2000–2009
“Traer almas a Mí”
Abril 2009


“Traer almas a Mí”

Los misioneros… continuarán haciendo lo mejor que puedan, pero ¿no sería mejor si ustedes y yo nos pusiéramos a la altura de las circunstancias e hiciéramos la labor que legítimamente nos corresponde?

Hace muchos años, estaba manejando por la Avenida Universidad, cerca de la desembocadura del cañón Provo, cuando noté que más adelante el tráfico empezó a reducir la velocidad. Más allá había automóviles de la policía con luces intermitentes, un camión de bomberos y varios vehículos de búsqueda y rescate, todos amontonados bloqueando la vía hacia el cañón Provo. Al principio me sentí molesto porque parecía que estaríamos allí por un largo rato. También tenía curiosidad, ¿cuál sería la causa de tanta conmoción?

Al mirar despeñadero arriba, del lado oriental de la entrada del cañón Provo, vi a algunos hombres escalando. Supuse que se trataba del personal de búsqueda y rescate; ¿hacia dónde se dirigirían? Luego logré verlo. De algún modo, una oveja hembra, que estaba perdida, había subido unos 10 metros por el desfiladero y estaba atrapada allí. No era una cabra ni una oveja montés, sino una oveja blanca separada del rebaño de un pastor.

Puesto que no tenía nada más que hacer, examiné el despeñadero en busca del camino por donde había ascendido la oveja y les aseguro que, por más que lo intentaba, no lograba explicarme cómo había llegado hasta allá. No obstante, allá estaba, y todo el alboroto que había en frente de mí se centraba en su rescate. Hasta el día de hoy no sé el desenlace del asunto, pues la policía halló la manera de permitir que el tráfico circulara nuevamente.

Al alejarme manejando, algo me inquietaba. Aunque el personal de búsqueda y rescate de seguro tenía buenas intenciones, ¿cómo reaccionaría la oveja ante ellos? Estoy seguro de que tenían un plan para calmarla, quizás le dispararían un dardo tranquilizador a corta distancia para capturarla antes de que cayera. Desconociendo el plan, pero conociendo un poco sobre cómo reaccionan los animales al ser arrinconados por extraños, me preocupaba la viabilidad de su labor de rescate. Y, luego me pregunté: ¿Dónde estaba el pastor? Ciertamente, el tendría más probabilidades de acercarse a la oveja sin asustarla. La voz tranquilizadora y la mano de ayuda del pastor eran lo que la situación requería, pero él parecía estar ausente en este momento de necesidad.

Como miembros de la Iglesia, a veces parecemos estar ausentes en momentos de necesidad, tal como este pastor. Consideren por un momento lo que el presidente Monson dijo a los recién llamados presidentes de misión en el Seminario para Nuevos Presidentes de Misión de 2008. Él dijo: “No hay sustituto para un programa proselitista basado en el trabajo con los miembros. El tocar puertas no lo sustituirá. Las preguntas de oro no lo sustituirán. Un programa basado en el trabajo con los miembros es la clave del éxito y funciona dondequiera que lo probamos” (“Motivating Missionaries”, 22 de junio de 2008, pág. 8).

Visto desde esa perspectiva, los miembros misioneros, tanto ustedes como yo, somos los pastores, y los misioneros de tiempo completo, al igual que el equipo de búsqueda y rescate, están intentado hacer algo casi imposible de lograr por sí solos. Ciertamente, los misioneros de tiempo completo continuarán haciendo lo mejor que puedan, pero ¿no sería mejor si ustedes y yo nos pusiéramos a la altura de las circunstancias e hiciéramos la labor que legítimamente nos corresponde y para la cual estamos mejor facultados al conocer en persona a quienes están perdidos y necesitan ser rescatados?

Me gustaría centrarme en tres propósitos para los miembros de la Iglesia que se encuentran en Doctrina y Convenios. Cada uno de ellos nos insta a no estar ausentes cuando nuestros amigos, vecinos y miembros de la familia necesiten nuestra ayuda. Esto debe incluir a quienes se hayan desviado, a los menos activos. Todos nosotros debemos ser mejores misioneros.

