda de que su vida sea aceptable alguna vez ante el Señor y ha perdido las esperanzas de la vida eterna en la presencia de nuestro Padre Celestial.

Si ustedes tienen algunos pensamientos y sentimientos similares a los de estos buenos santos, los invito a que se vuelvan como niños pequeños y sientan otra vez “el grande y maravilloso amor manifestado por el Padre y el Hijo en la venida del Redentor al mundo”5; la fe como la de un niño en el amor perfecto de nuestro Padre Celestial y de Jesucristo “partirá por medio”6 las trampas de Satanás con respecto a la ineptitud, a las imperfecciones y a la culpabilidad.

Proverbios nos enseña: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él”7. Permítanme sugerirles, además de sus oraciones constantes, del estudio de las Escrituras y de la asistencia a la Iglesia y al templo, cinco cambios en sus pensamientos y en su corazón para que sientan más profundamente el amor entrañable de Dios.

Primero, véanse a ustedes mismos como hijos preciados de un amoroso Padre Celestial. Nuestros niños cantan con confianza: “Soy un hijo de Dios, Él me envió aquí”8. Los niños pequeños sienten y saben lo que quizás ustedes hayan olvidado. Ustedes son hijos e hijas amados del Padre Celestial, creados “a su imagen”9 y de un inmenso valor, tanto que Jesucristo dio Su vida por ustedes.

Dios el Padre es misericordioso y tiene un amor infinito por ustedes a pesar de sus faltas. Sólo la voz de Satanás les hará sentir que no valen nada. En contraste, el Espíritu Santo les hará sentir la “tristeza que es según Dios”10, llevándolos al arrepentimiento de una manera que los llenará de esperanza en un cambio positivo.

Cuando se sientan sin valor, “[recuerden] que el valor de las almas es grande a la vista de Dios”11. Absténganse de pensar o de decir repetidamente palabras negativas sobre ustedes mismos, porque hay una clara diferencia entre la humildad y la humillación. Vean cuáles son y utilicen sus talentos especiales en lugar de concentrarse en sus debilidades.

Segundo, pongan sus cargas en Jesucristo. Cuando se sientan abrumados por las expectativas y los desafíos, no peleen esa batalla solos. Sigan el ejemplo de los niños pequeños y arrodíllense en oración.

Jesucristo nos ha mandado: “Elevad hacia mí todo pensamiento; no dudéis; no temáis”12. La duda, el temor y las inquietudes nos indican que estamos tomando todas las cargas y las preocupaciones de la vida sobre nosotros. Cuando los invadan los pensamientos de que son ineptos, digan con confianza: “Todo lo puedo en Cristo que me fortalece”13. Luego, cuando hagan “con buen ánimo cuanta cosa esté a [su] alcance”14, pueden confiar en que el Señor hará el resto y las cosas resultarán bien.

El Salvador nos prometió: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”15. A medida que ustedes “echa[n] sobre Jehová [sus] carga[s]”16, sentirán la paz del Espíritu17.

Tercero, perdónense a ustedes mismos los pecados y las imperfecciones. El Padre Celestial no espera que sean completamente perfectos en esta vida. Él sabía que Sus hijos cometerían errores a medida que aprendieran de las experiencias de la vida terrenal. Pero “de tal manera amó Dios al mundo”18 que en Su plan de felicidad proporcionó un Salvador misericordioso.

Jesús dijo: “Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres”19. Comiencen por perdonarse a ustedes mismos y perdonen a los demás. Si Dios no recuerda más los pecados de los que nos hemos arrepentido20, entonces ¿por qué deberíamos recordarlos nosotros? Eviten perder el tiempo y las energías reviviendo el pasado.

Para perdonarse a ustedes mismos y a los demás deben creer en la expiación de Jesucristo. El profeta Zenós oró: “Estás enojado, ¡oh Señor!, con los de este pueblo, porque no quieren comprender tus misericordias que les has concedido a causa de tu Hijo”21. Nuestro Padre Celestial se entristece cuando le ponemos límites al poder del sacrificio expiatorio de Su Hijo. A medida que ejerciten su fe en Jesucristo, pueden hacer que sus culpas se “retiren”22. Si la culpabilidad permanece después de un arrepentimiento sincero, confíen en sus líderes del sacerdocio cuando ellos les declaran que ustedes son dignos23.

