2000–2009
¿Qué he hecho hoy por alguien?
Octubre 2009


¿Qué he hecho hoy por alguien?

Siempre habrá personas con necesidades, y cada uno de nosotros puede hacer algo para ayudar a alguien.

Mis amados hermanos y hermanas, los saludo esta mañana con amor en mi corazón por el evangelio de Jesucristo y por cada uno de ustedes. Estoy agradecido por el privilegio de estar ante ustedes y ruego poder comunicarles eficazmente lo que he tenido la impresión de decir.

Hace algunos años, leí un artículo escrito por el doctor Jack McConnell. Él se crió en las colinas del suroeste del estado de Virginia, en los Estados Unidos. Era uno de los siete hijos de un ministro metodista y una madre que se quedaba en casa para atenderlos. Vivían en circunstancias muy humildes. Él relató que durante su niñez, todos los días, cuando la familia se sentaba a cenar, su padre les preguntaba uno por uno: “¿Y qué hiciste hoy por alguien?”1. Los niños habían decidido que todos los días harían algo bueno a fin de informar a su padre que habían ayudado a alguien. El doctor McConnell se refiere a ello como el legado más valioso de su padre, ya que esa expectativa y esas palabras los inspiraron a él y a sus hermanos a ayudar a los demás a lo largo de su vida. Al crecer y madurar, la motivación para prestar servicio se transformó en un deseo interno de ayudar a los demás.

Además de la distinguida carrera médica del doctor McConnell, en la que dirigió el desarrollo de la prueba tuberculínica de punción múltiple, participó en las primeras etapas del desarrollo de la vacuna contra la polio, supervisó el desarrollo del Tylenol y fue clave en el desarrollo del procedimiento de imágenes de resonancia magnética; creó una organización llamada Voluntarios en Medicina para que médicos jubilados tengan la oportunidad de ofrecer sus servicios en clínicas gratuitas que atienden a personas sin seguro médico. El doctor McConnell comentó que, desde que se jubiló, su tiempo libre se ha transformado en semanas de sesenta horas de trabajo sin paga, pero que su vitalidad ha aumentado y que goza de una satisfacción en la vida que antes no tenía. Él mismo comentó: “En una de esas paradojas de la vida, yo me he beneficiado más de Voluntarios en Medicina que mis pacientes2”. Actualmente hay más de setenta de estas clínicas en los Estados Unidos.

Naturalmente, no todos podemos ser un doctor McConnell, fundando clínicas para ayudar a los pobres. Sin embargo, siempre habrá personas con necesidades, y cada uno de nosotros puede hacer algo para ayudar a alguien.

El apóstol Pablo amonestó: “…servíos por amor los unos a los otros”3. Recuerden conmigo las conocidas palabras del rey Benjamín en el Libro de Mormón: “…cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios”4.

El Salvador enseñó a Sus discípulos: “Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará”5.

Creo que el Salvador nos está diciendo que a menos que nos perdamos en dar servicio a los demás, nuestra propia vida tiene poco propósito. Aquellos que viven únicamente para sí mismos al final se marchitan y, en sentido figurado, pierden la vida, mientras que aquellos que se pierden a sí mismos en prestar servicio a los demás progresan y florecen… y en efecto salvan su vida.

En la conferencia general de octubre de 1963, en la que fui sostenido como miembro del Quórum de los Doce Apóstoles, el presidente David O. McKay dijo lo siguiente: “La felicidad más grande del hombre proviene del perderse a sí mismo para beneficio de los demás”6.

Muchas veces convivimos juntos, pero no nos comunicamos de corazón a corazón. Hay personas dentro del ámbito de nuestra influencia que, con manos extendidas, exclaman: “¿No hay bálsamo en Galaad?”7.

Estoy seguro de que la intención de todo miembro de la Iglesia es prestar servicio y ayudar a los necesitados. Al bautizarnos hicimos el convenio de “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”8. ¿Cuántas veces se han sentido conmovidos al ver las necesidades de otras personas? ¿Cuántas veces han tenido la intención de ser la persona que ofrece ayuda? Sin embargo, cuántas veces se ha interpuesto el diario vivir, y han dejado que la ayuda la den otros, pensando que “seguramente alguien se encargará de esa necesidad”.

