2000–2009
¿No tenemos razón para regocijarnos?
Octubre 2007


¿No tenemos razón para regocijarnos?

Ésta es una religión llena de gozo, de esperanza, fortaleza y liberación.

Todavía me deleito en el maravilloso espíritu que sentimos esta mañana cuando cantamos juntos:

Ya regocijemos; es día bendito;

ya no sufriremos pesar y aflicción.

El gran evangelio se está proclamando.

(“Ya regocijemos”, Himnos, Nº 3).

Estas palabras del hermano William W. Phelps denotan un marcado contraste con la tendencia del mundo de concentrarse en las malas noticias. Es cierto que vivimos en una época predicha en las Escrituras como un día de “guerras, rumores de guerras y terremotos en diversos lugares” (Mormón 8:30), cuando “… toda la tierra estará en conmoción, y desmayará el corazón de los hombres…” (D. y C. 45:26).

Pero, ¿cómo influye eso en nosotros como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días? ¿Vivimos con temor, miedo y preocupación? ¿O no tenemos razón para regocijarnos en medio de todas nuestras tribulaciones?

Todos pasamos por diferentes experiencias en la vida; algunas están llenas de gozo y otras de pesar e incertidumbre.

Recuerdo una época, cuando era niño, en que mi familia se encontraba en una situación muy difícil. Era el invierno de 1944, uno de los más fríos durante la Segunda Guerra Mundial. El frente de guerra se acercaba a nuestro pueblo y mi madre tuvo que huir con nosotros, dejar atrás todas nuestras posesiones y unirse, junto con sus cuatro hijos, a los millones de refugiados en su búsqueda desesperada de un lugar donde sobrevivir. Nuestro padre todavía estaba en el ejército, pero él y mi madre habían acordado que si alguna vez llegaban a separarse durante la guerra, intentarían reunirse en el pueblo natal de mis abuelos. Pensaban que ese lugar ofrecía la mayor esperanza de obtener refugio y seguridad.

Debido a los bombardeos durante la noche y a los ataques aéreos durante el día, nos llevó muchos días llegar hasta donde estaban mis abuelos. Mis recuerdos de esos días son de oscuridad y frío.

Mi padre regresó ileso, pero nuestro futuro parecía ser extremadamente sombrío. Estábamos viviendo en los escombros de la Alemania de posguerra, con un sentimiento devastador de desesperanza y oscuridad sobre nuestro futuro.

En medio de esa desesperación, mi familia conoció La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y el mensaje sanador del evangelio restaurado de Jesucristo. Ese mensaje tuvo una gran influencia en nosotros y nos elevó por encima de nuestro sufrimiento cotidiano. La vida era aún difícil y las circunstancias seguían siendo horribles, pero el Evangelio brindó luz, esperanza y alegría a nuestra vida. Las verdades claras y sencillas del Evangelio reconfortaron nuestro corazón e iluminaron nuestra mente; nos ayudaron a vernos a nosotros mismos y al mundo que nos rodeaba con otros ojos y desde un punto de vista más optimista.

Mis queridos hermanos y hermanas, ¿no son el evangelio restaurado de Jesucristo y nuestra condición de miembros de Su Iglesia grandes razones para regocijarnos?

Dondequiera que vivan en la tierra, y cualquiera que sea la situación en la que vivan, les testifico que el evangelio de Jesucristo tiene el poder divino de elevarles a grandes alturas desde lo que a veces parece ser una carga o debilidad insoportables. El Señor está al tanto de sus circunstancias y sus tribulaciones. Él le dijo a Pablo y a cada uno de nosotros: “Bástate mi gracia”. Y al igual que Pablo, podemos responder: “…mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo” (2 Corintios 12:9).

Como miembros de la Iglesia de Jesucristo, podemos reclamar las bendiciones prometidas en los convenios y las ordenanzas que recibimos cuando aceptamos el evangelio de Jesucristo.

¿Qué es el evangelio de Jesucristo?

El evangelio de Jesucristo son buenas noticias, buenas nuevas y mucho más. Es el mensaje de salvación que repetidamente anunciaron Jesucristo y Sus apóstoles y profetas. Creo firmemente que toda verdad y luz que se origina de Dios está comprendida en el evangelio de Jesucristo.

