2000–2009
El amor de Dios
Octubre 2009


El amor de Dios

El amor es la medida de nuestra fe, la inspiración de nuestra obediencia y la verdadera altura de nuestro discipulado.

La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días sigue creciendo y dándose a conocer en todo el mundo. Aunque siempre habrá quienes categoricen a la Iglesia y a sus miembros con generalizaciones negativas, la mayoría de las personas nos consideran honrados, serviciales y trabajadores. Algunos tienen la imagen de misioneros de apariencia pulcra, de familias amorosas y de vecinos amigables que no fuman ni toman bebidas alcohólicas. Quizás nos conozcan también como los que asisten a la Iglesia tres horas los domingos, en un lugar donde todos son hermanos y hermanas, donde los niños cantan acerca de arroyitos que hablan, de árboles que producen palomitas de maíz y de niños que quieren ser rayitos de sol.

Hermanos y hermanas, de entre todas las cosas por las que queremos que se nos conozca, ¿hay atributos por encima de todos que deban distinguirnos como miembros de Su Iglesia, sí, como discípulos de Jesucristo? Desde la última conferencia general, hace seis meses, he meditado en esa pregunta y en otras similares. Hoy me gustaría compartir con ustedes algunas ideas e impresiones que he recibido como resultado de esa indagación. La primera pregunta es:

¿Cómo llegamos a ser verdaderos discípulos de Jesucristo?

El Salvador mismo dio la respuesta con esta profunda declaración: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”1. Ésa es la esencia de lo que significa ser un verdadero discípulo: los que reciben a Cristo Jesús andan con Él2.

Pero eso podría presentar un problema para algunos, ya que hay tantas cosas que “debemos” y “no debemos” hacer, que el simple hecho de averiguar cuáles son puede ser muy difícil. A veces, las bienintencionadas aclaraciones de principios divinos —que muchas veces provienen de fuentes no inspiradas— complican la situación aún más, al disminuir la pureza de la verdad divina con explicaciones de los hombres. Una buena idea de una persona, algo que quizás a ella le dé resultado, echa raíz y se convierte en una expectativa; y gradualmente, los principios eternos se pierden en un laberinto de “buenas ideas”.

Ésa fue una de las críticas que hizo el Salvador de los “expertos” religiosos de Su época, a los que reprendió por ocuparse de cientos de detalles de la ley que tenían poca importancia, mientras desatendían los más importantes3.

De modo que, ¿cómo nos mantenemos en armonía con “lo más importante?”. ¿Hay una brújula constante que nos permita dar el debido orden de prioridades a nuestra vida, nuestros pensamientos y nuestras acciones?

Una vez más, el Salvador reveló el camino. Cuando se le pidió que nombrara el gran mandamiento, no titubeó: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente”, contestó. “Éste es el primero y grande mandamiento”4. Junto con el segundo gran mandamiento de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos5, tenemos una brújula que brinda dirección no sólo para nuestra vida, sino también para la Iglesia del Señor de ambos lados del velo.

Debido a que el amor es el gran mandamiento, debería ser el punto central de todo lo que hagamos en la familia, en los llamamientos en la Iglesia y en el modo de ganarnos la vida. El amor es el bálsamo sanador que repara las diferencias personales y familiares, el lazo que une a familias, comunidades y naciones. El amor es el poder que da comienzo a la amistad, la tolerancia, la cortesía y el respeto; es la fuente que supera las divisiones y el odio. El amor es el fuego que da calidez a nuestra vida con gozo incomparable y esperanza divina. El amor se debe demostrar en palabra y hechos.

Cuando realmente entendemos lo que es amar como Jesucristo nos ama, se disipa la confusión y se adaptan las prioridades. Nuestra vida, como discípulos de Cristo, se llena de gozo y cobra nuevo significado; nuestra relación con nuestro Padre Celestial se profundiza, y la obediencia se vuelve un gozo en lugar de una carga.

¿Por qué debemos amar a Dios?

Dios el Eterno Padre no dio ese primer gran mandamiento porque necesita que lo amemos. Su poder y gloria no disminuyen si desatendemos, negamos o incluso si profanamos Su nombre. Su influencia y dominio se extienden por el tiempo y el espacio, independientemente de nuestra aceptación, aprobación o admiración.

No, Dios no necesita que lo amemos; pero, ¡cómo necesitamos nosotros amar a Dios!

Porque lo que amamos determina lo que procuramos.

Lo que procuramos determina lo que pensamos y hacemos.

Y lo que pensamos y hacemos determina quiénes somos, y quiénes llegaremos a ser.

