2000–2009
Sé lo mejor que puedas ser
Abril 2009


Sé lo mejor que puedas ser

Cada uno debe esforzarse por aprender su deber y por llevarlo a cabo lo mejor posible.

Mis queridos hermanos del sacerdocio reunidos aquí en este repleto Centro de Conferencias y en lugares alrededor del mundo, me siento humilde por la responsabilidad que tengo de dirigirles la palabra. Apruebo los mensajes que ya se han presentado y le expreso a cada uno de ustedes mi sincero amor, así como mi agradecimiento por su fe y su devoción.

Hermanos, nuestras responsabilidades como poseedores del sacerdocio son sumamente importantes, tal como se explica en Doctrina y Convenios: “El poder y la autoridad del sacerdocio mayor, o sea, el de Melquisedec, consiste en tener las llaves de todas las bendiciones espirituales de la Iglesia”1. Y además: “El poder y la autoridad del sacerdocio menor, o sea, el de Aarón, consiste en poseer las llaves del ministerio de ángeles y en administrar las ordenanzas exteriores, la letra del evangelio, el bautismo de arrepentimiento para la remisión de pecados, de acuerdo con los convenios y los mandamientos”2.

En 1958, el élder Harold B. Lee, quien después fue el decimoprimer Presidente de la Iglesia, describió el sacerdocio como “las… tropas del Señor contra las fuerzas del mal”3.

El presidente John Taylor declaró que “el poder que se manifiesta por medio del sacerdocio es sencillamente el poder de Dios”4.

Esas emotivas declaraciones de profetas de Dios nos ayudan a comprender que todo hombre y joven que posea el sacerdocio de Dios debe ser digno de ese gran privilegio y responsabilidad. Cada uno debe esforzarse por aprender su deber y por llevarlo a cabo lo mejor posible. Al hacerlo, proporcionamos los medios por los cuales nuestro Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo pueden llevar a cabo Su obra en la tierra. Nosotros somos Sus representantes aquí.

En el mundo de hoy enfrentamos dificultades y desafíos, algunos de los cuales parecerán verdaderamente graves. Sin embargo, con Dios de nuestro lado, no podemos fracasar. Si portamos dignamente Su santo sacerdocio, saldremos victoriosos.

Ahora bien, a ustedes que poseen el Sacerdocio Aarónico quisiera decirles que espero sinceramente que sean conscientes de la importancia de su ordenación en el sacerdocio. Ustedes tienen un papel vital en la vida de cada miembro de su barrio por participar en la administración y la repartición de la Santa Cena cada domingo.

Tuve el privilegio de servir como secretario de mi quórum de diáconos. Recuerdo las muchas asignaciones que tuvimos la oportunidad de realizar como miembros del quórum; entre las que acuden a mi mente estaba el repartir la Santa Cena, recolectar las ofrendas de ayuno mensuales y velar los unos por los otros. Pero la que más miedo me dio ocurrió en la sesión de liderazgo de nuestra conferencia de barrio. El miembro de la presidencia de estaca que presidía pidió que hablara uno de los oficiales de barrio y luego, sin ningún aviso, dijo: “Y ahora pediremos a uno de los jóvenes oficiales del barrio, a Thomas S. Monson, secretario del quórum de diáconos, que nos dé un informe de su servicio y que dé su testimonio”. No recuerdo nada de lo que dije, pero nunca he olvidado la experiencia ni la lección que me enseñó. Fue el apóstol Pedro quien dijo: “…estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros”5.

En una previa generación, el Señor hizo esta promesa a los poseedores del sacerdocio: “…iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”6.

Éste no es el momento de temer, hermanos, sino de tener fe; es el momento de que cada uno de nosotros que poseemos el sacerdocio seamos lo mejor que podamos ser.

Aunque nuestra jornada por la vida terrenal a veces nos pondrá en peligro, esta noche quiero darles tres sugerencias que, si las observan y las siguen, nos protegerán; son las siguientes:

  1. Estudien con diligencia.

  2. Oren con fervor.

  3. Vivan con rectitud.

Estas sugerencias no son nuevas; se han enseñado y repetido una y otra vez. Sin embargo, si las incorporamos a nuestra vida, tendremos la fuerza necesaria para vencer al adversario. Si las pasamos por alto, abriremos la puerta para que Satanás tenga influencia y poder sobre nosotros.

Primero, estudien con diligencia. Todo poseedor del sacerdocio debe participar en el estudio diario de las Escrituras. El estudio intensivo no es tan eficaz como la lectura y aplicación diaria de las Escrituras en nuestra vida. Familiarícense con las lecciones que se enseñan en las Escrituras. Aprendan las circunstancias y el entorno de las parábolas del Maestro y las admoniciones de los profetas. Estúdienlas como si les hablaran a ustedes, porque así es.

