2000–2009
La mayordomía: Una responsabilidad sagrada
Octubre 2009


La mayordomía: Una responsabilidad sagrada

Servimos a nuestro prójimo porque creemos que eso es lo que Dios desea que hagamos.

Vivimos en tiempos peligrosos en los que muchos creen que no somos responsables ante Dios y que no tenemos ni una responsabilidad ni una mayordomía personal sobre nosotros mismos ni sobre otras personas. Muchos en el mundo se centran en el placer personal, se ponen a sí mismos en primer lugar y aman los deleites más que la rectitud. No creen ser guardas de su hermano. Sin embargo, en la Iglesia, consideramos que estas mayordomías son una responsabilidad sagrada.

Hace poco, un grupo de respetados líderes y rabinos judíos visitaron las instalaciones de la Iglesia en el valle del Lago Salado, entre ellas la Manzana de Bienestar, el Centro Humanitario, el Centro de Historia Familiar y el programa de puertas abiertas del Templo Oquirrh Mountain. Al final de su visita, uno de los rabinos más eminentes de Estados Unidos expresó sus sentimientos en cuanto a lo que había visto y sentido1.

Citó conceptos de pensadores judíos, basados en el Talmud2, y señaló que hay dos razones muy diferentes por las cuales las personas realizan actos de bondad y generosidad. Algunas personas visitan a los enfermos, ayudan a los pobres y sirven a su prójimo porque creen que es lo correcto y que otros se comportarán de igual manera con ellos cuando lo necesiten. Explicó que, si bien eso es bueno, establece comunidades solidarias y se debe considerar una razón noble, un motivo superior es cuando servimos a nuestro prójimo porque creemos que eso es lo que Dios desea que hagamos.

Dijo que como resultado de su visita creía que los Santos de los Últimos Días emprendemos tareas humanitarias y de bienestar y realizamos la obra de salvación en los templos a fin de hacer lo que creemos que Dios desea que hagamos.

Esa sensación de responsabilidad, la cual se encuentra incluida en el primer gran mandamiento de amar a Dios, se ha descrito como la “obediencia a aquello que nadie puede obligarnos a hacer”3. Tratamos de hacer lo correcto porque amamos y deseamos complacer a nuestro Padre Celestial y no porque alguien nos esté obligando a obedecer.

La batalla de los cielos se libró después de que Satanás dijo que obligaría a todos a obedecer sus ideas. Eso se rechazó y como resultado tenemos el albedrío moral y la libertad de escoger nuestro curso en la vida. Pero también somos responsables por ese albedrío. El Señor ha dicho que “respond[eremos] por [nuestros] propios pecados en el día del juicio”4. Los principios de responsabilidad y mayordomía son muy importantes en nuestra doctrina5.

En la Iglesia, la mayordomía no se limita a una responsabilidad temporal. El presidente Spencer W. Kimball enseñó: “…somos mayordomos de nuestro cuerpo, mente, familia y propiedad. Un mayordomo fiel es aquel que ejerce justo dominio, cuida de los suyos y cuida del pobre y del necesitado”6.

Si bien hay muchos aspectos de la mayordomía, he decidido hablar de dos. El primero es nuestra mayordomía sobre nosotros mismos y nuestra familia; y el segundo es la mayordomía sobre los pobres y los necesitados.

Cuando el Señor enseñaba acerca de la responsabilidad y la mayordomía, a menudo usaba parábolas relacionadas con la tierra. Cuando era pequeño, yo iba de visita a la finca de mis abuelos durante el verano. En la casa no había energía eléctrica, ni agua corriente ni drenaje; pero lo que sí había era un manantial natural de agua junto a la casita de la finca. El manantial formaba una pequeña laguna de agua pura y limpia, de donde, varias veces al día, ayudaba a mi abuela a sacar agua y llevarla a la casa para beber, cocinar, bañarse y lavar la ropa. Mis abuelos adoraban ese manantial que daba vida y tomaban precauciones especiales para protegerlo.

Muchos años más tarde, mi abuelo tenía más de noventa años y ya no vivía en esa propiedad; no podía mantenerla ni supervisarla. Lo llevé a ver la estancia que tanto quería. Sus altas expectativas por ver la estancia se convirtieron en decepción al darse cuenta de que los cercos que protegían el manantial se encontraban en muy mal estado y las vacas lo habían dañado, por lo cual el agua pura y valiosa del manantial se había contaminado considerablemente. Estaba disgustado por el daño y la contaminación. Para él era una violación de la responsabilidad que había cumplido durante toda su vida de trabajo. Sentía que, de algún modo, no había protegido ese manantial que preservaba la vida y que había sido tan importante para él.

