2000–2009
Para que vuestras cargas sean ligeras
Octubre 2009


Para que vuestras cargas sean ligeras

Las cargas proporcionan oportunidades de poner en práctica las virtudes que nos llevarán a la perfección.

Hace muchos años, caminaba al amanecer por las estrechas calles adoquinadas de Cusco, Perú, en lo alto de los Andes, y vi a un lugareño que transitaba por una de ellas. No era un hombre físicamente grande, pero cargaba una inmensa cantidad de leña en una enorme talega (o saco de yute) sobre la espalda. El costal parecía del mismo tamaño que el hombre, y la carga debía pesar lo mismo que él. Lo llevaba atado con una cuerda que pasaba por debajo del costal y le rodeaba la frente; y él sujetaba la cuerda con firmeza a ambos lados de la cabeza. Llevaba un paño sobre la frente, debajo de la cuerda, para evitar que le cortara la piel. Se inclinaba hacia adelante bajo la pesada carga y caminaba con paso lento y dificultoso.

El hombre llevaba la leña al mercado donde se vendería. En un día típico, es probable que hiciera unos dos o tres viajes de ida y vuelta a través de la ciudad a fin de entregar otras cargas igualmente incómodas y pesadas.

El recuerdo de ese hombre inclinado, caminando con dificultad por la calle, ha llegado a ser cada vez más significativo para mí con el correr de los años. ¿Por cuánto tiempo podría continuar llevando semejantes cargas?

La vida impone todo tipo de cargas sobre cada uno de nosotros; algunas ligeras, otras implacables y pesadas. Las personas luchan todos los días con cargas que ponen a prueba su alma. Muchos de nosotros luchamos con esas cargas. Pueden ser emocional o físicamente pesadas; pueden ser preocupantes, opresivas y agotadoras; y puede que continúen por años.

En sentido general, nuestras cargas provienen de tres fuentes. Algunas son el producto natural de las condiciones del mundo en el que vivimos. La enfermedad, la discapacidad física, los huracanes y los terremotos ocurren de tanto en tanto sin que exista culpa alguna de nuestra parte. Podemos prepararnos para esos riesgos y a veces podemos predecirlos, pero en el diseño natural de la vida, todos afrontaremos algunos de esos desafíos.

Otras cargas se imponen sobre nosotros por el mal comportamiento de otras personas. El maltrato y las adicciones pueden convertir nuestro hogar en todo menos un cielo en la tierra para los integrantes inocentes de la familia. El pecado, las tradiciones incorrectas, la represión y el delito dejan muchas víctimas con cargas a lo largo del sendero de la vida. Aun actos indebidos menos graves como el chisme y la crueldad pueden causar verdadero sufrimiento a otras personas.

Nuestros propios errores y limitaciones producen muchos de nuestros problemas y pueden colocar pesadas cargas sobre nuestros propios hombros. La carga más onerosa que imponemos sobre nosotros mismos es la del pecado. Todos hemos conocido el remordimiento y el dolor que inevitablemente sentimos al no guardar los mandamientos.

No importa qué cargas afrontemos en la vida, sean consecuencias de condiciones naturales, de la mala conducta de los demás o de nuestros propios errores o limitaciones, todos somos hijos de un Padre Celestial amoroso que nos ha enviado a la tierra como parte de Su plan eterno para nuestro desarrollo y progreso. Nuestras experiencias singulares e individuales nos ayudarán a prepararnos para regresar a Él. Nuestra adversidad y aflicciones, por más difíciles que sean de soportar, desde la perspectiva eterna no durarán más que por “un breve momento; y entonces, si lo[s] sobrelleva[mos] bien, Dios [nos] exaltará”1. Debemos hacer todo lo posible por sobrellevar “bien” nuestras cargas, dure lo que dure ese “breve momento”.

Las cargas proporcionan oportunidades de poner en práctica las virtudes que nos llevarán a la perfección, nos invitan a “someter[nos] al influjo del Santo Espíritu, y [despojarnos] del hombre natural, y [hacernos] santo[s] por la expiación de Cristo el Señor, y [volvernos] como un niño: sumiso[s], manso[s], humilde[s], paciente[s], lleno[s] de amor y dispuesto[s] a someter[nos] a cuanto el Señor juzgue conveniente imponer sobre [nosotros], tal como un niño se somete a su padre”2. De esa manera, las cargas llegan a ser bendiciones, aunque dichas bendiciones a menudo estén bien disfrazadas y quizás se requieran tiempo, esfuerzo y fe para aceptarlas y comprenderlas. Hay cuatro ejemplos que podrían ayudar a explicar esto:

  • Primero, a Adán se le dijo: “…maldita será la tierra por tu causa”, lo que quería decir para el bien de él, y “con el sudor de tu rostro comerás el pan”3. El trabajo es una carga continua, pero también es una bendición continua “para [nuestra] causa”, o nuestro bien, ya que nos imparte enseñanzas que nosotros sólo podemos aprender “con el sudor de [nuestro] rostro”.

  • Segundo, Alma señaló que la pobreza y las “aflicciones [de los pobres que había entre los zoramitas] realmente los habían humillado, y que se hallaban preparados para oír la palabra”4. Él agrego: “…porque sois obligados a ser humildes, benditos sois…”5. Nuestras dificultades económicas pueden ayudar a prepararnos para oír la palabra del Señor.

