2000–2009
Un diácono de doce años
Abril 2008


Un diácono de doce años

Cada uno de nosotros, como hijos de Dios, puede cumplir su misión y destino.

Mis queridos hermanos del sacerdocio, para comenzar, me gustaría dirigir mis palabras a los diáconos de 12 años presentes en esta sesión general del sacerdocio. Dondequiera que se encuentren, quiero reconocer su presencia y contarles, o recordarles, la experiencia del presidente Gordon B. Hinckley cuando era un diácono de doce años como ustedes.

De su biografía leemos: “Poco después de ser ordenado diácono, asistió a su primera reunión de sacerdocio de estaca con su padre… Se sintió fuera de lugar al buscar un asiento en la última fila de la capilla del Barrio Diez mientras [su padre], quien servía en la presidencia de estaca, se sentó en el estrado. Para comenzar la reunión, los trescientos o cuatrocientos hombres presentes se pusieron de pie y cantaron el himno triunfal de William W. Phelps…: ‘Al gran Profeta rindamos honores/ Fue ordenado por Cristo Jesús/ a restaurar la verdad a los hombres/ y entregar a los pueblos la luz’ ”.

Al recordar esa experiencia, el presidente Hinckley dijo: “Algo sucedió en mi interior al oír cantar a esos hombres de fe. Me conmovió el corazón, sentí algo difícil de describir, sentí un vibrante poder, tanto emocional como espiritual; nunca lo había sentido antes en relación a la Iglesia. Recibí en el corazón la convicción de que el hombre sobre el que cantaban fue realmente un profeta de Dios. Entonces supe, por el poder del Espíritu Santo, que José Smith en verdad fue un profeta de Dios”1.

Así como la experiencia que tuvo el presidente Hinckley, que “recordaría el resto de sus días”2, cuando era un diácono de doce años, ruego que la experiencia que ustedes tengan hoy sea una que recuerden el resto de sus días.

Observemos ahora esta extraordinaria escultura de bronce fundido que se llama El banco de los diáconos. Para los que no puedan verla, la escultura es la imagen de cinco diáconos, tomados en un momento espontáneo, sentados en un banco de la Iglesia.

Al observar a los cinco diáconos, ¿qué ven? Ahora, al leerles las declaraciones de dos presidentes anteriores de la Iglesia, les haré la pregunta de otra manera: ¿qué pueden ver?

El presidente Joseph Fielding Smith declaró: “Nuestros jóvenes… son la nobleza del cielo, una generación especial y escogida que tiene un destino divino. Sus espíritus se han reservado para esta época en la que el Evangelio está sobre la tierra y en la que el Señor necesita siervos valientes para llevar adelante Su gran obra de los últimos días”3.

El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Estamos criando una generación real… que tiene una misión especial que llevar a cabo”4.

A la luz de estas declaraciones proféticas, si ampliamos nuestra visión más allá de los cinco diáconos del banco e incluimos a todos los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, ¿qué pueden ver?

Confío y ruego que todos veamos su potencial divino, que los veamos como portadores del santo sacerdocio y como misioneros que predican “…el evangelio sempiterno”5 por medio del Espíritu6 a “…las naciones del mundo” 7; que los veamos como padres y esposos fieles y como siervos valientes y líderes de la Iglesia y del reino de Dios en los últimos días.

Para tener una visión más clara del destino divino de esta generación escogida y real, sólo tenemos que reflexionar sobre Jesucristo a los doce años, quien fue a Jerusalén con Sus padres para celebrar la fiesta de la pascua8.

¿Quién era este niño de 12 años? ¿Cuál era su misión y su destino? ¿Y cómo pudo cumplirlo?

