2000–2009
Encontrar gozo en el trayecto
Octubre 2008


Encontrar gozo en el trayecto

Saboreemos la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor con amigos y familiares.

Mis queridos hermanos y hermanas, me siento humilde al estar ante ustedes esta mañana. Pido su fe y oraciones a mi favor al hablar acerca de lo que he estado pensando y lo que he tenido la impresión de compartir con ustedes.

Para comenzar, menciono uno de los aspectos más inevitables de nuestra vida aquí en la tierra: los cambios. En algún momento, todos hemos escuchado de una forma u otra el conocido dicho: “Nada es tan constante como los cambios”.

A lo largo de nuestra vida debemos hacer frente a los cambios; algunos son bienvenidos, otros no. Hay cambios en la vida que son repentinos, como la muerte de un ser querido, una enfermedad inesperada, la pérdida de bienes que atesoramos, pero la mayoría de los cambios se producen lenta y sutilmente.

En esta conferencia se cumplen cuarenta y cinco años desde que fui llamado al Quórum de los Doce Apóstoles. Como el miembro de menos antigüedad de los Doce en aquel entonces, admiraba a catorce hombres excepcionales que tenían más antigüedad que yo en el Quórum y en la Primera Presidencia. Uno a uno, cada uno de esos hombres ha vuelto al hogar. Cuando el presidente Hinckley falleció hace ocho meses, me di cuenta de que yo había llegado a ser el apóstol de más antigüedad. Los cambios producidos durante cuarenta y cinco años que surgieron poco a poco ahora parecen monumentales.

La próxima semana la hermana Monson y yo celebraremos nuestro aniversario número 60. Al mirar atrás a nuestros comienzos, me doy cuenta de lo mucho que han cambiado nuestras vidas desde entonces. Nuestros queridos padres que estaban a nuestro lado cuando comenzamos juntos nuestra jornada han fallecido; nuestros tres hijos, que ocuparon nuestra vida por completo durante tantos años, han crecido y tienen su propia familia; la mayoría de nuestros nietos son mayores y ahora tenemos cuatro bisnietos.

Día a día, minuto a minuto, segundo a segundo pasamos de donde nos encontrábamos a donde estamos ahora. Por supuesto, la vida de todos nosotros pasa por modificaciones y cambios similares. La diferencia que hay entre los cambios de mi vida y los de la de ustedes son sólo los detalles. El tiempo nunca se detiene; debe marchar hacia adelante a un ritmo constante, y con la marcha vienen los cambios.

Ésta es la única oportunidad que tenemos de vivir la vida terrenal, aquí y ahora. Cuanto más vivimos, más nos damos cuenta de lo corta que es. Las oportunidades llegan y luego se van. Creo que entre las grandes lecciones que debemos aprender en nuestro corto viaje por la tierra se encuentran las lecciones que nos ayudan a distinguir entre lo que es importante y lo que no lo es. Les suplico que no dejen pasar esas cosas tan importantes al hacer planes para ese futuro ilusorio e inexistente cuando tendrán tiempo para hacer todo lo que quieren hacer. En vez de ello, encuentren gozo en el trayecto: ahora.

Yo soy lo que mi esposa llama un “fanático de los espectáculos”. Me encantan las obras musicales; una de mis favoritas la escribió la compositora americana Meredith Wilson y se titula: “El hombre de la música”. En ella, el profesor Harold Hill, uno de los personajes principales de la obra, da una advertencia que comparto con ustedes. Él dice: “Si acumulan suficientes mañanas, encontrarán que han coleccionado muchos ayeres vacíos”1.

Mis hermanos y hermanas, no hay un mañana para recordar si no hacemos algo hoy.

He compartido previamente con ustedes un ejemplo de esta filosofía. Creo que vale la pena repetirla. Hace muchos años, Arthur Gordon escribió lo siguiente en una revista nacional:

“Cuando yo tenía más o menos 13 años y mi hermano 10, papá había prometido llevarnos al circo, pero al mediodía sonó el teléfono: un asunto urgente requería su atención en el trabajo. Nos preparamos para la desilusión, pero luego lo oímos decir en el teléfono: ‘No, no estaré allí; eso tendrá que esperar’.