Al igual que el manantial puro, que se contaminó al no estar protegido, vivimos en una época en la que no se protege ni la virtud ni la castidad7. No se respeta la importancia eterna de la moralidad personal. Un amoroso Padre Celestial nos ha dado los medios para traer a Sus hijos, procreados como espíritus, a este mundo, a fin de cumplir con la medida de su creación. Nos ha enseñado que nuestra fuente de vida debe mantenerse pura, del mismo modo que el hermoso manantial de la estancia necesitaba protección para preservar la vida. Ésta es una de las razones por las que la virtud y la castidad son tan importantes en el plan de nuestro Padre Celestial.

Debido a la reacción de mi abuelo al ver la fuente contaminada, se realizaron mejoras y se tomaron medidas de protección que le devolvieron al manantial su belleza y pureza originales.

Como siervos del Señor Jesucristo, es nuestra responsabilidad sagrada enseñar Su estándar de moralidad, que es el mismo para todos Sus hijos. Cuando nuestros pensamientos y nuestras acciones no son puros, violamos Su estándar. El Señor ha dicho: “Yo… no puedo considerar el pecado con el más mínimo grado de tolerancia”8. Algunas personas intentan justificar su conducta.

En un poema de John Holmes intitulado “Talk” (“Habla”), un viejo y sordo constructor de barcos de Nueva Inglaterra le enseña a un joven acerca de la justificación. Al describir una de las lecciones que aprendió, el joven explica: “No hubiera sabido que no importa cómo se construya, el barco tiene que navegar; al océano no se le dan explicaciones”9.

Se ha propuesto que, lo que suceda en cierta ciudad, allí quede. Me gusta el letrero de Sevier County, Utah, que dice: “Lo que sucede en Sevier County… ¡¡¡puedes contárselo a tus amigos!!!”. Al darnos cuenta de que somos responsables ante Dios, vemos cuán insensatas son las justificaciones. Los que se justifican nos recuerdan a los niñitos que se cubren los ojos convencidos de que, si ellos no pueden vernos, nosotros tampoco podemos verlos a ellos. Yo diría que, si pensamos en que responderemos por nuestras acciones ante el Salvador, reconoceremos la verdadera naturaleza de nuestras justificaciones.

Somos conscientes de que hay quienes ya han participado en conductas que contradicen este estándar sagrado de moralidad. Por favor entiendan que mediante la expiación del Salvador todos podemos arrepentirnos y, tal como la fuente de agua, volver a un estado limpio y puro. Es difícil arrepentirse; requiere un corazón quebrantado y un espíritu contrito10; pero cuando se siguen los pasos del arrepentimiento con rectitud, se pueden aplicar las palabras que el profeta Alma dijo a su hijo, Conriantón, quien había cometido transgresiones morales: “Y ahora bien, hijo mío, quisiera que no dejaras que te perturbaran más estas cosas, y sólo deja que te preocupen tus pecados, con esa zozobra que te conducirá al arrepentimiento”11. El Salvador ha dicho: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más”12.

Con respecto a nuestra mayordomía en cuanto a la familia, algunos líderes han enseñado que cuando nos presentemos ante el Salvador y Él nos pida que demos un informe de nuestras responsabilidades terrenales, dos preguntas importantes se referirán a nuestra familia. La primera será sobre la relación que tengamos con nuestro cónyuge y con cada uno de nuestros hijos13.

Es fácil confundir nuestras prioridades. Tenemos el deber de velar por la seguridad física y el bienestar de nuestros hijos; sin embargo, algunos padres otorgan una prioridad indebida a las posesiones temporales y materiales. Algunos son mucho menos diligentes en esforzarse para que sus hijos asimilen el evangelio de Jesucristo14. Recuerden que practicar la religión en el hogar es tan importante como proporcionar alimentos, ropa y refugio. Los padres también pueden ayudar a que los hijos descubran y cultiven sus talentos. Somos responsables de los talentos que hemos recibido; los niños a los que no se les enseñe que son responsables de su tiempo y sus talentos estarán cada vez más sujetos a la insensatez y la maldad que predominan en el mundo15. En la proclamación sobre la familia se advierte que las personas “que no cumplen con sus responsabilidades familiares… un día deberán responder ante Dios”16.

