2010–2019
“…y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días”
Abril 2010


“…y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días”

Sabemos que tenemos éxito si vivimos de modo de ser dignos de tener el Espíritu, recibirlo y entender cómo seguirlo.

Durante el pasado año, he conocido a miles de mujeres Santos de los Últimos Días de muchos países. La lista de desafíos que ellas afrontan es larga y seria; hay problemas familiares, pruebas económicas, calamidades, accidentes y enfermedades. Hay mucha distracción y no suficiente paz y gozo. Pese a lo que afirmen los medios de comunicación, nadie es lo suficientemente rico, atractivo ni inteligente como para evitar la experiencia mortal.

Las preguntas que las hermanas hacen son serias y delicadas; expresan incertidumbre acerca del futuro, pesar por esperanzas que no se han hecho realidad, indecisión y sentimientos cada vez menores de autoestima; también reflejan un profundo deseo de hacer lo que es correcto.

Ha crecido en mí un asombroso testimonio del valor de las hijas de Dios. Mucho es lo que depende de ellas. Al visitar a las hermanas, he sentido que nunca ha habido mayor necesidad de un aumento de fe y de rectitud personales; nunca se han necesitado más familias y hogares fuertes; nunca ha habido más cosas que se podrían hacer para ayudar a los que tienen alguna necesidad. ¿Cómo aumentamos la fe, fortalecemos a las familias y brindamos alivio?1. ¿Cómo encuentra una mujer hoy día respuesta a sus preguntas y permanece fuerte e inmutable en contra de increíble oposición y dificultad?

Revelación personal

Una buena mujer sabe que no tiene suficiente energía, tiempo ni oportunidad para atender a todas las personas o hacer todas las cosas buenas que su corazón anhela. La vida no es tranquila para la mayoría de las mujeres y cada día parece exigir que se lleven a cabo un millón de cosas, la mayoría de ellas importantes. Una buena mujer debe resistir constantemente los mensajes atractivos y engañosos de muchas fuentes, que le dicen que tiene derecho a pasar más tiempo alejada de sus responsabilidades y que merece una vida de más placer e independencia. Pero con la revelación personal, puede establecer prioridades de forma correcta y viajar con confianza a lo largo de esta vida.

La capacidad de reunir los requisitos para recibir revelación personal y actuar de acuerdo con ella es la aptitud más importante que se pueda lograr en la vida. El ser dignos de tener el Espíritu del Señor empieza con el deseo de tener ese Espíritu, e implica cierto grado de dignidad. El guardar los mandamientos, arrepentirse y renovar los convenios hechos a la hora del bautismo conducen a la bendición de siempre tener el Espíritu del Señor con nosotros2. El hacer y guardar los convenios del templo también añade fortaleza y poder espiritual a la vida de la mujer. Se encuentran muchas respuestas a preguntas difíciles al leer las Escrituras, porque ellas contribuyen a la revelación3. La percepción que se recibe de las Escrituras se acumula con el tiempo, por eso es importante dedicar tiempo todos los días a las Escrituras. La oración diaria también es esencial para tener el Espíritu del Señor con nosotros4. Los que con sinceridad buscan ayuda mediante la oración y el estudio de las Escrituras muchas veces tienen lápiz y papel a mano para escribir preguntas y anotar impresiones e ideas.

La revelación puede venir hora tras hora y momento tras momento al hacer lo correcto. Si las mujeres dan cuidado a la manera de Cristo, descienden un poder y una paz para guiarlas cuando se necesite esa ayuda. Por ejemplo, las madres pueden sentir ayuda del Espíritu, incluso cuando niños cansados y ruidosos exijan su atención; pero se pueden distanciar del Espíritu si pierden los estribos con los niños. El estar en el lugar debido nos permite recibir guía. Para reducir las distracciones se requiere un esfuerzo consciente, pero tener el Espíritu de revelación hace posible que triunfemos ante la oposición y perseveremos con fe en días difíciles y en tareas esenciales rutinarias. La revelación personal nos da el entendimiento de lo que debemos hacer todos los días para aumentar la fe y la rectitud personales, fortalecer a las familias y los hogares, y buscar a los que necesiten nuestra ayuda. A causa de que la revelación personal es una fuente de fortaleza que se renueva constantemente, es posible sentirse rodeada de ayuda incluso durante tiempos turbulentos.

Se nos dice que pongamos nuestra confianza en ese Espíritu que nos lleva a “obrar justamente, a andar humildemente, a juzgar con rectitud”5. También se nos dice que este Espíritu iluminará nuestra mente, llenará nuestra alma de gozo y nos ayudará a saber todas las cosas que debemos hacer6. La revelación personal prometida se recibe cuando la pedimos, cuando nos preparamos para recibirla y seguimos adelante con fe, con la confianza de que se derramará sobre nosotros.

Sociedad de Socorro —Enseñar, inspirar y fortalecer

Además, en Su sabiduría, el Señor ha proporcionado la Sociedad de Socorro para ayudar a Sus hijas en estos últimos días. Cuando la Sociedad de Socorro funciona de manera inspirada, eleva a las mujeres, las saca de un mundo turbulento y las lleva a un modo de vivir que las prepara para las bendiciones de la vida eterna. En su esencia misma esta Sociedad tiene la responsabilidad de ayudar a las hermanas a aumentar la fe y la rectitud personales, fortalecer a las familias y a los hogares, y buscar a los necesitados y ayudarlos. Mediante la Sociedad de Socorro, las hermanas pueden recibir respuesta a sus preguntas y ser bendecidas por el poder espiritual combinado de todas las hermanas. La Sociedad de Socorro da validez a la verdadera naturaleza de las hijas de Dios; es una comisión sagrada, una luz guiadora y un sistema de protección que enseña e inspira a las mujeres a ser fuertes e inquebrantables. Su lema, “La caridad nunca deja de ser”7, está incorporado en toda buena mujer.

