2000–2009
Tres sumos sacerdotes presidentes
Abril 2008


Tres sumos sacerdotes presidentes

Recibiremos sabiduría y fortaleza al mirar a la Primera Presidencia como el modelo ideal de liderazgo.

Qué bendición y privilegio es para nosotros sostener al presidente Thomas S. Monson, al presidente Henry B. Eyring y al presidente Dieter F. Uchtdorf como la nueva Primera Presidencia de la Iglesia del Señor.

Por primera vez me di cuenta de la importancia de la Primera Presidencia, siendo niño, mientras crecía en el oeste de Canadá. Cuando iba a la casa del abuelo y de la abuela Walker, lo primero que veía era una foto de la Primera Presidencia de la Iglesia; la recuerdo bien. Parecía que eran los centinelas que daban la bienvenida a todo el que entraba.

La hermosa foto a color era del presidente George Albert Smith, con sus consejeros J. Reuben Clark Jr. y David O. McKay. La foto los mostraba de pie, junto a un gran globo terráqueo. Me encantaba esa foto. Se veían tan apuestos y majestuosos; yo los conocía como el profeta de Dios y sus consejeros.

Aquella foto, que colgaba en el pasillo de entrada de la casa de mis abuelos, tuvo una poderosa influencia en mí. Yo vivía en Raymond, un pueblito de la pradera, al igual que mis abuelos. Como podía ir caminando a la casa de ellos, los visitaba a menudo. Me acuerdo que con frecuencia me paraba solo, en silencio, en el pasillo de la entrada, frente a la foto de la Primera Presidencia, mirándola con reverencia. Recuerdo haber meditado el porqué mis abuelos pensaban que era tan importante honrar a la Primera Presidencia y que la foto ocupara un lugar destacado en su casa. Todos los que entraran, la verían; y quizá lo más importante, para sus hijos y nietos, es que era un recordatorio constante de lo que tenía suma importancia en el corazón y la vida de la abuela y el abuelo.

Años después, llegué a la conclusión de que exhibir la foto de la Primera Presidencia era semejante a la hermosas palabras de Josué: “…escogeos hoy a quién sirváis… pero yo y mi casa serviremos a Jehová” (Josué 24:15).

Todo aquel que entró en la casa de James y Fannye Walker sabía que grabadas en el corazón de ellos estaban las palabras: “…pero nosotros y nuestra casa serviremos a Jehová”. Como nieto suyo, lo sabía y nunca lo he olvidado.

De niño, no entendía bien el significado de que hubiese tres en la Primera Presidencia en lugar de tener un solo presidente. Sabía por supuesto que Jesús había escogido a Pedro, Santiago y Juan, no sólo a Pedro. Sabía que mi padre era uno de los tres hombres del obispado, que prestaba servicio como consejero del obispo J. O. Hicken. También sabía que mi abuelo era el presidente de estaca y que tenía dos consejeros que lo apoyaban (el presidente John Allen y el presidente Leslie Palmer).

En cada caso, la presidencia no sólo consistía de un hombre que era el líder, sino de tres que dirigían juntos. En la Primaria había aprendido los Artículos de Fe y llegué a apreciarlos. Ellos ofrecen consuelo y confianza a nuestros jóvenes a medida que aprenden las doctrinas básicas de la Iglesia. Sabía que “… el hombre debe ser llamado por Dios, por profecía y la imposición de manos, por aquellos que tienen la autoridad, a fin de que pueda predicar el evangelio y administrar sus ordenanzas” (Artículos de Fe 1:5).

En 1835 el Señor reveló al Profeta José Smith el orden correcto de las presidencias de la Iglesia:

“Necesariamente hay presidentes, [u]… oficiales presidentes…”.

“Del Sacerdocio de Melquisedec, tres Sumos Sacerdotes Presidentes, escogidos por el cuerpo, nombrados y ordenados a ese oficio, y sostenidos por la confianza, fe y oraciones de la iglesia, forman un quórum de la Presidencia de la iglesia” (D. y C. 107: 21– 22).

“…un quórum de tres presidentes” (D. y C. 107: 29); no un presidente y dos vicepresidentes, sino tres sumos sacerdotes presidentes, un quórum de tres presidentes, la Primera Presidencia de la Iglesia del Señor.

El mundo no se organiza de esa forma, pero ese fue el modo en que el Señor organizó y estructuró Su Iglesia.

Me recuerda el siguiente pasaje de las Escrituras:

“Porque mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos mis caminos, dijo Jehová.

“Como son más altos los cielos que la tierra, así son mis caminos más altos que vuestros caminos, y mis pensamientos más que vuestros pensamientos” (Isaías 55:8–9).

En la época de mi séptimo cumpleaños, aprendí un poco sobre la sucesión de la Presidencia, cuando falleció el presidente George Albert Smith. Poco después, la foto a la entrada de la casa de mis abuelos se reemplazó por una hermosa foto del presidente David O. Mckay y sus consejeros, Stephen L Richards y J. Reuben Clark, Jr.

De niño, sin duda no entendía el profundo significado ni el procedimiento de sucesión de la Presidencia, pero sabía que el profeta había fallecido y que nos dirigía un nuevo profeta de Dios, con dos consejeros a su lado.