La segunda mayordomía es cuidar de los pobres y de los necesitados, lo cual se aplica prácticamente a todos nosotros en un momento u otro. La admonición del Señor de que somos mayordomos de los necesitados contiene algunas de las palabras más fuertes de todas las Escrituras: “… si alguno toma de la abundancia que he creado, y no reparte su porción a los pobres y a los necesitados… en el infierno alzará los ojos con los malvados, estando en tormento”17. Como mayordomos, somos responsables de las bendiciones terrenales que el Señor nos haya dado.

Los líderes judíos que mencioné antes quedaron especialmente impresionados con el principio de ayunar y luego pagar una ofrenda generosa. Les pareció sorprendente que los miembros de la Iglesia de todo el mundo ayunaran mensualmente y luego dieran una ofrenda de manera voluntaria para el beneficio de los necesitados.

Cuando los rabinos visitaron la Manzana de Bienestar se sintieron conmovidos al enterarse de que, incluso en épocas de dificultades económicas, nuestros miembros, preocupados por los desafíos que muchos pasan, siguen haciendo donaciones generosas con el fin de ayudar a los pobres y a los necesitados.

Recuerdo que cuando me llamaron como obispo, mi predecesor, el obispo Russell Johnson, me advirtió que tendría que tener cuidado con lo que les pidiera a los miembros que hicieran. Él dijo: “Algunos responderán a toda sugerencia, aun con gran sacrificio”. Mencionó a una viuda de unos ochenta años que había cuidado de su esposo y de su hijo durante largas enfermedades antes de que ambos murieran. El obispo Johnson dijo que, a pesar de sus pocos recursos, ella siempre trataba de responder a sus pedidos. Descubrí que era cierto; cada vez que mencionaba que se necesitaban contribuciones o servicio para bendecir a otros, Sarah a menudo era la primera en responder.

Un sábado, otra hermana me llamó y dijo: “Obispo, ¡venga rápido, salve a Sarah!”. Esta hermana me informó que Sarah, de ochenta años, se encontraba subida a una escalera limpiando las canaletas para la lluvia de su vecino. A la hermana la aterrorizaba la idea de que Sarah se cayera y quería que el obispo interviniera.

Con esto no quiero decir que todos pueden o deben emular a Sarah. Algunos se sienten culpables porque no pueden atender todas las necesidades de inmediato. Me encanta la cita de Anne Morrow Lindbergh que el élder Neal A. Maxwell usaba a menudo: “Mi vida no puede atender las necesidades de todas las personas por las que mi corazón suspira”18. El rey Benjamín enseñó: “Mirad que se hagan todas estas cosas con prudencia y orden; porque no se exige que un hombre corra más aprisa de lo que sus fuerzas le permiten”19. Pero agregó que debemos ser diligentes.

Mi corazón se regocija al ver a los santos de toda la Iglesia hacer todo lo que pueden por brindar servicio cristiano en todo lugar en que haya una necesidad. Gracias a las contribuciones de los miembros, la Iglesia puede responder rápidamente a todas las necesidades de todo el mundo en silencio y sin hacer alarde20. La Iglesia ya está respondiendo a los desastres naturales de las Filipinas, las Islas del Pacífico y de Indonesia.

El año pasado nuestros miembros respondieron tras el huracán Gustav. La Iglesia trabajó en estrecha colaboración con una organización humanitaria dirigida por Martin Luther King III. El señor King más tarde visitó Salt Lake City y dijo: “En un principio, había venido para expresar mi agradecimiento a la Iglesia por su ayuda humanitaria, pero en seguida supe que la esencia de quiénes son ustedes es mucho más profunda. Gracias a mi visita al Centro Humanitario, a la Manzana de Bienestar y al programa de puertas abiertas del templo, ahora entiendo mejor por qué hacen lo que hacen”.

En todas las gestiones de nuestra mayordomía, seguimos a Jesucristo. Tratamos de emular lo que Él nos pidió que hagamos, tanto por Sus enseñanzas como por Su ejemplo. Con todo nuestro corazón, agradecemos a los miembros de la Iglesia sus contribuciones generosas y el servicio cristiano.

Isaías, hablando acerca del ayuno, de alimentar al hambriento y de vestir al desnudo, con palabras conmovedoras prometió: “Entonces invocarás, y te responderá Jehová”21. Y continúa: “Y si extiendes tu alma al hambriento y sacias el alma afligida;… Jehová te guiará siempre,… y serás como… manantial cuyas aguas nunca faltan… [Y edificarás] los cimientos de generación en generación”22.

