2000–2009
Estén listos
Octubre 2009


Estén listos

La preparación que cuenta la realizarán los jóvenes que tomen decisiones para elevarse a su gran destino como siervos del sacerdocio para Dios.

Dondequiera que esté, de día o de noche, tengo a la mano un pequeño frasco de aceite de oliva. Éste es el que guardo en el cajón de en medio del escritorio donde trabajo. Llevo uno en mi bolsillo cuando trabajo afuera o viajo, y también hay uno en el gabinete de la cocina de casa.

El que tengo en la mano tiene una fecha; es el día en que alguien ejerció el poder del sacerdocio con el fin de consagrar el aceite puro para bendecir y sanar a los enfermos. Los jóvenes del Sacerdocio Aarónico, e incluso los padres de ellos, tal vez piensen que soy un poco exagerado en mis preparativos.

Pero la llamada durante el día o el golpe en la puerta por la noche siempre llegan de sorpresa y alguien dirá: “Por favor, ¿puede venir pronto?”. En una ocasión, hace años, fue un padre que llamaba desde el hospital. Un auto que iba a una velocidad excesiva había atropellado a su hijita de 3 años al cruzar la calle para ir con su mamá, lanzándola a 15 metros. Cuando llegué al hospital, el padre suplicó que el poder del sacerdocio le preservara la vida. De mala gana los médicos y las enfermeras sólo nos permitieron pasar las manos a través de una barrera de plástico para ponerle una gota de aceite en el único espacio entre las vendas que le cubrían la cabeza. Un doctor, irritado, me dijo: “Apúrense con lo que vayan a hacer; ella se está muriendo”.

Estaba equivocado. Ella vivió, y contrariamente a lo que el médico había dicho, no sólo vivió sino que aprendió a caminar de nuevo.

Cuando recibí la llamada, yo estaba listo. La preparación fue mucho más que tener aceite consagrado al alcance de la mano. Debe comenzar mucho antes de la crisis que requiera el poder del sacerdocio. Los que estén preparados estarán listos para responder.

La preparación comienza en la familia, en los quórumes del Sacerdocio Aarónico y, más que nada, en la vida privada de los jóvenes. Los quórumes y las familias deben ayudar, pero la preparación que cuenta la realizarán los jóvenes que tomen decisiones para elevarse a su gran destino como siervos del sacerdocio para Dios.

El destino de la nueva generación de poseedores del sacerdocio es mucho más que estar preparados para invocar el poder de Dios para sanar a los enfermos; la preparación implica estar preparados para ir y hacer lo que el Señor desea que se haga mientras el mundo se prepara para Su venida. Ninguno de nosotros sabe con exactitud lo que esas tareas serán, pero sí sabemos lo que se requerirá para estar listos, así que, podemos prepararnos.

Lo que necesitarán en ese dramático momento lo obtendrán con el fiel desempeño del servicio obediente. Les diré dos de las cosas que necesitarán y la preparación que se requiere para estar listos.

Lo primero es tener fe. El sacerdocio es la autoridad para actuar en el nombre de Dios, es el derecho de invocar los poderes del cielo. De modo que deben tener fe en que Dios vive y que se han ganado Su confianza para permitirles usar Su poder para Sus propósitos.

Un ejemplo del Libro de Mormón les permitirá ver cómo un hombre llevó a cabo esa preparación. Había un poseedor del sacerdocio llamado Nefi que recibió una difícil asignación del Señor. Dios lo envió a llamar al arrepentimiento a la gente inicua antes de que fuera demasiado tarde para ellos. A causa de la iniquidad y el odio, se estaban matando unos a otros. Ni siquiera su pesar los había humillado lo suficiente para arrepentirse y obedecer a Dios.

Debido a la preparación de Nefi, Dios lo bendijo con poder para cumplir su asignación. Las palabras amorosas de Él, que daban el poder a Nefi, son una guía para nosotros:

“Bienaventurado eres tú, Nefi, por las cosas que has hecho; porque he visto que has declarado infatigablemente a este pueblo la palabra que te he dado. Y no les has tenido miedo, ni te has afanado por tu propia vida, antes bien, has procurado mi voluntad y el cumplimiento de mis mandamientos.

“Y porque has hecho esto tan infatigablemente, he aquí, te bendeciré para siempre, y te haré poderoso en palabra y en hecho, en fe y en obras; sí, al grado de que todas las cosas te serán hechas según tu palabra, porque tú no pedirás lo que sea contrario a mi voluntad.

“He aquí, tú eres Nefi, y yo soy Dios. He aquí, te lo declaro, en presencia de mis ángeles, que tendrás poder sobre este pueblo, y herirás la tierra con hambre, y con pestilencia y destrucción, de acuerdo con la iniquidad de este pueblo.