“Cuando él volvió a la mesa, mamá sonrió. ‘Sabes que el circo vuelve a cada rato, ¿no?’, dijo ella.

“‘Lo sé’, dijo papá, ‘pero la niñez no’”2.

Si tienen hijos que han crecido y se han ido, con toda seguridad ha habido ocasiones en las que han experimentado sentimientos de pérdida y han reconocido que no apreciaron ese tiempo de la vida como deberían haberlo hecho. Desde luego, no se puede retroceder, sólo ir hacia adelante. En lugar de lamentarnos del pasado, deberíamos aprovechar al máximo el hoy, el aquí y ahora, haciendo todo lo posible por crear recuerdos placenteros para el futuro.

Si todavía están criando a los hijos, tengan en cuenta que las huellas de los deditos que aparecen casi todos los días en una superficie recién limpiada, los juguetes desparramados en la casa, los montones y montones de ropa para lavar desaparecerán muy rápido y que, para su sorpresa, los extrañarán profundamente.

Las tensiones vienen a nuestra vida no importa cuáles sean las circunstancias; debemos sobrellevarlas lo mejor que podamos, pero no debemos permitir que se interpongan entre lo que es más importante, y lo que es más importante casi siempre se relaciona con las personas a nuestro alrededor. Con frecuencia suponemos que ellos deben saber cuánto los queremos; pero nunca debemos suponerlo; debemos hacérselo saber. William Shakespeare, escribió: “Quienes no muestran su amor, no aman”3. Nunca nos lamentaremos por las palabras de bondad que digamos ni el afecto que demostremos; más bien, nos lamentaremos si omitimos esas cosas en nuestra interacción con aquellos que son los que más nos importan.

Envíen esa nota al amigo que han descuidado; abracen a su hijo; abracen a sus padres; digan “te quiero” con más frecuencia; siempre den las gracias. Nunca permitan que el problema que se tenga que resolver llegue a ser más importante que la persona a la que se tenga que amar. Los amigos se mudan, los hijos crecen, las personas que amamos fallecen. Es tan fácil dar las cosas por sentado, hasta el día en que ellos se van de nuestras vida y nos quedamos con estos sentimientos: “qué hubiera pasado si” o “si sólo”. La autora Harriett Beecher Stowe dijo: “Las lágrimas amargas que se derraman sobre la tumba son por palabras que no se dijeron y cosas que no se hicieron”4.

En la década de los años 60, durante la guerra de Vietnam, un miembro de la Iglesia, Jay Hess, que era aviador, fue derribado en el norte de Vietnam. Durante dos años su familia no tenía idea si estaba vivo o muerto. Los que le capturaron en Hanoi finalmente le permitieron escribir a casa, pero debía limitar su mensaje a 25 palabras. ¿Qué diríamos ustedes y yo a nuestra familia si estuviésemos en la misma situación— si no la hubiésemos visto durante más de dos años y sin saber si la veríamos otra vez? Con el deseo de mandar algo que su familia reconociera que provenía de él y también con el deseo de darles consejo valioso, el hermano Hess escribió lo siguiente: “Estas cosas son importantes: el matrimonio en el templo, la misión, la universidad. Sigan adelante, establezcan metas, escriban historia, tomen fotos dos veces al año”5.

Saboreemos la vida al vivirla, encontremos gozo en el trayecto y compartamos nuestro amor con amigos y familiares. Algún día, cada uno de nosotros se quedará sin mañanas.

En el libro de Juan en el Nuevo Testamento, capítulo trece, versículo treinta y cuatro, el Salvador nos amonesta: “Que os améis unos a otros; como yo os he amado”.

