2000–2009
Hoy es el momento
Octubre 2007


Hoy es el momento

¿Qué estamos haciendo hoy para grabar en nuestra alma los principios del Evangelio que nos sostendrán en los momentos de adversidad?

Cuando el presidente James E. Faust nos avisó a mi esposa y a mí que íbamos a ser transferidos a Lima, Perú, no imaginábamos que el 15 de agosto de 2007, apenas unos días después de nuestra llegada, seríamos testigos de un devastador terremoto. Más de 52.000 casas fueron destruidas por motivo de su extraordinaria magnitud, y lo peor de todo fue que dejó más de 500 muertos, de los cuales nueve eran miembros de la Iglesia. Los miembros de las Estacas de Ica y Pisco y de los Distritos de Cañete y Chincha fueron los que más sufrieron las consecuencias del temblor.

La ayuda de la Iglesia, tanto a sus miembros como a los de otras religiones, fue inmediata. A la mañana siguiente del terremoto, nuestros miembros recibieron alimentos y ropa en la zona del desastre, y antes del mediodía, la Iglesia brindó ayuda humanitaria a la Defensa Civil de la nación. Muchos miembros que se habían quedado sin casa fueron hospedados en nuestras capillas. A pesar de lo inesperado de la catástrofe, la organización del sacerdocio funcionó muy bien para brindar ayuda a los menos afortunados.

Los presidentes de estaca y de distrito, junto con los obispos, salieron a visitar a sus miembros pocos minutos después del terremoto. Vale la pena recalcar la situación terrible en que salieron estos líderes del sacerdocio: era de noche, había apagones, abundaba la destrucción y la tierra no paraba de sacudirse. Estos magníficos líderes del sacerdocio dejaron a sus familias en un lugar seguro y salieron a caminar en la oscuridad, entre llantos de personas rodeadas de casas derrumbadas. Así salieron nuestros líderes durante el transcurso de esa noche y de los días siguientes, encarando frecuentes y fuertes réplicas sísmicas así como una alerta de maremoto, buscando entre los escombros y en medio de la conmoción, poniendo en riesgo sus propias vidas para llegar a todos los miembros. Un obispo manifestó: “Sin pensarlo dos veces corrí a buscar a mis hermanos y líderes de la Iglesia”. Y los encontró. Así pasó casi toda la noche.

¿Qué motivó a estos líderes a salir a ayudar a otros, incluso arriesgando sus propias vidas? Sin duda, fue la gran fe en el Salvador y Su Iglesia; fue la comprensión de su llamamiento como líderes del sacerdocio; fueron los principios del Evangelio grabados en sus vidas antes del terremoto y no durante la crisis, no con tinta sino con fuego por el Espíritu en las tablas de carne de sus corazones. (Véase 2 Corintios 3:3.)

La posibilidad de un terremoto existió siempre, pero nadie sabía dónde ni cómo había de ser. Cuando llegó, fue devastador, pero bajo la dirección del sacerdocio, se afrontó el desafío del momento. En muchos casos, cuando los miembros no podían más, el Señor les tendía una mano de ayuda. Algunos miembros informaron haber visto varones vestidos de blanco ayudándolos a salvar sus vidas. Otros oyeron voces que los dirigieron. Los años de servicio en la Iglesia brindaron una escuela preparatoria para organizarse y ayudarse unos a otros.

Lo mismo acontece con nuestras vidas. No sabemos cuándo ni cómo nos llegarán terremotos. Probablemente no se tratará de movimientos telúricos literales, como sucedió en Perú, sino que serán terremotos de tentaciones, de pecados o de pruebas tales como el desempleo o una enfermedad grave. Hoy es el momento de prepararnos para cuando llegue ese otro tipo de terremoto. Hoy es el momento de prepararnos y no durante la crisis. ¿Qué estamos haciendo hoy para grabar en nuestra alma los principios del Evangelio que nos sostendrán en los momentos de adversidad?

Por ejemplo, ¿qué fue lo que sembró en su alma José, el que fue vendido para Egipto al responder diciendo: “¿cómo, pues, haría yo este grande mal, y pecaría contra Dios?” (Génesis 39:9) al evadir la presión de la esposa de Potifar que le incitaba a violar la ley de castidad? ¿Qué fue lo que sembró previamente Nefi en su alma para que ante un mandamiento de Dios pudiese responder: “Iré y haré… porque sé”? (1 Nefi 3:7).

