2000–2009
Ser testigos
Abril 2008


Ser testigos

Ustedes… pueden ser un testigo de Dios al nutrir ahora mismo en sus hogares el espíritu de fe, amor, paz y testimonio.

Al estar frente a este púlpito, me imagino los rostros de las jovencitas de todo el mundo. ¡Cuánto las amo! En especial, me encanta hacer la promesa junto con ustedes de que seremos “testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”1. ¿Cómo lo logramos? Al dirigirme a ustedes, ruego que el Espíritu nos guíe y nos testifique a cada una la forma de ser testigos de Dios.

Cuando nuestros hijos eran misioneros, aprendieron que cuando somos testigos de Jesucristo, el Espíritu Santo confirmará ese testimonio. Una de nuestras hijas tenía una investigadora de oro que se llamaba JieLei. Esa adulta soltera obedecía cada mandamiento nuevo que le enseñaban, a pesar de lo difícil que fuera. Era estudiante de pocos recursos, pero empezó a pagar los diezmos cuando aprendió acerca de esa ley. En su trabajo a tiempo parcial tenía que trabajar los domingos, pero tuvo el valor para pedirle a su jefe si podría cambiarle las horas para otro día y así poder asistir a la reunión sacramental.

No obstante su diligencia, JieLei aún no tenía un firme testimonio del Libro de Mormón. Nuestra hija y su compañera sabían que ella necesitaba un testimonio del Espíritu, que le confirmara la veracidad del libro, de modo que prepararon una lección sobre el Espíritu Santo. Durante la preparación, sintieron algo de inquietud y cuando oraron al respecto, sintieron la impresión de que más bien debían dar una lección sobre Jesucristo.

Cuando llegó el momento en que se reunirían, las misioneras empezaron a enseñarle a JieLei sobre Jesucristo. Las lágrimas le empezaron a rodar por sus mejillas y les preguntaba: “¿Qué es lo que estoy sintiendo?”. Le testificaron que era el Espíritu; sucedió exactamente lo que habían deseado que sucediera; entonces nuestra hija recordó que una de las grandes funciones del Espíritu Santo es testificar de Cristo. Jesucristo mismo dijo: “…el Consolador, el Espíritu Santo… dará testimonio acerca de mí”2. Nuestra hija se dio cuenta de que al ser ella testigo de Jesucristo, el Espíritu Santo lo confirmó. Nosotras, también, podemos ser testigos cuando “hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo” y acudimos a Él como la fuente para “la remisión de [nuestros] pecados”3.

En el Libro de Mormón, el justo rey Benjamín reunió a su pueblo para que fuese al templo, donde él pudiese hablar de Cristo y predicar de Cristo. Les enseñó en cuanto a la misericordia, el poder, la sabiduría y la paciencia del Señor y, ante todo, sobre la Expiación. Mientras él testificaba, el Espíritu les testificó a ellos que Jesucristo es el Salvador, tal como lo había hecho con JieLei. Después el rey Benjamín amonestó a su pueblo a ser firmes en la fe en Cristo y el pueblo exclamó:

“…creemos todas las palabras que nos has hablado… por el Espíritu del Señor… el cual ha efectuado un potente cambio en nosotros, o sea, en nuestros corazones, por lo que ya no tenemos más disposición a obrar mal, sino a hacer lo bueno continuamente…

“Y estamos dispuestos a concertar un convenio con nuestro Dios de… ser obedientes a sus mandamientos en todas las cosas”4.

El pueblo del rey Benjamín hizo convenio de obedecer los mandamientos, tal como lo hemos hecho cada una de nosotras.

