2000–2009
Sus siervos, los profetas
Abril 2009


Sus siervos, los profetas

El Maestro nos habla por medio de Su profeta.

Durante los años de mi juventud en la pequeña comunidad agrícola de Spring City, Utah, todos los veranos se presentaba la oportunidad de estar por dos semanas a solas con mi padre pastoreando las ovejas en la cordillera Manti-LaSal. En una ocasión, la niebla era tan densa en ese lugar que la persona ni siquiera podía apreciar la mano extendida frente a ella, y la noche estaba cayendo.

Mi padre sugirió que regresara al campamento y que él me seguiría después. Recuerdo que le pregunté cómo podría encontrar el campamento en medio de la niebla. Mi padre simplemente me dijo: “Deja las riendas al caballo y él te llevará al campamento”. Siguiendo su consejo, aflojé las riendas y alenté al caballo, que emprendió el camino. A veces alguna rama que colgaba baja me golpeaba en el rostro o sentía que mi pierna rozaba un árbol; pero, finalmente, el caballo se detuvo completamente y pude distinguir el entorno del campamento.

A veces, quizás no siempre podamos encontrar de inmediato el camino deseado delante de nosotros, pero la sabiduría de quienes nos han precedido, junto a la sabiduría de los que todavía permanecen con nosotros, será nuestra guía si tan sólo les damos las riendas.

“¿Entiendes lo que lees?”, fue la pregunta que le hizo Felipe a alguien que escudriñaba diligentemente las Escrituras.

La respuesta le llegó en forma de pregunta: “¿Y cómo podré si alguno no me enseñare?”1.

La respuesta a estas inquisitivas preguntas proviene de los profetas de épocas pasadas, quienes enseñaron la importancia de escudriñar las Escrituras, junto con una promesa: “…el que atesore mi palabra no será engañado2.

En cada dispensación, el Señor ha dado mandamientos a los profetas “de proclamar estas cosas al mundo; y todo esto para que se cumpliese”3. La Sección 1 de Doctrina y Convenios constituye el prefacio del Señor para las doctrinas, los convenios y los mandamientos que se han dado en ésta, la dispensación del cumplimiento de los tiempos; son dignos de mencionar los versículos 37–38.

“Escudriñad estos mandamientos porque son verdaderos y fidedignos, y las profecías y promesas que contienen se cumplirán todas.

“Lo que yo, el Señor, he dicho, yo lo he dicho, y no me disculpo; y aunque pasaren los cielos y la tierra, mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida, sea por mi propia voz o por la voz de mis siervos, es lo mismo”.

Es de la voz de siete de los siervos del Señor de la que hablaré hoy. En marzo de 1970 dio comienzo el añorado deseo de prestar servicio a los siervos escogidos del Señor. Desde el principio, se presentaron oportunidades de estar en contacto directo con las Autoridades del Quórum de los Doce, y más adelante con miembros de la Primera Presidencia durante casi cuatro décadas. Fue durante esos años de formación que se empezó a ensanchar en mi corazón el entendimiento de que “mi palabra no pasará, sino que toda será cumplida”.

En conferencias generales de antaño se han dado importantes amonestaciones, las que seguirán exponiendo aquellos que tienen la sabiduría de épocas pasadas, lo que hace que nuestros corazones ardan dentro de nosotros. Al seguir ese consejo debemos ser fuertes, nunca debemos darnos por vencidos y debemos perseverar hasta el fin.

Permítanme compartir la guía y el consejo impartido por estos profetas de Dios. Por ejemplo, fue el presidente Joseph Fielding Smith el que a menudo citaba las palabras registradas en el capítulo 24 de Salmos, donde se hace una pregunta, se da una respuesta y se promete una bendición a los fieles.

La pregunta: “¿Quién subirá al monte de Jehová? o ¿quién estará en su lugar santo?”.

La respuesta: “El limpio de manos y puro de corazón; el que no ha elevado su alma a cosas vanas, ni jurado con engaño”.

La promesa: “Él recibirá bendiciones de Jehová, y justicia del Dios de salvación”4.

El presidente Harold B. Lee, en una conferencia general nos aconsejó prestar atención a las palabras y a los mandamientos que el Señor nos dé por conducto de Su profeta. “Es posible que no les guste lo que dicen las Autoridades de la Iglesia. Puede que contradiga sus opiniones políticas [o] sociales… Puede que interfiera con algo de su vida social. Pero si escucha[mos] esas cosas como si viniesen de la boca del Señor, con paciencia y fe, la promesa es que… ‘las puertas del infierno no prevalecerán contra vosotros; sí, y Dios el Señor dispersará los poderes de las tinieblas de ante vosotros, y hará sacudir los cielos para vuestro bien y para la gloria de su nombre’”5.

Poco antes de su fallecimiento en diciembre de 1973, el presidente Lee, que dirigía la palabra ante un grupo de empleados de la Iglesia y sus familias, formuló la siguiente pregunta después de narrar la historia del programa de bienestar de la Iglesia: “¿Piensan que esos profetas sabían de lo que estaban hablando?”. Más adelante, durante el mismo discurso, al hacer referencia al consejo de las Autoridades Generales de protegernos de la tolerancia excesiva que invade nuestros hogares a través de literatura y programas de televisión inapropiados, preguntó: “¿Se encuentran tan cerca de las Autoridades Generales que llegan a considerarlos no como profetas, sino como hombres que simplemente piensan que [tal consejo] podría ser bueno?”6.

