2000–2009
Mensaje a mis nietos varones
Abril 2007


Mensaje a mis nietos varones

Espero que cada uno de ustedes se convierta en un hombre de Dios, y lo lograrán por medio de las obras rectas.

Hermanos, esta noche me gustaría hablarles como si fueran mis nietos. Deseo que lo que tenga que decir se aplique a todos los jóvenes poseedores del sacerdocio en todas partes. Al pensar en esta gran congregación y también en los miles más que se unen a nosotros vía satélite, me recuerda la gran bendición que es ser un poseedor del sacerdocio; es una que se reserva para unos pocos, considerando los miles de millones de personas que hay en el mundo. El poseer el sacerdocio es un destacado honor; aun así, cualquier hombre o joven digno mayor de 12 años puede recibirlo en la Iglesia.

El sacerdocio es la autoridad delegada al hombre para ministrar en el nombre de Dios. Es un poder que nadie puede asumir por su propia cuenta. Como dijo Pablo: “Y nadie toma para sí esta honra, sino el que es llamado por Dios, como lo fue Aarón”1. Es una autoridad que ningún poder humano puede crear.

Peter, un joven presbítero, escribió acerca de una experiencia que le enseñó que el poder del sacerdocio es muy real. A un joven converso de su barrio en Ontario, Canadá, se le sostuvo como maestro en el Sacerdocio Aarónico, y a Peter se le pidió que fuera él quien efectuara la ordenación. Peter escribió: “Nunca había puesto mis manos sobre la cabeza de nadie y me sentía muy inepto. Pero… el Espíritu me aseguró que estaba bien que lo hiciera…”.

“El joven que iba a ser ordenado se sentó en la silla, yo me paré directamente detrás de él. [Nuestro presidente de Hombres Jóvenes] me guió en la ordenación y fui repitiendo cada palabra que él me decía. Al terminar la ordenación diciendo: ‘…y ahora deseamos pronunciar una bendición sobre tu cabeza…’ [el presidente de Hombres Jóvenes] me miró y me indicó que debía continuar por mí mismo.

“En ese instante, el significado del sacerdocio cambió completamente para mí. Ya no era tan sólo un título, sino la auténtica autoridad para actuar en el nombre de Dios. Y ahora estaba confiriéndole esa autoridad a otra persona. Hice una pausa y esperé que el Espíritu me susurrara lo que tenía que decir. Es difícil para mí describir lo que sentí durante la bendición, pero puedo declarar que tengo un testimonio más fuerte de que el poder del sacerdocio es verdadero”2.

Ustedes, hombres jóvenes, sin duda están ansiosos de recibir el Sacerdocio mayor o de Melquisedec. De este sacerdocio mayor el profeta José Smith dijo: “Quedó instituido desde antes de la fundación de esta tierra, antes que ‘las estrellas todas del alba alabaran, y se regocijaran todos los hijos de Dios’, y es el sacerdocio mayor y más santo, y es según el orden del Hijo de Dios”3.

Como poseedores del sacerdocio somos agentes del Señor. El Señor habló de este sagrado oficio a los élderes de la Iglesia en Kirtland en 1831: “De modo que, siendo vosotros agentes, estáis en la obra del Señor; y lo que hagáis conforme a su voluntad es asunto del Señor”4.

El presidente Hinckley a menudo nos ha recordado que la obra misional es esencialmente una responsabilidad del sacerdocio. Es un gran honor y una responsabilidad el ser llamado a servir al Señor en la obra misional. Este servicio nos aporta gozo duradero a pesar de que a veces pueda ser desafiante y desalentador. Mi misión cambió el curso de mi vida. Fue una de las experiencias más maravillosas que he tenido. El servir en una misión nos prepara para la labor del resto de nuestra vida y de la eternidad.

Espero que cada uno de ustedes se convierta en un hombre de Dios, y lo lograrán por medio de las obras rectas. Honrarán y magnificarán su sacerdocio y, tal como dijo el apóstol Pablo: “[Seguirán] la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre”5.

No siempre es fácil seguir un plan recto y ser obediente a las leyes de la sociedad y a las leyes del Señor. Sin embargo, a la larga, el seguir las reglas es el mejor camino para obtener todas las cosas que el Señor ha prometido.

