2000–2009
Recuerda y no perezcas
Abril 2007


Recuerda y no perezcas

Recordar, como Dios desea que lo hagamos, es un principio de salvación y fundamental del Evangelio.

Me siento honrado de hablar después de la hermana Parkin. Su servicio y sus enseñanzas, así como las de sus consejeras nos han bendecido a todos. Casi a esta misma hora, hace dieciocho años y medio, me paré cerca de este púlpito esperando que terminara de cantar la congregación para dar mi primer discurso en una conferencia general. En aquel momento, mi preocupación debe haber sido muy evidente, ya que el élder Tom L. Perry, que estaba detrás de mí, se inclinó hacia adelante, y en su manera de ser positiva y entusiasta me susurró: “No te preocupes”, me dijo, “¡hace años que no muere nadie en este púlpito!”.

Esas palabras de aliento, y los breves minutos que le siguieron, en los que hablé por vez primera ante una audiencia mundial de Santos de los Últimos Días, constituyen un recuerdo que atesoro. Igual que ustedes, constantemente acumulo una fuente de recuerdos, que al evocarlos, forman parte útil y a menudo deleitable de mi consciencia; y a pesar del propósito que me hice de joven de no aburrir nunca a los demás con mis reminiscencias cuando fuera mayor, ahora me deleito mucho al compartirlas casi siempre que me es posible. Sin embargo, hoy quisiera hablar de una función más significativa de la memoria y de las reminiscencias en el evangelio de Jesucristo, en lugar de la función pasiva de recordar y de disfrutar de la información.

Si prestamos atención al uso de la palabra recordar en las Escrituras, nos damos cuenta que “recordar”, como Dios desea que lo hagamos, es un principio de salvación y fundamental del Evangelio; y lo es porque las amonestaciones proféticas de que recordemos, con frecuencia son un llamado a la acción: a escuchar, a ver, a obedecer, a hacer y a arrepentirnos1. Si recordamos a la manera de Dios, superaremos nuestra tendencia humana de sólo prepararnos para la batalla de la vida, y en realidad participamos en la batalla misma, haciendo todo lo posible por resistir la tentación y evitar el pecado.

El rey Benjamín le pidió a su pueblo ese tipo de recuerdo activo:

“Y por último, no puedo deciros todas las cosas mediante las cuales podéis cometer pecado; porque hay varios modos y medios, tantos que no puedo enumerarlos.

“Pero esto puedo deciros, que si no os cuidáis a vosotros mismos, y vuestros pensamientos, y vuestras palabras, y vuestras obras, y si no observáis los mandamientos de Dios ni perseveráis en la fe de lo que habéis oído concerniente a la venida de nuestro Señor, aun hasta el fin de vuestras vidas, debéis perecer. Y ahora bien, ¡oh hombre!, recuerda, y no perezcas”2.

Al comprender la función primordial que debe tener en nuestra vida el recordar, ¿qué más debemos recordar? Como respuesta, al congregarnos hoy para recordar y volver a dedicar este Tabernáculo histórico, sugiero que la historia de La Iglesia de Jesucristo y de su pueblo merece que se recuerde. Las Escrituras dan gran prioridad a la historia de la Iglesia; de hecho, la historia de la Iglesia forma gran parte de las Escrituras. El mismo día que se organizó la Iglesia, Dios mandó a José Smith: “He aquí, se llevará entre vosotros una historia”3. José obedeció ese mandamiento al nombrar a Oliver Cowdery, el segundo élder de la Iglesia y su ayudante principal, como el primer historiador de la Iglesia. Llevamos registros para ayudarnos a recordar, y desde la época de Oliver hasta el presente, se ha llevado un registro del crecimiento y del progreso de la Iglesia. Ese extraordinario registro histórico nos recuerda que Dios ha abierto de nuevo los cielos y ha revelado verdades que instan a nuestra generacióna actuar.

De todo lo que han recolectado, preservado y escrito los historiadores en todos esos años, nada ilustra mejor la importancia y el poder de la historia de la Iglesia que la sencilla y sincera historia de José Smith acerca de la aparición de Dios el Padre y de Su Hijo, Jesucristo, lo que en nuestros libros de historia se llama ahora la Primera Visión. Con palabras que generaciones de misioneros han memorizado y relatado a quienes buscan la verdad en todo el mundo, José describe la manera milagrosa en la que recibió la respuesta a la pregunta que hizo por medio de la oración, sobre cuál era la Iglesia verdadera:

“Vi una columna de luz, más brillante que el sol, directamente arriba de mi cabeza; y esa luz gradualmente descendió hasta descansar sobre mí.