Dios, nuestro amoroso Padre Celestial, ha dicho que Su obra y Su gloria es “Llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). Dios el padre es el autor del Evangelio; eso es una parte clave del plan de salvación o plan de redención de Dios. Se le llama el evangelio de Jesucristo porque es la expiación de Jesucristo la que hace posible la redención y la salvación. Por medio de la Expiación, todos los hombres, las mujeres y los niños son incondicionalmente redimidos de la muerte física, y todos serán redimidos de sus propios pecados con la condición de que acepten y obedezcan el evangelio de Jesucristo (véase D. y C. 20:17–25; 76:40–42, 50–53; Moisés 6:62).

El evangelio de Cristo es el único Evangelio verdadero, y “… no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo…” (Mosíah 3:17; véase también Hechos 4:12).

Los elementos fundamentales del mensaje del Evangelio se encuentran en todas las Santas Escrituras, pero se exponen más claramente en el Libro de Mormón y en las revelaciones dadas al profeta José Smith, en donde Jesús mismo claramente declara Su doctrina y Su evangelio, el cual los hijos de Dios deben cumplir para tener “la vida eterna” (D. y C. 14:7; véase también 3 Nefi 11:31–39; 27:13–21; D. y C. 33:11–12).

El Evangelio es claro y sencillo. Responde a las preguntas más complejas de la vida, pero incluso un niño pequeño puede comprenderlo y aplicarlo. Tal como dijo Nefi: “…mi alma se deleita en la claridad; porque así es como el Señor Dios obra entre los hijos de los hombres. Porque el Señor Dios ilumina el entendimiento; pues él habla a los hombres de acuerdo con el idioma de ellos, para que entiendan” (2 Nefi 31:3).

El profeta José Smith siguió el mismo modelo de claridad y sencillez cuando le explicó al mundo en una forma muy concisa “los primeros principios y ordenanzas del Evangelio” (Artículos de Fe 1:4) que debemos aceptar para recibir las bendiciones eternas del Evangelio:

Primero, fe en el Señor Jesucristo; creer en el Redentor, el Hijo de Dios, “… con fe inquebrantable en él, confiando íntegramente en los méritos de aquel que es poderoso para salvar…” y luego “seguir adelante con firmeza en Cristo… [deleitándonos] en la palabra de Cristo…” (2 Nefi 31:19–20).

Segundo, arrepentimiento; lo que incluye un cambio en el modo de pensar; ofrecer “como sacrificio un corazón quebrantado y un espíritu contrito”; renunciar al pecado y llegar a ser manso y humilde “como un niño pequeñito” (3 Nefi 9:20, 22).

Tercero, bautismo por inmersión para la remisión de los pecados y como convenio de guardar los mandamientos de Dios y de tomar sobre nosotros el nombre de Cristo.

Cuarto, imposición de manos para comunicar el don del Espíritu Santo, también conocido como el bautismo de fuego, que nos santifica y nos convierte en “nuevas criaturas”, nacidas de Dios (véase Mosíah 27:26; véase también 1 Pedro 1:23).

El don del Espíritu Santo, que nos da nuestro Padre Celestial y que es administrado por alguien que tenga la autoridad, incluye la misericordiosa promesa: “…si entráis por la senda y recibís el Espíritu Santo, él os mostrará todas las cosas que debéis hacer” (2 Nefi 32:5). Por medio de la compañía constante del Espíritu Santo, todo miembro de la Iglesia puede recibir directamente “las palabras de Cristo” (2 Nefi 32:3), en cualquier momento y en cualquier lugar. Esa guía divina personal nos ayuda a permanecer valientes en el testimonio de Jesucristo y perseverar hasta el final de nuestros días. ¡Qué maravilla!

¿No tenemos razón para regocijarnos?

¿Qué significa perseverar hasta el fin?

Las Escrituras nos enseñan que una vez que hemos recibido las ordenanzas del bautismo y de la confirmación, entonces, es nuestro deber “[perseverar] hasta el fin” (2 Nefi 31:20).

