2000–2009
Uno entre la multitud
Abril 2008


Uno entre la multitud

Avancemos hacia el Salvador con serenidad y resolución, teniendo fe en que Él se interesa por nosotros y que tiene el poder de sanarnos y salvarnos.

En el libro de Lucas leemos sobre una mujer que durante 12 largos años había sufrido de flujo de sangre; había agotado sus recursos en busca de una solución médica, pero todo fue en vano. Entre una multitud de personas la mujer se acercó al Salvador por detrás y tocó el borde de Su manto; Jesús quiso saber quién lo había tocado porque sintió que había salido poder de Él. Los Apóstoles no entendieron la pregunta y dijeron: “Maestro, la multitud te aprieta y oprime, y dices: ¿Quién es el que me ha tocado?”1. Entonces la mujer, con gran temor y temblando, confesó que ella era la que se había acercado a Él y que al instante había sido sanada. El Salvador la despidió diciéndole que se fuera en paz y que su fe la había sanado.

En este breve e interesante relato hay mucho que aprender y meditar.

Me imagino a la multitud; debe haber sido bastante grande puesto que la gente estaba oprimiendo a Jesús; es posible que haya sido un grupo ruidoso ya que se empujaban unos a otros para verlo más de cerca. Me pregunto por qué estarían allí; pienso que la mayoría iban por curiosidad. Dondequiera que Él fuese, la noticia de Su llegada y de Sus milagros lo precedía; quizás esperaban ver algo fuera de lo común, un acontecimiento que no se tenían que perder. Aunque no se menciona, probablemente había fariseos entre la multitud, que, al parecer, siempre andaban a su alrededor acechando en busca de una oportunidad para tenderle una trampa, avergonzarlo o encontrar algo con lo cual pudieran condenar a Jesús. ¿Quién sabe si incluso algunos hayan ido para burlarse?

Entre la multitud había una mujer. Imagino a una mujer humilde, tal vez tímida, acercándose al Salvador por detrás y luego confesando avergonzada que había tocado el borde de Su manto. Era una mujer que estaba exhausta y empobrecida por sus aflicciones; estaba desesperada por recibir ayuda. Exteriormente, no había nada que la distinguiera del resto de la gente; nadie la detuvo cuando trató de acercarse a Jesús. Ciertamente, los Apóstoles no repararon en ella ni trataron de impedirle el paso. Pero hubo algo que la distinguió de todos los demás aquel día; aunque oculta entre la abarrotada muchedumbre, avanzó silenciosa y determinada con un único propósito en mente: acercarse al Salvador, con fe de que Él tenía poder para sanarla, que se interesaba por ella y que respondería a su necesidad. En eso la mujer se destacó de los demás: la multitud había ido para ver, pero ella había ido para que la sanaran.

En las Escrituras hay otros relatos interesantes de una persona fiel en medio de una multitud. Alma estaba entre los sacerdotes malvados del rey Noé, hombres a los que se describe como envanecidos con el orgullo de su corazón, perezosos e idólatras, que hablaban al pueblo con palabras vanas y lisonjeras2. Habían pervertido las vías del Señor, porque no aplicaban el corazón para entenderlas3. Cuando Abinadí les predicó su mensaje de arrepentimiento, se burlaron de él y al fin le quitaron la vida. Realmente era una multitud malvada; sin embargo, las Escrituras indican que “había entre ellos uno”4 que creyó. Sólo Alma creyó lo que Abinadí había enseñado, y con valor, se apartó de la multitud para seguir al Señor. La influencia de ese único hombre entre la multitud a lo largo de la historia nefita es incalculable.

Una de las multitudes mejor conocidas del Libro de Mormón es la que ocupa el edificio grande y espacioso en la visión que tuvo Lehi del árbol de la vida. El edificio estaba lleno de gente, ancianos y jóvenes, hombres y mujeres, que se burlaban y señalaban con el dedo a los que estaban comiendo el fruto del árbol5. Lamentablemente, algunos de los que probaron el fruto escucharon a los de la multitud “y cayeron en senderos prohibidos y se perdieron”6. No obstante, hubo otros que comieron el fruto y no hicieron caso de los de la multitud7; ésos fueron los que disfrutaron todas las bendiciones del árbol de la vida.

En realidad, esos relatos no son acerca de multitudes sino sobre personas en particular que se encontraban en ellas. En realidad, se refieren a ustedes y a mí; todos nosotros estamos entre las multitudes de este mundo. Casi todos somos como la mujer que, a pesar de la multitud, se acerca al Salvador; todos tenemos fe de que sólo al tocarlo sanará nuestra alma dolorida y aliviará nuestras necesidades más profundas8. Con frecuencia, los miembros nuevos de la Iglesia en muchos países son como Alma; escuchan las palabras de vida cuando ningún otro miembro de su familia ni de sus amigos lo hace, y aún tienen el valor de aceptar el Evangelio y de marcar el curso en medio de multitudes. Creo que cada uno de nosotros sabe lo que significa comer el satisfactorio fruto del árbol de la vida frente a los que se burlan, y lo que significa hacer un gran esfuerzo para no prestarles atención.

La lucha para pasar entre las multitudes del mundo puede ser solitaria y difícil; la influencia y persuasión que ejercen en quien desea hacerse a un lado en busca de algo mejor puede ser muy fuerte y difícil de vencer.

¿Quién mejor que el Salvador para alcanzar, sostener y finalmente rescatar al que esté en medio de la multitud? Él entiende lo que es perseverar en una muchedumbre irrespetuosa y aun así permanecer fiel. Las multitudes mundanas no lo reconocen, diciendo que “no hay parecer en él, ni hermosura” y que no tiene “atractivo para que le deseemos”9. El rey Benjamín dijo que los del mundo “lo considerarán como hombre”10. Isaías describe el lugar que ocuparía Cristo entre las multitudes del mundo con estas palabras:

“Despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto… fue menospreciado, y no lo estimamos.

“Ciertamente llevó él nuestras enfermedades, y sufrió nuestros dolores; y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido”11.

Nefi escribe que “el mundo, a causa de su iniquidad, lo juzgará como cosa de ningún valor”12.

No obstante, al fin, este Primogénito Hijo de Dios, a quien tantas veces se juzga mal y no se comprende, sobresaldrá de entre la multitud para ser el Ungido, el Salvador y Redentor del mundo. Ese hecho se anuncia con humildad en las palabras del Salvador mismo a ciertos sacerdotes principales y ancianos cuando les dijo: “La piedra que desecharon los edificadores, ha venido a ser cabeza del ángulo”13.

Mis queridos hermanos y hermanas, ruego que cada uno de nosotros pueda pasar a salvo por entre las multitudes de este mundo. En toda circunstancia de la vida avancemos hacia el Salvador con serenidad y resolución, teniendo fe en que Él se interesa por nosotros y que tiene el poder de sanarnos y salvarnos. Escuchemos Sus palabras de vida y comamos plena, continua y valerosamente del fruto de ellas. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Lucas 8:45.

  2. Véase Mosíah 11:5–11.

  3. Véase Mosíah 12:25–27.

  4. Mosíah 17:2.

  5. Véase 1 Nefi 8:27.

  6. 1 Nefi 8:28.

  7. Véase1 Nefi 8:33.

  8. Véase Lucas 4:18.

  9. Isaías 53: 2.

  10. Mosíah 3:9.

  11. Isaías 53:3–4.

  12. 1 Nefi 19:9.

  13. Mateo 21:42.