2000–2009
“Estoy limpio”
Abril 2007


“Estoy limpio”

Sean puros en la forma de hablar, de pensar, de vestir y de tratar su cuerpo.

Mis queridos hermanos del sacerdocio, qué gran inspiración es mirar los 21.000 rostros de los que se encuentran aquí en el Centro de Conferencias, y saber que también millones se reúnen en los centros de reuniones y en otros lugares alrededor del mundo. Lamento ser tan mayor en esta época en que la vida es cada vez más emocionante.

Como todos ustedes saben, hace 12 años se me ordenó y se me apartó como Presidente de la Iglesia, específicamente el 12 de marzo de 1995. El élder Ballard ha recopilado algunos datos relacionados con estos 12 años. Cito de su informe:

  • 387.750 misioneros ingresaron al campo misional, lo cual representa casi un 40 por ciento de los misioneros que prestaron servicio en esta dispensación, eso significa el 40 por ciento de los últimos 12 años, de los 177 años desde que se organizó la Iglesia.

  • Se han bautizado 3.400.000 conversos, lo que equivale a más de una cuarta parte del total actual de miembros de la Iglesia.

  • El número total de misiones de la Iglesia ha aumentado de 303 a 344, y muy pronto se van a agregar tres más.

  • La retención, de acuerdo con la asistencia a las reuniones sacramentales, las ordenaciones al sacerdocio y la fidelidad en el pago del diezmo, ha aumentado de modo significativo.

Ahora bien, a pesar de que todo eso tiene un significado extraordinario, estoy convencido de que con un poquito más de dedicación, ese maravilloso pasado tan reciente podría ser el prólogo de un futuro grandioso.

Pongamos todo nuestro hombro a la lid con fervor, hagamos nuestra obra con afán y amor. Hay que luchar y trabajar. Pongan su hombro a la lid con fervor. (Véase, “Pon tu hombro a la lid”, Himnos, Nº 164.)

Quisiera ahora tocar un tema diferente. He hablado de esto hace muchos años, pero lo vuelvo a repetir porque quienes lo oyeron aquella vez ya se han olvidado y quienes nunca lo oyeron necesitan oírlo. Se trata del presidente Joseph F. Smith, que prestó servicio como Presidente de la Iglesia durante 17 años, desde 1901 hasta 1918.

El padre de Joseph F. Smith era Hyrum Smith, hermano del profeta José Smith, que fue asesinado con él en Carthage. Joseph F. nació en Far West, Misuri, el 13 de noviembre de 1838 y fue llevado de allí siendo aun muy pequeñito. Siendo todavía un niño, ya que no había cumplido los seis años, durante la noche oyó que alguien llamaba a la ventana de la casa de su madre, en Nauvoo. Era un hombre que había ido cabalgado a toda prisa desde Carthage para notificar a la hermana Smith que esa tarde habían asesinado a su esposo.

A la edad de nueve años, condujo con su madre una yunta de bueyes a través de las llanuras hasta este valle. Cuando tenía quince años, se le llamó para servir una misión en Hawai. Se las arregló para viajar a San Francisco, donde trabajó en una fábrica a fin de ganar el dinero que necesitaba para viajar a las islas.

En ese entonces, Hawai no era un centro turístico. En su mayoría, los habitantes eran hawaianos; la mayoría eran pobres pero muy generosos con lo que tenían. Él aprendió a hablar su idioma y a amarlos. Mientras prestaba servicio, tuvo un sueño excepcional. Cito de su propia narración, él dijo:

“Una vez [en la] misión, me sentía muy agobiado. Estaba casi sin ropa y completamente sin amigos, con excepción de la amistad de un pueblo pobre, sin instrucción… Me sentía tan rebajado en mi condición de pobreza, falta de inteligencia y de conocimiento, ya que era tan jovencito, que difícilmente me atrevía a mirar a un hombre a la cara…

“Mientras me hallaba en esa condición, [una noche] soñé que me iba de viaje, y tuve la impresión de que debía darme prisa, apurarme con todas mis fuerzas por temor a llegar demasiado tarde. Corría por el camino con toda la rapidez posible, y estaba consciente de llevar sólo un pequeño atado, un pañuelo dentro del cual iba un pequeño bulto. No me di cuenta precisa de lo que era, ya que llevaba mucha prisa; pero por último llegue a una maravillosa mansión… y pensé que sabía que ese era mi destino. Al dirigirme allí, con la prisa que llevaba, vi un letrero que decía ‘Baño’. Rápidamente me desvié y entré en el baño, y me lave. Abrí el pequeño bulto que llevaba, y en él había un juego de ropa blanca y limpia, cosa que no había visto por mucho tiempo, porque aquellos entre quienes vivía no se preocupaban mucho por dejar las cosas demasiado limpias. Sin embargo, esa ropa estaba limpia y me la puse. Luego corrí hacia lo que parecía ser una gran entrada o puerta. Toqué, se abrió la puerta, y el hombre que se presentóante mí era el profeta José Smith. Me dirigió una mirada un poco recriminatoria, y las primeras palabras que dijo fueron: ‘¡Joseph, llegas tarde!’ No obstante, sentí confianza y le contesté:

“‘¡Sí, pero estoy limpio; me encuentro limpio!’