Nos encontramos tan ocupados en la vida cotidiana; no obstante, si diésemos un paso atrás y mirásemos bien lo que estamos haciendo, quizás nos daríamos cuenta de que nos hallamos sumidos en cosas que carecen de importancia. En otras palabras, muchas veces pasamos casi todo el tiempo atareados con cosas que en el gran plan de la vida no tienen demasiada relevancia, y descuidamos lo que es más importante.

Hace muchos años oí un poema que nunca se me ha olvidado y por el cual he tratado de guiar mi vida; es uno de mis favoritos:

Muchas veces he llorado,

por la falta de visión,

que frente a la necesidad de otros me cegó;

pero jamás mi alma ha sentido

un dejo de tristeza

porque dentro de mi pecho

exista un gran corazón9.

Mis hermanos y hermanas, estamos rodeados de personas que necesitan nuestra atención, nuestro estímulo, apoyo, consuelo y bondad, ya sean familiares, amigos, conocidos o extraños. Nosotros somos las manos del Señor aquí sobre la tierra, con el mandato de prestar servicio y edificar a Sus hijos. Él depende de cada uno de nosotros.

Tal vez se lamenten y digan: El día se me hace corto con tanto que tengo que hacer; ¿cómo puedo prestar servicio a los demás? ¿Qué puedo hacer?

Hace poco más de un año, el periódico Church News me entrevistó antes de mi cumpleaños; al finalizar la entrevista, el reportero preguntó lo que yo consideraría el regalo ideal que los miembros pudieran obsequiarme. Le contesté: “Encuentren a alguien que esté pasando tiempos difíciles, o que esté enfermo, o solo, y hagan algo por esa persona”10.

Me asombré mucho cuando este año, para mi cumpleaños, recibí cientos de tarjetas y cartas de miembros de la Iglesia de todo el mundo en las que me decían cómo habían hecho realidad aquel deseo de cumpleaños. Los actos de servicio fueron diversos, desde preparar suministros humanitarios, hasta hacer tareas de jardinería.

Un grupo numeroso de Primarias invitaron a los niños a prestar servicio, y después esos actos de servicio se registraron y me los enviaron; debo agregar que la manera en que lo hicieron fue muy original. Muchos llegaron en forma de páginas unidas en diversos estilos y tamaños de libros; algunos tenían tarjetas o láminas que los niños habían coloreado. Una Primaria muy original envió un frasco grande en el que había cientos de bolitas de felpa, que representaban los actos de servicio que los niños de la Primaria habían llevado a cabo durante el año. Me imagino la felicidad que sintieron esos niños al hablar de su servicio y poner su bolita en el frasco.

Comparto con ustedes algunas de las muchas notas que acompañaban los regalos que recibí. Un niño escribió: “A mi abuelo le dio una embolia, y yo le sostuve la mano”. Una niña de ocho años de edad dijo: “Mi hermana y yo dimos servicio a mi mamá y a la familia al organizar y limpiar el armario de los juguetes. Nos tomó varias horas, pero nos divertimos; lo mejor fue que le dimos la sorpresa a mamá y se sintió muy feliz porque ella ni siquiera nos pidió que lo hiciéramos”. Una niña de once años escribió: “Había una familia en el barrio que no tenía mucho dinero y que tiene tres niñitas. Los papás tenían que salir, así que yo me ofrecí para cuidar a las niñas. El papá me iba a dar un billete de cinco dólares y le dije que no podía aceptarlo, que mi servicio era cuidar a las niñas gratis”. Un niño de Mongolia dijo que había acarreado agua desde la noria para que su madre no tuviera que hacerlo. Dijo un niño de cuatro años, sin duda escrito por su maestra de la Primaria: “Mi papá se fue por unas semanas para adiestrarse en el ejército. Mi trabajo especial es darle besos y abrazos a mamá”. Una niña de nueve años escribió: “Recogí fresas para mi bisabuela, y me sentí muy feliz”. Otro dijo: “Jugué con un niño que no tiene amigos”.

