2000–2009
El recordar, el arrepentirse y cambiar
Abril 2007


El recordar, el arrepentirse y cambiar

El camino más fácil y rápido a la felicidad y a la paz es arrepentirse y cambiar lo antes posible.

Estoy agradecida por el Salvador y por la invitación que todos tenemos de “[venir] a Cristo, y [perfeccionarnos] en él”1. Espero transmitirles algo de lo que he estado pensando y sintiendo acerca de recordar a Cristo, de arrepentirnos y de cambiar. Creo que la mejor manera de expresar los sentimientos de mi corazón es hablarles de tres mujeres y después analizar algunas lecciones que aprendí de sus experiencias.

Comenzaré con Ruth May Fox, que fue Presidenta General de las Mujeres Jóvenes hace muchos años, llamamiento que desempeñó hasta que tenía 84 años. La hermana Fox nació en Inglaterra y a los trece años de edad recorrió a pie casi todo el camino hasta el Valle de Lago Salado con un grupo de pioneros. Su madre murió cuando ella era bebé, por lo que vivió con varias familias los primeros doce años de su vida. Debió haber sido una niña difícil de controlar, ya que su abuela la llamó “niña maleducada”, y se negó a cuidarla2. Con el tiempo, Ruth se casó y tuvo doce hijos, con quienes compartió su firme testimonio y les enseñó el Evangelio mientras trabajaba junto a ellos; sin embargo, reconoció que a veces disciplinaba con severidad a sus hijos mayores, ya que perdía la paciencia fácilmente y no siempre “contaba hasta diez”3 cuando la irritaban. Se esforzó por controlar esa debilidad, y se le llegó a conocer por su buen corazón y por su servicio a los demás.

La hermana Fox vivió hasta los 104 años, durante los cuales vivió grandes gozos y pruebas difíciles, y enseñó que “la vida manda pruebas difíciles. Las plantas más fuertes no crecen en invernáculos, y la fortaleza de carácter no se logra evitando los problemas”4.

El año pasado escalé Independence Rock, en Wyoming, para buscar el lugar donde la hermana Fox, a los trece años, había grabado su nombre en camino al Valle de Lago Salado. La intemperie de los últimos 140 años casi lo han borrado, pero pude distinguir: “Ruth May 1867”. Deseé saber más de esa gran líder y discípulo de Jesucristo que durante toda su vida se esforzó por mejorarse a sí misma y cuyo lema era: “¡El reino de Dios o nada!”5.

Mi siguiente relato es acerca de una mujer a la que llamaré Mary; era hija de fieles padres pioneros que habían sacrificado mucho por el Evangelio; se había casado en el templo y era madre de diez hijos. Era una mujer de muchos talentos que enseñó a sus hijos a orar, a trabajar y a amarse los unos a los otros; pagaba su diezmo y la familia iba en carreta a la Iglesia los domingos.

Aunque sabía que iba en contra de la Palabra de Sabiduría, adquirió el hábito de beber café y mantenía una cafetera en la parte de atrás de la cocina. Solía decir que “el Señor no me impedirá entrar al cielo por una pequeña taza de café”. Pero, por esa pequeña taza de café, ella no pudo tener una recomendación para el templo, ni sus hijos que tomaban café con ella. Aunque vivió hasta que llegó a una edad avanzada y con el tiempo reunió los requisitos necesarios para volver a entrar en el templo y servir en él, sólo uno de sus diez hijos se casó en el templo, y un número considerable de los de su posteridad, que se encuentra actualmente en la quinta generación, vive sin las bendiciones del Evangelio restaurado en el que ella creía y por el cual sacrificaron tanto sus antepasados.

El último relato es el de Cristina (nombre ficticio), que se había bautizado y sellado a su familia cuando era una jovencita pero que, en algún punto, la familia dejó de vivir el Evangelio. Ahora se encontraba al final de su adolescencia, había tomado malas decisiones y era muy desdichada.

Un día le di un librito del Progreso Personal y le dije: “Este librito te ayudará a incorporar las cualidades de Cristo a tu vida a fin de que hagas los cambios que deseas. Te insto a trabajar en tu librito hoy, que lo lleves esta noche a la charla fogonera y me cuentes lo que hayas aprendido”. Esa noche, con lágrimas en los ojos, dijo: “Hoy comencé mi progreso personal”. Desde ese día, me ha escrito algunas veces; comenzó a asistir una vez más a las reuniones dominicales, a la Mutual y a seminario. En un par de semanas, su hermana y su madre asistieron a la Iglesia con ella. Más tarde, su padre las acompañó, y ahora toda la familia ha regresado al templo.

Ahora bien, ¿cuáles fueron algunas lecciones que aprendí de esos relatos en cuanto a recordar, arrepentirse y cambiar?

La primera es que todos cometemos errores6. Hace poco, me encontraba con una niña de ocho años el día de su bautismo. Al fin del día, ella dijo muy segura: “¡Llevo un día desde que me bauticé y no he pecado ni una sola vez!”. Pero estoy segura de que su día perfecto no duró para siempre, y tengo la seguridad de que está aprendiendo, como todos lo hacemos, de que a pesar de todo lo que nos esforcemos, no siempre evitamos todas las malas situaciones, todas las decisiones incorrectas, ni nos controlamos como deberíamos. A menudo oigo hablar de la generación escogida y real de esta dispensación, pero nunca he oído que se le llame la generación perfecta. Los adolescentes son especialmente vulnerables porque el poder de Satanás es real, y ellos están tomando por primera vez sus decisiones independientes e importantes; por consiguiente, también están cometiendo sus primeros errores graves.