  • Tercero, “por motivo de la sumamente larga continuación de [su] guerra”, muchos nefitas y lamanitas se “ablandaron a causa de sus aflicciones, al grado de que se humillaron delante de Dios con la más profunda humildad”6. La inestabilidad política, el desorden social y, en algunas regiones del mundo, los ladrones de Gadiantón modernos, pueden volvernos humildes y motivarnos a buscar refugio celestial de las tormentas sociales.

  • Cuarto, a José Smith se le dijo que las cosas terribles que sufrió durante años a manos de sus enemigos le “serv[irían] de experiencia, y ser[ían] para [su] bien”7. El sufrimiento que experimentamos por las ofensas de los demás es un valioso, aunque doloroso, aprendizaje para mejorar nuestra propia conducta.

Más aún, el sobrellevar nuestras propias cargas puede ayudarnos a cultivar una reserva de empatía hacia los problemas que enfrentan los demás. El apóstol Pablo enseñó que debemos “sobrelleva[r] los unos las cargas de los otros, y cumpli[r] así la ley de Cristo”8. Por consiguiente, nuestros convenios bautismales requieren que estemos “dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras; sí, y… dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo”9.

El observar los convenios bautismales ayuda a aliviar nuestras propias cargas, así como las de las almas agobiadas a las que prestemos servicio10. Quienes brindan tal ayuda a los demás caminan sobre suelo santo. Al explicar esto, el Salvador enseñó:

“… ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos?, ¿o sediento y te dimos de beber?

“¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos?, ¿o desnudo y te cubrimos?

“¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?

“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”11.

Durante todo el proceso, el Salvador nos brinda apoyo y fortaleza que nos sustentan, y en Su propio tiempo y manera, nos ofrece la liberación. Cuando Alma y sus discípulos escaparon de los ejércitos del rey Noé, establecieron una comunidad llamada Helam. Comenzaron a labrar la tierra, a construir edificios y a prosperar12. Sin previo aviso, un ejército de los lamanitas los redujo a la servidumbre “y nadie podía librarlos sino el Señor su Dios”13. Dicha liberación, sin embargo, no ocurrió de inmediato.

Sus enemigos comenzaron a “imp[onerles] tareas” y a “fijar[les] capataces” 14. Aunque se les amenazó con la muerte si oraban15, Alma y su pueblo “derramaron sus corazones [a Dios]; y él entendió los pensamientos de sus corazones”16. Debido a su bondad y a su obediencia a los convenios bautismales17, fueron liberados gradualmente. El Señor les dijo:

“…aliviaré las cargas que pongan sobre vuestros hombros, de manera que no podréis sentirlas sobre vuestras espaldas, mientras estéis en servidumbre; y esto haré yo para que me seáis testigos en lo futuro, y para que sepáis de seguro que yo, el Señor Dios, visito a mi pueblo en sus aflicciones.

“Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor.

“Y sucedió que era tan grande su fe y su paciencia, que la voz del Señor vino a ellos otra vez, diciendo: Consolaos, porque mañana os libraré del cautiverio”18.

Felizmente, el Hijo de Dios también nos ofrece liberación del cautiverio de nuestros pecados, que son una de las cargas más pesadas que llevamos. Durante Su expiación, Él padeció “según la carne, a fin de tomar sobre sí los pecados de su pueblo, para borrar sus transgresiones según el poder de su redención”19. Cristo “pade[ció] estas cosas por todos, para que no padezcan, si se arrepienten”20. Cuando nos arrepentimos y guardamos los mandamientos, el perdón y el alivio de nuestra conciencia abrumada llegan con la ayuda que sólo el Salvador ofrece, porque: “…de seguro, el que se arrepienta hallará misericordia” 21.

Recuerdo a ese hombre de Perú encorvado y cargando con dificultad ese enorme saco de leña sobre la espalda. Para mí, él es la imagen de todos nosotros al lidiar con las cargas de la vida. Sé que conforme guardamos los mandamientos de Dios y nuestros convenios, Él nos ayuda con nuestras cargas; Él nos fortalece. Cuando nos arrepentimos, Él nos perdona y nos bendice con paz de conciencia y con gozo22. Ruego que después nos sometamos alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor, es mi oración, en el nombre de Jesucristo. Amén.

  1. D. y C. 121:7–8.

  2. Mosíah 3:19.

  3. Moisés 4:23, 25.

  4. Alma 32:6.

  5. Alma 32:13.

  6. Alma 62:41.

  7. D. y C. 122:7.

  8. Gálatas 6:2.

  9. Mosíah 18:8–9.

  10. Véase Mateo 10:39; 11:28–30; Mosíah 2:22.

  11. Véase Mateo 25:35–40.

  12. Véase Mosíah 23:5, 19–20.

  13. Véase Mosíah 23:23–26.

  14. Mosíah 24:9

  15. Véase Mosíah 24:10–11.

  16. Mosíah 24:12.

  17. Véase Mosíah 18:8–10; 24:13.

  18. Mosíah 24:14–16.

  19. Alma 7:13.

  20. D. y C. 19:16.

  21. Alma 32:13.

  22. Véase Mosíah 4:3; Alma 36:19–21.