Al profeta Lehi y a su hijo Nefi se les mostró en una visión la importancia de obtener la palabra de Dios y de aferrarse a ella. Respecto a la barra de hierro que vio, Nefi dijo lo siguiente a sus incrédulos hermanos Lamán y Lemuel:

“Y les dije que [la barra] era la palabra de Dios; y que quienes escucharan la palabra de Dios y se aferraran a ella, no perecerían jamás; ni los vencerían las tentaciones ni los ardientes dardos del adversario para cegarlos y llevarlos hasta la destrucción.

“Por tanto, yo, Nefi, los exhorté a que escucharan la palabra del Señor; sí, les exhorté con todas las energías de mi alma y con toda la facultad que poseía, a que obedecieran la palabra de Dios y se acordaran siempre de guardar sus mandamientos en todas las cosas”7.

Les prometo, ya sea que posean el Sacerdocio de Aarón o el Sacerdocio de Melquisedec, que si estudian las Escrituras con diligencia, aumentará su poder para evitar la tentación y para recibir la guía del Espíritu Santo en todo lo que hagan.

Segundo, oren con fervor. Con Dios, todo es posible. Hombres del Sacerdocio Aarónico y hombres del Sacerdocio de Melquisedec, recuerden la oración que el profeta José ofreció en aquella arboleda sagrada. Miren a su alrededor y vean el resultado de aquella oración que recibió contestación.

Adán oró y Jesús oró, y conocemos el resultado de sus oraciones. El que está al tanto de la caída de un pajarillo ciertamente escucha las súplicas de nuestro corazón. Recuerden la promesa: “Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y sin reproche, y le será dada”8.

A los que están al alcance de mi voz y que estén pasando desafíos y dificultades grandes y pequeñas, la oración brinda fortaleza espiritual; es el pasaporte a la paz. La oración es el medio por el cual nos acercamos a nuestro Padre Celestial, que nos ama. Hablen con Él en oración y después escuchen para recibir la respuesta. Los milagros se llevan a cabo por medio de la oración.

La hermana Daisy Ogando vive en la ciudad de Nueva York, donde hay más de ocho millones de habitantes. Hace unos años, la hermana Ogando se reunió con los misioneros, quienes le enseñaron el Evangelio; con el tiempo, perdió el contacto con ellos. Pasó el tiempo; entonces, en 2007, despertaron en el corazón de ella los principios del Evangelio que los misioneros le habían enseñado.

Un día, cuando se subía a un taxi, Daisy divisó a los misioneros, pero no logró hacer contacto con ellos antes de que desaparecieran de su vista. Oró fervientemente a nuestro Padre Celestial y le prometió que, si de alguna manera guiaba de nuevo a los misioneros hacia ella, les abriría la puerta. Ese día regresó a casa con fe en el corazón de que Dios escucharía y contestaría su oración.

Mientras tanto, dos jóvenes misioneros que habían estado orando sinceramente y trabajando para encontrar personas para enseñar examinaban los registros de los misioneros que habían servido en esa área. Al hacerlo, encontraron el nombre de Daisy Ogando. Cuando llegaron a su apartamento aquella misma tarde que la hermana Ogando había ofrecido esa sencilla y ferviente oración, ella abrió la puerta y dijo esas palabras que son como música para todo misionero que las oye: “Pasen, élderes. ¡Los estaba esperando!”.

Se contestaron dos oraciones fervientes, se restableció el contacto, se dieron las lecciones misionales y se dispuso lo necesario para el bautismo de Daisy y de su hijo Eddy.

Recuerden orar con fervor.

Mi sugerencia final, hermanos, es la siguiente: vivan con rectitud. Isaías, el gran profeta del Antiguo Testamento, dio este conmovedor mandato a los poseedores del sacerdocio: “…no toquéis cosa inmunda… purificaos los que lleváis los utensilios del Señor”9. No se habría podido expresar de manera más clara.

Tal vez los poseedores del sacerdocio no sean elocuentes ni tengan títulos avanzados en campos difíciles de estudio. Es muy posible que sean hombres de recursos limitados; pero Dios no hace acepción de personas, y sostendrá a Sus siervos en rectitud si evitan las iniquidades de nuestros días y viven vidas de virtud y pureza. Permítanme ilustrarlo.

A unos 1.400 kilómetros al norte de Salt Lake City está la bella ciudad de Calgary, Alberta, Canadá, sede de la famosa Estampida de Calgary, uno de los eventos anuales más grandes de Canadá y el rodeo al aire libre más grande del mundo. En el evento de diez días hay competencias de rodeo, exhibiciones, competencias agrícolas y carreras de carretas. El Desfile de la Estampida, que se lleva a cabo el primer día, es una de las tradiciones más viejas y más largas del festival; recorre una ruta de cinco kilómetros en el centro de Calgary, y hay una asistencia de 350.000 espectadores, muchos de ellos vestidos de vaqueros.

Hace varios años, una banda de una secundaria muy grande de Utah hizo la audición y se ganó la oportunidad de marchar en el Desfile de la Estampida de Calgary. Durante meses recabaron fondos, practicaron en las calles e hicieron otros preparativos para que la banda viajara a Calgary para participar en el desfile, en el cual se seleccionaría a una banda para recibir el primer lugar de honor.