Al guardar ese convenio, ustedes serán como un testigo entre sus compañeros. Hace poco, mis hijos y sus cónyuges recordaban las veces en las que a través de los años habían defendido los principios correctos al enfrentar la presión de sus compañeros. Uno no participó en una competencia deportiva en domingo; otro le dijo a su jefe que no podía trabajar en el día de reposo; otro se negó a ver una película pornográfica en casa de un amigo cuando sólo tenía once años; otro se negó a ver revistas pornográficas con sus compañeros de clase. A ambos se les excluyó por un tiempo de las actividades sociales. Otra hija se negó a usar lenguaje ordinario y vulgar en su trabajo. Otro se negó a beber licor que su amigo había robado del armario de su padre. Otra, que era la única miembro de la Iglesia en su clase, se puso de pie para hacer una presentación y terminó contestando preguntas sobre el Libro de Mormón. Nuestros hijos casados siguen teniendo hijos a pesar de la crítica del mundo.

En esos momentos podrían haberse sentido solos, pero al ser testigos, sintieron la compañía y la presencia sustentadora del Espíritu Santo. También se les armó con bendiciones que se reciben al obedecer los mandamientos de Dios, quien nos ha prometido:

“No temas, porque yo estoy contigo; no desmayes, porque yo soy tu Dios que te esfuerzo; siempre te ayudaré, siempre te sustentaré con la diestra de mi justicia”5.

A mis hijos en verdad los sustentó la mano de Dios cuando testificaron de Él al ser firmes en guardar Sus mandamientos; su ejemplo me ha bendecido y fortalecido.

Al ser testigos en su hogar, fortalecerán a su familia. Muchas veces pensamos que la frase del lema de las Mujeres Jóvenes “para fortalecer el hogar y la familia”6 se aplica únicamente a las futuras responsabilidades de las mujeres jóvenes como esposas y madres, pero también se aplica a sus responsabilidades como hijas y hermanas en el hogar donde están actualmente.

En su juventud, mi propia madre fortaleció su hogar y su familia. Siendo la mayor en una familia menos activa, nació con el don de la fe. Iba sola a la Primaria y a la Mutual y reunió los requisitos para casarse en el templo aun antes de que sus padres pudieran entrar en él. Se convirtió en un ejemplo de rectitud, un testigo firme cuyo ejemplo fortaleció a sus padres y hermanos. Ustedes, jovencitas, también pueden ser un testigo de Dios al nutrir ahora mismo, en sus hogares, el espíritu de fe, amor, paz y testimonio, lo que las preparará para hacer lo mismo cuando establezcan su propio hogar en el futuro. Yo soy el producto de una jovencita justa que permaneció “[firme e inmutable], abundando siempre en buenas obras”7.

También testificamos de Jesucristo al regocijarnos en Él. Conforme el pueblo del rey Benjamín aprendió más acerca de Cristo, dijeron: “…las cosas que nuestro rey nos ha hablado [es] lo que nos ha llevado a este gran conocimiento, por lo que nos regocijamos con un gozo tan sumamente grande”8. Cuando nos regocijamos en nuestro Salvador nos acordamos de Él y de las grandes bendiciones que nos ha dado. Somos testigos cuando expresamos gratitud e irradiamos gozo, como cantaron las mujeres jóvenes al inicio de esta reunión: “¿No habéis visto que todo lo que necesitasteis os fue concedido, por lo que Dios ordenó?”9.

Hace poco me enteré de dos valientes jovencitas que fueron testigos de Dios al vivir los mandamientos e irradiar el gozo del Evangelio. El relato lo contó una misionera mayor del Centro de Capacitación Misional.

Dijo que años atrás, se encontraba en casa planchando, viendo una novela y fumando un cigarrillo, cuando llamaron a la puerta. Al abrirla, vio a dos hombres con camisa blanca y corbata; uno de ellos se presentó como su obispo. Le dijo que mientras oraba, se sintió inspirado a pedirle que enseñara a las Mujeres Jóvenes. Ella le dijo que se había bautizado a los diez años, pero que nunca había sido activa. Eso no pareció disuadirlo ya que le mostró el manual y le explicó dónde se reunían los miércoles por la noche. Ella le dijo rotundamente: “No puedo enseñar a las chicas de 16 años; soy inactiva, y además, fumo”. Él le dijo: “Ya no será inactiva, y tiene hasta el miércoles para dejar de fumar”; y luego se fue.

