2000–2009
Las bendiciones del Evangelio están disponibles para todos
Octubre 2009


Las bendiciones del Evangelio están disponibles para todos

Los hijos de Dios que viven hoy en la tierra tienen la oportunidad de entender Su plan de felicidad para ellos más íntegramente que en otras épocas.

Hace unas semanas, el élder Melvin R. Perkins, Setenta de Área que presta servicio en Alaska, y yo, estábamos en el púlpito ante la congregación de la Estaca Vancouver British Columbia, Canadá. Conmovido, él pidió a los santos que consideraran la imagen que tenían al frente: Un descendiente de los pioneros de las carretas de mano y un pionero converso a la Iglesia de una lejana nación africana, prestando servicio al Señor lado a lado.

Desde sus humildes inicios en Fayette, Nueva York, hace 180 años, La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días se ha convertido en una fe global. Estoy aquí como testigo de esa obra maravillosa. Ruego que el Espíritu del Señor nos acompañe mientras expreso mis pensamientos esta tarde.

Estoy agradecido por las llaves de la revelación en esta última dispensación. Al ejercitar los profetas vivientes esas llaves a partir de la Restauración, los hijos de Dios que viven hoy en la tierra tienen la oportunidad de entender Su plan de felicidad para ellos más íntegramente que en otras épocas.

El amor de nuestro Padre Celestial ha sido evidente al hacer posible que todas las personas que viven y los muertos, de toda nación, ahora y en el futuro, reciban la exaltación en Su presencia, según el uso que hagan del albedrío. La norma y la bendición son las mismas para todos. Dios ha reafirmado que Él no hace acepción de personas.

El Evangelio se ha extendido en la tierra de un modo que asegura que los propósitos de Dios de llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre se cumplan.

Tras la Caída, nuestros primeros padres, Adán y Eva, hicieron un convenio eterno con Dios para su salvación1. Al multiplicarse los hijos de Dios, surgieron dos grupos.

Uno de ellos, encabezado por Enoc, guardó el convenio tan bien que no pudo permanecer sobre la tierra, y el Señor se lo llevó a su seno2.

El segundo grupo fue dominado por una iniquidad tan grande que padeció los juicios de Dios. El Diluvio arrasó con ellos, dejando sólo a la familia de Noé3, descendiente justo de Enoc4.

Dios puso a Noé bajo convenio, con la promesa adicional de que no volvería a destruir la vida sobre la tierra por medio de un diluvio5.

Al multiplicarse de nuevo la familia de Noé, muchos se volvieron inicuos. Motivados por el orgullo, construyeron la torre de Babel. Dios permitió que los juicios del cielo cayeran sobre ellos; se confundió su lenguaje y fueron esparcidos por toda la tierra. Sólo fueron preservados unos pocos obedientes6.

Entre ellos estaba el hermano de Jared, hombre de gran fe, que imploró al Señor por los jareditas rectos. El Señor los guió al continente americano con la promesa de que si lo servían a Él, estarían “[libres] de la esclavitud, y del cautiverio, y de todas las otras naciones debajo del cielo”7. Más tarde, los nefitas también fueron guiados al mismo continente, y al final, ambas civilizaciones, los jareditas y los nefitas, fueron destruidas, ya que no resultaron ser fieles.

Otro hombre de gran fe que fue preservado es Abraham, un descendiente de Noé que fue guiado a Canaán. Dios puso a Abraham bajo convenio, con promesas adicionales de que su posteridad sería numerosa como las estrellas de los cielos8 y de que en su descendencia “…[serían] bendecidas todas las familias de la tierra”9. Las familias de la promesa eran descendientes de Noé, esparcidos de la torre de Babel, conocidas, en sentido general, como gentiles.

Dios renovó el convenio con Isaac, hijo de Abraham, y con el nieto de Abraham, Jacob, quien llegó a ser Israel.

Como los descendientes de Israel no soportaron las condiciones del convenio, éste se cambió durante la dispensación de Moisés. Se introdujo un convenio menor, el cual continuó entre los hijos de Israel hasta que Cristo restauró la plenitud del Evangelio durante Su ministerio terrenal10.

