2000–2009
Impulsen desde donde estén
Octubre 2008


Impulsen desde donde estén

Todo poseedor del sacerdocio se halla en una posición única y tiene una importante tarea que sólo él puede llevar a cabo.

Estimados hermanos, me siento honrado de estar con ustedes en esta asamblea mundial del sacerdocio. Al igual que ustedes, estoy tan agradecido de estar ante la presencia de nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, y del presidente Eyring. Hermanos, les agradecemos su fidelidad y fortaleza moral. En verdad es un gozo y un privilegio ser parte de esta gran hermandad.

Impulsen desde donde estén

Hace unos años, en nuestro centro de reuniones de Darmstadt, Alemania, se le pidió a un grupo de hermanos que trasladara un piano de cola desde el salón sacramental al salón cultural contiguo, donde lo necesitaban para una actividad musical. Ninguno de ellos se dedicaba de profesión a las mudanzas y la labor de transportar el pesado instrumento hasta el salón cultural parecía casi imposible. Todos sabían que la tarea requeriría no sólo fuerza física, sino también una meticulosa coordinación. Surgieron numerosas ideas, pero ninguna que lograra que el piano se mantuviera debidamente equilibrado. Se reubicaba una y otra vez a los hermanos según la fuerza, la altura y la edad, pero nada funcionaba.

Mientras estaban alrededor del piano sin saber qué hacer, el hermano Hanno Luschin, un buen amigo mío, dijo: “Hermanos, permanezcan juntos, levanten e impulsen desde donde estén”.

Parecía demasiado simple; sin embargo, cada uno impulsó desde donde estaba y el piano se elevó del suelo y llegó hasta el salón cultural como por sí solo. Ésa fue la solución al problema; sólo tenían que permanecer juntos e impulsar desde donde estuvieran.

He pensado a menudo en la simple idea del hermano Luschin y me ha impresionado su profunda veracidad. Esta noche quisiera explicar más a fondo este sencillo concepto de “Impulsar desde donde estemos”.

Algunas personas ansían dirigir mientras que otras procuran esconderse

Aunque parezca algo simple, el impulsar desde donde estemos es un principio de poder. La mayoría de los poseedores del sacerdocio que conozco comprende este principio y vive de acuerdo con él. Están deseosos de remangarse la camisa y poner manos a la obra, sin importar de qué tarea se trate. Cumplen con fidelidad sus deberes del sacerdocio; magnifican sus llamamientos; sirven al Señor mediante el servicio al prójimo; permanecen juntos e impulsan desde donde están.

No obstante, en ocasiones hay quienes tienen dificultad para comprender este concepto, y cuando eso sucede, parecen dividirse en dos grupos: aquellos que ansían dirigir y los que procuran esconderse; es decir, o bien ansían una corona o una cueva.

Las personas que ansían dirigir

Aquellos que ansían dirigir tal vez sientan que son capaces de hacer más de lo que actualmente se les pide que hagan. Algunos quizás piensen: “Si tan sólo fuera obispo, podría surtir una influencia”. Esas personas creen que sus talentos superan a su llamamiento. Tal vez si ocuparan una importante posición de liderazgo trabajarían mucho para surtir un cambio; en lugar de ello, se preguntan: “¿Qué influencia puede tener mi servicio como simple maestro orientador o consejero de la presidencia del quórum de élderes?”.

Las personas que procuran esconderse

Quienes procuran esconderse tal vez sientan que están muy ocupados para servir en la Iglesia. Siempre parecen tener una excusa preparada cuando hay que limpiar la capilla, cuando la familia Méndez necesita ayuda con la mudanza o cuando el obispo les extiende un llamamiento para enseñar una clase.

Hace veinte años, el presidente Ezra Taft Benson habló sobre informes de obispos y presidentes de estaca que indicaban que algunos miembros de la Iglesia “rechazan llamamientos para prestar servicio argumentando que están ‘demasiado ocupados’ o que ‘no disponen de tiempo’. Otros, aceptan los llamamientos, pero se rehúsan a magnificarlos”.

Después, el presidente Benson añadió: “El Señor espera que cada uno de nosotros tenga un llamamiento en Su Iglesia a fin de que otras personas sean bendecidas mediante nuestros talentos e influencia”1.

Por extraño que parezca, a menudo la causa principal de ambas tendencias, tanto aspirar a dirigir como procurar escondernos, es una misma: el egoísmo.

Una manera mejor

Existe una manera mejor que el Salvador mismo nos enseñó: “Y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo”2.

