2000–2009
El amor y la ley
Octubre 2009


El amor y la ley

El amor de Dios no sustituye Sus leyes ni Sus mandamientos, y el efecto de éstos no disminuye el propósito ni el efecto de Su amor.

He tenido la impresión de hablar acerca del amor de Dios y de Sus mandamientos. Mi mensaje es que el amor universal y perfecto de Dios se manifiesta en todas las bendiciones de Su plan del Evangelio, incluso el hecho de que Sus más ricas bendiciones están reservadas para los que obedezcan Sus leyes1. Éstos son principios eternos que deben guiar a los padres en su amor por los hijos y en su forma de enseñarles.

I.

Empiezo con cuatro ejemplos, los cuales ilustran cierta clase de confusión terrenal en cuanto al amor y a la ley:

  • Un joven adulto que cohabita con su pareja les dice a sus acongojados padres: “Si de verdad me amaran, nos aceptarían a mí y a mi pareja tal como aceptan a los hijos casados”.

  • Un joven reacciona ante las órdenes o presión de los padres, diciendo: “Si de verdad me amaran, no me obligarían”.

En estos ejemplos, la persona que viola un mandamiento afirma que el amor paternal debe invalidar los mandamientos de la ley divina y las enseñanzas de los padres.

Los dos ejemplos siguientes demuestran la confusión terrenal en cuanto a los efectos del amor de Dios:

  • Una persona rechaza la doctrina de que una pareja se debe casar por la eternidad para disfrutar una relación familiar en la vida venidera, diciendo: “Si Dios en verdad nos amara, no puedo creer que Él separaría a marido y mujer de esa manera”.

  • Otra persona dice que su fe ha quedado destruida a causa del sufrimiento que Dios permite que sobrevenga a otro ser humano o a una raza, y llega a esta conclusión: “Si hubiera un Dios que nos amara, no permitiría que esto sucediera”.

Esas personas no creen en las leyes eternas porque son contrarias al concepto que ellas tienen del efecto del amor de Dios. Los que asumen esta postura no comprenden la naturaleza del amor de Dios ni el propósito de Sus leyes y mandamientos. El amor de Dios no sustituye Sus leyes ni Sus mandamientos, y el efecto de éstos no disminuye el propósito ni el efecto de Su amor. Esto mismo se aplica al amor y a las reglas de los padres.

II.

Primeramente, consideremos el amor de Dios, que el presidente Dieter F. Uchtdorf describió tan significativamente esta mañana. “¿Quién nos apartará del amor de Cristo?”, pregunta el apóstol Pablo. No la tribulación, ni la persecución, ni el peligro, ni la espada (véase Romanos 8:35). “Por lo cual estoy convencido”, concluye, “de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá apartar del amor de Dios” (vers. 38–39).

No existe evidencia más grandiosa del infinito poder y de la perfección del amor de Dios que lo que declara el apóstol Juan: “Porque de tal manera amó Dios al mundo que ha dado a su Hijo Unigénito” (Juan 3:16). Otro Apóstol escribió que Dios “no escatimó ni a su propio Hijo, sino que le entregó por todos nosotros” (Romanos 8:32). Piensen cuán doloroso debió haber sido para nuestro Padre Celestial enviar a Su Hijo a soportar el incomprensible sufrimiento por nuestros pecados. ¡Ésta es la evidencia más extraordinaria de Su amor por cada uno de nosotros!

El amor de Dios por Sus hijos es una realidad eterna, pero ¿por qué nos ama tanto, y por qué deseamos ese amor? La respuesta se encuentra en la relación que existe entre el amor de Dios y Sus leyes.

Algunos parecen valorar el amor de Dios por la esperanza que tienen de que Su amor sea tan grande y tan incondicional que los eximirá de manera misericordiosa de obedecer Sus leyes. En contraste, aquellos que comprenden el plan de Dios para Sus hijos saben que Sus leyes son invariables, lo cual es otra grandiosa evidencia del amor que Él tiene por Sus hijos. La misericordia no puede robar a la justicia2, y los que obtienen la misericordia son “aquellos que han guardado el convenio y observado el mandamiento” (D. y C. 54:6).

Una y otra vez leemos en la Biblia y en las Escrituras modernas en cuanto al enojo de Dios con los inicuos3 y de que desata Su ira4 contra aquellos que violan Sus leyes. ¿De qué manera son el enojo y la ira evidencia de Su amor? José Smith enseñó que Dios “[instituyó] leyes por medio de las cuales [los espíritus que Él enviaría al mundo] podrían tener el privilegio de avanzar como Él lo había hecho”5. El amor de Dios es tan perfecto que Él requiere de nosotros tiernamente que obedezcamos Sus mandamientos, porque sabe que únicamente mediante la obediencia a Sus leyes podemos llegar a ser perfectos como Él. Por esta razón, el enojo de Dios y Su ira no son una contradicción a Su amor, sino una evidencia de Su amor. Todo padre sabe que se puede amar a un hijo de manera total y absoluta aun cuando se esté productivamente enojado y desilusionado ante la conducta autodestructiva de ese hijo.