En el versículo 81 de la sección 88 de Doctrina y Convenios leemos: “…y conviene que todo hombre que ha sido amonestado, amoneste a su prójimo”. He tenido el privilegio de viajar a muchas estacas de la Iglesia para impulsar el crecimiento y desarrollo de las misiones de barrio. Ha sido una experiencia muy gratificante y espiritual para mí. He descubierto en estos viajes, y una encuesta reciente confirma el hecho, que más de la mitad de las personas de los Estados Unidos y Canadá tienen poco o ningún conocimiento sobre nuestras prácticas y creencias. Estoy seguro de que el porcentaje es mucho más alto en otras partes del mundo. Esa misma encuesta demostró que, cuando las personas que no son miembros se relacionan con miembros fieles de la Iglesia por un período de tiempo prolongado o tienen acceso a información clara y precisa sobre las creencias y doctrinas de la Iglesia, su actitud se torna positiva y receptiva.

La Iglesia cuenta con más de 50.000 misioneros de tiempo completo que prestan servicio en todo el mundo. El manual Predicad Mi Evangelio ha ayudado a formar los mejores maestros del evangelio de Jesucristo que hayamos tenido en la historia de la Iglesia. Lamentablemente, la mayoría de nuestros misioneros de tiempo completo dedica más tiempo tratando de hallar personas que en enseñarles. Veo a nuestros misioneros de tiempo completo como un recurso de enseñanza desaprovechado. Si ustedes y yo buscáramos más personas para los misioneros de tiempo completo y les permitiéramos a ellos pasar más tiempo enseñando a la gente que encontremos, empezarían a suceder grandes cosas. Estamos perdiendo una oportunidad invaluable de hacer crecer a la Iglesia cuando esperamos que los misioneros de tiempo completo amonesten a nuestro prójimo en vez de hacerlo nosotros mismos.

Debemos llevar la luz del Evangelio “con gran diligencia” (D. y C. 123:14) a los que buscan las respuestas que ofrece el Plan de Salvación. Muchas personas están preocupadas por su familia. Algunas buscan seguridad en un mundo de valores cambiantes. Nuestra oportunidad es darles esperanza y ánimo e invitarlas a venir con nosotros y unirse a los que acepten el evangelio de Jesucristo. El evangelio del Señor está sobre la tierra y bendecirá sus vidas aquí y en las eternidades venideras.

El Evangelio está centrado en la expiación de nuestro Señor y Salvador. La Expiación confiere el poder para lavar los pecados, para sanar y para conceder la vida eterna. Todas las bendiciones inestimables de la Expiación sólo pueden otorgarse a aquellos que vivan los principios y reciban las ordenanzas del Evangelio, a saber, la fe en Jesucristo, el arrepentimiento, el bautismo, la recepción del Espíritu Santo y el perseverar hasta el fin. Nuestro gran mensaje misional al mundo es que toda la humanidad está invitada a ser rescatada y a entrar en el redil del Buen Pastor, a saber Jesucristo.

Nuestro mensaje misional se fortalece con el conocimiento de la Restauración. Sabemos que Dios habla a Sus profetas hoy, así como lo hizo en la antigüedad. Sabemos también que Su evangelio es administrado con el poder y la autoridad del sacerdocio restaurado. Ningún otro mensaje tiene mayor trascendencia eterna para todos los que viven en la tierra en la actualidad. Todos nosotros debemos enseñar este mensaje a los demás con poder y convicción. Es la voz suave y apacible del Espíritu Santo que testifica por medio de nosotros del milagro de la Restauración, pero primeramente debemos abrir la boca y testificar. Debemos amonestar a nuestro prójimo.

Esto me lleva al segundo pasaje de Doctrina y Convenios que deseo compartir con ustedes. Mientras que el versículo 81 de la sección 88 nos enseña que la obra misional viene a ser la responsabilidad de cada uno de nosotros tan pronto como se nos haya amonestado; los versículos 7 al 10 de la sección 33 nos enseñan a abrir la boca.

El versículo 7 no da lugar a dudas en la mente de todo el que haya memorizado la sección 4 de Doctrina y Convenios de que el Señor habla sobre la obra misional: “Sí, de cierto, de cierto os digo, que el campo blanco está ya para la siega; por tanto, meted vuestras hoces, y cosechad con toda vuestra alma, mente y fuerza”.

Luego viene el mandato, tres veces, de abrir nuestra boca:

“Abrid vuestra boca y será llena, y seréis como Nefi el de antaño, que salió de Jerusalén al desierto.

“Sí, abrid vuestra boca sin cesar, y vuestras espaldas serán cargadas de gavillas, porque he aquí, estoy con vosotros.