Ella comentó: “Recuerdo que grité furiosa al aire, pero no pude resistir el impulso de leer el manual. De hecho, era tanta la curiosidad, que lo leí de principio a fin y después memoricé cada palabra de la lección.

“Llegó el miércoles, y decidí que no iría, pero empecé a conducir hacia la capilla, muerta de miedo. Nunca le había tenido miedo a nada; me había criado en los barrios bajos, había sido detenida una vez, y había sacado a mi padre de la cárcel, de la celda para borrachos. De pronto me encontraba en la Mutual, como la nueva asesora de las Laureles. Me senté ante dos de ellas y di la lección, palabra por palabra, incluso las partes que decían: ‘Ahora pregúnteles…’ Me fui inmediatamente después de la lección y lloré todo el camino a casa.

“Unos días más tarde volvieron a tocar a la puerta y pensé: ‘Qué bien; es el obispo que viene a recoger el manual’. Abrí la puerta y vi allí a aquellas dos lindas Laureles, una con flores y la otra con galletas. Me invitaron a ir con ellas a la iglesia el domingo, y lo hice. Me agradaban esas jovencitas; empezaron a enseñarme sobre la Iglesia, el barrio y la clase; me enseñaron a coser, a leer las Escrituras y a sonreír.

“Juntas empezamos a enseñar a las otras chicas de la clase que no asistían. Les enseñamos dondequiera que podíamos encontrarlas: en autos, en las pistas de bolos y en los porches. En menos de seis meses empezaron a asistir catorce, y en un año las dieciséis que aparecían en la lista estaban activas. Reímos y lloramos juntas; aprendimos a orar, a estudiar el Evangelio y a servir a los demás”10.

Esas dos valientes jovencitas fueron testigos de verdad y rectitud, de bondad y del gozo del Evangelio.

Cuando se me llamó como Presidenta General de las Mujeres Jóvenes, al ser apartada recibí una bendición, de que mi fe en Jesucristo se fortalecería a través de mi servicio. He estado rodeada de mujeres valientes: mis consejeras y mesa general, otras presidencias de las organizaciones auxiliares y mis nobles antecesoras, las ex presidentas generales de las Mujeres Jóvenes, que han sido testigos de Jesucristo por medio de sus vidas ejemplares y servicio desinteresado.

Al contar con la fortaleza de esas mujeres, de mi familia y de mujeres y líderes firmes e inmutables de todo el mundo, siento que tengo “en derredor… tan grande nube de testigos”, lo cual me ha servido para correr “con paciencia la carrera que [tengo] por delante, puestos los ojos en Jesús, el autor y consumador de la fe”11.

La promesa de la bendición que se me dio al ser apartada, de un aumento de fe en Jesucristo, se ha cumplido a medida que he tenido la oportunidad de ser un testigo de Él cada día y en todo lugar. He hablado de Él, he predicado de Él y me he regocijado en Él. Cuando he pensado que mis palabras han sido insuficientes, han sido ratificadas por Su Espíritu. Cuando he tenido temor o me he sentido deficiente, he sido fortalecida y sustentada por Su mano omnipotente. Sé que Él nos bendecirá a cada una al ser testigos. Él “nunca, nunca nos abandonará”12.

Ruego que avancemos con fe firme en Cristo, siendo testigos de Él en “todo tiempo, en todas las cosas y en todo lugar”, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Mosíah 18:9.

  2. Juan 14:26; 15:26.

  3. 2 Nefi 25:26.

  4. Mosíah 5:2, 5.

  5. Isaías 41:10.

  6. “El lema de las Mujeres Jóvenes”, El Progreso Personal para las Mujeres Jóvenes, pág. 5.

  7. Mosíah 5:4.

  8. Mosíah 5:4.

  9. “Praise to the Lord, the Almighty”, Hymns Nº 72.

  10. Para otro relato de esta experiencia, véase de Joan Atkinson, “Not Me—I Smoke and Drink,” Tambuli, febrero de l989, págs. 19–20.

  11. Hebreos 12:1–2.

  12. “Que firmes cimientos”, Himnos, Nº 40.