2000–2009
El regreso a la virtud
Octubre 2008


El regreso a la virtud

Ahora es el momento de que cada uno de nosotros se levante y despliegue un estandarte al mundo para proclamar un regreso a la virtud.

En la última conferencia general, el presidente Monson me llamó para ser la nueva presidenta general de las Mujeres Jóvenes. Al estar en la presencia de un profeta de Dios y recibir esta confianza sagrada, prometí que serviría con todo mi corazón, alma, mente y fuerza. Antes de recibir el llamamiento, tenía una pequeña placa inscrita con este lema: “Puedo hacer las cosas difíciles”. Esa pequeña placa, inscrita con ese sencillo lema, me infundió valor, pero ahora, si pudiera cambiar ese lema, diría: “En la fortaleza del Señor, puedo hacer todas las cosas”1. Hoy día confío en esa fortaleza al estar ante este sagrado púlpito.

El pasado abril, dos días después de la conferencia general, llevamos a cabo nuestra primera reunión en calidad de presidencia recién sostenida. Escalamos hasta la cima de la montaña Ensign Peak y, al contemplar el valle, vimos el templo y el ángel Moroni que resplandecía con el sol. A cada una de nosotras nos pareció claro: la visión para nuestra presidencia era el templo; y nuestra responsabilidad también se aclaró: Debemos “ayudar a preparar a cada jovencita para ser digna de hacer convenios y guardarlos, y recibir las ordenanzas del templo”2.

El templo es la razón de todo lo que hacemos en la Iglesia3. El templo fue la razón por la que nuestros antepasados pioneros dejaron sus hogares para venir al oeste; fue la razón por la que sufrieron privaciones e incluso la muerte. Los convenios del templo fueron la razón por la que, a pesar de que sepultaron a sus niñitos a lo largo del camino, esos pioneros podían cantar:

Santos, venid,

sin miedo, sin temor,

mas con gozo andad4.

Algunos perdieron todo, pero llegaron al valle verdaderamente con todo: ordenanzas del templo, convenios sagrados y la promesa de estar juntos como familia en la vida eterna.

Sólo dos días después de que los santos llegaron al valle del Lago Salado, Brigham Young y sus compañeros escalaron hasta la cima de Ensign Peak, y allí desplegaron un estandarte: un pañuelo amarillo atado a un bastón que simbolizó un estandarte o emblema a las naciones5. Los santos habrían de ser la luz, el estandarte. El pasado abril, en lo alto de Ensign Peak, nosotras tres también desplegamos un estandarte que confeccionamos con un bastón y un manto dorado peruano; era nuestro estandarte, nuestro emblema a las naciones: nuestro estandarte para proclamar un regreso a la virtud.

La virtud es un requisito para entrar en los santos templos del Señor y recibir la guía del Espíritu. La virtud “es un modelo de pensamientos y de conducta basados en altas normas morales”6, e incluye la castidad y la pureza moral. La virtud comienza en el corazón y en la mente y se nutre en el hogar; es la acumulación de miles de decisiones y de hechos pequeños. La virtud es una palabra que no solemos oír en la sociedad actual, pero la raíz latina virtus significa fuerza. Las mujeres y los hombres virtuosos poseen una apacible dignidad y una fortaleza interior. Ellos tienen confianza porque son dignos de recibir el Espíritu Santo y de ser guiados por Él; el presidente Monson ha aconsejado: “…sean ustedes los que defiendan lo correcto, aunque tengan que estar solos. Tengan el valor moral de ser una luz que los demás sigan. No hay amigo más valioso que su propia conciencia tranquila, su propia pureza moral, y ¡qué glorioso sentimiento es saber que están en el lugar señalado, limpios, y con la confianza de que son dignos de estar allí!”7

¿Será que lentamente nos hemos insensibilizado al grado de pensar que las elevadas normas morales han pasado de moda y que no son pertinentes o importantes en la sociedad actual? Tal como el élder Hales nos acaba de recordar, en el Libro de Mormón, Lehonti se encontraba muy bien situado en la cima de una montaña. Él y sus seguidores habían “fijado en sus mentes una firme resolución” de que no bajarían de la montaña. Al astuto Amalickíah sólo le tomaron cuatro intentos, cada uno de ellos más audaz que el anterior, para hacer que Lehonti “bajara al pie de la montaña”8. Después de haber aceptado las falsas promesas de Amalickíah, Lehonti fue envenenado “poco a poco”9 hasta que murió; no sólo envenenado, sino que “poco a poco”. ¿Podría estar ocurriendo esto mismo hoy día? ¿Es posible que primero toleremos, que después aceptemos y que por último abracemos el vicio que nos rodea?10 ¿Será que hemos sido engañados por los falsos modelos de conducta y los convincentes mensajes de los medios de comunicación que nos hacen olvidar nuestra identidad divina? ¿Estamos también siendo envenenados poco a poco? No hay mayor malicia que el tentar a la juventud de esta noble generación para que no haga nada, o para que estén ocupados escribiendo siempre mensajes de texto sin nunca llegar a un conocimiento de las verdades que se encuentran en un libro que fue escrito para ustedes y estos días por profetas de Dios: el Libro de Mormón. No hay mayor malicia que tentar a las mujeres —jóvenes y mayores— a ustedes y a mí, a estar tan absortas en nosotras mismas, nuestra apariencia, ropa, la forma y talla de nuestro cuerpo, y de ese modo perder de vista nuestra identidad divina y nuestra habilidad de cambiar el mundo mediante nuestra influencia virtuosa. No hay mayor malicia que tentar a los hombres—jóvenes y mayores, que poseen el santo sacerdocio de Dios—a ver pornografía seductora y así fijar la atención en la carne en vez de la fe; a ser consumidores de vicio en vez de defensores de la virtud. En el Libro de Mormón se relata la historia de dos mil jóvenes héroes cuya virtud y pureza les dio la fortaleza para defender los convenios de sus padres y la fe de la familia. Su virtud y dedicación de ser fieles en todo momento ¡cambiaron el mundo!11.