Finalmente, llegó el día que partirían; los estudiantes y líderes ansiosos abordaron los autobuses y emprendieron el largo viaje hacia el norte a Calgary.

En el camino, la caravana se detuvo en Cardston, Alberta, Canadá, donde el grupo pasó la noche. Las hermanas de la Sociedad de Socorro del lugar prepararon almuerzos para que los miembros de la banda los disfrutaran antes de partir. Brad, un integrante de la banda que era presbítero en el Sacerdocio Aarónico, no tenía hambre y decidió guardar su almuerzo para más tarde.

A Brad le gustaba sentarse en la parte trasera del autobús; cuando tomó su asiento acostumbrado para prepararse para el resto del viaje a Calgary, lanzó la bolsa del almuerzo al estante que estaba atrás de la última fila de asientos. Allí se quedó el almuerzo, junto a la ventana de atrás, bajo el calor del sol del mes de julio. Lamentablemente, ese almuerzo consistía de un emparedado de ensalada de huevo. Para los que no comprenden la importancia que esto encierra, debo decirles que la ensalada de huevo se tiene que refrigerar; si no se hace así, y si está bajo fuerte calor como el que producía el sol a través de la ventana del autobús en un día soleado, se convierte en una incubadora muy eficiente de varios tipos de bacterias que pueden dar como resultado lo que comúnmente se conoce como intoxicación alimentaria.

Antes de llegar a Calgary, a Brad le dio hambre; recordó la bolsa con el almuerzo y se comió el emparedado de ensalada de huevo. Cuando los autobuses llegaron a Calgary y dieron la vuelta por la ciudad, todos los miembros de la banda estaban emocionados, todos menos Brad. Lamentablemente, lo que él sentía eran fuertes dolores estomacales y otras molestias relacionadas con la intoxicación. Ustedes se imaginarán.

Al llegar a su destino, los miembros de la banda bajaron del autobús, pero Brad no. Aunque sabía que sus compañeros contaban con él para que tocara el tambor en el desfile a la mañana siguiente, Brad se retorcía de dolor y estaba demasiado enfermo para bajar del autobús. Por suerte para él, Steve y Mike, dos amigos que hacía poco se habían graduado de la secundaria y que también no hacía mucho que habían sido ordenados al oficio de élder en el Sacerdocio de Melquisedec, vieron que Brad no estaba allí y decidieron buscarlo.

Al encontrarlo en la parte de atrás del autobús y al enterarse de la situación, Steve y Mike no sabían qué hacer. Por fin se les ocurrió que eran élderes y que tenían el poder del Sacerdocio de Melquisedec para bendecir a los enfermos. A pesar de la carencia total de experiencia en dar una bendición del sacerdocio, esos dos nuevos élderes tenían fe en el poder que poseían. Pusieron las manos sobre la cabeza de Brad, e invocando la autoridad del Sacerdocio de Melquisedec, en el nombre de Jesucristo, pronunciaron las palabras sencillas para bendecir a Brad para que se mejorara.

A partir de ese momento, los síntomas de Brad desaparecieron. A la mañana siguiente tomó su lugar con el resto de los integrantes de la banda y con orgullo desfiló por las calles de Calgary. La banda recibió el honor del primer lugar y el codiciado distintivo, pero, lo más importante, fue que dos jóvenes e inexpertos, pero dignos poseedores del sacerdocio habían respondido al llamado de representar al Señor al servir a su semejante. Cuando fue necesario que ejercieran el sacerdocio a favor de alguien que desesperadamente necesitaba su ayuda, pudieron responder porque vivían con rectitud.

Hermanos, ¿estamos preparados para nuestra jornada por la vida? A veces el sendero puede ser difícil. Tracen su curso, tomen precauciones, y decídanse a estudiar con diligencia; a orar con fervor; y a vivir con rectitud.

Nunca perdamos las esperanzas, porque la obra en la que estamos embarcados es la obra del Señor. Se ha dicho que “el Señor fortalece la espalda para que soporte el peso que se coloque sobre ella”.

La fortaleza que buscamos con fervor a fin de afrontar los desafíos de un mundo complejo y cambiante puede ser nuestra cuando, con fortaleza y valor firme, declaremos con Josué: “…yo y mi casa serviremos a Jehová”10. Testifico de esa verdad divina y lo hago en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 107:18.

  2. D. y C. 107:20.

  3. Harold B. Lee, “El sacerdocio”, discurso pronunciado ante el personal de seminarios e institutos, Universidad Brigham Young, 17 de julio de 1958, pág. 1.

  4. John Taylor, Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia, pág. 134.

  5. 1 Pedro 3:15.

  6. D. y C. 84:88.

  7. 1 Nefi 15:24–25.

  8. Santiago 1:5.

  9. Isaías 52:11.

  10. Josué 24:15.