Mi esperanza es que cada uno de ustedes reconsidere, personalmente y como familia, las mayordomías de las cuales son responsables y por las cuales tendrán que responder. Ruego que lo hagamos sabiendo que, sobre todo, somos responsables ante Dios y que en esta vida cumpliremos con aquello que no se nos puede obligar a hacer.

Agradezco el consejo de un profeta amoroso y fiel de servir y rescatar a los necesitados. Si seguimos su consejo, sé que seremos dignos de la promesa del Señor: “Y el que fuere hallado mayordomo fiel, justo y sabio entrará en el gozo de su Señor y heredará la vida eterna”23.

Doy testimonio de esta sagrada verdad. En el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Rabino Lookstein Haskel, ex presidente de la Mesa Directiva de rabís de Nueva York, presidente del consejo Synagogue Council of America y presidente del National Rabbinic Cabinet de la universidad UJA.

  2. “El Talmud contiene miles de años de sabiduría judía, y la ley oral… se encuentra expresada allí” (Adin Steinsaltz, The Essential Talmud, 2006, pág. 4).

  3. John Fletcher Moulton, citado por Clayton M. Christensen en “The Importance of Asking the Right Questions” (discurso pronunciado en la ceremonia de graduación de la universidad Southern New Hampshire el 16 de mayo de 2009, pág. 3); véase también Deuteronomio 6:4–7.

  4. D. y C. 101:78.

  5. Véase D. y C. 20:71. Todos los que son responsables deben arrepentirse y ser bautizados (véase D. y C. 18:42). Quienes mueren antes de la edad de responsabilidad son salvos en el reino celestial (Véase D. y C. 137:10; véase también D. y C. 29:46–47, 50).

  6. Véase Spencer W. Kimball, “Los Servicios de Bienestar: El Evangelio en acción”, Liahona, febrero de 1978, pág. 111.

  7. Véase Gregory Katz, “U.K. Health Booklet’s Message: Teen Sex Can Be Fun,” Deseret News, 15 de julio de 2009, A9.

  8. D. y C. 1:31.

  9. “Talk”, en Collected Poems of John Holmes, http://hdl.handle.net/10427/14894.

  10. Véase D. y C. 20:37; 2 Nefi 2:7; Alma 39; 3 Nefi 9:20. El presidente Ezra Taft Benson definió un corazón quebrantado y un espíritu contrito de la siguiente manera: “La tristeza según Dios… es un claro reconocimiento de que nuestras acciones han ofendido a nuestro Padre, nuestro Dios; es adquirir una vívida consciencia… Fue por nuestros pecados que [el Salvador] sangró por cada poro. Ésa es la aflicción mental y espiritual que sufrimos, [a la cual] las Escrituras se refieren cuando dicen ‘los de corazón quebrantado y espíritu contrito’”. (“Un poderoso de cambio en el corazón”, Tambuli, marzo de 1990, pág. 5).

  11. Alma 42:29.

  12. D. y C. 58:42.

  13. Véase Robert D. Hales, “Understanding of the Heart”, en Discursos y Charlas fogoneras de la Universidad Brigham Young de 1987–1988, págs. 129; véase también 2 Nefi 9:41.

  14. Véase Joseph Fielding Smith, “Take Heed to Yourselves!”, compilado por Joseph Fielding Smith Jr., 1971, pág. 221.

  15. Marcos 7:20–23.

  16. “La familia: Una proclamación para el mundo”, Liahona, octubre de 2004, pág. 49; véase también, Russell M. Nelson, “Ponga en orden su casa”, Liahona, enero de 2002, pág. 80.

  17. D. y C. 104:18.

  18. Anne Morrow Lindbergh, citado en Neal A. Maxwell, “Prudencia y orden”, Liahona, diciembre de 2001, pág. 41.

  19. Mosíah 4:27.

  20. Durante los últimos diez años, la Iglesia ha realizado donaciones que, en total, superan los novecientos millones de dólares estadounidenses, ha proporcionado ayuda material humanitaria y se han prestado incontables horas de trabajo de servicio. Por ejemplo, con respecto al huracán Katrina, se prestaron más de 330.000 horas de servicio de trabajo arduo y dedicado (informe de John S. Anderson, Setenta de Área, quien supervisó la labor de auxilio).

  21. Isaías 58:9.

  22. Isaías 58:10–12.

  23. D. y C. 51:19, véase también Mateo 25:34–46.