Tal vez algunos de ustedes estén familiarizados con la novela clásica de Thornton Wilder, titulada Nuestra ciudad. Si es así, recordarán la ciudad de Grover’s Corners, donde el relato se lleva a cabo. En la obra, Emily Webb muere al dar a luz, y nos enteramos de la angustiosa soledad de su joven esposo, George, quien se quedó con su hijito de cuatro años. Emily no desea descansar en paz; desea volver a sentir las alegrías de su vida, por lo que se le concede el privilegio de volver a la tierra y revivir su décimo segundo cumpleaños. Al principio es emocionante ser joven de nuevo, pero muy pronto se esfuma esa alegría. El día ya no es divertido, ahora que Emily sabe lo que le aguarda en el futuro. Es un dolor insoportable al darse cuenta de que había estado totalmente ajena al significado y a la maravilla de la vida mientras vivía. Antes de volver a su última morada, Emily se lamenta: “¿Son conscientes los seres humanos de la vida mientras aún la viven, en todos y cada uno de los minutos?”.

El que nos demos cuenta de lo que es más importante en la vida va de la mano con la gratitud que sentimos por nuestras bendiciones.

Un conocido autor dijo: “Tanto la abundancia como la carencia de ella existen simultáneamente en nuestra vida, como realidades paralelas. Siempre debemos decidir cuál jardín secreto cuidaremos… Cuando decidimos pasar por alto las cosas que nos faltan en la vida, y en cambio sentimos gratitud por la abundancia que tenemos: amor, salud, familia, amigos, trabajo, los gozos de la naturaleza y las empresas personales que nos traen [felicidad], el terreno baldío de la ilusión desaparece y experimentamos el cielo en la tierra”6.

En Doctrina y Convenios, sección 88, versículo 33, se nos dice: “Porque, ¿en qué se beneficia el hombre a quien se le confiere un don, si no lo recibe? He aquí, ni se regocija con lo que le es dado, ni se regocija en aquel que le dio la dádiva”.

Horacio, el antiguo filósofo romano, amonestó: “Toma con mano agradecida cada hora con la que Dios te haya bendecido, y no pospongas tus alegrías año tras año, para que en cualquier lugar en el que hayas estado, puedas decir que felizmente has vivido”.

Hace muchos años me conmovió la historia de Borghild Dahl, que nació en Minnesota en 1890 de padres noruegos, y que desde temprana edad sufrió serios problemas de la vista. Ella tenía un enorme deseo de participar de la vida cotidiana a pesar de su impedimento y, con tenaz determinación, logró el éxito en casi toda tarea que emprendió. En contra de los consejos de los maestros, que pensaban que el impedimento era sumamente grande, ella asistió a la Universidad de Minnesota, donde recibió una licenciatura; más tarde estudió en la Universidad Columbia y en la Universidad de Oslo. Finalmente llegó a ser directora de ocho escuelas en el oeste de Minnesota y Dakota del Norte.

Fue autora de diecisiete libros y en uno de ellos escribió lo siguiente: “Sólo tenía un ojo, y estaba cubierto de cicatrices tan profundas que toda mi visión se limitaba a una pequeña abertura en el ojo izquierdo. Solamente podía ver un libro si lo sostenía cerca de la cara y si esforzaba el ojo lo más posible hacia el lado izquierdo”7.

Milagrosamente, en 1943—cuando tenía más de cincuenta años— se inventó un procedimiento revolucionario que por fin le devolvió gran parte de la vista que por tanto tiempo no había tenido. Ante ella se abrió un mundo nuevo y fascinante. Derivaba enorme placer en las cosas pequeñas que la mayoría de nosotros pasamos por alto, como ver un pájaro volar, notar la luz que se reflejaba en las burbujas del jabón del agua de los platos, u observar las fases de la luna cada noche. Terminó uno de sus libros con estas palabras: “Querido… Padre Celestial, te doy gracias; te doy gracias”8.

Borghild Dahl, tanto antes como después de recuperar la vista, sintió inmensa gratitud por sus bendiciones.

En 1982, dos años antes de que muriera a los 92 años de edad, se publicó su último libro, titulado: Feliz toda mi vida. Su actitud de agradecimiento le permitió apreciar sus bendiciones y vivir una vida plena y abundante a pesar de sus dificultades.

En 1 Tesalonicenses, en el Nuevo Testamento, capítulo cinco, versículo dieciocho, el apóstol Pablo nos dice: “Dad gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios”.