Lo que estos grandes líderes hicieron fue permitirle al Espíritu escribir en su alma los principios del Evangelio. Es algo que no acontece de un día para el otro. El exponer profundamente el alma a los principios de la rectitud tendrá una gran influencia en nuestra preparación para afrontar los sismos espirituales; dicha exposición se puede aumentar al meditar y al eliminar las malas influencias.

Se arraigarán en nosotros los principios eternos a medida que nos demos el tiempo, no sólo de leer las enseñanzas de los profetas y las Escrituras, sino también de meditarlas con espíritu de oración. Nefi, por ejemplo, se dio el tiempo de detenerse y meditar, lo cual resultó en que se viera expuesto a perlas doctrinales (véase 1 Nefi 11:1). Dense el tiempo de cumplir con lo que el Señor nos ha indicado: “Atesorad estas cosas en vuestro corazón, y reposen en vuestra mente las solemnidades de la eternidad.” (D. y C. 43:34.) En un mundo que exige cada vez más de nuestro tiempo, es indispensable que nos demos el tiempo necesario para meditar en nuestros hogares, a fin de que comprendamos la doctrina divina y sus principios. Como el Salvador lo expresó: “…id a vuestras casas, y meditad las cosas… [para] que podáis entender; y preparad vuestras mentes para mañana…” (3 Nefi 17:3).

Al hacer esto, nuestra exposición a la doctrina y a sus principios seguirá aumentando si también seguimos la admonición del Salvador en relación con las malas influencias. Es muy probable que haya personas que nos presionen para que actuemos o pensemos de forma tal que los futuros sismos nos encuentren sin la preparación debida. Al respecto, el Salvador nos dio una clave, la cual nos ayudará a prepararnos mejor hoy para las vicisitudes que vendrán. Él declaró: “Por tanto, si tu mano te fuere ocasión de caer, córtala; o si tu hermano te hace tropezar, y no confiesa ni renuncia, será cortado” (Traducción de José Smith, Marcos 9:40).

Afortunadamente, el mismo Salvador enseñó el significado de cortarnos la mano. No se trata de mutilarse sino de quitar de nuestras vidas las influencias que evitan que nos preparemos contra los terremotos de mañana. Si tengo amigos que son una mala influencia para mí, el consejo es claro: “…mejor te es entrar en la vida sin tu hermano, que tú y tu hermano seáis echados al infierno.…” (Traducción de José Smith, Marcos 9:41). El Señor aplicó este mismo principio cuando advirtió a Nefi que se apartara de sus hermanos que se habían tornado una influencia peligrosa (véase 2 Nefi 5:5).

Por extensión, este cortar no sólo se aplica a los amigos sino a toda influencia mala, ya sean programas de televisión, sitios de internet, películas, publicaciones, juegos o música indebidos. Grabar ese principio en nuestra alma nos ayudará a resistir la tentación de ceder ante cualquier mala influencia.

El aumentar nuestra exposición a la doctrina y a sus principios nos convertirá en poseedores del sacerdocio con valores del Evangelio muy arraigados. Estaremos más preparados para afrontar los terremotos que llegarán sin previo aviso y en el momento menos esperado. Como poseedores del sacerdocio, sentimos que la promesa que se le hizo al profeta Jeremías, se extiende a nosotros: “Porque he aquí que yo te he puesto en este día como ciudad fortificada, como columna de hierro, y como muro de bronce contra toda esta tierra…” (Jeremías 1:18).

Entonces podremos expresar nuestra gratitud como lo hizo la hermana Linda Cruzado en Ica, que después de haber pasado la noche a la intemperie, escribió: “Al amanecer del día siguiente, nuestro Padre Celestial nos demostró Su amor con un cálido sol que salió muy temprano y en la noche nos consoló con un cielo muy estrellado”.

Hoy es nuestro momento de ser valientes y decidir exponer nuestras almas seria y profundamente a las enseñanzas del Salvador. Sé que Él vive, y que nos tiende una mano de ayuda después de hacer todo cuanto podamos. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.