“Me tomó de la mano y me condujo adentro, luego cerró la gran puerta. Sentí su mano tan palpable como la mano de cualquier otro hombre. Lo reconocí, y al entrar vi a mi padre y a Brigham Young y a Heber C. Kimball y a Willard Richards y a otros buenos hombres que yo había conocido, que estaban de pie en fila. Miré como si fuera a través de este valle, y parecía estar lleno de una gran multitud de personas, pero en la plataforma se encontraban todos los que yo había conocido. Mi madre estaba sentada con un niño en su regazo, y pude nombrar a todos cuyos nombres yo conocía, que estaban sentados allí, los cuales parecían hallarse entre los escogidos, entre los exaltados…

“[Cuando tuve ese sueño], me encontraba solo, acostado en una estera, en lo alto de las montañas de Hawai; nadie estaba conmigo. Pero en esta visión, toqué con mi mano al Profeta y vi que una sonrisa aparecía en su rostro…

“Esa mañana, al despertar, yo era un hombre, aunque por la edad, sólo era un joven. [Después de eso], no temía a nada en el mundo. Podía enfrentarme a cualquier hombre, mujer o niño, y mirarlos a los ojos, y sentir en mi alma que yo era un hombre hecho y derecho. Esa visión, esa manifestación y ese testimonio que disfruté en esa ocasión me han hecho lo que soy, si es que soy algo bueno o limpio o recto ante el Señor, si es que hay algo bueno dentro de mí. Esto me ha ayudado en toda prueba y en toda dificultad” (véase Doctrina del Evangelio, págs. 535–536).

Lo más significativo de ese sueño se encuentra en el reproche del profeta José Smith al joven Joseph F. Smith. El Profeta le dijo: “¡Joseph, llegas tarde!”

Y el joven Joseph F. le respondió: “¡Sí, pero estoy limpio; me encuentro limpio!”

La consecuencia de aquel sueño fue que un muchacho se transformó en un hombre. Su declaración, “¡Estoy limpio!”, le dio la confianza y el valor para afrontar a cualquier persona y cualquier circunstancia. Recibió la fortaleza que proviene de una conciencia tranquila, fortalecida mediante la aprobación del profeta José Smith.

Ese sueño profético tiene algo que atañe a todo hombre y a todo joven que están reunidos en esta vasta congregación esta noche. Es un antiguo dicho entre nosotros que “la limpieza es tan importante como la santidad”.

El profeta Isaías dijo:

“Lavaos y limpiaos; quitad la iniquidad de vuestras obras de delante de mis ojos; dejad de hacer lo malo;

“aprended a hacer el bien…

“Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; si fueren rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana” (Isaías 1:16–18).

En la revelación moderna, el Señor ha dicho: “Sed limpios los que lleváis los vasos del Señor” (D. y C. 133:5).

En un mundo que se deleita en la inmundicia, sean puros en la forma de hablar, de pensar, de vestir y de tratar su cuerpo.

A cada uno de ustedes les digo: sean limpios en su forma de hablar. Hay tantas malas palabras y sordidez al hablar en estos días. El no expresarse en un lenguaje puro, los señala como personas que tienen un vocabulario muy limitado. Cuando Jehová escribió en las tablas de piedra, dijo a los hijos de Israel: “No tomarás el nombre de Jehová tu Dios en vano; porque no dará por inocente Jehová al que tomare su nombre en vano” (Éxodo 20:7).

El Señor ha reafirmado ese mandamiento, mediante la revelación moderna, con estas palabras: “Recordad que lo que viene de arriba es sagrado, y debe expresarse con cuidado y por constreñimiento del Espíritu” (D. y C. 63:64).

Sean limpios en sus pensamientos. Dijo el Señor: “y háganse todas las cosas con pureza ante mí” (D. y C. 42:41).

Una mente sucia se expresa en un lenguaje profano y sucio. Una mente limpia se expresa en un lenguaje positivo, elevado, y en hechos que brindan felicidad al corazón.

Sean puros en la forma que tratan a su cuerpo, en la manera de vestir y de actuar. No se hagan tatuajes. Si lo hacen, algún día se arrepentirán de ello. Sólo por medio de un procedimiento doloroso y costoso se puede quitar un tatuaje.

Sean limpios, pulcros y ordenados. Una vestimenta desaliñada lleva a tener malos modales. No me preocupa tanto lo que vistan, siempre y cuando estén arreglados y limpios. Recuerden el sueño de Joseph F. Smith. Mientras se dirigía de prisa hacia la mansión, llevaba un pequeño bulto atado con un pañuelo. Después que se bañó y lo abrió, encontró que tenía ropa limpia. Ya sea que bendigan o repartan la Santa Cena, luzcan lo mejor que puedan. Asegúrense de su aseo personal.

Y así, mis queridos hermanos, podría seguir. Podría hablarles de lo que sucede en internet y del uso de la computadora que lleva a pensamientos y acciones degradantes. Es suficiente decir que es totalmente inapropiado para ustedes que poseen el sacerdocio de Dios. Ustedes son Sus siervos escogidos, y han sido ordenados a algo santo y maravilloso. Ustedes no pueden vivir en el mundo y participar de las cosas del mundo, sino que tienen que estar por encima de todo eso.

Mis queridos hermanos, que el Señor los bendiga. A ustedes, jóvenes, les digo que sigan estudiando. Cuando se casen tendrán la obligación de mantener a su familia. Tienen por delante un mundo de oportunidades, y la educación es la llave que abrirá esa puerta. Será la puerta de la mansión de la cual soñó Joseph F. Smith cuando era un muchacho que dormía en las montañas de Hawai.

Que Dios los bendiga, mis amados hermanos. Hablen con el Señor en oración. Cultiven una relación con Él. Él es el Todopoderoso, y tiene poder para levantarnos y ayudarnos. Ruego que así sea, en el nombre de Jesucristo. Amén.