Eso es lo que le sucedió a Coriantón, del Libro de Mormón; se suponía que él debía servir una misión fiel, pero pensó que era lo suficientemente fuerte y lo suficientemente inteligente como para manejar cualquier situación peligrosa y las malas compañías, lo que ocasionó que se metiera en grandes problemas y grandes pecados cuando comenzó a ir a lugares en los que no debía estar, a andar en malas compañías y a hacer lo indebido7.

Mi segunda lección es: El arrepentimiento no es opcional. Se nos manda arrepentirnos8. El Salvador enseñó que a menos que nos arrepintamos y nos “[volvamos] como un niño pequeñito… de ningún modo [heredaremos] el reino de Dios”9. No debemos permitir que una pequeña taza de café, un mal hábito, una mala elección o una mala decisión nos desvíen para toda la vida.

A veces la gente adquiere una actitud despreocupada acerca del arrepentirse. He oído a algunos decir que arrepentirse es muy difícil; otros dicen que están cansados de sentirse culpables o que se han sentido ofendidos por un líder que trataba de ayudarlos a arrepentirse. A veces otros se dan por vencidos cuando han cometido errores y llegan a pensar que no hay esperanza para ellos. Algunas personas se imaginan que se sentirán mejor si abandonan el Evangelio restaurado y se apartan.

Satanás es quien pone esos pensamientos de desesperanza en el corazón de los que han cometido errores. El Señor Jesucristo siempre nos da esperanza; Él dice:

“Se te escogió para hacer la obra del Señor, pero caerás por motivo de la transgresión, si no estás prevenido.

“Mas recuerda que Dios es misericordioso; arrepiéntete, pues, de lo que has hecho contrario al mandamiento que te di, y todavía eres escogido, y eres llamado de nuevo a la obra”10.

El camino más fácil y rápido a la felicidad y a la paz es arrepentirse y cambiar lo antes posible.

La lección tres es que no lo hacemos solas. No es posible hacer cambios verdaderos por nosotras mismas. Nuestra propia fuerza de voluntad y nuestras propias buenas intenciones no son suficientes. Al equivocarnos o tomar malas decisiones debemos tener la ayuda de nuestro Salvador para regresar al camino correcto. Semana tras semana participamos de la Santa Cena para demostrar nuestra fe en el poder que Él posee para que cambiemos. Confesamos nuestros pecados y prometemos abandonarlos.11

Cuando nuestro mayor esfuerzo no sea suficiente, por medio de Su gracia recibimos la fuerza para seguir adelante12. El Señor dice: “Si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos”13.

Al buscar la ayuda del Señor para cambiar, entonces tenemos esta promesa: “Quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”14. El Señor no se da por vencido con respecto a nosotros. Él dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”15. El gozo y la paz que recibimos al saber que hemos sido perdonados es una bendición divina. Esa paz vendrá en el tiempo del Señor y a Su manera, pero vendrá.

Mi última lección es que podemos cambiar. Cada día es una nueva oportunidad para recordar a nuestro Salvador y seguir Su ejemplo. Si no nos arrepentimos, no podemos progresar16; por esa razón el arrepentimiento es el segundo principio del Evangelio17.

En vez de justificar nuestras debilidades, esforcémonos cada día por adquirir buenos hábitos y cualidades divinas. El presidente Spencer W. Kimball dijo: “El desarrollo de cualidades cristianas constituye una labor difícil y constante; no es una tarea para trabajar de vez en cuando ni es para aquellos que no estén dispuestos a esforzarse al máximo una y otra vez”18. De Cristina aprendí que el cultivar cualidades divinas es una señal de que estamos cambiando.

Debido a que todos somos mortales, todos cometemos errores. El arrepentimiento no es opcional, pero no lo hacemos solas; tenemos a un Salvador que nos ayuda a arrepentirnos. Al adquirir Sus cualidades, sabemos que estamos efectuando cambios que nos ayudan a acercarnos a Él.

La hermana Fox dijo que el Evangelio era su “manto de protección contra la tentación, su consuelo en el pesar, su gozo y gloria diarios y su esperanza de vida eterna”19. Tomó como su lema: “El Reino de Dios o nada” porque sabía que al abrazar el Evangelio con todo su corazón, podría recibir la promesa que el Salvador nos hizo a todos: “Y cualquiera que se arrepienta y se bautice en mi nombre, será lleno; y si persevera hasta el fin, he aquí, yo lo tendré por inocente ante mi Padre el día en que me presente para juzgar al mundo”20.

Por medio del arrepentimiento he llegado a conocer al Salvador y, al procurar Su ayuda para cambiar, mi fe y mi dependencia en Él aumentan. Doy testimonio de Su realidad y poder, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Moroni 10:32

  2. Véase Janet Peterson y LaRene Gaunt, Keepers of the Flame: Presidents of the Young Women (1993), págs. 33–34.

  3. Véase Keepers of the Flame, pág. 38.

  4. En Keepers of the Flame, pág. 41.

  5. En Keepers of the Flame, pág. 49.

  6. Véase “Arrepentimiento”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 19.

  7. Véase Alma 39:1–9.

  8. Véase D. y C. 19:15.

  9. 3 Nefi 11:38

  10. Véase D. y C. 3: 9–10.

  11. Véase D. y C. 58:43.

  12. Véase “Gracia”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 85.

  13. Éter 12:27.

  14. D. y C. 58:42.

  15. Mateo 11:28.

  16. Véase “Arrepentimiento”, en la Guía para el Estudio de las Escrituras, pág. 19.

  17. Véase Los Artículos de Fe, 1:4.

  18. Véase Spencer W. Kimball, “Privilegios y responsabilidades de la mujer de la Iglesia”, Liahona, febrero de 1979, pág. 144.

  19. En Keepers of the Flame, pág. 49.

  20. 3 Nefi 27:16.