Cuando era niño, “perseverar hasta el fin” para mí significaba principalmente que tenía que esforzarme más por permanecer despierto hasta el final de las reuniones de la Iglesia. Más tarde, siendo adolescente, comprendí sólo un poco mejor esa frase de las Escrituras. En mi compasión juvenil, la relacioné con los esfuerzos de nuestros queridos miembros ancianos de seguir fieles hasta el fin de sus vidas.

El perseverar hasta el fin o el permanecer fieles a las leyes y ordenanzas del evangelio de Jesucristo durante toda la vida es un requisito fundamental para la salvación en el reino de Dios. Esa creencia distingue a los Santos de los Últimos Días de muchas otras religiones cristianas que enseñan que la salvación se brinda a todos aquellos que simplemente crean y confiesen que Jesús es el Cristo. El Señor claramente declaró: “Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7).

Por tanto, perseverar hasta el fin no se trata solamente de tolerar pasivamente las circunstancias difíciles de la vida ni de sólo sobrevivir. La nuestra es una religión activa que ayuda a los hijos de Dios a lo largo del camino estrecho y angosto a lograr su pleno potencial durante esta vida y regresar a Él algún día. Desde esa perspectiva, el perseverar hasta el fin es exaltador y glorioso, no sombrío ni lúgubre. Ésta es una religión llena de gozo, de esperanza, fortaleza y liberación. “Adán cayó para que los hombres existiesen; y existen los hombres para que tengan gozo” (2 Nefi 2:25).

El perseverar hasta el fin es un proceso que ocupa cada minuto de la vida, cada hora y cada día, de amanecer a amanecer. Se logra al seguir los mandamientos de Dios por medio de la disciplina personal.

El evangelio restaurado de Jesucristo es una forma de vida; no es sólo para el domingo. No es algo que podemos hacer únicamente como hábito o tradición, si es que esperamos cosechar todas sus bendiciones prometidas. “No os engañéis; Dios no puede ser burlado; pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará” (Gálatas 6:7).

El perseverar hasta el fin implica “[perseverar] en bien hacer” (Romanos 2:7), esforzarse por guardar los mandamientos (véase 2 Nefi 31:10) y hacer obras justas (véase D. y C. 59:23). Requiere sacrificio y trabajo arduo. A fin de perseverar hasta el fin, es necesario que confiemos en nuestro Padre Celestial y que tomemos decisiones sabias, incluso pagar el diezmo y las ofrendas, honrar nuestros convenios del templo, servir al Señor y servirnos los unos a los otros de buena voluntad y fielmente en nuestros llamamientos y responsabilidades en la Iglesia. Significa fuerza de carácter, desinterés y humildad; significa integridad y honradez hacia el Señor y hacia nuestros semejantes. Significa hacer de nuestros hogares lugares fuertes de defensa y un refugio contra las maldades del mundo; significa amar y honrar a nuestros cónyuges e hijos.

Al esforzarnos por perseverar hasta el fin, nuestra vida se refinará de manera espléndida. Aprenderemos a “…[hacer] bien a los que [nos] aborrecen, y [orar] por los que [nos] ultrajan…” (Mateo 5:44). Las bendiciones que recibiremos por perseverar hasta el fin en esta vida son reales y muy importantes, y las de la vida venidera están más allá de nuestra comprensión.

Jesucristo desea que tengan éxito

Mis queridos hermanos y hermanas, habrá días y noches en que se sentirán abrumados, acongojados y cabizbajos. En esos momentos, les ruego que recuerden que Jesucristo, el Redentor, es Cabeza de esta Iglesia; éste es Su evangelio y Él desea que tengan éxito. Él dio Su vida precisamente con ese propósito. Él es el Hijo del Dios viviente, y ha prometido:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).

“Porque los montes desaparecerán y los collados serán quitados, pero mi bondad no se apartará de ti…” (3 Nefi 22:10), y “…con misericordia eterna tendré compasión de ti, dice el Señor tu Redentor” (3 Nefi 22:8).

Mis queridos amigos, el Salvador sana a los quebrantados de corazón y venda sus heridas (véase Salmos 147:3). Sean cuales sean sus tribulaciones, dondequiera que vivan en esta tierra, el ser fieles miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días y los divinos poderes del evangelio de Jesucristo les bendecirán a fin de perseverar con gozo hasta el fin.

De ello testifico con todo mi corazón y con toda mi mente, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.