Somos creados a la imagen de nuestros padres celestiales; somos hijos de Dios, procreados en espíritu; por tanto, tenemos una enorme capacidad para amar; es parte de nuestro legado espiritual. Lo que amemos y la manera que lo hagamos no sólo nos caracteriza como personas, sino que también nos caracteriza como Iglesia. El amor es la característica que distingue a un discípulo de Cristo.

Desde los comienzos del tiempo, el amor ha sido la fuente de la felicidad más sublime y de las cargas más pesadas. En el núcleo de la desdicha desde los días de Adán hasta la actualidad se encuentra el amor por las cosas indebidas; y en el centro del gozo, se encuentra el amor por lo bueno.

Y lo más grandioso de todo lo bueno es Dios.

Nuestro Padre Celestial nos ha dado, a Sus hijos, mucho más de lo que cualquier mente mortal logra comprender. Bajo Su dirección, el Gran Jehová creó este maravilloso mundo en el que vivimos. Dios el Padre vela por nosotros, llena nuestro corazón de gozo indescriptible, ilumina nuestras horas más negras con paz bendita, llena nuestra mente con valiosas verdades, nos apacienta en tiempos de angustia, se alegra cuando estamos alegres, y contesta nuestras peticiones justas.

Él ofrece a Sus hijos la promesa de una existencia gloriosa e infinita y nos ha proporcionado la manera de progresar en conocimiento y gloria hasta que recibamos una plenitud de gozo. Él nos ha prometido todo lo que Él tiene.

Si todo eso no es razón suficiente para amar a nuestro Padre Celestial, quizás aprendamos de las palabras del apóstol Juan, quien dijo: “Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero”6.

¿Por qué nos ama nuestro Padre Celestial?

Piensen en el amor más puro y ferviente que se puedan imaginar; ahora multipliquen ese amor por una cantidad infinita; ésa es la medida del amor de Dios por ustedes7.

Dios no mira la apariencia exterior8. Yo creo que a Él no le importa para nada si vivimos en un castillo o en una casita, si somos apuestos o no, si somos famosos o desconocidos. Aunque estemos incompletos, Dios nos ama completamente; aunque seamos imperfectos, Él nos ama perfectamente; aunque nos sintamos perdidos y sin brújula ni guía, el amor de Dios nos rodea por completo.

Él nos ama porque está lleno de una medida infinita de amor santo, puro e indescriptible. Somos importantes para Dios no por nuestro currículo, sino porque somos Sus hijos. Él nos ama a cada uno, incluso a los imperfectos, rechazados, torpes, apesadumbrados o quebrantados. El amor de Dios es tan grande que Él incluso ama a los orgullosos, a los egoístas, a los arrogantes y a los malvados.

Lo que esto significa es que, sin importar nuestra situación actual, hay esperanza. No importa cuál sea nuestra aflicción, pena o error, nuestro Padre Celestial infinitamente compasivo desea que nos acerquemos a Él para que Él pueda acercarse a nosotros9.

¿Cómo podemos aumentar nuestro amor por Dios?

Ya que “Dios es amor”10, cuanto más nos acerquemos a Él, más profundamente experimentaremos el amor11. Pero ya que un velo separa esta vida terrenal de nuestro hogar celestial, debemos buscar en el Espíritu lo que es imperceptible para los ojos mortales.

Tal vez el cielo a veces parezca distante, pero las Escrituras ofrecen esperanza: “Y me buscaréis y me hallaréis cuando me busquéis con todo vuestro corazón”12.

Sin embargo, buscar a Dios con todo nuestro corazón implica mucho más que ofrecer una oración o pronunciar unas palabras para invitar a Dios a formar parte de nuestra vida. “Pues éste es el amor a Dios: Que guardemos sus mandamientos”13. Podemos alardear a grandes voces que conocemos a Dios; podemos proclamar públicamente que lo amamos; no obstante, si no lo obedecemos, todo es vano, porque “El que dice: Yo lo he conocido, pero no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él”14.

Incrementamos nuestro amor por nuestro Padre Celestial y demostramos ese amor al poner nuestros pensamientos y hechos en armonía con la palabra de Dios. El amor puro de Él nos dirige y nos alienta a ser más puros y santos; nos inspira a andar en rectitud, no a causa del temor ni la obligación, sino por el deseo sincero de llegar a ser más semejantes a Él, porque lo amamos. Al hacerlo, podemos llegar a “nacer otra vez… y ser purificados por sangre, a saber, la sangre [del] Unigénito, para que [seamos] santificados de todo pecado y [gocemos] de las palabras de vida eterna en este mundo, y la vida eterna en el mundo venidero, sí, gloria inmortal”15.