“He aquí, te doy poder, de que cuanto sellares en la tierra, sea sellado en los cielos; y cuanto desatares en la tierra, sea desatado en los cielos; y así tendrás poder entre este pueblo”1.

El relato del Libro de Mormón nos dice que el pueblo no se arrepintió, de modo que Nefi le pidió a Dios que cambiara las estaciones; pidió un milagro para ayudar al pueblo a escoger el arrepentimiento debido a una hambruna. La hambruna llegó, y se arrepintieron; le suplicaron a Nefi que le pidiera lluvia a Dios; lo hizo y Dios honró esa fe inquebrantable.

Esa fe no comenzó en el momento en que Nefi la necesitaba, ni tampoco la confianza de Dios en Nefi. Él se ganó esa gran fe y la confianza de Dios al trabajar valiente y constantemente al servicio del Señor. Ustedes jóvenes están edificando esa fe ahora para cuando la necesiten.

Quizás sea algo tan pequeño como llevar el acta del quórum de diáconos o de maestros. Hace años había jóvenes que llevaban registros meticulosos de lo que decidían y hacían jóvenes unos meses mayores que ellos. Hacerlo requirió fe en que Dios llamaba a jóvenes de doce años a Su servicio y que éstos eran guiados por la revelación. Algunos de esos secretarios de quórumes de antaño ahora integran los consejos presidentes de la Iglesia y leen las actas que otros preparan; y ahora reciben revelación como la recibieron los líderes a los que sirvieron cuando eran jóvenes como ustedes. Habían sido preparados para confiar en que Dios revela Su voluntad en Su reino aún en asuntos aparentemente insignificantes.

El Señor dijo que podía confiar en Nefi porque él no pediría nada contrario a la voluntad de Dios. Para tener esa confianza, el Señor tenía que estar seguro de que Nefi creía en la revelación, la procuraba y la seguía. Parte de la preparación de Nefi en el sacerdocio era la mucha experiencia que había tenido en seguir la inspiración de Dios; y debe ser parte de la preparación de ustedes.

Veo que eso ocurre hoy. En meses recientes he escuchado a diáconos, maestros y presbíteros dar discursos que claramente son tan inspirados y poderosos como los que escucharán en esta conferencia general. Al sentir el poder que se da a los jóvenes poseedores del sacerdocio, he pensado que la nueva generación se está levantando a nuestro alrededor como la marea. Ruego que aquellos que nos encontramos entre los de las generaciones que los precedieron nos levantemos en la marea junto con ellos. La preparación del Sacerdocio Aarónico es una bendición para todos nosotros, así como para las personas a las que prestarán servicio en su generación y en las generaciones venideras.

Y sin embargo, no todo es perfecto en Sión. No todos los jóvenes deciden prepararse; y ésa debe ser su propia decisión; ellos son responsables de sí mismos. En Su amoroso plan, ésa es la manera del Señor. Sin embargo, muchos jóvenes tienen poco o ningún apoyo de los que podrían ayudarlos en su preparación, y los que podemos ayudar tendremos que rendir cuentas de ello ante el Señor. El padre que desatiende o interfiere en el desarrollo de la fe del hijo o en su habilidad de seguir la inspiración, algún día conocerá el pesar. Eso se aplicará a cualquier persona que esté en posición de ayudar a los jóvenes a escoger con sabiduría mientras estén en el sacerdocio preparatorio.

Lo segundo que necesitarán es tener la confianza de que pueden merecer las bendiciones y la confianza que Dios les ha ofrecido. La mayoría de las influencias que los rodean los arrastran a dudar de la existencia de Dios, de Su amor por ellos y de la realidad de los mensajes, a veces apacibles, que reciben por medio del Espíritu Santo y del Espíritu de Cristo. Es posible que los compañeros los presionen a escoger el pecado, y si lo hacen, esos mensajes de Dios se volverán cada vez más tenues.

Podemos ayudarlos a prepararse al amarlos, amonestarlos y demostrarles que confiamos en ellos; pero podemos ayudar aún más mediante nuestro ejemplo como siervos fieles e inspirados. En la familia, los quórumes, las clases, y al relacionarnos con ellos en cualquier entorno, podemos actuar como verdaderos poseedores del sacerdocio que usan el poder del mismo como Dios nos ha enseñado.

Para mí, esa instrucción queda muy clara en la sección 121 de Doctrina y Convenios. En esa sección, el Señor nos advierte que nuestro motivo debe ser puro: “Ningún poder o influencia se puede ni se debe mantener en virtud del sacerdocio, sino por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero”2. Al dirigir a los jóvenes y al influir en ellos, nunca debemos hacerlo para satisfacer nuestro orgullo y ambición. Nunca debemos usar la compulsión en ningún grado de injusticia. Esa es la elevada norma del ejemplo que debemos dar a nuestros jóvenes.