Recuerden conmigo el relato de los diez leprosos:

“Y al entrar en una aldea, le salieron al encuentro diez hombres leprosos, los cuales se pararon de lejos

“y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten misericordia de nosotros!

“Cuando él los vio, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y aconteció que mientras iban fueron limpiados.

“Entonces uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió, glorificando a Dios a gran voz,

“y se postró rostro en tierra a sus pies, dándole gracias; y éste era samaritano.

“Respondiendo Jesús, dijo: ¿No son diez los que fueron limpiados? Y los nueve, ¿dónde están?

“¿No hubo quien volviese y diese gloria a Dios sino este extranjero?”9.

En una revelación dada a través del profeta José Smith, el Señor dijo: “Y en nada ofende el hombre a Dios, ni contra ninguno está encendida su ira, sino contra aquellos que no confiesan su mano en todas las cosas”10. Ruego que nos encontremos entre aquellos que den las gracias a nuestro Padre Celestial. Si la ingratitud se encuentra entre los pecados más graves, entonces la gratitud toma su lugar entre las más nobles de las virtudes.

Pese a los cambios que vengan a nuestra vida, y con gratitud en nuestros corazones, ruego que, en todo lo posible, llenemos nuestros días con las cosas que son de más importancia. Ruego que valoremos a nuestros seres queridos y les expresemos nuestro amor tanto en palabra como en hechos.

Para finalizar, ruego que todos reflejemos gratitud por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Su glorioso Evangelio proporciona las respuestas a los interrogantes más grandes de la vida: ¿De dónde vinimos? ¿Por qué estamos aquí? ¿A dónde va mi espíritu al morir?

Él nos enseñó a orar; Él nos enseñó a servir; Él nos enseñó a vivir. Su vida es un legado de amor; sanó al enfermo; animó al afligido; salvó al pecador.

Llegó la hora cuando estuvo solo; algunos apóstoles dudaron y uno lo entregó. Los soldados romanos le atravesaron el costado; la chusma le quitó la vida. Desde el monte de la Calavera aún se oyen sus palabras caritativas: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”11.

Previamente, tal vez al percibir la culminación de Su misión terrenal, se lamentó: “Las zorras tienen guaridas, y las aves del cielo nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar su cabeza”12. “No hay lugar en el mesón”13 no fue una expresión singular de rechazo, sino la primera. No obstante, Él nos invita a ustedes y a mí a recibirlo. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo”14.

¿Quién era este Hombre de dolores, experimentado en pesares? ¿Quién es el Rey de gloria, este Señor de los ejércitos? Es nuestro Maestro; es nuestro Salvador; es el Hijo de Dios; el Autor de nuestra salvación. Él nos llama: “Sígueme”15. Él manda: “Ve, y haz tú lo mismo”16. Él suplica: “Guarda mis mandamientos”17.

Sigámosle; emulemos Su ejemplo; obedezcamos Su palabra, y al hacerlo, le brindamos el divino don de la gratitud.

Hermanos y hermanas, mi sincera oración es que nos adaptemos a los cambios en nuestra vida, que nos demos cuenta de lo que es más importante, que siempre expresemos nuestra gratitud y de ese modo encontremos gozo en el trayecto. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Meredith Willson y Franklin Lacey, The Music Man, 1957.

  2. Arthur Gordon, A Touch of Wonder, 1974, págs. 77–78.

  3. William Shakespeare, “Los dos hidalgos de Verona”.

  4. Harriet Beecher Stowe, en Gorton Carruth y Eugene Erlich, comp., The Harper Book of American Quotations, 1988, pág. 173.

  5. De correspondencia personal.

  6. Sarah Ban Breathnach, en John Cook, comp., The Book of Positive Quotations, 2a. ed., 2007, pág. 342.

  7. Borghild Dahl, I Wanted to See, 1944, pág. 1.

  8. I Wanted to See, pág. 210.

  9. Lucas 17:12–18.

  10. D. y C. 59:21.

  11. Lucas 23:34.

  12. Mateo 8:20.

  13. Véase Lucas 2:7.

  14. Apocalipsis 3:20.

  15. Marcos 2:14.

  16. Lucas 10:37.

  17. D. y C. 11:6.