Todos somos responsables por nuestras acciones. Mi experiencia como abogado me ha enseñado que los que siguen una vida de crimen con frecuencia culpan al padre, a la madre o a la sociedad cuando se les encarcela. Aun así, ellos escogen libremente actuar “en contra de la naturaleza de Dios” y en consecuencia están en “contra de la naturaleza de la felicidad”6. Algunos de ellos incluso dicen: “¡El diablo me forzó a hacerlo!”. La verdad de esa afirmación es que el diablo nos induce a hacer lo que es malo7. Y la mentira es, porque tenemos albedrío, que el diablo no puede forzarnos a hacer lo que elijamos no hacer8.

Las tentaciones y las dificultades nos vienen a todos, bien sea en nuestra juventud, en la mediana o en la tercera edad. Una vez alguien observó: “¡En la juventud nos metemos en problemas, en la vejez los problemas vienen a nosotros!”9. El aumento de la permisividad de nuestra sociedad requerirá que nos aferremos mucho más fuerte a la barra de hierro de la rectitud para así recibir las bendiciones y la protección del Señor. El jugar con las tentaciones de Satanás representa un gran peligro. Tendremos que protegernos de toda forma del mal todos los días de nuestra vida.

Todos ustedes, hombres jóvenes, que posean el sacerdocio tienen la responsabilidad de respetar a las mujeres. Al salir en citas con las encantadoras mujeres jóvenes de la Iglesia, ustedes tienen la responsabilidad de proteger la seguridad física y la virtud de ellas. El sacerdocio que poseen les da una mayor responsabilidad de asegurarse de siempre mantener los altos valores morales de la Iglesia. Saben muy bien que no deben acercarse al borde del apetito sexual. Perderán parte de lo que es sagrado de ustedes mismos al sobrepasar ese límite y abusar de los poderes de la procreación. ¿Cómo puede alguno de nosotros tener la esperanza de desempeñar un papel importante en el tiempo de esta vida o en la eternidad si no ejercemos el poder del autocontrol? Estar casados con una mujer virtuosa que ame al Señor, les ame a ustedes y respete su sacerdocio es una de las más grandes bendiciones de la vida y de la eternidad. He aprendido eso en más de sesenta años que llevo de matrimonio con mi esposa, Ruth.

Los amigos y los conocidos añaden mucho a las riquezas de esta vida, pero esas estrechas relaciones pueden ser temporales. Nadie les ama más ni se preocupa tanto por su bienestar como sus padres. Podrán dudar de lo que les digan pero nunca podrán dudar del amor y de la preocupación que ellos tienen por ustedes y por su bienestar.

Llegará la hora en la que ustedes, jóvenes, tendrán la responsabilidad de cuidar de la esposa y de los hijos que dependerán de ustedes. Cuando se casen serán responsables del bienestar de su esposa y con el tiempo del bienestar de sus hijos cuando empiecen una familia. El matrimonio y la paternidad pueden traer gran felicidad y gozo eternos. Como dijo el presidente Joseph F. Smith: “el gobierno de la Iglesia se basa y se perpetúa en la vida familiar”10. Para lograr la sublime realización en el hogar, ambos compañeros deben estar plenamente dedicados al matrimonio. El presidente David O. McKay dijo una vez: “Cuando una persona pone el trabajo o el placer por encima de su hogar, en ese momento comienza un descenso hacia el debilitamiento de su alma”11.

Algunos de ustedes ya van por muy buen camino para lograr sus metas en la vida. Estamos orgullosos de ustedes. Mi padre me dijo una vez que él pensó que lograría el éxito una vez que se graduase de la facultad de derecho. Dijo que en verdad, en cierto sentido, su graduación fue sólo el principio de mayores desafíos. No lograremos el éxito definitivo ni estaremos libres de desafíos mundanos en esta vida.

Vivimos en una era de especialización. Cuando era niño mucha gente tenía automóviles del modelo Ford-T. Comparados con los automóviles modernos, éstos tenían una mecánica relativamente sencilla. Mucha gente podía arreglar su propio auto al pulir las válvulas, cambiar los aros de los pistones, instalar nuevas bandas para los frenos y utilizar una generosa cantidad de alambre de bala o de fardo. Hoy en día, los automóviles son tan sofisticados que una persona común y corriente sabe poco acerca de la manera de repararlos. Los mecánicos de hoy utilizan una computadora para diagnosticar los problemas del motor. Les doy este ejemplo para animarles a ustedes, hombres jóvenes, a que obtengan una capacitación y una formación académica para estar al día. La formación técnica es muy importante y lo mismo se aplica a los campos de la educación superior. Todo tipo de oficio requiere un aprendizaje especializado.

