2010–2019
Las madres enseñan a los hijos en el hogar
Abril 2010


Las madres enseñan a los hijos en el hogar

Creo que es por designio divino que en el papel de la madre se recalque el cuidado y la enseñanza de la próxima generación.

Hace poco tuve la oportunidad de viajar con el élder Donald L. Hallstrom para visitar cinco ciudades de la gran región del centro de los Estados Unidos. En cada ciudad que visitamos, teníamos una reunión con los misioneros de tiempo completo, seguida de una reunión con los líderes de barrio y de estaca acerca de la obra misional. Entre una y otra reunión, la Sociedad de Socorro de estaca preparaba una cena liviana para permitirnos estar con los presidentes de estaca. Cuando llegamos a Milwaukee, Wisconsin, dos familias jóvenes le habían pedido a la Sociedad de Socorro que les permitiera preparar y servir la cena. Los dos esposos se encargaron de la cocina; las dos madres supervisaron el arreglo de las mesas y lo relacionado con servir la comida; tres niños pequeños se encargaron de poner la mesa y de servir la comida bajo la supervisión de sus madres, lo cual proporcionó a las madres una oportunidad de enseñar a sus hijos. Fue muy especial ver a los niños atender cada detalle, como sus madres les habían enseñado. Realizaron sus asignaciones completa y cabalmente.

Esta experiencia me llevó a reflexionar en la capacitación que recibí de mi madre. Igual que el profeta Nefi, yo también, como muchos de ustedes, nací de buenos padres (véase 1 Nefi 1:1).

Hace poco, una de mis sobrinas me mostró cuatro cuadernos que mi madre había llenado con apuntes mientras se preparaba para dar su clase de la Sociedad de Socorro. Me imagino que estos cuadernos —y hay otros que todavía no he examinado— representan cientos de horas de preparación de mi madre.

Mi madre era una gran maestra, diligente y minuciosa al prepararse. Tengo recuerdos claros de los días previos a sus clases. La mesa del comedor se llenaba con material de consulta y los apuntes que preparaba para su lección. Preparaba tanto material que estoy seguro de que sólo llegaba a usar una pequeña parte durante la clase; pero también estoy seguro de que nada de lo que preparaba se desaprovechaba. ¿Cómo puedo estar seguro de ello? Al hojear sus cuadernos, me parecía escuchar a mi madre enseñándome una vez más. Repito: en sus cuadernos había material de sobra acerca de cualquier tema como para presentarlo en una sola clase, pero lo que no usaba en su lección lo usaba para enseñar a sus hijos.

Creo que no me equivocaría al decir que, aunque mi madre era una maestra muy eficaz entre las hermanas de la Sociedad de Socorro, sus mejores lecciones se impartían en casa, con sus hijos. Por supuesto, esto se debía en gran parte a que tenía más tiempo para enseñar a sus hijos que a las hermanas de la Sociedad de Socorro, pero también me gusta pensar que se preparaba minuciosamente, primero, para ser un ejemplo de servicio diligente a la Iglesia para sus hijos y, segundo, porque sabía que lo que aprendiera al preparar sus clases podía usarlo una y otra vez para un propósito más elevado: enseñar a sus hijos e hijas.

Por unos momentos, permítanme rememorar y compartir algunas de las lecciones que aprendí de mi madre acerca de la enseñanza del Evangelio en el hogar. Mi madre comprendía el valor de enseñar a sus hijos normas, valores y doctrina mientras eran pequeños. Si bien agradecía que otros enseñaran a sus hijos, ya fuera en la escuela o en la Iglesia, reconocía que a los padres les es confiado educar a sus hijos y, en última instancia, que los padres deben asegurarse de que a sus hijos se les enseñe lo que su Padre Celestial desea que aprendan. Nuestra madre nos interrogaba con sumo cuidado a mis hermanos y a mí después de que se nos había enseñado fuera de casa para cerciorarse de que las lecciones correctas fueran las que llegaran a nuestros oídos y las que formaran nuestro criterio.