Cuarto, tengan esperanza en la vida eterna. Si se imaginan que sus pecados anteriores, las imperfecciones en el carácter y las malas decisiones les impiden recibir todas las bendiciones de Dios, consideren las experiencias de Alma padre. Al referirse a sus años de juventud como un sacerdote inmoral para el inicuo rey Noé, Alma admitió, “yo mismo caí en la trampa e hice muchas cosas abominables a la vista del Señor, lo que me ocasionó angustioso arrepentimiento”24. El arrepentimiento de Alma fue tan completo y la expiación de Jesucristo tan infinita que Alma llegó a ser un profeta y se le prometió la vida eterna25. Al hacer lo mejor por ser obedientes y para arrepentirse, ustedes también pueden recibir un lugar en el reino celestial por medio de la expiación y la gracia de Jesucristo26.

Quinto, encuentren gozo cada día. Una de las maneras de encontrar gozo es el servicio, ya que cuando están ocupados ayudando a los demás, se angustiarán menos por sus propias flaquezas. El Salvador sabiamente enseñó: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí y del evangelio, la salvará”27.

Van a experimentar mayor gozo en su vida cuando erradiquen el pesimismo que aumenta a través de los años y lo sustituyan con el optimismo que tienen los niños. El optimismo es una virtud que nos permite ver las manos amorosas de Dios en cada detalle de nuestra vida. Uno de mis himnos favoritos aconseja: “Bendiciones cuenta y verás cuantas bendiciones de Jesús tendrás”28.

Testifico que nuestro Padre Celestial, en su grande y maravilloso amor, tiende su mano a cada uno de Sus Hijos. Testifico que Jesucristo es “poderoso para salvarnos”29 de nuestras ineptitudes, imperfecciones y pecados. Doy mi testimonio sobre el Espíritu Santo, quien acompañará al alma imperfecta y arrepentida. A ustedes, fieles y dignos santos que luchan con las trampas del diablo en los últimos días30, que “Dios os conceda que sean ligeras vuestras cargas mediante el gozo de su Hijo”31. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Los Artículos de Fe 1:1.

  2. Alma 34:23; véase también Hechos 13:10; Mosíah 4:14; Moroni 9:6.

  3. Véase Mateo 24:24; véase también José Smith—Mateo 1:22, 37.

  4. Alma 10:17.

  5. D. y C. 138:3.

  6. Helamán 3:29.

  7. Proverbios 23:7.

  8. “Soy un hijo de Dios”, Himnos Nº 196.

  9. Génesis 1:27; véase también Alma 22:12; Eter 3:15–16; D. y C. 20:17–18; Moisés 6:8–10; Abraham 4:26–27.

  10. 2 Corintios 7:10.

  11. D. y C. 18:10.

  12. D. y C. 6:36; véase también Isaías 41:10; Mateo 10:31; Lucas 8:50; D. y C. 50:41; 122:9.

  13. Filipenses 4:13; véase también 2 Corintios 12:7–10; Hebreos 11:33–34; 1 Nefi 7:12; 17:3; Jacob 4:7; Alma 26:12; Eter 12:27.

  14. D. y C. 123:17.

  15. Mateo 11:28.

  16. Salmos 55:22.

  17. Véase Gálatas 5:22; véase también D. y C. 19:23.

  18. Juan 3:16.

  19. D. y C. 64:10.

  20. Véase D. y C. 58:42; véase también Salmos 25:7; Isaías 43:25; Jeremías 31:34; Hebreos 8:12; 10:17; Alma 36:19.

  21. Alma 33:16.

  22. Véase Enós 1:3–8; véase también Alma 24:10; 36:16–19.

  23. Véase Marvin J. Ashton, “La dignidad personal”, Liahona, julio 1989, pág. 25.

  24. Mosíah 23:9.

  25. Véase Mosíah 26:20.

  26. Véase Tito 3:7; 1 Pedro 5:10; 2 Nefi 2:6–8; 10:24–25; 25:23; Enós 1:27; Moroni 7:41; D. y C. 138:14.

  27. Marcos 8:35; véase también Alma 36:24–25.

  28. “Cuenta tus bendiciones”, Himnos, Nº 157.

  29. 2 Nefi 31:19; véase también Isaías 63:1; Alma 7:14; 34:18; D. y C. 133:47.

  30. Véase 2 Timoteo 2:26.

  31. Alma 33:23.