Tras Su resurrección, el Salvador indicó que había llegado el momento de llevar el Evangelio a los gentiles11. Previamente, en la parábola de los obreros de la viña, había revelado que se visitaría y se invitaría a las naciones gentiles una tras otra; no obstante, las bendiciones serían las mismas sin importar la secuencia de la invitación12.

Después de la ascensión del Salvador, Pedro, el apóstol quien presidía y era descendiente de Israel, poseyó las llaves del sacerdocio mediante las cuales dirigió la Iglesia. Resulta significativo que aunque Pedro ya había recibido permiso del Salvador, Pedro bautizó a Cornelio, el primer gentil, sólo después de recibir la revelación específica de hacerlo13.

El ministerio a los gentiles quedó interrumpido por el martirio de Pedro14 y la muerte de los demás apóstoles, tras lo cual las llaves del sacerdocio fueron quitadas de la tierra y siguió el largo período de la apostasía.

Las llaves fueron restauradas a José Smith en 1829 por los apóstoles de antaño: Pedro, Santiago y Juan, poco antes de organizarse la Iglesia. El Evangelio en su plenitud de nuevo llegaba a la tierra, y comenzó a extenderse entre las naciones de los gentiles como el nuevo y sempiterno convenio.

Por medio del profeta José Smith, el Señor reveló que el criterio determinante de la secuencia en la que se invita a las naciones gentiles incluye la capacidad de nutrir espiritual y temporalmente el reino de Dios al establecerse en la tierra por última vez15.

Vemos que al comenzar a establecerse la Iglesia restaurada en la tierra, los profetas vivientes buscaron y siguieron la voluntad de Dios sobre la manera de llevar el Evangelio a las naciones.

He vivido para ver la época predicha por el profeta Zenós en la alegoría del olivo, cuando los justos de todas las naciones de la tierra participarían del convenio de Dios con Israel16.

He visto el buen fruto del Evangelio florecer en mi continente natal de África. Después de sólo treinta años, hay trescientos mil santos. Muchos encuentran en las doctrinas y los principios del Evangelio restaurado un ancla segura para su fe. Familias desarraigadas de sus comunidades rurales en busca de un mejor futuro en los pueblos y las ciudades, han encontrado una nueva forma de asirse a las fuertes tradiciones familiares que se han visto amenazadas cada vez más en esta época de globalización. El Espíritu del Señor avanza poderosamente entre la gente.

Se está creando una nueva cultura celestial en los hogares, nutrida por la obediencia espontánea al consejo del profeta actual de tener la oración y el estudio de las Escrituras a diario y reunirse, como familia, una vez a la semana en la noche de hogar. Como resultado, muchos logran librarse de las cadenas de tradiciones que limitan el empleo de su albedrío.

Como ejemplo de mi vida personal, recientemente tres de nuestros hijos se casaron en el templo sin la carga de una dote, práctica tradicional que lleva a muchos hombres y mujeres jóvenes a vivir juntos sin ningún compromiso legal entre ellos. La oportunidad de casarse en uno de los tres templos establecidos ahora en Accra, Ghana; Aba, Nigeria; y Johannesburgo, Sudáfrica, está ayudando a infundir una nueva esperanza en la santidad del matrimonio.

Testifico del Salvador Jesucristo, por medio de quien tenemos el Evangelio y la promesa de la exaltación. Testifico de nuestro profeta viviente, el presidente Thomas S. Monson, mediante el cual tenemos la certeza de la guía del Salvador para seguir extendiendo la salvación a todos. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase Moisés 6:52, 57, 59.

  2. Véase Moisés 7:19–21.

  3. Véase Génesis 6:17–22; véase también Moisés 7–8.

  4. Véase D. y C. 84:14–15.

  5. Véase Génesis 8:11–21; 9:8–10.

  6. Véase Génesis 11:1–8.

  7. Véase Éter 2:8–12; véase también Éter 1:33–43; 4–6.

  8. Véase Génesis 12–17; 22; véase también Abraham 1–2.

  9. Génesis 22:18.

  10. Véase Hebreos 7:11–12, 19–22; D. y C. 84:24–25.

  11. Véase Mateo 28:18–20.

  12. Véase Mateo 20: 1–16.

  13. Véase Hechos 10.

  14. Véase Bible Dictionary, “Peter”, pág. 749.

  15. Véase D. y C. 58:1–12.

  16. Véase Jacob 5:57–68.