Creo firmemente que una jovencita o un jovencito virtuosos, guiados por el Espíritu, pueden cambiar el mundo pero, para hacerlo, debemos volver a la virtud; debemos participar en un riguroso entrenamiento. Como dijo Juma Ikangaa después de ganar el maratón de Nueva York: “El deseo de ganar no es nada sin el deseo de prepararse”12. Ahora es el momento de prepararse al ejercer más autodisciplina; ahora es el momento para ser “más dignos del reino”13. Ahora es el momento de fijar nuestro curso y centrarnos en la meta. El regreso a la virtud debe empezar personalmente en nuestro corazón y en nuestro hogar.

¿Qué puede hacer cada uno para empezar el regreso a la virtud? El recorrido y el programa de capacitación serán singulares para cada uno de nosotros. Yo he extraído mi programa personal de capacitación de las instrucciones que se encuentran en las Escrituras: “Deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente”14; “adhiérete a [tus] convenios”15; “estará[s] en lugares santos”16; “desecharás las cosas [del] mundo”17; “cre[e] que deb[es] arrepentir[te]”18; “a recordarle siempre, y a guardar sus mandamientos”19; y, “si hay algo virtuoso, o bello, o de buena reputación… a esto aspir[a]”20. Ahora más que nunca es el momento de responder al llamado de Moroni: “…despierta y levántate” y “[procura] toda buena dádiva; y… no [toques] el don malo, ni la cosa impura”21.

Hace poco asistí a la bendición de nuestra nietecita más reciente. Para mí era un panorama sagrado al ver a mi esposo y a nuestros hijos, junto con muchos otros seres queridos, rodear a esa bebita. Lucía tan elegante vestida de blanco, y no puse ninguna objeción para que le dieran el nombre de las dos abuelas. Pero lo que más me conmovió fue la bendición que le dio su padre, nuestro hijo Zach, quien bendijo a la pequeña Annabel Elaine para que entendiera su identidad como hija de Dios, que siguiera el ejemplo de su madre, abuelas y hermana, y que encontrara gran gozo al vivir una vida virtuosa y se preparara para efectuar y guardar los convenios del templo. En ese momento sagrado, rogué que toda jovencita se viera rodeada, fortalecida y protegida por el recto poder del sacerdocio, no sólo al nacer y recibir una bendición, sino durante toda su vida.

Durante la asamblea solemne de la última conferencia, cuando el presidente Uchtdorf solicitó el sostenimiento de nuestro nuevo Profeta y de la Primera Presidencia, observé a toda la congregación de hermanos del sacerdocio ponerse de pie; sentí su fortaleza y el poder de su sacerdocio; ustedes son los defensores de la virtud. Después me sentí conmovida cuando él dijo: “Por favor pónganse de pie las mujeres jóvenes”. Desde mi asiento, las vi a todas levantarse juntas. En el mundo de hoy no hay fuerza más poderosa en favor de la virtud; ustedes no deben subestimar el poder de su recta influencia.

Testifico que el regreso a la virtud es posible a causa del ejemplo del Salvador y a la “infinita virtud de Su gran sacrificio expiatorio”22. Testifico que se nos habilitará y fortalecerá no sólo para hacer las cosas difíciles, sino para hacer todas las cosas. Ahora es el momento de que cada uno de nosotros se levante y despliegue un estandarte al mundo para proclamar un regreso a la virtud. Ruego que vivamos de tal manera que seamos instrumentos para preparar la tierra para Su segunda venida, “para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él… purificados así como él es puro”23, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Alma 20:4.

  2. Carta de la Primera Presidencia, 25 de septiembre de 1996.

  3. Véase Russell M. Nelson, “La preparación personal para recibir las bendiciones del templo”, Liahona, julio de 2001, pág. 37.

  4. “¡Oh, está todo bien!”, Himnos, Nº 17.

  5. Véase Gordon B. Hinckley, “Un pendón a las naciones”, Liahona, enero de 1990, pág. 52; Boyd K. Packer, “Una defensa y un refugio”, Liahona, noviembre de 2006, pág. 85.

  6. Predicad Mi Evangelio, 2004, pág. 125.

  7. Thomas S. Monson, “Ejemplos de rectitud”, Liahona, mayo de 2008, pág. 65.

  8. Véase Alma 47:4–12.

  9. Alma 47:18.

  10. Véase Alexander Pope, An Essay on Man, epístola 2, líneas 217–220.

  11. Alma 53:20; véase también Alma 56.

  12. Juma Ikangaa, citado por Michael Sandrock, en Running with the Legends: Training and Racing Insights from 21 Great Runners, 1966, pág. 415.

  13. Véase “Más santidad dame”, Himnos, Nº 71.

  14. D. y C. 121:45.

  15. Véase D. y C. 25:13.

  16. Véase D. y C. 45:32.

  17. Véase D. y C. 25:10.

  18. Véase Mosíah 4:10.

  19. D. y C. 20:77.

  20. Véase Los Artículos de Fe 1:13; véase también Romanos 8:16; 1 Corintios 3:16; 1 Tesalonicenses 5:22; Jacob 4:6; Alma 37:36; Moroni 10:32.

  21. Moroni 10:30–31.

  22. “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000, págs. 2–3.

  23. Moroni 7:48; cursiva agregada.