2000–2009
Permanezcan en el sendero
Abril 2007


Permanezcan en el sendero

En ocasiones pensamos que podemos vivir al borde del peligro, y aún así, mantener nuestra virtud, pero ése es un lugar peligroso.

En uno de los senderos de un cañón cerca de mi casa, hay un letrero que dice: “Permanezca en el sendero”. Cuando uno empieza a caminar por él, no tarda en darse cuenta de que es un consejo muy bueno. Hay colinas, curvas, declives empinados; en algunos lugares, el terreno que está más allá del sendero es inestable y, en ciertas épocas del año, aparece una que otra víbora de cascabel. Mi mensaje para cada una de ustedes en esta noche es igual que el mensaje del letrero: “Permanezcan en el sendero”.

Hace unos años, fui de excursión a las Montañas Teton, de Wyoming, con un grupo de jovencitas. Era una caminata difícil, y el segundo día llegamos a la parte más peligrosa del recorrido; teníamos que caminar por el desfiladero llamado Huracán, un nombre apropiado debido a los fuertes vientos que casi siempre soplan allí. El guarda forestal nos dijo que permaneciéramos en el centro del sendero, que nos agacháramos lo más que pudiéramos en la parte que estaba al descubierto, que aseguráramos todo lo que llevábamos en nuestras mochilas y que camináramos rápido; ése no era lugar para tomar fotos ni para detenerse. Sentí un gran alivio y alegría cuando cada una de las jovencitas hubo pasado por ese lugar a salvo. ¿Y saben una cosa? ¡Ninguna de ellas preguntó cuánto se podía acercar a la orilla!

A veces, al andar por los senderos de la vida, queremos demorarnos en lugares peligrosos, pensando que es divertido y emocionante y que tenemos todo bajo control. En ocasiones pensamos que podemos vivir al borde del peligro, y aún así, mantener nuestra virtud, pero ése es un lugar peligroso. Tal como nos dijo el profeta José Smith: “La felicidad es el objeto y propósito de nuestra existencia; y también será el fin de ella, si seguimos el camino que nos conduce a la felicidad; y este camino es virtud” (Enseñanzas del Profeta José Smith, pág. 312).

El consejo del Señor a Emma Smith en la sección 25 de Doctrina y Convenios es el que da a todas Sus preciadas hijas. Allí se nos da un código de conducta y se nos aconseja a “[andar] por las sendas de la virtud” (D. y C. 25:2). La virtud “es un modelo de pensamiento y conducta que se basa en normas morales elevadas” (Predicad Mi Evangelio, pág. 125). Entonces, ¿cuáles son las elevadas normas morales que nos ayudan a ser virtuosas?

La virtud abarca la modestia en el pensamiento, el lenguaje, el vestir y la conducta; y la modestia es la base fundamental de la castidad. Así como uno no camina descalzo por senderos donde hay víboras de cascabel, de igual manera, en el mundo de hoy, es esencial ser modestas para nuestra seguridad. Cuando somos modestas, demostramos a los demás que comprendemos la relación que tenemos con nuestro Padre Celestial como Sus hijas; demostramos que Le amamos y que seremos testigos de Él en todas las cosas. Al ser modestas, hacemos saber a los demás que “[somos] virtuosas” (“Caros niños, Dios os ama”, Himnos, Nº 47). La modestia no es cuestión de ser “modernas”, sino que es cuestión del corazón y del ser santas; no se trata de andar a la moda, sino de ser fieles; no se trata de estar en la onda, sino de ser castas y guardar los convenios; no es cuestión de ser populares, sino de ser puras. La modestia tiene todo que ver con mantener nuestro pie firme en el sendero de la castidad y la virtud. Es claro que la virtudes un requisito para la exaltación. Mormón nos ayuda a entender que tanto la virtud como la castidad son lo “más caro y precioso que todas las cosas” (Moroni 9:9). Simplemente no podemos darnos el lujo de tomarlo con liviandad o de acercarnos demasiado a la orilla. Ése es terreno peligroso para cualquier hija de Dios.

En la sección 25 de Doctrina y Convenios se nos aconseja que debemos adherirnos a nuestros convenios (véase el versículo 13). Para mí, adherirse significa apegarse y asirse a las promesas que hacemos con el Señor. Nuestros convenios nos fortalecerán para resistir la tentación. El guardar nuestros convenios nos mantendrá firmes en el sendero de la virtud. A medida que guardemos los convenios que hicimos al bautizarnos, permaneceremos en el centro del sendero. El élder Jeffrey R. Holland nos recuerda lo siguiente:

“Comenzando con nuestro bautismo, hacemos convenios conforme seguimos ese sendero que conduce a la vida eterna y nos mantenemos en el camino al observar dichos convenios… Las impresiones del Espíritu Santo bastarán siempre para nuestras necesidades si observamos los convenios que hemos hecho. La mayoría de los días es un camino cuesta arriba, pero la ayuda que recibimos para el ascenso es, literalmente, divina. Contamos con la ayuda de los tres miembros de la Trinidad —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— debido a los convenios que hemos concertado.

