2000–2009
Os es necesario nacer de nuevo
Abril 2007


Os es necesario nacer de nuevo

Por medio de la fe en Cristo podemos estar preparados espiritualmente y librarnos del pecado, sumergirnos y saturarnos en Su evangelio y ser purificados y sellados a través del Santo Espíritu de la Promesa.

La casa donde vivíamos durante mi niñez en California estaba bastante cerca de grandes huertos de albaricoques o damascos, cerezas, duraznos o melocotones, peras y otras frutas deliciosas. También vivíamos cerca de plantíos de pepinos, de tomates y de una variedad de verduras.

De niño, esperaba ansioso la época para envasar. No me gustaba lavar los frascos ni trabajar en el calor de la cocina, pero me gustaba trabajar con mi mamá y con mi papá; y, ¡me encantaba comer el fruto de mi trabajo! Estoy seguro de que comía más fruta de la que ponía dentro de los frascos.

Cada vez que veo un frasco de envase casero de cerezas o de duraznos, me acuerdo del tiempo que pasaba con mamá y papá en la cocina. Las lecciones básicas que aprendí acerca de la autosuficiencia temporal y de una vida providente al recoger y envasar alimentos, han sido una bendición en mi vida. Es interesante notar que, con frecuencia, en las experiencias simples y comunes se nos brindan las oportunidades más importantes de aprendizaje que jamás hayamos tenido.

Como adulto, he reflexionado sobre las cosas que observaba en la cocina durante la época en la que envasábamos. Esta mañana me gustaría hablar de las lecciones espirituales que aprendemos del proceso mediante el cual un pepino se convierte en un pepinillo encurtido. Invito al Espíritu Santo a que esté con nosotros mientras consideramos la importancia de esas lecciones para mí y para ustedes al venir a Cristo y al nacer de nuevo espiritualmente.

Los pepinos y los pepinillos

Un pepinillo encurtido es un pepino que se ha transformado al seguir una receta específica y una serie de pasos. Los primeros pasos para transformar un pepino en un pepinillo es prepararlo y limpiarlo. Recuerdo las muchas horas que pasaba en el patio del fondo de mi casa quitando los tallos y la tierra de los pepinos que habíamos recogido. Mi madre era muy precisa en cuanto a la preparación y la limpieza de los pepinos; tenía altas normas de limpieza y siempre inspeccionaba mi trabajo para asegurarse de que esa tarea importante se hubiese efectuado adecuadamente.

Los siguientes pasos en el proceso de la transformación son sumergir y saturar los pepinos en salmuera por un tiempo prolongado. Para preparar la salmuera, mi mamá siempre seguía una receta que había aprendido de su madre; una receta con ingredientes especiales y procedimientos meticulosos. La única forma en que los pepinos pueden convertirse en pepinillos es si están totalmente sumergidos en salmuera por un determinado periodo. El proceso para encurtirlos altera la composición del pepino en forma gradual y produce la apariencia transparente y el sabor característico del pepinillo. Rociarlo o sumergirlo de vez en cuando en salmuera no producirá la transformación necesaria; en vez de ello, se debe sumergir en forma estable, continua y completa para que ocurra el cambio que se desea.

Como último paso del proceso, se deben sellar los pepinillos encurtidos en frascos esterilizados y purificados. Se llena el frasco con los pepinillos, éstos se cubren con salmuera hirviendo y se procesan en un recipiente para calentar al baño María. Se deben quitar todas las impurezas tanto de los pepinillos como de los frascos para que se proteja y se conserve el producto final. Si se sigue este procedimiento adecuadamente, los pepinillos se pueden almacenar y disfrutar por largo tiempo.

En resumen, un pepino se transforma en pepinillo al prepararlo, limpiarlo, sumergirlo y saturarlo en salmuera, y luego sellarlo en un recipiente esterilizado. Este procedimiento requiere tiempo, no se puede apresurar, ni se puede pasar por alto ni evitar ninguno de los pasos esenciales.

Un gran cambio

Los siervos autorizados del Señor enseñan reiteradamente que uno de los propósitos principales de nuestra existencia terrenal es que se produzca un cambio espiritual y una transformación por medio de la expiación de Jesucristo. Alma declaró:

“No te maravilles de que todo el género humano, sí, hombres y mujeres, toda nación, tribu, lengua y pueblo, deban nacer otra vez; sí, nacer de Dios, ser cambiados de su estado carnal y caído, a un estado de rectitud, siendo redimidos por Dios, convirtiéndose en sus hijos e hijas;

“y así llegan a ser nuevas criaturas; y a menos que hagan esto, de ningún modo pueden heredar el reino de Dios” (Mosíah 27:25–26).