A los 13 años, el obispo Murray Holt me llamó a su oficina y me extendió un llamamiento como presidente del quórum de diáconos. Me dijo que tenía que ir a casa y orar para saber quiénes debían ser mis consejeros. Me enseñó que el Señor me ayudaría a decidir, y así fue. Entonces aprendí algo sobre los consejeros y empecé a ver por qué el Señor dirige Su Iglesia por medio de presidencias y no sólo presidentes. Quería a mis consejeros del quórum de diáconos, y oramos y trabajamos mucho para ayudar a los muchachos de nuestro quórum. El obispo Holt me enseñó el modelo de las presidencias y cómo deben funcionar y actuar en la Iglesia del Señor.

Más tarde, cuando presté servicio como presidente de otros quórumes, ya sabía de la importancia de consejeros y que el Señor me ayudaría a escogerlos, como me lo había enseñado el obispo.

Como presidente del quórum de diáconos y más tarde como obispo y presidente de estaca, sabía que todo conocimiento, entendimiento o capacidad que tuviera, se magnificaría considerablemente al incluir a mis consejeros en cada decisión que se tuviera que tomar. Aprendí que las ventajas de servir juntos como presidencia eran ennoblecedoras y magnificadoras.

Llegué a entender por qué el Señor designó que Su Iglesia estuviera dirigida por tres sumos sacerdotes presidentes y por qué esa forma de liderazgo se prescribiría en toda la Iglesia.

El Señor dijo: “…os daré una norma en todas las cosas, para que no seáis engañados” (D. y C. 52:14). Él nos ha dado el modelo de liderazgo. El presidente Gordon B. Hinckley enseñó: “A cada una de las organizaciones de la Iglesia la preside una presidencia de tres, con excepción de los Setenta [y los Doce]” (Teachings of Gordon B. Hinckley, 1997, pág. 94). También las organizaciones auxiliares, en todos los niveles, están dirigidas por un presidente y dos consejeros. Todas las bendiciones y los beneficios de prestar servicio juntos como presidencia, se aplican a las organizaciones auxiliares así como a los quórumes del sacerdocio

Cada uno de los que prestamos servicio en cualquier presidencia de la Iglesia, debe ver a la Primera Presidencia como el modelo y ejemplo que queremos seguir al llevar a cabo nuestra mayordomía. Debemos esforzarnos por ser como ellos y trabajar juntos en amor y armonía como ellos lo hacen.

El presidente Hinckley con frecuencia habló de la importancia de los consejeros; él dijo: “El Señor puso [a los consejeros] ahí con un propósito” (Teachings of Gordon B. Hinckley, pág. 94).

El presidente Hinckley nos instruyó más: “Todas las mañanas, salvo los lunes, la Primera Presidencia se reúne, si estamos en la ciudad. Le pido al presidente Faust que presente los asuntos que tenga, los analizamos y tomamos decisiones. Luego llamó al presidente Monson que presente sus asuntos, los analizamos y tomamos decisiones. Después, yo presento los asuntos que deseo, los analizamos y tomamos decisiones. Trabajamos juntos. No se puede funcionar sólo en una presidencia. Los consejeros— ¡qué cosa maravillosa son! Evitan que uno haga lo incorrecto, y lo ayudan a hacer lo correcto” (Teachings of Gordon B. Hinckley, pág. 95; véase también “En… [los] consejeros hay seguridad”, Liahona, enero de 1991 págs. 55–58).

Un consejero del presidente Joseph F. Smith una vez describió la forma en la que deliberaba la Primera Presidencia: “Cuando se presentaba un caso [al Presidente de la Iglesia] para evaluar, él y sus consejeros lo analizaban y lo consideraban con cuidado hasta que llegasen a la misma conclusión” (Anthon H. Lund en Conference Report, junio de 1919, pág 19; cursiva agregada).

Ése debería ser nuestro modelo en las presidencias.

Las revelaciones nos enseñan a tomar decisiones en quórumes y presidencias “con toda rectitud, con santidad y humildad de corazón, mansedumbre y longanimidad, y con fe, y virtud, y conocimiento, templanza, paciencia, piedad, cariño fraternal y caridad” (D. y C. 107:30).

El Señor nos ha dado el modelo.

Hemos sostenido hoy a los integrantes de la nueva Primera Presidencia de la Iglesia; ellos nos enseñarán y mostrarán el modelo que debemos seguir. Recibiremos sabiduría y fortaleza al mirar a la Primera Presidencia como el modelo ideal de liderazgo.

Nuestra familia recibirá grandes bendiciones al enseñar a nuestros hijos y nietos a amar y a sostener a los líderes de la Iglesia. De niño, de pie en la casa de mis abuelos, supe que nos guiaban hombres de Dios, a quienes el Señor había colocado allí para guiarnos.

También lo sé ahora. Testifico que ésta es la obra del Señor Jesucristo y que Sus apóstoles y profetas nos dirigen. Testifico que el apóstol de más antigüedad, el presidente Thomas S. Monson, ha sido llamado por Dios y que, junto con sus dos nobles consejeros, nos guiarán de acuerdo con el deseo y la voluntad del Señor, cuya Iglesia ésta es. En el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.