2000–2009
¿Lo saben?
Abril 2007


¿Lo saben?

Los invito a “experimentar con mis palabras”. ¿Leerán y orarán acerca de la historia de José Smith?

Hace un tiempo, tuve una conversación muy agradable con una jovencita de 16 años. Me enteré que ella era el único miembro de la Iglesia en su escuela de enseñanza secundaria. Le pregunté: “¿Cuál es el desafío más grande al cual te enfrentas por ser el único miembro?”.

Ella lo pensó y luego me dio una respuesta muy inteligente: “Creer que algo es verdad cuando todos los demás creen que es falso, y creer que algo está mal cuando todos los demás creen que está bien”.

Le hice una segunda pregunta: “¿Sabes que José Smith es un profeta de Dios?”. Su respuesta fue: “Creo que sí, pero no estoy segura”.

Esta mañana quisiera preguntar a los jóvenes de Iglesia alrededor del mundo: “¿Lo saben?”.

La primera vez que supe que tenía un testimonio de José Smith fue cuando apenas tenía 11años y mis padres me llevaron a la Manzana del Templo en Salt Lake City.

Mi pasatiempo favorito era coleccionar todo lo que se ofrecía gratis. Creo que llegué a ser un experto en obtener cosas gratis; yo preguntaba: “¿Es esto gratis?”; después de una respuesta afirmativa, extendía la mano, a mis once años, y decía: “Gracias, ¿es eso también gratis? ¡Gracias!”. A veces alguien me decía: “No, lo siento, esos cuestan cinco centavos”. Sin desanimarme, inclinaba la cabeza y con gran desilusión decía: “Ah, siempre quise leer ese folleto, pero no tengo dinero. ¡Gracias!”; y siempre me los daban. La verdad es que nunca los leía, sino que los coleccionaba.

Sin embargo, en ese viaje en particular, mientras esperaba a mis padres a solas en nuestro Chevrolet 1948, me encontraba muy aburrido. En la desesperación, miré hacia el asiento y vi mi montón de material gratis; entonces tomé un folleto con el título: José Smith cuenta su propia historia, y lo empecé a leer.

Estaba fascinado y mi corazón estaba lleno de gozo. Cuando terminé de leerlo, me vi en el espejo retrovisor, y para mi sorpresa, estaba llorando. En aquel entonces no entendía, pero ahora comprendo. Había sentido el testimonio del Espíritu; mis padres no estaban allí, mi hermana no estaba allí; ni tampoco mi maestra de la Primaria; éramos sólo yo y el Espíritu Santo.

Ahora bien, esto puede sucederles a ustedes, y quizás algo similar ya les haya sucedido.

Al procurar un testimonio, aquellos de ustedes que hayan nacido en la Iglesia quizás busquen un sentimiento espiritual espectacular, diferente a todo lo que han sentido antes. Tal vez hayan oído a conversos testificar sobre su conversión y se pregunten a sí mismos si se están perdiendo de algo. Una de las razones por las que a ellos les parece tan espectacular es que es algo nuevo.

Ustedes han tenido esos mismos sentimientos durante toda la vida; en las noches de hogar, en las reuniones de testimonio de los jóvenes, en las clases de seminario, al leer los pasajes de las Escrituras y en muchas otras oportunidades.

A nuestros misioneros se les capacita para ayudar a los investigadores a reconocer cuando sientan el Espíritu. Recuerdo numerosas ocasiones en que, en medio de una charla intensa y espiritual, me detenía y comentaba: “Hagamos una pausa y hablemos de lo que sienten en este momento. Sienten que les hemos recordado cosas que habían olvidado; sienten que les decimos la verdad; sienten paz; sienten el Espíritu Santo”.

Recuerdo haber enseñado a una mujer sumamente inteligente que tenía dificultad en aceptar las cosas hasta que se le aclaraban todas las preguntas que se le podían ocurrir; sin embargo, finalmente la oímos decir: “No puedo negar más este sentimiento”.

Se unió a la Iglesia y vivió muy feliz por algunos años, pero gradualmente dejó que sus dudas intelectuales sigilosamente la inundaran y al final se apartó de la Iglesia.

Después de quince años nos vino a visitar y la llevamos a la Manzana del Templo. Al comenzar a subir la escalinata circular que lleva a la estatua del Salvador, se detuvo y dijo con lágrimas en los ojos: “Otra vez me invade ese sentimiento. ¡Mi corazón todavía anhela lo que mi mente no quiere aceptar!”.

Una vez que se haya sentido, nunca se olvida.

Aquellos que están expuestos a experiencias espirituales, reciben un testimonio desde muy jóvenes. Como padres, maestros y líderes somos buenos en hacerles comprender las reglas y los mandamientos; tal vez podríamos mejorar en ayudarlos a obtener un testimonio de los principios y de la doctrina. Quizás deberíamos detenernos más a menudo para ayudarles a reconocer el Espíritu.

Una vez que reconozcan lo que realmente son esos sentimientos, aumentará su fe en ellos. Pronto notarán que han desarrollado un sexto sentido espiritual que no se puede malinterpretar.

A los 11 años supe que José Smith era un profeta de Dios. No escuché voces, ni vi ángeles ni nada por el estilo. Lo que sentí era mucho más certero, mis sentidos espirituales se conmovieron; sentí un gozo que provenía de la parte más profunda de mi ser, aquella que está protegida de todo engaño. Esa sensación espiritual sólo vibra cuando el Espíritu Santo la activa.

¿Qué se siente cuando se recibe ese testimonio espiritual? Es tan difícil de describir como el perfume de una rosa, o el canto de un pájaro o la belleza de un paisaje; sin embargo, lo sabrán cuando lo sientan.

Las Escrituras nos dan una idea de esos sentimientos:

“De cierto, de cierto te digo: Te daré de mi Espíritu, el cual iluminará tu mente y llenará tu alma de gozo; y entonces conocerás, o por este medio sabrás” (D. y C. 11:13–14).

A veces el sentimiento es como un recuerdo. Aprendimos por primera vez el Evangelio en nuestro hogar celestial y hemos venido a la tierra con un velo del olvido; sin embargo, perduran en cada uno de nuestros espíritus esos recuerdos dormidos. El Espíritu Santo ayuda a partir el velo y a descubrir esos recuerdos de su estado latente. Con frecuencia, mi reacción ante una verdad supuestamente nueva es: “¡Ah, me acuerdo de eso!”.

“El Consolador, el Espíritu Santo… os [hará recordar] todo” (Juan 14:26).

Mis jóvenes hermanos y hermanas, los invito a “experimentar con mis palabras” (Alma 32:27). ¿Leerán y orarán acerca de la historia de José Smith?

Lo maravilloso del saber que es verdad es que al mismo tiempo saben que Dios el Padre y Jesucristo viven y están a la cabeza de esta Iglesia hoy en día. Yo logré ese conocimiento cuando tenía 11 años, y ahora me pongo de pie ante ustedes como un testigo especial de Jesucristo y les testifico que es verdad. También testifico que el Señor desea que ustedes sepan que es verdad y que Él “os [revelará] la verdad de ellas por el poder del Espíritu Santo” (Moroni 10:4). En el nombre de Jesucristo. Amén.