2000–2009
Si fieles le somos
Abril 2009


Si fieles le somos

Procuremos aumentar nuestra fe y rectitud personal, fortalecer a nuestra familia y a nuestro hogar, y servir al Señor y a Sus hijos.

Hace muchos años, mientras servía en la mesa general de la Sociedad de Socorro, se me asignó instruir y capacitar a líderes del sacerdocio y de la Sociedad de Socorro. Llegamos justo a tiempo para comenzar la reunión, después de haber estado toda la mañana enseñando en otra ciudad.

Yo era la primera oradora, justo después del himno y de la oración inicial. El primer himno era “El fin se acerca”.

El título no me resultaba familiar y me pareció raro que éste fuera el primer himno. ¡Yo ni siquiera había dicho una palabra y ya estaban todos cantando “el fin se acerca”!

Al comenzar a cantar, enseguida me di cuenta de que el himno se refiere al breve tiempo que resta para publicar el mensaje del Evangelio y traer almas a Cristo. Las palabras de la cuarta estrofa permanecieron en mi mente toda la noche y por mucho tiempo, y dice así:

Sed firmes; probados seréis, pues, hermanos.

Si ganan los justos, Satanás perderá,

Mas Cristo dará a los justos amparo;

Si fieles le somos, Él nos salvará.

Si fieles le somos, Él nos salvará.1

El mensaje de esa estrofa es que, pase lo que pase en esta vida, Jesucristo tiene el poder para salvar. Por medio de Su sacrificio divino, Él ha preparado el camino para que alcancemos la vida eterna. En verdad Su obra es “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre”2. Él nos ha pedido que nos ayudemos unos a otros para que hagamos las cosas que nos llevarán a la vida eterna.

El mes de septiembre pasado, en la Reunión General de la Sociedad de Socorro, la hermana Beck esbozó tres cosas que nos ayudan con nuestra meta de lograr la vida eterna; ellas son:

  1. “Aumentar la fe y la rectitud personales”.

  2. “Fortalecer a las familias y los hogares”.

  3. “Servir al Señor y a Sus hijos”3. Lo cual también significa buscar y cuidar al pobre y al necesitado.

Sabemos que Satanás va a tentarnos y a probarnos al tratar de hacer estas cosas, pero el Señor ha prometido que Él nos fortalecerá y nos ayudará4.

Aumentar la fe y la rectitud personales

De pequeña, mis padres me enseñaron que mi Padre Celestial y Jesucristo me amaban. Me enseñaron que “soy una hija de Dios”5. No recuerdo no haber sabido esto. Mis padres me enseñaron que Jesucristo es nuestro Salvador y que sólo mediante Él podremos ser salvos6.

También me enseñaron que si quería que mi fe aumentara, tenía que orar a diario. De hecho, necesitaba orar siempre7. Me enseñaron que, si leía y estudiaba las Escrituras, mi conocimiento y testimonio de la veracidad del Evangelio aumentarían. Me enseñaron a amar a Dios y que podría demostrarle mi amor al obedecer Sus mandamientos8. También aprendí como hija acerca de la importancia del templo. Siendo jovencita aprendí que hacer y observar convenios sagrados en el templo me mantendría en el curso que conduce a la vida eterna.

Cada uno de nosotros debe obedecer estos principios durante toda la vida para aumentar nuestra fe y la rectitud personal.

Fortalecer a las familias y los hogares

Es la responsabilidad y la bendición de cada uno de nosotros de fortalecer a nuestra familia y nuestro hogar. Cada uno tiene una situación familiar diferente. Algunas familias tienen un padre y una madre con hijos en el hogar, y hay parejas que ya no tienen hijos en casa. Muchos miembros de la Iglesia están solteros, algunos son padres solteros y otros son viudos que viven solos.

No importa cómo esté constituida nuestra familia, cada uno de nosotros puede trabajar para fortalecerla o ayudar a fortalecer a otras familias.

El siguiente ejemplo ilustra algunas maneras de fortalecer a la familia. Me asignaron ir a Boise, Idaho. El sábado por la tarde, al finalizar la capacitación, me quedé en la casa de mi sobrina y de su familia. Esa noche, antes de que los niños se fueran a dormir, tuvimos una pequeña noche de hogar con un relato de las Escrituras. El papá nos habló de la familia de Lehi y de cómo enseñó a sus hijos que debían aferrarse a la barra de hierro, la cual es la palabra de Dios9. Aferrarse a la barra de hierro los mantendría seguros y los guiaría al gozo y a la felicidad; pero si se soltaban, corrían el peligro de ahogarse en el río de aguas turbias.

Para demostrarles a sus hijos, la mamá hizo el papel de la “barra de hierro” a la que ellos debían sujetarse, y el papá representó el papel del diablo, tratando de alejar a los niños de su lugar seguro y feliz. A los pequeños les encantó el relato y aprendieron cuán importante es aferrarse a la barra de hierro.