Cuando procuramos servir al prójimo, no nos motiva el egoísmo, sino la caridad. Tal es la manera en la que Jesucristo vivió Su vida y la forma en la que un poseedor del sacerdocio debe vivir la suya. Al Salvador no le interesaban los honores de los hombres; Satanás le ofreció todos los reinos y la gloria del mundo y Jesús rehusó el ofrecimiento de manera inmediata y rotunda3. Durante toda Su vida, el Salvador a menudo debió haberse sentido cansado y agobiado, con escasos momentos para dedicarse a Sí mismo; sin embargo, Él siempre apartó tiempo para los enfermos, para los afligidos y para aquellos a quienes se les pasaba por alto.

A pesar de Su esplendoroso ejemplo, con demasiada frecuencia y facilidad nos vemos implicados en la búsqueda de los honores de los hombres en lugar de servir al Señor con toda nuestra alma, mente y fuerza.

Hermanos, cuando comparezcamos ante el Señor para ser juzgados, ¿considerará Él las posiciones que hayamos ocupado en el mundo o incluso en la Iglesia? ¿Consideran que los títulos que hayamos poseído, salvo los de “esposo”, “padre” o “poseedor del sacerdocio”, significarán mucho para Él? ¿Piensan que le interesará cuán llena haya estado nuestra agenda o a cuántas reuniones importantes hayamos asistido? ¿Suponen que el haber logrado colmar nuestros días con compromisos servirá para justificar el que no hayamos pasado tiempo con nuestra esposa y nuestra familia?

El Señor juzga de un modo muy diferente del que lo hacemos nosotros. Él se complace con el noble siervo, y no con el “noble” que es siervo de sí mismo.

Los que sean humildes en esta vida recibirán coronas de gloria en la venidera. Jesús mismo enseñó esta doctrina al relatar la parábola del rico que se vestía de púrpura y de lino fino, y que comía suntuosamente todos los días; mientras que Lázaro, el mendigo, ansiaba sólo probar las migajas que caían de la mesa del rico. En la siguiente vida, Lázaro apareció en gloria junto a Abraham, en tanto que el rico fue arrojado al infierno, donde alzó sus ojos estando en tormentos4.

El ejemplo de John Rowe Moyle

Este año se cumple el bicentenario del nacimiento de John Rowe Moyle. John era un converso de la Iglesia que dejó su hogar en Inglaterra para viajar al valle del Lago Salado como integrante de una compañía de carros de mano. El hermano Moyle construyó una casa para su familia en un pequeño poblado de un valle contiguo a Salt Lake City. Debido a que era un hábil cantero, se le pidió que trabajara en la construcción del Templo de Salt Lake.

Cada lunes, John partía de su hogar a las dos de la madrugada y caminaba seis horas con el fin de llegar a tiempo a su puesto de trabajo. Los viernes terminaba de trabajar a las cinco de la tarde y caminaba casi hasta la medianoche antes de llegar a casa. John hizo esto año tras año.

Un día, mientras cumplía con las faenas del hogar, una vaca le pateó una pierna, causándole una fractura múltiple. Debido a los limitados recursos médicos, la única opción era amputar la pierna fracturada; fue así que los familiares y amigos de John lo amarraron sobre una puerta y con una sierra de bastidor le amputaron la pierna algunos centímetros debajo de la rodilla.

A pesar de la rudimentaria cirugía, la pierna comenzó a sanar. Una vez que John pudo incorporarse en la cama, comenzó a tallar una pata de palo con una ingeniosa articulación que hacía las veces de tobillo para un pie ortopédico. Caminar con esa prótesis era doloroso en extremo, pero John no se dio por vencido y practicó para aumentar su resistencia hasta poder caminar cada semana los treinta y cinco kilómetros y medio del viaje hasta el Templo de Salt Lake, donde continuó su obra.

Sus manos esculpieron la dorada leyenda que dice “Santidad al Señor” que hoy admiran todos los visitantes del Templo de Salt Lake5.

John no hizo esto por la alabanza del mundo, ni tampoco eludió sus deberes, aun cuando tenía motivos que hubieran justificado el hacerlo. Él sabía lo que el Señor esperaba que hiciera.

Años más tarde se llamó a Henry D. Moyle, un nieto de John, como miembro del Quórum de los Doce y, más adelante, como miembro de la Primera Presidencia de la Iglesia. El servicio que el presidente Moyle prestó en estos llamamientos fue honorable; no obstante, el de su abuelo John, aunque menos público, complace al Señor en igual medida. La fuerza de voluntad de John y su legado de sacrificio permanecen como un estandarte de fidelidad y un emblema del cumplimiento del deber, tanto para su familia como para la Iglesia. John Rowe Moyle comprendía el significado de las palabras: “impulsen desde donde estén”.

El ejemplo de los 2000 jóvenes guerreros de Helamán

El reconocimiento personal raras veces indica el valor de nuestro servicio. Por ejemplo, no conocemos el nombre de ninguno de los dos mil hijos de Helamán. Como personas, no se les conoce; como grupo, por el contrario, siempre se recordará su nombre por la honradez, el valor y el deseo de servir. Ellos lograron juntos lo que ninguno podría haber alcanzado por su propia cuenta.