De un niño de once años: “Fui a la casa de una señora y le hice preguntas y le canté una canción. Me dio gusto visitarla; ella estaba feliz porque nadie la visita”. Esta nota particular me recordó las palabras que hace mucho escribió el élder Richard L. Evans, del Quórum de los Doce; él dijo: “Es difícil para los que son jóvenes entender la soledad que se siente cuando la vida cambia de una época en la que te preparas para vivir y trabajar, a otra en la que aminoras tu participación en la vida… Ser por tanto tiempo el centro de un hogar, ser una persona a la que siempre se recurría, y entonces, casi de repente, encontrarte como un espectador, ver la vida pasar frente a ti… eso es vivir en la soledad… Se tiene que vivir mucho tiempo para apreciar lo vacía que está una habitación que sólo está llena de muebles; se necesita a alguien… que no sea personal asalariado o que no tenga deberes profesionales en un hogar de ancianos, para que avive los recuerdos del pasado y los mantenga vibrantes en el presente… No podemos devolverles las horas matinales de la juventud, pero podemos ayudarlos a vivir en el cálido brillo de un atardecer que se embellece más con nuestra bondad… y amor sincero”11.

Mis tarjetas y cartitas de cumpleaños también provenían de adolescentes en las clases de Hombres Jóvenes y Mujeres Jóvenes que confeccionaron frazadas para hospitales, sirvieron alimentos en cocinas públicas, se bautizaron por los muertos y llevaron a cabo muchos otros actos de servicio.

Las Sociedades de Socorro, siempre dispuestas a ayudar, sirvieron más de lo acostumbrado; lo mismo hicieron los grupos del sacerdocio.

Mis hermanos y hermanas, raras veces me he sentido tan conmovido y agradecido como cuando mi esposa y yo pasamos, literalmente, horas leyendo acerca de esos obsequios. Tengo el corazón rebosante al hablar de la experiencia y contemplar las vidas que fueron bendecidas, tanto de los que dieron como de los que recibieron.

Acuden a mi mente las palabras del capítulo veinticinco de Mateo:

“Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.

“Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis;

“estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; estuve en la cárcel, y vinisteis a mí.

“Entonces los justos le responderán, diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento y te sustentamos?, ¿o sediento y te dimos de beber?

“¿Y cuándo te vimos forastero y te recogimos?, ¿o desnudo y te cubrimos?

“¿O cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?

“Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de éstos, mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis”12.

Mis hermanos y hermanas, hagámonos la misma pregunta que oían el doctor Jack McConnell y sus hermanos todas las tardes a la hora de cenar: “¿Qué he hecho hoy por alguien?”. Ruego que las palabras de un conocido himno penetren nuestra alma y encuentren refugio en nuestro corazón:

¿En el mundo acaso he hecho hoy

a alguno favor o bien?

¿Le he hecho sentir que es bueno vivir?

¿He dado a él sostén?

¿He hecho ligera la carga de él

porque un alivio le di?

¿O acaso al pobre logré ayudar?

¿Mis bienes con él compartí?13.

Ese servicio al que todos hemos sido llamados es el servicio del Señor Jesucristo.

Al reclutarnos en Su causa, Él nos invita a acercarnos a Él, y nos dice, a ustedes y a mí:

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar.

“Llevad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y hallaréis descanso para vuestras almas.

“Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga”14.

Si nos esforzamos por escuchar, oiremos a la distancia la voz que nos dice, tal como le dijo a otro: “Bien, buen siervo y fiel”15. Ruego que todos seamos acreedores de esta bendición de nuestro Señor, es mi oración, en Su nombre, sí, Jesucristo nuestro Salvador. Amén.

  1. Jack McConnell, “And What Did You Do for Someone Today?”, Newsweek, 18 de junio de 2001, pág. 13.

  2. Jack McConnell, “And What Did you Do for Someone Today?”, pág. 13.

  3. Gálatas 5:13.

  4. Mosíah 2:17.

  5. Lucas 9:24.

  6. David O. McKay, en Conference Report, octubre de 1963, pág. 8.

  7. Jeremías 8:22.

  8. Mosíah 18:8.

  9. Anónimo, citado por Richard L. Evans en “The Quality of Kindness”, Improvement Era, mayo de 1960, pág. 340.

  10. Véase Gerry Avant, “Prophet’s Birthday”, Church News, 23 de agosto de 2008, pág. 4.

  11. Richard L. Evans, “Living into Loneliness”, Improvement Era, julio de 1948, pág. 445.

  12. Mateo 25:34–40.

  13. “¿En el mundo he hecho bien?”, Himnos, núm. 141.

  14. Mateo 11:28–30.

  15. Mateo 25:21.