2000–2009
Experiencias especiales
Abril 2008


Experiencias especiales

Nuestro trayecto por la vida nos brinda muchas experiencias especiales que se convierten en bloques para edificar la fe y el testimonio.

En este día especial, me gustaría agregar mi testimonio de que el presidente Thomas S. Monson es el profeta del Señor en la tierra. Estoy agradecido por el privilegio de hablar en la conferencia general.

Estoy agradecido, como ustedes, por la experiencia que tenemos en esta histórica conferencia de sostener, según el orden y modelo establecidos, a nuestro nuevo profeta, a la Primera Presidencia y a otros líderes de la Iglesia.

Este tipo de experiencias fortalece nuestro testimonio y acrecienta nuestra fe en el conocimiento de que ésta es, en verdad, la Iglesia verdadera y viviente del Señor.

Nuestro trayecto por la vida nos brinda muchas experiencias especiales que se convierten en bloques para edificar la fe y el testimonio. Dichas experiencias vienen en gran variedad de formas y en momentos impredecibles; pueden ser acontecimientos espirituales poderosos o pequeños momentos de inspiración. Algunas se presentarán como serios desafíos y pruebas difíciles que pondrán a prueba nuestra habilidad de superarlas. Sin importar cuál sea la experiencia, cada una nos ofrece una ocasión de progresar, de adquirir más sabiduría y, en muchos casos, de servir a los demás con mayor empatía y amor. Tal como el Señor le dijo al profeta José Smith para consolarlo en una de sus pruebas más difíciles en la cárcel de Liberty: “…todas estas cosas te servirán de experiencia, y serán para tu bien” (D. y C. 122:7).

Al acumularse las experiencias de la vida, se fortalecen y se complementan unas con otras. Tal como los ladrillos de nuestra casa sostienen al resto de la estructura, las experiencias personales se convierten en bloques que edifican nuestro testimonio y aumentan nuestra fe en el Señor Jesucristo.

Esta misma sesión de la conferencia ilustra el valor de una vida llena de experiencias. Al seguir el sabio consejo de nuestros líderes, y al maravillarnos ante sus enseñanzas y su espíritu, ¿nos sorprende que el Señor elija al apóstol de mayor antigüedad, después de años de preparación, para que sea Su profeta escogido?

En mi bendición patriarcal se indica que se me darían experiencias especiales que fortalecerían mi propio testimonio.

Hermanos y hermanas, piensen en las experiencias especiales que han tenido en la vida, que han traído convicción y gozo a su corazón. ¿Recuerdan la primera vez que supieron que José Smith era el profeta de Dios de la Restauración? ¿Recuerdan cuando aceptaron el desafío de Moroni y supieron que el Libro de Mormón era en verdad otro testamento de Jesucristo? ¿Recuerdan cuando recibieron respuesta a una ferviente oración y se dieron cuenta de que su Padre Celestial los conoce y los ama en forma personal? Al meditar en esas experiencias especiales, ¿no les brindan un sentimiento de gratitud y resolución para seguir adelante con renovada fe y determinación?

No hace mucho, mi esposa y yo tuvimos una experiencia que nunca olvidaremos. Me asignaron presidir dos conferencias de estaca en Perú. Al estar allí, fuimos a la ciudad de Puno, en lo alto de la cordillera de los Andes, sobre el lago Titicaca. A más de 3.600 metros sobre el nivel del mar, quedamos maravillados por esa bella y sencilla ciudad ubicada a orillas de ese lago andino. Nos reunimos con los presidentes de estaca de la región y tuvimos una magnífica charla fogonera con cientos de jóvenes de la zona de Puno.

Una mañana nos invitaron a visitar a un pequeño grupo de miembros locales que vivían en las islas de juncos flotantes del Lago Titicaca. Los pobladores de ese lugar son conocidos como los indios uros de Bolivia y de Perú.

Nos dijeron que algunas familias de Santos de los Últimos Días se habían unido para construir su nueva y pequeña isla flotante. Nos embarcamos con entusiasmo hacia la isla, donde los maravillosos miembros nos recibieron con afecto.

Tuvimos en brazos a sus bebés envueltos en preciosas y coloridas mantas hechas a mano; comimos el pescado que habían atrapado ese mismo día en el lago, preparado con esmero y compartido con generosidad; vimos su mercadería y artesanía e intercambiamos regalos.

Nos enteramos de que los niños remaban en canoa 45 minutos hasta Puno, ida y vuelta, para asistir a seminario y a la escuela todos los días; además, nos dio mucho gusto el saber que los miembros conocían bien las Escrituras, las entendían y las amaban. Nos mostraron con entusiasmo su recomendación vigente para el templo; habían recibido sus investiduras y se habían sellado en el Templo de Cochabamba, Bolivia.

Antes de partir, una de las madres nos preguntó si podríamos arrodillarnos con ellos para hacer una oración familiar. Recuerdo bien cuando me arrodillé sobre las esponjosas totoras con esos fieles santos: ella me pidió que ofreciera la oración y que, por medio del Sacerdocio de Melquisedec, dedicara su nueva isla y su hogar.

Me sentí extremadamente humilde de que allí, en las islas flotantes del Lago Titicaca, esas fieles familias de Santos de los Últimos Días me pidieran que orara por la pequeña isla de Apu Inti y que pidiera al Señor que bendijera a las familias Lujano y Jallahui y sus hogares.

Al reflexionar en esa experiencia especial con la que el Señor nos bendijo, sé que se ha agregado un nuevo bloque a mi casa de fe. Con frecuencia pienso en esa experiencia en Puno como otro recordatorio del cumplimiento de mi bendición patriarcal.

En el prefacio de Doctrina y Convenios, escrito en 1831, donde se predice la expansión de la obra del Señor en nuestros días, el Señor reveló:

“… sino que todo hombre hable en el nombre de Dios el Señor, el Salvador del mundo;

“para que también la fe aumente en la tierra;

“para que se establezca mi convenio sempiterno;

“para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra…” (D. y C. 1:20–23).

Hermanos y hermanas, los débiles y sencillos miembros de la Iglesia, como ustedes y yo, estamos llevando el Evangelio hasta los cabos de la tierra, a Puno, Perú, y a otros lugares lejanos. La fe entre el pueblo del convenio de Dios está aumentando, y considero que el poseer un tesoro personal de esas valiosas experiencias es lo que ocasionará un aumento de la fe en cada uno de nosotros.

El presidente Monson dijo: “[El Señor] manda, y a los que obedecen, siendo sabios o sencillos, se les revelará en las labores, en los conflictos, en los sufrimientos que padezcan a lo largo de la relación que mantengan con Él, y… aprenderán por experiencia propia quién es Él” (“El ejemplo del Maestro”, Liahona, enero de 2003, pág. 7; citando a Albert Schweitzer, The Quest of the Historical Jesus, 1948, pág. 401; cursiva agregada).

En estos días en que se filtran en nuestra vida las cosas del mundo, cuando las pruebas y dificultades parecen envolvernos, recordemos nuestras propias experiencias espirituales especiales. Esos bloques de fe y testimonio nos brindarán convicción y certeza de un Padre Celestial amoroso y afectuoso, de nuestro Señor y Salvador Jesucristo y de Su Iglesia restaurada, verdadera y viviente. De ello testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.