Mis queridos hermanos y hermanas, no se desanimen si a veces tropiezan; no se sientan abatidos ni desesperanzados si no se sienten dignos de ser discípulos de Cristo en todo momento. El primer paso para andar en rectitud es simplemente hacer el esfuerzo. Debemos tratar de creer, tratar de aprender de Dios: leer las Escrituras; estudiar las palabras de Sus profetas de los últimos días; elegir escuchar al Padre y hacer lo que Él nos pide. Inténtenlo y sigan intentándolo hasta que lo que parezca difícil se vuelva posible, y lo que sólo parezca posible, se convierta en un hábito y sea parte de ustedes.

¿Cómo podemos escuchar la voz del Padre?

Al comunicarse con su Padre Celestial, al orarle a Él en el nombre de Cristo, Él les contestará. Él nos habla en todo lugar.

Al leer la palabra de Dios registrada en las Escrituras, estén atentos a Su voz.

En esta conferencia general y más tarde, al estudiar las palabras que aquí se digan, estén atentos a Su voz.

Al visitar el templo y al asistir a las reuniones de la Iglesia, estén atentos a Su voz.

Estén atentos a la voz del Padre en la abundancia y las bellezas de la naturaleza, en los tiernos susurros del Espíritu.

En sus relaciones diarias con los demás, en la letra de un himno, en la risa de un niño, estén atentos a Su voz.

Si están atentos a la voz del Padre, Él los guiará por el camino que les permitirá experimentar el amor puro de Cristo.

Al acercarnos al Padre Celestial, nos volvemos más santos, y al llegar a ser más santos, venceremos la incredulidad y nuestra alma se llenará de Su bendita luz. Al poner nuestra vida en armonía con esa luz celestial, ésta nos guía para salir de la oscuridad y encaminarnos a la luz mayor, la cual conduce a las obras indescriptibles del Espíritu Santo, y el velo entre el cielo y la tierra se puede volver más tenue.

¿Por qué es el amor el gran mandamiento?

El amor de nuestro Padre Celestial por Sus hijos es el mensaje central del plan de felicidad, el cual cobra vida mediante la expiación de Jesucristo, la expresión de amor más grandiosa que el mundo jamás haya conocido16.

Con cuánta claridad habló el Salvador cuando dijo que todos los demás mandamientos se basan en el principio del amor17. Si no desatendemos las grandes leyes —si realmente aprendemos a amar a nuestro Padre Celestial y a nuestro prójimo con todo el corazón, el alma y la mente— todo lo demás saldrá bien.

El amor divino de Dios convierte hechos ordinarios en servicio extraordinario. El amor divino es la fuerza que transforma las palabras sencillas en escritura sagrada. El amor divino es el factor que transforma el cumplimiento renuente de los mandamientos de Dios en una bendita dedicación y consagración.

El amor es la luz guiadora que ilumina el sendero del discípulo y llena nuestro diario caminar de vida, significado y maravilla.

El amor es la medida de nuestra fe, la inspiración de nuestra obediencia y la verdadera altura de nuestro discipulado.

El amor es la forma de vida del discípulo.

Testifico que Dios está en Su cielo. Él vive; Él los conoce y los ama; Él está pendiente de ustedes; escucha sus oraciones y conoce los deseos de su corazón. Él está lleno de infinito amor por ustedes.

Permítanme concluir como comencé, queridos hermanos y hermanas: ¿Qué atributo debe distinguirnos como miembros de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días?

Seamos conocidos como un pueblo que ama a Dios con todo el corazón, alma y mente, y que ama a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Cuando entendamos y practiquemos esos dos grandes mandamientos en nuestras familias, en nuestros barrios y nuestras ramas, en nuestras naciones y en nuestras vidas personales, comenzaremos a comprender lo que significa ser un verdadero discípulo de Jesucristo. De ello testifico en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

  1. Juan 14:15.

  2. Véase Colosenses 2:6.

  3. Véase Mateo 23:23.

  4. Mateo 22:37, 38.

  5. Véase Mateo 22:39.

  6. 1 Juan 4:19.

  7. Véase Isaías 54:10; Jeremías 31:3.

  8. Véase 1 Samuel 16:7.

  9. Véase D. y C. 88:63.

  10. 1 Juan 4:8.

  11. Véase Romanos 5:5; 1 Juan 4:7, 16.

  12. Jeremías 29:13.

  13. 1 Juan 5:3; 2 Juan 6.

  14. 1 Juan 2:4; véase también Isaías 29:13.

  15. Moisés 6:59.

  16. Véase Juan 15:13.

  17. Véase Mateo 22:40.