Algunas veces pensaba, al regresar a casa corriendo de la escuela, que ya habían terminado las lecciones de ese día, pero esa ilusión pronto se desvanecía al ver a mi madre esperándome de pie en la puerta. De pequeños, cada uno tenía un pupitre en la cocina, donde ella nos enseñaba mientras realizaba las tareas del hogar y preparaba la cena. La enseñanza era algo innato en ella y era mucho más exigente con nosotros que nuestros maestros de la escuela o de la Iglesia.

Lo que mi madre nos enseñaba abarcaba lecciones seculares y espirituales; se aseguraba de que ninguno se atrasara en las tareas de la escuela, y a menudo las complementaba. Además, practicaba sus clases de la Sociedad de Socorro con nosotros, quienes, desde luego, recibíamos la versión completa de las clases de sus cuadernos, y no la versión abreviada que tenía que ajustarse a una sola clase.

Parte de nuestro aprendizaje en el hogar incluía memorizar pasajes de las Escrituras, incluso los Artículos de Fe y las palabras de los profetas, videntes y reveladores. Mi madre creía que la mente se debilitaba si no se ejercitaba constantemente. Nos enseñaba mientras lavábamos los platos, batíamos la mantequilla y ayudábamos con muchas otras cosas. Ella no creía en dejar que pensamientos ociosos entraran en la mente de sus hijos, ni siquiera cuando estaban realizando trabajos físicos.

No digo que mi madre sea el modelo a seguir de los padres del mundo actual. La época actual es muy diferente, pero, aunque los tiempos cambien, las enseñanzas de un padre nunca deben menospreciarse. Muchas actividades unen los valores de una generación con la siguiente, pero quizá la más importante sea la enseñanza de los padres a los hijos en el hogar. Esto es particularmente cierto cuando se considera la enseñanza de valores, normas morales y éticas, y la fe.

La enseñanza en el hogar es cada vez más importante en el mundo actual, donde la influencia del adversario está tan extendida; y él ataca, intenta corroer y destruir la base misma de nuestra sociedad: la familia. Los padres deben decidir que la enseñanza en el hogar es la responsabilidad más importante y sagrada. Si bien otras instituciones como la Iglesia y la escuela pueden asistir a los padres a “[instruir] al niño en su camino” (Proverbios 22:6), en última instancia, esa responsabilidad recae sobre los padres. Según el gran plan de felicidad, a los padres se les confía el cuidado y desarrollo de los hijos de nuestro Padre Celestial. Nuestra familia es parte esencial de Su obra y gloria: “llevar a cabo la inmortalidad y la vida eterna del hombre” (Moisés 1:39). En el escenario eterno de Dios, normalmente se espera que los padres sean los personajes principales en la vida de sus hijos. Afortunadamente, hay suplentes que forman parte de la producción, quienes entran en escena cuando los padres no pueden hacerlo. No obstante, es a los padres a quienes el Señor ha mandado criar a sus hijos en la luz y la verdad (véase D. y C. 93:40).

A fin de llevar luz y verdad a su hogar, los padres deben, una y otra vez, hacer oraciones familiares, tener sesiones de estudio de las Escrituras, hacer noches de hogar, leer libros en voz alta, cantar y comer en familia. Ellos saben que la influencia de la crianza recta, concienzuda, perseverante y diaria está entre las fuerzas positivas más poderosas y constantes que hay en el mundo. La salud de cualquier sociedad, la felicidad, la prosperidad y la paz de su gente, todas tienen su raíz en la enseñanza de los hijos en el hogar.