No importa la vocación que escojan seguir en la vida, siempre y cuando sea honrada. La manera en la que provean para su familia es su decisión. El aprender un oficio es una buena forma de pagar las cuentas pero realmente necesitamos además un desarrollo personal. No dejen que las cosas materiales de la vida les absorban hasta el punto de perder la esencia de su humanidad. Recordarán a Jacob Marley, personaje del novelista inglés, Charles Dickens. Jacob lamentó su obsesión con el trabajo cuando exclamó: “¿Negocios?… ¡El género humano era mi negocio! El bienestar general era mi negocio”12. Cada uno de nosotros debería desempeñar alguna función para fortalecer a la sociedad, especialmente para llevar a cabo la obra de Dios.

He aprendido que, para todos nosotros que poseemos el sacerdocio, la mejor fórmula para tener éxito es: “Buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas”13. El éxito no llegará inmediatamente porque requiere preparación y trabajo arduo. Realmente no hay fórmulas mágicas para el éxito.

Cada uno de nosotros es una creación única de nuestro Padre Celestial. No hay dos completamente idénticos. Nadie ha recibido exactamente los mismos dones y talentos. Debemos aumentar esos talentos y dones y utilizarlos con eficacia para aprovechar nuestra singularidad. Por ejemplo, cuando era joven había un buen jovencito en nuestro vecindario que no era bueno para los estudios pero con sus manos fabricaba hermosos muebles. A él y a mí se nos llamó a prestar servicio militar el mismo día. A él le costaba mucho trabajo aprender a tender su cama para pasar la inspección, pero podía transformar pedazos de madera en una magnífica obra de arte. Según lo que dijo el presidente Howard W. Hunter: “Algunos creen que el talento, la creatividad, la estabilidad moral o la grandeza no están asociados con la juventud, sino que están reservados para la gente mayor. No es así”14.

Jóvenes, ustedes tienen un futuro con mucha promesa. Son los beneficiarios de conocimiento que el mundo no ha tenido antes, el cual les permitirá contribuir al futuro de las empresas, la industria, la agricultura, y las profesiones modernas. Puede que ustedes sean contados entre los que defenderán una forma de vida en los campos de batalla; serán contados entre los que enseñen los principios del Evangelio en el mundo y los que ayuden a que la Iglesia crezca.

Ahora, mis queridos nietos y todos los extraordinarios hombres jóvenes que se encuentran al alcance de mi voz, sigan adelante. Avancen con fe y rectitud, siguiendo el liderazgo de nuestro profeta, el presidente Gordon B. Hinckley. Si así lo hacen, el Señor les fortalecerá y les magnificará para que logren cosas maravillosas. Testifico de la grande y profunda influencia que el sacerdocio ha tenido en mi vida. En todos mis largos años de vida no he intentado ocultar quién soy ni lo que creo. No recuerdo una sola situación en la que haya dañado mi carrera ni haya perdido valiosos amigos al admitir humildemente que yo era miembro de esta Iglesia. Hoy les dejo mi testimonio y mi bendición en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Hebreos 5:4.

  2. Véase Peter Pomart, “El poder es auténtico”, Liahona, junio 1997, pág. 44.

  3. History of the Church, tomo IV, pág. 207.

  4. D. y C. 64:29.

  5. 1 Timoteo 6:11.

  6. Alma 41:11.

  7. Véase Moroni 7:12.

  8. Véase Santiago 1:12–15; 4:7.

  9. Josh Billings, en Evan Esar, ed., Dictionary of Humorous Quotations, 1962, pág. 36.

  10. “Parents Should Be Consulted”, Improvement Era, febrero de 1902, págs. 308–309.

  11. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: David O. McKay, pág. 163.

  12. Charles Dickens, A Christmas Carol, en The Best Short Stories of Charles Dickens, 1947, pág. 435.

  13. Mateo 6:33.

  14. The Teachings of Howard W. Hunter, Clyde J. Williams, 1997, pág. 117.