Vi esa norma llevarse a la práctica cuando yo era maestro y presbítero. Mi obispo y los que servían con él estaban decididos a no perder a ninguno de nosotros. Por lo que yo podía ver, su determinación era motivada por su amor hacia el Señor y hacia nosotros, y no por el egoísmo.

El obispo tenía un sistema. El asesor de cada quórum debía ponerse en contacto con todo joven con el que no hubiera hablado ese domingo; no debía acostarse hasta que no hubiese hablado con el joven que había faltado, con sus padres o con uno de sus amigos cercanos. El obispo les prometió que no apagaría la luz hasta que hubiera recibido un informe sobre cada uno de los muchachos. No creo que les haya dado una orden; simplemente dejó muy claro que esperaba que ellos tampoco apagaran su luz hasta que hubiesen dado ese informe.

Él y los que servían con él hacían mucho más que velar por nosotros. Nos demostraban con el ejemplo lo que significa cuidar a las ovejas del Señor. Ningún esfuerzo era demasiado grande para él ni para los que nos prestaban servicio en los quórumes. Por su ejemplo, nos enseñaron lo que significa trabajar incansablemente al servicio del Señor. El Señor nos estaba preparando mediante el ejemplo.

No tengo idea si pensaban que alguno de nosotros llegaría a ser algo especial, pero nos trataban como si así fuera, porque estaban dispuestos a pagar cualquier precio personal para que no perdiéramos la fe.

No sé cómo logró el obispo que tantas personas tuvieran expectativas tan elevadas. Hasta donde sé, lo hizo “por persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre y por amor sincero”. El método que usó el obispo de “no apagar la luz” tal vez no funcionaría en algunos lugares, pero el ejemplo de cuidar incansablemente a cada joven y de responder rápidamente trajo el poder del cielo a nuestra vida. Siempre será así. Ayudó a los jóvenes a prepararse para el día en que Dios los necesitara en familias y en Su reino.

Mi padre fue un ejemplo para mí de lo que enseña el Señor en la sección 121 acerca de obtener la ayuda del cielo al preparar a los jóvenes. En mis años de adolescencia, a veces mi comportamiento lo decepcionaba, y me lo hacía saber. En su tono de voz yo sentía que él pensaba que yo era mejor que eso; pero lo hacía a la manera del Señor: “…reprendiendo en el momento oportuno con severidad, cuando lo induzca el Espíritu Santo; y entonces demostrando mayor amor hacia el que has reprendido, no sea que te considere su enemigo”3.

Yo sabía, aún después del regaño más directo, que mi papá me reprendía por amor. De hecho, su amor parecía aumentar cuando usaba su disciplina más firme, que era una mirada de desaprobación y de desilusión. Él era mi líder y mi instructor, y nunca usó medios de compulsión. Estoy seguro de que la promesa de Doctrina y Convenios se cumplirá para él. La influencia que tuvo en mí fluirá hacia él “para siempre jamás” 4.

Muchos padres y líderes, al escuchar las palabras de la sección 121 de Doctrina y Convenios, sentirán que deben elevarse más para cumplir con esa norma. Así me pasa a mí. ¿Pueden recordar un momento en el que regañaron a un niño o a un joven con severidad al ser inducidos por algo que no era la inspiración? ¿Recuerdan algún momento en el que le dijeron a su hijo que hiciera alguna tarea o sacrificio que ustedes no estaban dispuestos a hacer? Esos sentimientos de remordimiento pueden motivarnos a arrepentirnos para llegar a ser el ejemplo que hemos hecho convenio de ser.

Al cumplir con nuestras obligaciones como padres y como líderes ayudaremos a la nueva generación a elevarse hacia su glorioso futuro. Ellos serán mejores que nosotros, así como ustedes han tratado de ser mejores padres que los suyos y mejores líderes que los excelentes líderes que les ayudaron a ustedes.

Ruego que tengamos la determinación de mejorar cada día en la preparación de la nueva generación. Cada vez que vea un frasco de aceite consagrado recordaré esta noche y el sentimiento que tengo ahora de querer hacer más para ayudar a los jóvenes a prepararse para sus días de servicio y oportunidad. Ruego una bendición de preparación para ellos. Confío en que, con la ayuda del Señor y la nuestra, estarán listos.

Les doy mi testimonio de que Dios el Padre vive y que Jesucristo vive y dirige esta Iglesia. Él es el ejemplo perfecto del sacerdocio. El presidente Thomas S. Monson posee y ejerce todas las llaves del sacerdocio sobre la tierra. Eso es verdad. Lo testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Helamán 10:4-7.

  2. D. y C. 121:41.

  3. D. y C. 121:43.

  4. D. y C. 121:46.