El amor de Dios es tan universal que Su plan perfecto concede muchos dones a todos Sus hijos, incluso a aquellos que desobedecen Sus leyes. La vida en la tierra es uno de esos dones, concedidos a todos aquellos que lo merecieron en la guerra de los cielos6. Otro don incondicional es la resurrección universal: “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados” (1 Corintios 15:22). Muchos otros dones terrenales no están relacionados con nuestra obediencia personal a la ley. Como Jesús enseñó, nuestro Padre Celestial “hace salir su sol sobre malos y buenos, y hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5:45).

Si sólo escuchamos, conoceremos el amor de Dios y lo sentiremos, aun cuando seamos desobedientes. Una hermana que recientemente volvió a la actividad en la Iglesia lo describió de esta manera en un discurso que dio en la reunión sacramental: “Él siempre ha estado a mi lado, aun cuando yo lo rechazaba; siempre me ha guiado y consolado rodeándome con sus tiernas misericordias, pero yo estaba demasiado enojada para ver y aceptar como tales lo que sucedía y lo que sentía”7.

III.

Las más ricas bendiciones de Dios se basan claramente en la obediencia a Sus leyes y mandamientos. La enseñanza clave proviene de esta revelación moderna:

“Hay una ley, irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual todas las bendiciones se basan;

“y cuando recibimos una bendición de Dios, es porque se obedece aquella ley sobre la cual se basa” (D. y C. 130:20–21).

Este gran principio nos ayuda a comprender el porqué de muchas cosas, tales como el equilibrio que establece la Expiación entre la justicia y la misericordia. Explica, además, la razón por la que Dios no impedirá que Sus hijos ejerzan el albedrío. El albedrío, que es nuestro poder para escoger, es fundamental para el plan del Evangelio que nos trae a la tierra. Dios no interviene para impedir las consecuencias de las decisiones de algunas personas a fin de proteger el bienestar de otras, aun cuando se maten, se hagan daño o se opriman unos a otros, ya que esto destruiría el plan que Él tiene para nuestro progreso eterno8. Él nos bendecirá para soportar las consecuencias de las opciones de otras personas, pero no evitará esas opciones9.

Si una persona entiende las enseñanzas de Jesús, no puede deducir razonablemente que nuestro amoroso Padre Celestial o Su Hijo divino crean que Su amor substituye Sus mandamientos. Consideren estos ejemplos:

Al iniciar Jesús Su ministerio, Su primer mensaje fue sobre el arrepentimiento10.

Cuando ejerció amorosa misericordia al no condenar a la mujer que fue hallada en adulterio, Él sin embargo le dijo: “…vete, y no peques más” (Juan 8:11).

Jesús enseñó: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7:21).

El efecto de los mandamientos y de las leyes de Dios no se cambia a fin de satisfacer la conducta o los deseos de la gente. Si alguien piensa que el amor divino o el de los padres por una persona le da a ese ser amado licencia para desobedecer la ley, tampoco entiende ni el amor ni la ley. El Señor declaró: “Aquello que traspasa una ley, y no se rige por la ley, antes procura ser una ley a sí mismo, y dispone permanecer en el pecado, y del todo permanece en el pecado, no puede ser santificado por la ley, ni por la misericordia, ni por la justicia ni por el juicio. Por tanto, tendrá que permanecer sucio aún” (D. y C. 88:35).

En la revelación moderna leemos: “A todos los reinos se ha dado una ley” (D. y C. 88:36). Por ejemplo:

“…el que no es capaz de obedecer la ley de un reino celestial, no puede soportar una gloria celestial.

“Y el que no puede obedecer la ley de un reino terrestre, no puede soportar una gloria terrestre.

“Y el que no puede obedecer la ley de un reino telestial, no puede soportar una gloria telestial” (D. y C. 88:22–24).

En otras palabras, el reino de gloria al que nos asigne el Juicio Final no lo determina el amor, sino la ley que en Su plan Dios ha invocado para que nos haga acreedores de la vida eterna, “que es el mayor de todos los dones de Dios” (D. y C. 14:7).

IV.

Al enseñar a los hijos y al reaccionar ante su conducta, los padres tienen muchas oportunidades de aplicar esos principios; una de esas oportunidades tiene que ver con los obsequios o favores que conceden a sus hijos. De la misma manera que Dios ha otorgado dones a todos Sus hijos en la tierra sin requerirles la obediencia a Sus leyes, los padres proporcionan muchos beneficios, como el alojamiento y la comida, aun cuando sus hijos no estén en completa armonía con todos los requisitos paternales. Pero, siguiendo el ejemplo de un Padre Celestial omnisciente y amoroso que ha dado leyes y mandamientos para el beneficio de Sus hijos, los padres prudentes condicionan a la obediencia algunos de sus obsequios.