Después del relato de las Escrituras llegó el momento de la oración familiar. La mamá recordó a sus hijos que oraran por el obispo que estaba sufriendo de serios problemas de la vista. Brooklyn, de tan sólo tres años, ofreció la oración. Dio gracias al Padre Celestial por las bendiciones y luego le pidió fervientemente “bendice al obispo porque se le quebraron los ojos”.

A la mañana siguiente fuimos a la reunión sacramental y nos sentamos. Brooklyn y Kennedy, su hermanita de cinco años, miraron hacia el estrado y vieron que el obispo estaba ahí. Ambas niñas lo señalaron con el dedo y muy contentas le dijeron a su madre: “Mira, es el obispo”. Y luego se miraron entre sí como diciendo: “Ayer oramos por él y hoy se encuentra mejor”. Ellas oraron con fe, sabiendo que nuestro Padre Celestial escucharía sus humildes súplicas.

Las Escrituras, la noche de hogar y la oración familiar fortalecerán a las familias. Tenemos que aprovechar cada ocasión de fortalecer a las familias y apoyarnos mutuamente a fin de mantenernos en la senda correcta.

Servir al Señor y a Sus hijos, y buscar y cuidar al pobre y al necesitado

Durante Su vida terrenal, el Salvador enseñó que debíamos cuidarnos y ayudarnos los unos a los otros. Él sanó al enfermo, hizo caminar al cojo, restauró la vista al ciego y destapó los oídos del sordo. Enseñó el Evangelio a las personas, bendijo a la gente y obró muchos y grandiosos milagros10.

En todas partes hay oportunidades de ayudar al necesitado. Les aseguro que en algún momento de nuestra vida cada uno de nosotros será pobre de alguna manera y necesitará la ayuda de otra persona, pues “¿no somos todos mendigos?”11.

El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Dios nos ve, y vela por nosotros; pero, generalmente es por medio de otra persona que Él atiende a nuestras necesidades. Por lo tanto, es vital que nos sirvamos los unos a los otros”12.

El verano pasado, cuando estaba lejos de casa, una tormenta de fuerte viento y lluvia asolaron nuestro vecindario. Un enorme árbol cayó del patio de mi vecino al mío, arrastrando en su caída los cables de electricidad. Había que quitar el árbol antes de poder reparar los daños y restablecer la electricidad en mi casa.

Temprano en la mañana llamé a mi hermano, y él quedó en conseguir algunas herramientas y venir lo antes posible. También llamé a mi obispo. A los pocos minutos, mi obispo, mi maestro orientador, mi presidente de estaca anterior y diez hermanos más estaban en mi casa con sus motosierras y rápidamente limpiaron los rastros del desastre. Mis maestras visitantes nos llevaron la cena esa noche y muchos hermanos del grupo de sumos sacerdotes, del quórum de élderes y de nuestro vecindario siguieron viniendo por varios días para ayudarnos a limpiar.

En aquella ocasión yo fui la necesitada, yo precisé ayuda de otras personas. Mi desaliento se convirtió en gozo y gratitud; sentí que me amaban y me cuidaban. Aquellas personas rápidamente se dieron cuenta que alguien necesitaba ayuda. Ellos vivieron de acuerdo con sus testimonios y demostraron la realidad de sus convenios.

En las Oficinas Generales de la Iglesia solemos recibir notas de agradecimiento no sólo de miembros de nuestra Iglesia que recibieron ayuda de ustedes después de una inundación, un huracán, un terremoto u otro desastre. Gracias por estar siempre dispuestos a servir, a amar, a dar y, por ende, ser verdaderos discípulos de Jesucristo.

Debemos “ser firmes en [nuestro] propósito” 13 al procurar aumentar nuestra fe y rectitud personales, fortalecer a nuestra familia y nuestro hogar, y servir al Señor y a Sus hijos. Aunque Satanás se oponga a nuestros esfuerzos, les testifico que Jesucristo y el poder de Su Expiación nos permiten hacer Su voluntad y magnificar nuestros esfuerzos durante el proceso. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. “El fin se acerca”, Himnos, Nº 173.

  2. Moisés 1:39.

  3. Véase Julie B. Beck, “Cumplir el propósito de la Sociedad de Socorro”, Liahona, noviembre de 2008, págs. 107–110.

  4. Véase Isaías 41:10–14.

  5. “Soy un hijo de Dios”, Himnos, Nº 196.

  6. Véase Mosíah 3:17.

  7. Véase 3 Nefi 18:15, 18–19, D. y C. 10:5.

  8. Véase Juan 14:15.

  9. Véase 1 Nefi 8:2–37.

  10. Véase Mateo 4:23; 9:35; Lucas 4:40; Juan 2:23; Mosíah 3:5; 3 Nefi 17:7–9; 26:15; D. y C. 35:9.

  11. Mosíah 4:19.

  12. Véase Spencer W. Kimball, “La vida plena”, Liahona, junio de 1979, pág. 3.

  13. “El fin se acerca”, Himnos, Nº 173.