El élder Joseph Fielding Smith enseñó: “Los padres tienen el deber de enseñar a sus hijos estos principios de salvación del evangelio de Jesucristo, a fin de que sepan por qué deben bautizarse y para que se grabe en sus corazones el deseo de seguir guardando los mandamientos de Dios después de haberse bautizado, para que puedan regresar a Su presencia. Mis buenos hermanos y hermanas, ¿quieren a sus familias, a sus hijos; quieren estar sellados a sus padres y a sus madres que les han precedido?… Si es así, entonces deben empezar a enseñar desde la cuna. Deben enseñar mediante el ejemplo y el precepto” (en Conference Report, octubre de 1948, pág. 153).

El ejemplo de mi madre como maestra en el hogar me hace reflexionar en la enseñanza en general. Los líderes de la Iglesia pasan mucho tiempo pensando en la manera de mejorar la enseñanza en la Iglesia. ¿Por qué dedicamos tanto tiempo y esfuerzo? Porque creemos en el inmenso poder de la enseñanza para aumentar la fe de las personas y fortalecer a las familias. Considero que una de las cosas más eficaces que podemos hacer para mejorar la enseñanza en la Iglesia es mejorar la enseñanza en el hogar. Enseñar en el hogar nos ayuda a enseñar con más eficacia en la Iglesia, y enseñar en la Iglesia nos ayuda a enseñar más eficazmente en el hogar. En toda la Iglesia hay mesas repletas de material de consulta y cuadernos llenos de ideas para las lecciones que se enseñarán. No existe eso de prepararse demasiado para enseñar el evangelio de Jesucristo, ya que el conocimiento adquirido sobre el Evangelio, se use o no durante la clase, siempre puede enseñarse en el hogar.

El inspirado documento “La Familia: Una Proclamación para el Mundo” declara:

“El esposo y la esposa tienen la solemne responsabilidad de amarse y de cuidarse el uno al otro, así como a sus hijos. ‘…herencia de Jehová son los hijos’ (Salmo 127:3). Los padres tienen el deber sagrado de criar a sus hijos con amor y rectitud, de proveer para sus necesidades físicas y espirituales, y de enseñarles a amarse y a servirse el uno al otro, a observar los mandamientos de Dios y a ser ciudadanos respetuosos de la ley dondequiera que vivan…

“Por designio divino, el padre debe presidir la familia con amor y rectitud y es responsable de proveer las cosas necesarias de la vida para su familia y de proporcionarle protección. La madre es principalmente responsable del cuidado de sus hijos. En estas sagradas responsabilidades, el padre y la madre, como compañeros iguales, están obligados a ayudarse el uno al otro” (véase Liahona, octubre de 2004, pág. 49).

Según “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, los principios de la enseñanza en el hogar que he compartido se aplican a ambos padres, pero son especialmente cruciales en lo que se refiere al papel de la madre. El padre suele pasar gran parte del día fuera de casa, en su empleo. Ésa es una de las muchas razones por las cuales recae sobre la madre la responsabilidad de enseñar en el hogar. Si bien las circunstancias varían y el ideal no siempre es posible, creo que es por designio divino que en el papel de la madre se recalque el cuidado y la enseñanza de la próxima generación. Enfrentamos muchos retos de influencias que distraen y son destructivas, y buscan desviar a los hijos de Dios. Vemos que muchos jóvenes no tienen las profundas raíces espirituales necesarias para permanecer firmes con fe mientras les rodean las tormentas de incredulidad y desesperanza. Demasiados hijos del Padre Celestial están siendo vencidos por los deseos mundanos. El ataque de la iniquidad contra nuestros hijos es más sutil y a la vez más descarado que nunca. La enseñanza del evangelio de Jesucristo en el hogar agrega otra capa aislante que protege a nuestros hijos de las influencias del mundo.

Dios los bendiga, maravillosos padres y madres de Sión. Él les ha confiado el cuidado de Sus hijos eternos. Como padres, somos copartícipes con Dios y nos asociamos con Él para llevar a cabo Su obra y gloria entre Sus hijos. Nuestro deber sagrado es hacer lo mejor que podamos. Testifico de ello en el nombre de Jesucristo. Amén.