“…Al reposar sobre mí la luz, vi en el aire arriba de mí a dos Personajes, cuyo fulgor y gloria no admiten descripción. Uno de ellos me habló, llamándome por mi nombre, y dijo, señalando al otro: Éste es mi Hijo Amado: ¡Escúchalo!4.

¡Y José lo escuchó! y millones han escuchado o leído y creído en su relato, y han aceptado el Evangelio de Jesucristo que él ayudó a restaurar. Yo le creo a José Smith y sé que fue un verdadero profeta de Dios. Recordar su experiencia de la Primera Visión siempre me inspira a dedicarme y a actuar mucho más.

Nadie aprecia más el valor de la historia de la Iglesia que el presidente Gordon B. Hinckley. Amamos su encantador sentido del humor, pero su sentido de la historia es igual de bueno. Sus escritos y sermones están llenos de historias y anécdotas de nuestro pasado. Como nuestro profeta viviente, él deliberadamente recalca el pasado y el futuro para que vivamos con más rectitud en el presente. En virtud de sus enseñanzas, comprendemos que recordar nos permite ver la mano de Dios en nuestro pasado, de la misma manera que la profecía y la fe nos aseguran la mano de Dios en el futuro. El presidente Hinckley nos recuerda cómo los primeros miembros de la Iglesia afrontaron sus desafíos con el fin de que, mediante la gracia de Dios, nosotros afrontemos los nuestros con mayor fe. Al mantener vivo nuestro pasado, él nos conecta con las personas, los lugares y los acontecimientos que componen nuestro legado espiritual y, al hacerlo, nos motiva a prestar mayor servicio, y a tener más fe y bondad.

De manera ejemplar, el presidente Hinckley también comparte abiertamente con nosotros sus propias historias personales y familiares. Decenas de desalentados misioneros nuevos han sentido consuelo al saber que al inicio de su propia misión, el presidente Hinckley también se desanimó y se lo confesó a su padre. También, con valor, compartió la breve respuesta de su padre: “Querido Gordon: Recibí tu carta reciente. Sólo tengo una sugerencia: Olvídate de ti mismo y ponte a trabajar”5. Más de 70 años después, todos somos testigos de la forma en que el presidente Hinckley aceptó ese consejo al pie de la letra. Su carácter excelente y su sabiduría profética dan evidencia convincente de los beneficios que tiene recordar, tanto la historia de la Iglesia como la nuestra.

Es mucho más lo que se puede decir de la memoria y del recuerdo en el Evangelio de Jesucristo. A menudo hablamos de recordar nuestros convenios sagrados y los mandamientos de Dios y de recordar y llevar a cabo ordenanzas salvadoras por nuestros antepasados muertos. Pero aún más importante, hablamos de la necesidad de recordar a nuestro Salvador Jesucristo, y no sólo cuando nos es conveniente, sino siempre, tal como Él nos lo pide6. Prometemos siempre recordarle al participar de la Santa Cena y, a su vez, se nos promete que Su Espíritu siempre estará con nosotros. Es interesante que ese Espíritu es el mismo que nuestro Padre Celestial envió para “[recordarnos] todo”7. Y así, al tomar dignamente la Santa Cena, el Espíritu nos bendice para que entremos en un círculo maravillosamente benéfico de recuerdos que hacen volver una y otra vez nuestro pensamiento y nuestra devoción hacia Cristo y hacia Su expiación.

Creo que venir a Cristo y ser perfeccionados en Él es el propósito fundamental de recordar8. Por tanto, ruego que Dios nos bendiga para que siempre recordemos, especialmente a Su Hijo perfecto, y no perezcamos. Con agradecimiento testifico de la divinidad y del poder de salvación de Cristo. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase 2 Nefi 1:12; Mosíah 6:3; y Helamán 5:14.

  2. Mosíah 4:29–30.

  3. Doctrina y Convenios 21:1.

  4. José Smith—Historia 1:16–17.

  5. En Gordon B. Hinckley, Faith: The Essence of True Religion, pág. 115.

  6. 3 Nefi 18:7, 11.

  7. Juan 14:26.

  8. Véase Moroni 10:32–33.