Si tienen un hijo descarriado, como un adolescente que abuse del alcohol y de las drogas, los padres se enfrentan a una grave interrogante: ¿Requiere el amor paternal que estas substancias o el consumo de ellas se permita en el hogar? ¿O los requisitos de la ley civil, la gravedad de la conducta, o los intereses de los otros niños hacen necesario que se prohíban?

Plantearé una pregunta aún más seria: si un hijo adulto convive con alguien sin estar casado, la gravedad de las relaciones sexuales fuera de los lazos del matrimonio ¿requiere que ese hijo sienta todo el peso de la desaprobación familiar al excluírsele de cualquier contacto con la familia? ¿O debería el amor paternal pasar por alto el asunto de la cohabitación? He visto ambos extremos, y creo que ambos son inapropiados.

¿Hasta qué punto tienen los padres que tolerarlo? Ese es un asunto de sabiduría paternal, guiada por la inspiración del Señor. Ningún otro aspecto relacionado con los actos de los padres necesita mayor guía celestial o tiene más probabilidades de recibirla que las decisiones de los padres al criar a los hijos y gobernar a su familia. Es la obra de la eternidad.

Al lidiar con esos problemas, los padres deben recordar la enseñanza del Señor de que dejemos a las noventa y nueve y vayamos al desierto a rescatar a la oveja perdida11. El presidente Monson ha convocado “una cruzada de amor para rescatar a nuestros hermanos y hermanas que andan errantes en el desierto de la apatía o la ignorancia”12. Esas enseñanzas requieren un cuidado amoroso y continuo, lo que ciertamente exige constantes relaciones de amor.

Los padres también deben recordar la frecuente enseñanza de que “el Señor al que ama, disciplina” (Hebreos 12:6)13. En un discurso de conferencia general sobre la tolerancia y el amor, el élder Russell M. Nelson enseñó: “El verdadero amor por el pecador puede dar lugar a valientes confrontaciones, no al consentimiento. El verdadero amor no aprueba el comportamiento autodestructivo”14.

Dondequiera que se trace la línea entre el poder del amor y la fuerza de la ley, la violación de los mandamientos ciertamente impactará las relaciones familiares amorosas. Jesús enseñó:

“¿Pensáis que he venido a la tierra para dar paz? Os digo: no, sino disensión.

“Porque de aquí en adelante, cinco en una casa estarán divididos, tres contra dos, y dos contra tres.

“El padre estará dividido contra el hijo, y el hijo contra el padre; la madre contra la hija, y la hija contra la madre” (Lucas 12:51–53).

Esta seria enseñanza nos recuerda que cuando los integrantes de una familia no están unidos en esforzarse por guardar los mandamientos de Dios, habrá divisiones. Hacemos todo lo que esté de nuestra parte por evitar que se perjudiquen las relaciones afectuosas, pero eso a veces sucede a pesar de todo lo que hagamos.

En medio de esa tensión, debemos soportar la realidad de que si nuestros seres queridos se apartan del buen camino, nuestra felicidad disminuirá; pero no debe disminuir el amor del uno para con el otro ni nuestros esfuerzos pacientes por estar unidos para comprender el amor de Dios y Sus leyes.

Testifico de la veracidad de estas cosas, que son parte del plan de salvación y de la doctrina de Cristo, de quien testifico en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Véase de Russell M. Nelson, “Amor divino”, Liahona, febrero de 2003, pág. 12.

  2. Véase Alma 42:25.

  3. Véase, por ejemplo, Jueces 2:12–14; Salmos 7:11; D. y C. 5:8; 63:32.

  4. Véase, por ejemplo, 2 Reyes 23:26–27; Efesios 5:6; 1 Nefi 22:16–17; Alma 12:35–36; D. y C. 84:24.

  5. Enseñanzas de los Presidentes de la Iglesia: José Smith, pág. 221.

  6. Véase Apocalipsis 12:7–8.

  7. Carta del 6 de diciembre de 2005, en posesión del autor.

  8. Compárese con Alma 42:8.

  9. Compárese con Mosíah 24:14–15.

  10. Véase Mateo 4:17.

  11. Véase Lucas 15:3–7.

  12. Véase de Thomas S. Monson, “Batallones perdidos”, Liahona, septiembre de 1987, pág. 3.

  13. Hebreos 12:6; véase también Apocalipsis 3:19; Proverbios 3:12; D. y C. 95:1.

  14. “Llena nuestro corazón de tolerancia y amor”, Liahona, julio de 1994, pág. 78.