En sus escritos, el presidente Spencer W. Kimball nos proporcionó las reconfortantes palabras de que existe el milagro del perdón y de que Dios perdonará. En otro entorno, respecto a los desafíos inesperados que tal vez tengamos que afrontar, el presidente Kimball nos advirtió que, si individualmente se nos diera el poder para alterar las situaciones de la vida, ¿habríamos cambiado los acontecimientos ocurridos en la cárcel de Carthage, que resultaron en la muerte del profeta José Smith? y, más importante aún, con ese incontrolado poder, ¿qué habríamos hecho en el momento decisivo de Getsemaní y de las palabras que se dijeron: “…pero no se haga mi voluntad, sino la tuya”?7.

Cada mañana, en la reunión de la Primera Presidencia, las Autoridades se turnan para orar. Siempre me gustaba escuchar orar al presidente Ezra Taft Benson. En lugar de pedir bendiciones, sus oraciones eran casi enteramente de agradecimiento. Acerca del Otro Testamento de Jesucristo, el presidente Benson reiteró las palabras del profeta José Smith de “que el Libro de Mormón era el más correcto de todos los libros sobre la tierra, y la clave de nuestra religión; y que un hombre se acercaría más a Dios al seguir sus preceptos que los de cualquier otro libro”8. Nos amonestó a seguir al Salvador, que dijo: “Mirad hacia mí, y perseverad hasta el fin, y viviréis; porque al que persevere hasta el fin, le daré vida eterna”9.

Durante los nueve meses que prestó servicio como Presidente de la Iglesia, todos sentimos un gran amor por el presidente Howard W. Hunter y por su innata bondad; exhortó a los miembros de la Iglesia a:

“…prestar mayor atención a la vida y al ejemplo del Señor Jesucristo, en particular el amor, la esperanza y la compasión que Él manifestó…

“…[establecer] el templo del Señor como el símbolo más grande de su calidad de miembro de la Iglesia y el lugar supremo donde realizan sus convenios más sagrados. El deseo más grande de mi corazón es que todo miembro de la Iglesia sea digno de entrar en el templo”10.

El presidente Gordon B. Hinckley declaró: “No he hablado cara a cara con todos los profetas de esta dispensación. No conocí al profeta José Smith ni tampoco lo oí hablar. [Sin embargo], mi abuelo, que siendo joven vivía en Nauvoo, sí lo oyó y testificó de su llamamiento divino como el gran Profeta de esta dispensación”11.

El presidente Hinckley dio testimonio de la Primera Visión, cuando el joven José Smith fue a una arboleda a orar y recibió la respuesta mediante revelación divina tanto del Padre como del Hijo.

La pasión que el presidente Hinckley tenía por la edificación de templos y por la obra sagrada que se efectúa en ellos será para cada uno de nosotros una estrella polar que nos servirá de guía.

Nuestro amado profeta, el presidente Thomas S. Monson, ha vuelto a recalcar el deseo de la Primera Presidencia, la cual, en 1839, dio la dirección que debíamos buscar constantemente, incluso en la actualidad: “De su diligencia, de su perseverancia y de su fidelidad, de la exactitud de las doctrinas que enseñen, de los preceptos morales que ustedes fomenten y practiquen… depende el destino de la familia humana”12.

El presidente Monson es a quien sostenemos como el profeta, vidente y revelador, y quien presta servicio como la voz sonora de la viuda, del huérfano y de todos los necesitados. Durante su vida, ha sido un verdadero ejemplo del modelo del Maestro y del deseo sincero de estar siempre a Su servicio. El presidente Monson es el portavoz del Señor, cuyo consejo y guía se nos insta a seguir. En un sentido verdaderamente real, el Maestro nos habla por medio de Su profeta. Sé que esto es verdadero, y así lo he asentado en las reuniones donde se han congregado las Autoridades Generales.

Como alguien a quien se le ha enseñado a los pies de profetas vivientes y de estos testigos de los últimos días a quienes he conocido y a quienes amo, testifico, con toda veracidad, que si los miembros de la Iglesia prestamos oídos a las palabras y a los mandamientos que el Señor dio a los profetas de los testamentos y si seguimos al profeta del Señor, incluso en la actualidad, comprenderemos más plenamente que “no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas”13.

De esas verdades, y de que Dios está en los cielos, de que Jesús es el Cristo y de que ésta, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, tiene profetas, videntes y reveladores para guiarnos, doy solemne testimonio en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Hechos 8:30–31

  2. José Smith—Mateo 1:37

  3. D. y C. 1:18

  4. Salmos 24:3–5

  5. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: Harold B. Lee, pág. 92.

  6. Harold B. Lee, devocional de Navidad para los empleados de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 13 de diciembre de 1973, en The Teachings of Harold B. Lee, editado por Clyde J. Williams, 1996, pág. 298.

  7. Lucas 22:42; véase Spencer W. Kimball, La fe precede al milagro, 1972, pág. 98–99.

  8. Introducción del Libro de Mormón

  9. 3 Nefi 15:9

  10. Nuestro Legado: Una breve historia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, 2001, pág. 136.

  11. “Creed a sus profetas”, Liahona, julio de 1992, pág. 58

  12. Véase “La obra misional: Nuestra responsabilidad”, Liahona, enero de 1994, pág. 73.

  13. Amós 3:7