Hermanos del sacerdocio, esto nos enseña una lección: cuando permanezcamos juntos e impulsemos desde donde estemos, y cuando nos preocupe más la gloria del reino de Dios que nuestro propio prestigio o placer, podremos lograr muchísimo más.

Cada llamamiento es una oportunidad de servicio y de crecimiento

Ningún llamamiento es indigno de nosotros. Cada uno de ellos nos ofrece la oportunidad de servir y de progresar. El Señor organizó la Iglesia de una manera que proporciona a cada miembro la oportunidad de servir, la cual, a su vez, conduce al crecimiento espiritual de la persona. Sin importar de qué llamamiento se trate, les insto a verlo como una oportunidad no sólo de fortalecer y bendecir a los demás, sino también de llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguen a ser.

Al viajar a las estacas de Sión para reorganizar alguna presidencia de estaca durante alguna entrevista, a veces me ha sorprendido oír a un hermano decir que había recibido la impresión de que sería parte de la nueva presidencia.

La primera vez que oí eso, no sabía bien cómo reaccionar.

Transcurrió algún tiempo antes de que el Espíritu Santo me ayudara a comprender. Creo que el Señor tiene un determinado llamamiento para cada hombre. En ocasiones, Él nos concede impresiones espirituales que nos dicen que somos dignos de recibir ciertos llamamientos. Eso es una bendición espiritual, una tierna misericordia de Dios.

No obstante, a veces no escuchamos el resto de lo que el Señor nos está diciendo: “Aunque eres digno de servir en este llamamiento, no es el que Yo he escogido para ti. En lugar de ello, Yo deseo que impulses desde donde estés”. Dios sabe lo que es mejor para nosotros.

Una asignación que sólo nosotros podemos cumplir

Todo poseedor del sacerdocio se halla en una posición única y tiene una importante tarea que sólo él puede llevar a cabo.

Todos hemos escuchado relatos sobre la forma en que el presidente Monson visita y bendice a los ancianos y a los enfermos, ocupándose siempre de sus necesidades y brindándoles ánimo, consuelo y amor. El presidente Monson posee un don natural que hace que quienes le rodeen se sientan mejor consigo mismos. ¿No sería maravilloso si él pudiese visitar y velar por todas las familias de la Iglesia?

Sería maravilloso; no obstante, es obvio que no puede; y además, no debe hacerlo. El Señor no le ha pedido que lo haga; Él nos ha pedido a nosotros, como maestros orientadores, que amemos a las familias que se nos hayan asignado y que velemos por ellas. El Señor no le ha pedido al presidente Monson que organice y dirija la noche de hogar de nuestra familia; Él desea que nosotros, en calidad de padres, hagamos esa tarea.

Tal vez sientan que hay otras personas con mayor capacidad o experiencia que podrían cumplir con los llamamientos y asignaciones de ustedes mejor de lo que ustedes pueden hacerlo, pero el Señor les dio esas responsabilidades por una razón. Es posible que haya personas y corazones a los cuales sólo ustedes puedan llegar y conmover, y que nadie más pueda hacerlo de la misma manera.

Nuestro Padre Celestial nos pide que lo representemos en la noble labor de tender la mano a Sus hijos y de bendecirlos. Nos pide que permanezcamos firmes con el poder del sacerdocio en el corazón y en el alma, y que demos nuestro mejor esfuerzo al llamamiento que ocupemos en este momento.

Hermanos, pese a la fuerza que tengan, ustedes no pueden ni deben levantar un piano solos. Del mismo modo, ninguno de nosotros puede ni debe mover la obra del Señor solo; pero si todos permanecemos juntos en el lugar que el Señor ha señalado e impulsamos desde donde estemos, nada puede impedir que esta obra divina avance hacia arriba y hacia adelante.

Hermanos: ¡Les ruego que dejemos de ambicionar y que cesemos de escondernos!

Es mi ruego que recordemos siempre la profunda enseñanza de que somos quienes portamos el estandarte del Señor Jesucristo, y de que el Espíritu Santo de Dios nos sostiene y nos mantiene leales y fieles hasta el fin; cada cual dedicado a dar todo a la causa de Sión y comprometido por convenio a permanecer juntos e impulsar desde donde estemos.

Ruego por ello y les dejo mi bendición y mi amor, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. The Teachings of Ezra Taft Benson, 1988, págs. 451–452. Véase también Ensign, “Provo Tabernacle Rededicated”, diciembre de 1986, pág. 70.

  2. Mateo 20:27.

  3. Véase Mateo 4:8–10.

  4. Véase Lucas 16:19–31.

  5. En Gene A. Sessions, ed., “Biographies and Reminiscences from the James Henry Moyle Collection,” manuscrito, Archivos de la Iglesia, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pág. 203.