2000–2009
Abundantemente bendecidos
Abril 2008


Abundantemente bendecidos

Creo que todos nos sentimos más decididos a vivir los principios del evangelio de Jesucristo.

He asistido a la conferencia desde hace mucho, pero creo que nunca me he sentido tan ricamente bendecido como durante esta sesión. Hemos tenido una rápida sucesión de mensajes de muchos oradores, pero cada uno trató un tema sumamente importante. Hoy día hemos tenido un banquete de fe, de amor y de consejo; incorporemos esas cosas en nuestra vida.

Hermano Ballard, hace unos años, mi querida esposa estuvo hospitalizada y dejó en casa una nota para los hijos: “Queridos hijos: no dejen que su papá toque el microondas”, seguido de una coma, “ni la estufa (cocina), ni el lavavajillas, ni la secadora”. Me da vergüenza agregar más cosas a la lista.

Creo que fue el hermano Uchtdorf el que dijo: “Le ha hablado a la congregación acerca del legado por parte de su madre. ¿Y qué del legado por parte de su padre?” Quisiera concluir con unas palabras acerca de los familiares por parte de mi padre.

El padre de mi padre era originario de Suecia, y su esposa era de Inglaterra; se conocieron en la embarcación que venía para acá. Él esperó a que ella tuviera la edad suficiente, y entonces le propuso matrimonio. Se casaron en el Templo de Salt Lake, y él escribió en su diario: “Hoy es el día más feliz de mi vida. Mi novia y yo nos casamos en el santo templo por esta vida y por la eternidad”.

Tres días después, el 23 de abril de 1898, escribió: “Tomé el tren en la estación Rio Grande Western Depot, que con el tiempo llegaría a Escandinavia, a donde he sido llamado como misionero”. Salió para Suecia, dejando a su esposa de tres días.

El diario de él, escrito con lápiz, lo recibí de un tío que, por alguna razón, me escogió a mí para recibir el diario de su padre. La anotación más frecuente que aparecía en el diario era: “Tengo los pies mojados”. Pero la entrada más bella decía: “Hoy fuimos a casa de la familia Jansson. Conocimos a la hermana Jansson, quien nos preparó una deliciosa cena; es muy buena cocinera”. Después agregó: “Todos los niños cantaron o tocaron la armónica o presentaron un pequeña danza, y después ella pagó su diezmo: cinco coronas para el Señor; una para mi compañero, el élder Ipson, y otra para mí”. Después aparecía el nombre de los niños.

Al leer eso en el diario, figuraba el nombre del padre de mi esposa como uno de los integrantes de esa familia, que probablemente cantó una canción, que llegó a ser el padre de una sola hija, la jovencita con la que me casé.

La primera vez que vi a Frances supe que había encontrado a la persona indicada. Más tarde, el Señor nos juntó, y le pedí que saliera conmigo. Fui a su casa para recogerla, y cuando me presentó, su padre dijo: “ ‘Monson’, ése es un apellido sueco, ¿no es así?”

Le dije: “Sí”.

Él contestó: “Muy bien”.

Entonces fue a otra habitación y trajo una fotografía de dos misioneros con sombrero de copa y sus ejemplares del Libro de Mormón.

“¿Tiene algún parentesco con este Monson?”, dijo, “¿Elias Monson?”

Le dije: “Sí, es el hermano de mi abuelo; él también fue misionero en Suecia”.

El padre de ella lloró, cosa que hacía con facilidad, y dijo: “Él y su compañero fueron los misioneros que enseñaron el Evangelio a mis padres, a todos mis hermanos y hermanas, y a mí”. Me besó en la mejilla, tras lo cual la madre lloró y me besó en la otra mejilla; miré a mi alrededor en busca de Frances, que dijo: “Iré a buscar el abrigo”.

Hace unos años, mi adorada Frances sufrió una grave caída; estuvo hospitalizada y permaneció en coma durante dieciocho días. Yo permanecí a su lado, sin mover un músculo. Los niños lloraron, los nietos lloraron, y yo lloré. Permanecía totalmente inmóvil.

Entonces un día abrió los ojos y yo batí el récord de velocidad para llegar a su lado; le di un beso y un abrazo y le dije: “Has vuelto; te amo”. Ella respondió: “Yo también te amo, Tom, pero tenemos serios problemas”. Pensé: ¿Qué sabes tú de problemas, Frances? Me dijo: “Olvidé poner en el correo el pago de los impuestos del último trimestre”.

Le dije: “Frances, si me lo hubieras dicho antes de que me dieras el beso y me dijeras que me amabas, tal vez te hubiera dejado aquí”.

Hermanos, tratemos a nuestra esposa con dignidad y respeto; ellas son nuestras compañeras eternas. Hermanas, honren a su marido; ellos necesitan oír buenas palabras; necesitan una sonrisa amigable; necesitan una cálida expresión de verdadero amor.

Dejando a un lado a mi familia por un momento, mis hermanos y hermanas, ésta ha sido una conferencia maravillosa. Hemos sido edificados por medio de mensajes sabios e inspirados. Nuestro testimonio ha sido fortalecido. Creo que todos nos sentimos más decididos a vivir los principios del evangelio de Jesucristo.

No sólo hemos sido bendecidos mediante los excelentes discursos que se han pronunciado, sino que también nos hemos sentido inspirados por la bella música que se ha presentado. Somos abundantemente bendecidos en la Iglesia gracias a aquellas personas que comparten sus talentos musicales con nosotros. Todos los coros han cantado en forma excelente durante los dos últimos días.

Expreso mi gran amor por todos los que han participado, y por todos ustedes, que han escuchado. He sentido sus oraciones en mi favor, y he sido sostenido y bendecido durante los dos meses desde que se fue nuestro amado presidente Hinckley. Una vez más, agradezco su voto de sostenimiento.

Me es imposible expresar de forma adecuada mi gratitud por la restauración del Evangelio en estos últimos días, y por lo que eso ha significado en mi vida. Se ha ejercido influencia en nosotros y se nos ha forjado a medida que hemos seguido al Salvador y nos hemos apegado a los principios de Su evangelio.

A ustedes, padres, les digo que demuestren amor a sus hijos; ustedes saben que los aman, pero asegúrense de que ellos también lo sepan. Ellos son tan preciados. Háganselo saber. Pidan ayuda a nuestro Padre Celestial a medida que a diario se encarguen de sus necesidades y al afrontar los desafíos que, inevitablemente, vienen con el ser padres. Ustedes necesitan más que su propia sabiduría para criarlos.

Elogiamos a nuestros maravillosos jóvenes que se mantienen firmes ante la iniquidad del mundo y que viven los mandamientos lo mejor que pueden.

A quienes les sea posible asistir al templo, les aconsejo que vayan con frecuencia. El hacerlo fortalecerá su matrimonio y su familia.

Seamos bondadosos los unos con los otros, y estemos atentos a las necesidades de los demás y tratemos de ayudarlos.

Mis estimados hermanos y hermanas, los amo y ruego por ustedes. Por favor oren por mí, y juntos cosecharemos las bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para cada uno de nosotros. Ésa es mi oración y mi súplica al agregar mi testimonio. Ésta obra es verdadera. En el nombre de Jesucristo. Amén.