Cuando una joven pasa a formar parte de la Sociedad de Socorro, o cuando una mujer se bautiza en la Iglesia, ella se convierte en parte de una hermandad que la fortalece en su preparación para la vida eterna. El pasar a ser parte de la Sociedad de Socorro significa que se puede confiar en la mujer y depender de ella para que haga un aporte significativo a la Iglesia; continúa su progreso como persona sin recibir mucho mérito o alabanza públicos.

La segunda presidenta general de la Sociedad de Socorro, Eliza R. Snow, dijo a las hermanas: “Deseamos ser damas en todo hecho, no de acuerdo con el término como lo juzga el mundo, sino compañeras dignas de los Dioses y de los Santos. En una capacidad organizada, podemos ayudarnos unas a otras no sólo en hacer bien, sino en refinarnos a nosotras mismas, y ya sean pocas o muchas las que presten su ayuda para llevar a cabo esta gran obra, serán las que ocuparán puestos honorables en el reino de Dios… Las mujeres deben ser mujeres y no bebés que necesitan que se les mime y se les corrija todo el tiempo. Sé que nos agrada que se nos aprecie, pero si no recibimos todo el aprecio que creemos que merecemos, ¿qué importa? Sabemos que el Señor ha puesto sobre nosotras una gran responsabilidad y que no hay ningún deseo o anhelo que Él haya puesto en nuestro corazón en rectitud que no se vaya a realizar, y el mayor bien que podemos hacernos a nosotras y a las demás es refinarnos y cultivarnos en todo lo que es bueno y ennoblecedor para ser merecedoras de esas responsabilidades”8.

La medida del éxito

Las mujeres buenas siempre quieren saber si están teniendo éxito. En un mundo donde la manera de medir el éxito muchas veces se distorsiona, es importante buscar aprecio y reafirmación de las fuentes apropiadas. Parafraseando una lista que se encuentra en Predicad Mi Evangelio, tenemos éxito cuando cultivamos atributos semejantes a los de Cristo y nos esforzamos por obedecer Su evangelio con exactitud; tenemos éxito cuando nos esforzamos por superarnos y hacer lo mejor posible; tenemos éxito cuando aumentamos la fe y la rectitud personales, fortalecemos a las familias y los hogares, y buscamos a los necesitados y los ayudamos. Sabemos que tenemos éxito si vivimos de modo de ser dignas de tener el Espíritu, recibirlo y saber cómo seguirlo. “Cuando nos hayamos esforzado al máximo, es posible que aún así experimentemos desilusiones, pero no estaremos desilusionados con nosotros mismos. Podemos estar seguros de que el Señor está complacido cuando sintamos que el Espíritu trabaja por medio de nosotros”9. La paz, el gozo y la esperanza están al alcance de los que miden el éxito debidamente.

Una revelación del libro de Joel declara que en los últimos días, el Señor derramará Su Espíritu sobre Sus siervas10. El presidente Kimball hizo eco de esta profecía cuando dijo:

“Gran parte del progreso y crecimiento que tendrá la Iglesia en estos últimos días se deberá a que habrá muchas mujeres en el mundo que, teniendo un gran sentido de espiritualidad, se sentirán atraídas a la Iglesia. Pero esto sólo puede suceder si las mujeres de la Iglesia viven en forma justa y prudente, hasta el punto de que las consideren diferentes de las del mundo…

“Repito, las mujeres de la Iglesia que sean ejemplos de vida recta, constituirán una influencia significativa en el desarrollo de la Iglesia, tanto desde el punto de vista numérico como del espiritual”11.

Doy mi testimonio de que el evangelio de Jesucristo es verdadero. El Señor confía en que Sus hijas hagan su parte para fortalecer los hogares de Sión y edificar Su reino en la tierra. A medida que procuren la revelación y sean dignas de recibirla, el Señor derramará Su Espíritu sobre Sus siervas en estos últimos días. En el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase Jacob 2:17; Mosíah 4:26; Doctrina y Convenios 38:35; 44:6.

  2. Véase Doctrina y Convenios 20:77.

  3. Véase 2 Nefi 32:3.

  4. Véase 3 Nefi 19:24–33.

  5. Doctrina y Convenios 11:12.

  6. Véase Doctrina y Convenios 11:13–14.

  7. 1 Corintios 13:8.

  8. Eliza R. Snow, discurso dirigido a la Sociedad de Socorro del Barrio Lehi, 27 de octubre de 1869, en el Libro de Minutas de la Sociedad de Socorro del Barrio Lehi, Estaca Alpine, Utah, 1868-1879, Biblioteca de la Historia de la Iglesia, Salt Lake City, págs. 26–27.

  9. Véase Predicad Mi Evangelio, 2004, págs. 10–11.

  10. Véase Joel 2:28–29.

  11. Véase Presidente Spencer W. Kimball, “Vuestro papel como mujeres justas”, Liahona, enero de 1980, pág. 171.