“Sí, abrid vuestra boca y será llena, y decid: Arrepentíos, arrepentíos y preparad la vía del Señor, y enderezad sus sendas; porque el reino de los cielos está cerca” (versículos 8–10).

¿Qué diría cada uno de nosotros si debiéramos abrir la boca tres veces? Si me lo permiten, me gustaría ofrecer una sugerencia. Primero y lo más importante, debemos declarar nuestra creencia en Jesucristo y en Su expiación. Su acto de redención bendice a toda la humanidad con el don de la inmortalidad y con la posibilidad de disfrutar del mayor de todos los dones de Dios que se da al hombre, el don de la vida eterna.

La segunda vez que abramos la boca debemos contar con nuestras propias palabras el relato de la Primera Visión, es decir, nuestro conocimiento de un joven de casi quince años de edad que se dirigió a una arboleda y a quien se le abrieron los cielos tras una sincera y humilde oración. Después de siglos de confusión, la verdadera naturaleza de la Trinidad y las verdaderas enseñanzas de Dios se revelaron al mundo.

La tercera vez que abramos la boca, testifiquemos del Libro de Mormón, Otro Testamento de Jesucristo. El Libro de Mormón complementa a la Biblia al darnos una compresión más amplia de las doctrinas del evangelio de nuestro Salvador. El Libro de Mormón es la evidencia convincente de que José Smith es en verdad un profeta de Dios. Si el Libro de Mormón es verdadero, existió una restauración del sacerdocio. Si el Libro de Mormón es verdadero, entonces con el poder de ese sacerdocio, José Smith restauró La Iglesia de Jesucristo.

Acabo de terminar de leer el libro de Alma en mi lectura actual del Libro de Mormón. Casi al final del estupendo mensaje de Alma a la Iglesia de Zarahemla, él dice:

“Pues, ¿qué pastor hay entre vosotros que, teniendo muchas ovejas, no las vigila para que no entren los lobos y devoren su rebaño? Y he aquí, si un lobo entra en medio de su rebaño, ¿no lo echa fuera? Sí, y por último, si puede destruirlo, lo hará.

“Y ahora os digo que el buen pastor os llama; y si escucháis su voz, os conducirá a su redil y seréis sus ovejas; y él os manda que no dejéis entrar ningún lobo rapaz entre vosotros, para que no seáis destruidos” (Alma 5:59–60).

El Salvador es el Buen Pastor y todos nosotros somos llamados a Su servicio. La oveja en el despeñadero de la entrada del cañón Provo y estas palabras de Alma me recuerdan la pregunta que el Salvador hizo en el capítulo 15 de Lucas: “¿Qué hombre de vosotros, teniendo cien ovejas, si pierde una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va tras la que se perdió, hasta encontrarla?” (versículo 4).

Normalmente, cuando pienso en el pastoreo de ovejas, pienso en la obligación o en la mayordomía del pastor de hacer todo lo que pueda por todas sus ovejas. Esa experiencia, no obstante, me recordó que se trata de la parábola de la oveja perdida, y mis pensamientos se dirigieron a la situación precaria de aquella oveja perdida, sola por completo e incapaz de dar un paso hacia arriba del desfiladero, e igualmente incapaz de dar la vuelta y regresar cuesta abajo. ¡Qué desesperada y desesperanzada debe haberse sentido! Totalmente incapacitada de rescatarse a sí misma, sólo a un paso de un desastre seguro.

Es importante que cada uno de nosotros medite cómo se siente estar perdido, y lo que significa ser un pastor “espiritual” que dejaría las noventa y nueve para encontrar a la que se ha perdido. Esos pastores podrían requerir de la ayuda y la pericia del equipo de búsqueda y rescate, pero ellos están presentes, a la orden y escalan codo a codo con el equipo de rescate para salvar a quienes tienen valor infinito a la vista de Dios, puesto que son Sus hijos. Esos pastores responden al último mandato de ser un miembro misionero que deseo compartir con ustedes de Doctrina y Convenios:

“Y si acontece que trabajáis todos vuestros días proclamando el arrepentimiento a este pueblo y me traéis aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será vuestro gozo con ella en el reino de mi Padre!

“Y ahora, si vuestro gozo será grande con un alma que me hayáis traído al reino de mi Padre, ¡cuán grande no será vuestro gozo si me trajereis muchas almas!” (D. y C. 18:15–16).

Como el pasaje de las Escrituras también enseña, dichos pastores experimentan un gozo inexpresable. Comparto mi testimonio de este hecho. En el nombre de Jesucristo. Amén.