Se nos ha instruido que debemos: “[Venir] a Cristo, y [perfeccionarnos] en él, y [abstenernos] de toda impiedad” (Moroni 10:32), convertirnos en “nuevas criaturas” en Cristo (véase 2 Corintios 5:17), despojarnos del “hombre natural” (Mosíah 3:19), y experimentar “un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente” (Mosíah 5:2). Tengan a bien notar que la conversión que se describe en esos versículos es potente, no pequeña; es un nacimiento espiritual y un cambio fundamental en lo que sentimos y en lo que deseamos, en lo que pensamos, en lo que hacemos y en lo que somos. En efecto, la esencia del evangelio de Jesucristo supone un cambio fundamental y permanente en nuestra naturaleza, lo cual es posible a través de nuestra dependencia en “los méritos, y misericordia, y gracia del Santo Mesías” (2 Nefi 2:8). Al escoger seguir al Maestro, escogemos cambiar, para nacer de nuevo espiritualmente.

Preparar y limpiar

Al igual que un pepino se debe preparar y limpiar antes de que sea un pepinillo, también nosotros podemos prepararnos con “las palabras de la fe y de la buena doctrina” (1 Timoteo 4:6) y purificarnos, inicialmente, por medio de las ordenanzas y los convenios que se administran mediante la autoridad del sacerdocio aarónico.

“Y continuó el sacerdocio menor, que tiene la llave del ministerio de ángeles y el evangelio preparatorio,

“El cual es el evangelio de arrepentimiento y de bautismo, y la remisión de pecados” (D. y C. 84: 26–27).

El Señor ha establecido una elevada norma de pureza.

“Enséñalo, pues, a tus hijos, que es preciso que todos los hombres, en todas partes, se arrepientan, o de ninguna manera heredarán el reino de Dios, porque ninguna cosa inmunda puede morar allí, ni morar en su presencia” (Moisés 6:57).

La preparación y la limpieza apropiada son los primeros pasos del proceso para nacer de nuevo.

Sumergir y saturar

Así como el pepino cambia a pepinillo cuando se sumerge y se satura en salmuera, también ustedes y yo nacemos de nuevo al ser absorbidos en el evangelio de Jesucristo y por medio de él. A medida que honremos y “[observemos] los convenios” (D. y C. 42:13) que hemos hecho, y nos “[deleitemos] en las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3), y “[pidamos] al Padre con toda la energía de [nuestros] corazones” (Moroni 7:48), y “[sirvamos a Dios] con todo [nuestro] corazón, alma, mente y fuerza” (Doctrina y Convenios 4:2), entonces:

“A causa del convenio que habéis hecho, seréis llamados progenie de Cristo, hijos e hijas de él, porque he aquí, hoy él os ha engendrado espiritualmente; pues decís que vuestros corazones han cambiado por medio de la fe en su nombre; por tanto, habéis nacido de él y habéis llegado a ser sus hijos y sus hijas” (Mosíah 5:7).

En este versículo se habla en cuanto al nacer de nuevo espiritualmente, lo que por lo general no ocurre de forma rápida ni todo a la vez, sino que es un proceso continuo, y no un acontecimiento único. Línea por línea y precepto por precepto, de forma gradual y casi imperceptiblemente, nuestras intenciones, nuestros pensamientos, nuestras palabras y nuestras obras llegan a estar en armonía con la voluntad de Dios. Esa fase del proceso de transformación requiere tiempo, perseverancia y paciencia.

Un pepino sólo llega a ser un pepinillo si se sumerge en salmuera de forma estable, continua y completa. Téngase en cuenta que la sal es el ingrediente clave de la receta. La sal se usa con frecuencia en las Escrituras como un símbolo, tanto de un convenio como de un pueblo del convenio; y del mismo modo en que la sal es esencial para transformar el pepino en pepinillo, también los convenios son fundamentales para nacer de nuevo espiritualmente.

Comenzamos el proceso de nacer de nuevo al ejercitar fe en Cristo, al arrepentirnos de nuestros pecados y al ser bautizados por inmersión para la remisión de los pecados por alguien que tiene la autoridad del sacerdocio.

“Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva” (Romanos 6:4).