“Cada semana participamos de la Santa Cena para recordarnos esos convenios. En la oración que se ofrece durante la bendición del pan “[testificamos] ante ti, oh Dios, Padre Eterno, que [estamos] dispuestos a tomar sobre [nosotros] el nombre de tu Hijo, y a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos que él [nos] ha dado, para que siempre [podamos] tener su Espíritu [con nosotros]” (D. y C. 20:77) (“Lo que deseo que todo miembro nuevo sepa y que todo miembro experimentado recuerde”, Liahona, octubre de 2006, págs. 11–12).

Al tener la guía de Su Espíritu, se sentirán confiadas y felices, y la virtud engalanará sus pensamientos incesantemente. El Libro de Mormón describe lo que sucedió cuando toda una sociedad guardó sus convenios y vivió una vida limpia y virtuosa. “Y ciertamente no podía haber un pueblo más dichoso entre todos los que habían sido creados por la mano de Dios” (4 Nefi 1:16). Con la guía del Espíritu Santo, también serán una influencia de rectitud para los demás.

En mi oficina tengo una fotografía de las generaciones de mujeres de mi familia: mi bisabuela, mi abuela, mi madre y mi hija Emi. La vida de ellas, de dedicación y de fe en el plan, me ha ayudado a ser mejor y a lograr más. Al ver esa fotografía ahora, puedo ver claramente la importancia de vivir una vida virtuosa. Actualmente no sólo tengo una hija, sino cinco nueras y cinco nietas que puedo agregar a esa fotografía. Siento un profundo sentido de responsabilidad de vivir una vida ejemplar de virtud y de santidad ante ellas. Aun cuando ustedes sean las primeras en una línea de generaciones por venir, también tienen una responsabilidad hacia los que vendrán después.

Hace poco emprendí la misma caminata en las Montañas Teton de la que hablé antes, sólo que esta vez iba con mi esposo y con un grupo de amigos de nuestra edad. Cuando empezamos, fue emocionante y fácil, pero antes de llegar a nuestro destino, nos sentíamos cansados y yo sabía que me encontraba en una situación difícil. No me encontraba tan preparada físicamente como cuando había ido con las jovencitas algunos años atrás; había empacado mi equipo sin la debida atención y había llevado demasiadas cosas. El peso de la mochila empezó a cansarme y a hacer que estuviera a punto de darme por vencida. Los demás también sentían los rigores de la altura, de lo empinado del terreno y de las mochilas pesadas. Mi esposo se percató de ello y se apresuró para seguir adelante; yo me sentí abandonada. Sin embargo, después de aproximadamente una hora vi a mi esposo descender por el sendero al otro lado del valle; corría hacia mí. Cuando llegó a donde yo estaba, tomó mi mochila, me secó las lágrimas y me condujo a nuestro destino:un lago cristalino rodeado de majestuosos pinos. Después se dio vuelta, descendió por el sendero e hizo lo mismo cuatro veces más con los otros excursionistas. Al observarlo, me sentí mal por no haber estado bien preparada y, peor aún, por haber llevado tantas cosas extras en la mochila que aumentaron el peso que tuvo que cargar; pero me sentí muy agradecida por su fuerza, su generosidad, su preparación y su amor.

Al escalar las montañas de la vida, permanezcan en el sendero de la virtud. Habrá personas que las ayudarán: sus padres, familiares, obispos, asesores y amigos íntegros de todas las edades; y si están cansadas o toman el camino equivocado, cambien de dirección y vuelvan al sendero de la virtud. Siempre recuerden que el Salvador está allí para ayudarlas. Él hará posible que se arrepientan, las fortalecerá, aligerará sus cargas, enjugará sus lágrimas, las consolará y seguirá ayudándolas a mantenerse en el sendero.

El Salvador es el ejemplo perfecto de virtud. Cuando Jesús anduvo por los caminos de la Tierra Santa, “anduvo haciendo bienes” (Hechos 10:38). Sanó a los enfermos, hizo que los ciegos vieran y levantó a los muertos. “Enseñó las verdades de la eternidad, la realidad de nuestra existencia premortal, el propósito de nuestra vida en la tierra y [nuestro] potencial [como]… hijas de Dios en la vida venidera” (véase “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2–3). Uno de mis pasajes preferidos de las Escrituras dice: “Fíate de Jehová de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él enderezará tus veredas” (Proverbios 3:5–6).

Testifico que eso es verdad. Él no sólo nos ha marcado el camino, sino que a veces, incluso, me ha llevado de la mano. “Su camino es el sendero que lleva a la felicidad en esta vida y a la vida eterna en el mundo venidero” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2–3). ¡Les doy mi testimonio de que Él vive! Él escuchará sus oraciones y guiará sus pasos. Jesucristo es nuestro Ejemplo y nuestro Guía. ¡Permanezcan en el sendero! Sean modestas. Adhiéranse a los convenios que han hecho, y sean dignas de la compañía del Espíritu Santo. El Señor promete: “Sed de buen ánimo, porque yo os guiaré. De vosotros son el reino y sus bendiciones, y las riquezas de la eternidad son vuestras” (D. y C. 78:18). Verdaderamente, asombro me da “Su vida incomparable y… la virtud infinita de Su gran sacrificio expiatorio” (“El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2; cursiva agregada). En el nombre de Jesucristo. Amén.