Proclamamos, y las Escrituras lo confirman, que Él fue y es Jesús el Cristo, el Hijo del Dios viviente9 que “…vino al mundo… para ser crucificado por el mundo y para llevar los pecados del mundo, y para santificarlo y limpiarlo de toda iniquidad”10 “…para que la salvación [llegara] a los hijos de los hombres, mediante la fe en su nombre”11; que como joven “…[creció] en sabiduría y en estatura, y en gracia para con Dios y los hombres”12; que “…creció con sus hermanos, y se fortaleció, y esperó en el Señor a que llegara el tiempo de su ministerio”13; y “…fue tentado en todo según nuestra semejanza”14. En verdad, sufrió “…tentaciones de todas clases”15, “…pero no hizo caso de ellas”16, y al ser tentado por Satanás, “…el padre de todas las mentiras”17, “…el autor de todo pecado”18, Jesús no sólo fue protegido por Su conocimiento de las Escrituras, sino también por Su absoluta obediencia a la palabra y voluntad de Su Padre19; y Él ordenó: “Vete, Satanás, porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás, y a él sólo servirás”20.

Ahora, en cuanto a cómo pudo cumplir Su misión y destino, consideren las palabras de Cristo que dijo: “Cuando hayáis levantado al Hijo del Hombre, entonces conoceréis que yo soy, y que nada hago por mí mismo, sino que según me enseñó el Padre, así hablo.

“Porque el que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre, porque yo hago siempre lo que le agrada”21.

El hecho de que cada uno de nosotros, como hijos de Dios22, puede cumplir su misión y destino queda claro en las palabras del Señor al profeta José Smith: “De cierto, así dice el Señor: Acontecerá que toda alma que deseche sus pecados y venga a mí, invoque mi nombre, obedezca mi voz y guarde mis mandamientos… [y] que [venga] al Padre en mi nombre, y en el debido tiempo [recibirá] de su plenitud”23.

De ello testifico, y también de que el presidente Thomas S. Monson es en verdad un profeta de Dios y de que él, y los consejeros de la Primera Presidencia y los miembros del Quórum de los Doce Apóstoles son profetas, videntes y reveladores, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. De Sheri Dew, Go Forward with Faith: The Biography of Gordon B. Hinckley, 1996, págs. 35–36.

  2. De “El presidente Gordon B. Hinckley”, En memoria de Gordon B. Hinckley, 1910–2008, suplemento para la revista Liahona, abril de 2008, pág. 5.

  3. En Conference Report, abril de 1970, pág. 6.

  4. “Los héroes de la juventud”, Liahona, agosto de 1976, pág. 38

  5. Apocalipsis 14:6; D. y C. 68:1; véase también D. y C. 133:7–8.

  6. Véanse Mateo 10:19–20; Lucas 24:32; D. y C. 42:14; 43:15; 50:13–22; 84:85.

  7. D. y C. 134:12; véanse también Apocalipsis 14:6; D. y C. 68:8; 133:7–8.

  8. Véase Lucas 2:41–42.

  9. Véanse Mateo 16:16; 2 Nefi 25:19–20; Mosíah 3:8; 4:2; Alma 5:48; Helamán 5:9; 3 Nefi 5:13; 11:10–11; 20:31; D. y C. 14:9; 68:6.

  10. D. y C. 76:41.

  11. Mosíah 3:9; véase también Mosíah 3:12; D. y C. 18:17–19, 21–25.

  12. Lucas 2:52.

  13. Traducción de José Smith, José Smith — Mateo 3:24.

  14. Hebreos 4:15.

  15. Alma 7:11.

  16. D. y C. 20:22.

  17. 2 Nefi 2:18; Éter 8:25; Moisés 4:4.

  18. Helamán 6:30; véase también Mosíah 4:14.

  19. Véase Mateo 4:1–10.

  20. Mateo 4:10.

  21. Juan 8:28–29.

  22. Salmos 82:6; Oseas 1:10; Romanos 8:16–17; Hebreos 12:9; D. y C. 11:30; 35:2; Moisés 6:68.

  23. D. y C. 93:1, 19; véanse también Juan 14:6; D. y C. 76:92–95; 2 Nefi 31:7–16; 3 Nefi 12:48; 27:27; Moroni 10:32–33.