Después de salir de las aguas del bautismo, nuestra alma tiene que estar inmersa y saturada continuamente con la verdad y la luz del evangelio del Salvador. El sumergirnos de vez en cuando y de manera superficial en la doctrina de Cristo y la participación parcial en Su Iglesia restaurada no producirá la transformación espiritual que nos permita andar en vida nueva; más bien, se requiere la fidelidad a los convenios, la dedicación constante y el ofrecer toda nuestra alma a Dios, si es que vamos a recibir las bendiciones de la eternidad.

“Quisiera que vinieseis a Cristo, el cual es el Santo de Israel, y participaseis de su salvación y del poder de su redención. Sí, venid a él y ofrecedle vuestras almas enteras como ofrenda, y continuad ayunando y orando, y perseverad hasta el fin; y así como vive el Señor, seréis salvos” (Omni 1:26).

La inmersión y la saturación totales en el evangelio del Salvador son pasos esenciales en el proceso para nacer de nuevo.

Purificar y sellar

Los frascos esterilizados se llenan con los pepinos encurtidos y se calientan en agua hirviendo para eliminar todas las impurezas y sellar los recipientes de contaminantes externos. Al calentar al baño María, los pepinillos se protegen y se preservan durante largo tiempo. De la misma manera, llegamos a ser cada vez más puros y más santificados al ser lavados en la sangre del Cordero; nacemos de nuevo, recibimos las ordenanzas y honramos los convenios que se han administrado por medio de la autoridad del sacerdocio de Melquisedec.

“No obstante, ayunaron y oraron frecuentemente, y se volvieron más y más fuertes en su humildad, y más y más firmes en la fe de Cristo, hasta henchir sus almas de gozo y de consolación; sí, hasta la purificación y santificación de sus corazones, santificación que viene de entregar el corazón a Dios” (Helamán 3:35).

La palabra “sellar” en mi mensaje de hoy no se refiere exclusivamente a la ordenanza del matrimonio eterno que se efectúa en la Casa del Señor, sino que utilizo esa palabra con el sentido que se explica en la sección 76 de Doctrina y Convenios:

“Éste es el testimonio del evangelio de Cristo concerniente a los que saldrán en la resurrección de los justos:

“Éstos son los que recibieron el testimonio de Jesús, y creyeron en su nombre, y fueron bautizados según la manera de su sepultura, siendo sepultados en el agua en su nombre; y esto de acuerdo con el mandamiento que él ha dado,

“Para que, guardando los mandamientos, fuesen lavados y limpiados de todos sus pecados, y recibiesen el Santo Espíritu por la imposición de las manos del que es ordenado y sellado para ejercer este poder;

“y son quienes vencen por la fe, y son sellados por el Santo Espíritu de la promesa, que el Padre derrama sobre todos los que son justos y fieles” (versículos 50–53).

El Santo Espíritu de la Promesa es el poder ratificador del Espíritu Santo. Cuando el Santo Espíritu de la Promesa sella una ordenanza, una promesa o un convenio, éstos se ligan en la tierra y en los cielos (véase D. y C. 132:7). Recibir ese “sello de aprobación” del Espíritu Santo es el resultado de honrar los convenios del Evangelio con fidelidad, integridad y firmeza “con el transcurso del tiempo” (Moisés 7:21). Sin embargo, el sellamiento puede anularse por la falta de rectitud y por la transgresión.

La purificación y el sellamiento por medio del Santo Espíritu de la Promesa son los pasos culminantes en el proceso de nacer de nuevo.

“Con la fuerza de mi alma”

Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que esta parábola del pepinillo nos ayude a evaluar nuestra vida y a comprender mejor la importancia eterna de nacer de nuevo espiritualmente. Así como Alma el profeta: “Hablo con la fuerza de mi alma” (Alma 5:43).

“Os digo que éste es el orden según el cual soy llamado, sí, para predicar a mis amados hermanos, sí, y a todo el que mora sobre la tierra; sí, a predicar a todos, ora ancianos o jóvenes, ora esclavos o libres; sí, os digo, a los de edad avanzada y también a los de edad mediana y a la nueva generación; sí, para declararles que deben arrepentirse y nacer de nuevo” (Alma 5:49).

Testifico de la realidad y divinidad de un Salvador viviente que nos invita a venir a Él y ser transformados. Testifico que Su Iglesia y la autoridad del sacerdocio se han restaurado por conducto del profeta José Smith. Por medio de la fe en Cristo podemos estar preparados espiritualmente y librarnos del pecado, sumergirnos y saturarnos en Su Evangelio y ser purificados y sellados a través del Santo Espíritu de la Promesa, sí, nacer de nuevo. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.