2010–2019
Ustedes son importantes para Él
Octubre 2011


Ustedes son importantes para Él

El Señor utiliza una balanza muy diferente de la del mundo para pesar el valor de un alma.

Moisés, uno de los más grandes profetas que el mundo haya conocido, fue criado por la hija de Faraón y pasó los primeros cuarenta años de su vida en los recintos reales de Egipto. Él fue testigo ocular de la gloria y del esplendor de ese antiguo reino.

Años más tarde, en la cima de una alejada montaña, aislado del esplendor y de la magnificencia del poderoso Egipto, Moisés estuvo en la presencia de Dios y habló con Él cara a cara, como un hombre que habla con su amigo1. Durante el curso de esa visitación, Dios le mostró a Moisés la obra de Sus manos, concediéndole una visión de Su obra y gloria. Al concluir la visión, Moisés cayó a tierra por el espacio de muchas horas. Cuando finalmente recuperó sus fuerzas, se dio cuenta de algo que, en todos sus años en la corte de Faraón, nunca antes se le había ocurrido.

Él dijo: “…sé que el hombre no es nada”2.

Somos menos de lo que suponemos

Cuanto más aprendemos acerca del universo, más entendemos, al menos en parte, lo que Moisés descubrió. El universo es tan grande, misterioso y glorioso que es incomprensible para la mente humana. “…he creado incontables mundos”, le dijo Dios a Moisés3. Las maravillas del cielo nocturno son un hermoso testimonio de esa verdad.

Pocas cosas me han llenado de admiración como el volar en la oscuridad de la noche a través de océanos y continentes y contemplar desde la ventana de la cabina de mando la gloria infinita de millones de estrellas.

Los astrónomos han intentado contar el número de estrellas en el universo. Un grupo de científicos calcula que el número de estrellas que se aprecian desde nuestros telescopios es diez veces mayor que todos los granos de arena de las playas y los desiertos del mundo4.

Esa conclusión tiene un sorprendente parecido a la declaración que hizo el antiguo profeta Enoc: “…si fuera posible que el hombre pudiese contar las partículas de la tierra, sí, de millones de tierras como ésta, no sería ni el principio del número de tus creaciones”5.

Dada la inmensidad de las creaciones de Dios, no es de sorprender que el gran rey Benjamín aconsejara a su pueblo que “[retuviera] siempre en [su] memoria la grandeza de Dios, y [su] propia nulidad”6.

Somos más grandes de lo que suponemos

Pero a pesar de que el hombre no es nada, me llena de maravilla y asombro pensar que “el valor de las almas es grande a la vista de Dios”7.

Y a pesar de que contemplemos la inmensidad del universo y digamos “¿Qué es el hombre en comparación a la gloria de la creación?”, Dios mismo dijo que ¡nosotros somos la razón por la que creó el universo! Su obra y gloria, el propósito de este magnífico universo, es salvar y exaltar a la humanidad8. En otras palabras, la vasta expansión de la eternidad, las glorias y los misterios del espacio infinito y del tiempo se han creado todos para el beneficio de los mortales comunes y corrientes como ustedes y yo. Nuestro Padre Celestial creó el universo para que pudiésemos lograr nuestro potencial como hijos e hijas de Él.

Ésta es la paradoja del hombre: comparado con Dios, el hombre no es nada; no obstante, somos todo para Dios. Mientras que al compararnos con la creación infinita podríamos aparentar que no somos nada, tenemos una chispa de fuego eterno que arde dentro de nuestro pecho. A nuestro alcance tenemos la incomprensible promesa de la exaltación, de mundos sin fin; y el gran deseo de Dios es ayudarnos a lograrla.

La insensatez del orgullo

El gran impostor sabe que una de sus herramientas más eficaces para descarriar a los hijos de Dios es apelar a los extremos de la paradoja del hombre. Con algunos, apela a sus tendencias orgullosas, halagándolos y animándolos a creer en la fantasía de su propia importancia e invencibilidad. Les dice que han superado lo que es común y que, debido a su habilidad, primogenitura o condición social, son mejores que la medida común de todo lo que los rodea. Los lleva a pensar que, en consecuencia, no están sujetos a las reglas de nadie más y que no tienen que preocuparse por los problemas de ninguna otra persona.

Se dice que a Abraham Lincoln le gustaba un poema que dice lo siguiente:

¿Por qué el espíritu del mortal de orgullo se ha de llenar?

Como veloz meteoro, cual nube fugaz,

Como destello de luz, u ola que rompe,

De esta vida al sepulcro pasará el hombre9.

Los discípulos de Jesucristo comprenden que, comparada con la eternidad, nuestra existencia en esta esfera mortal es sólo “un breve momento” en el espacio y en el tiempo10. Reconocen que el verdadero valor de la persona tiene poco que ver con lo que el mundo considera en alta estima; saben que podrían amontonar todo el dinero del mundo pero que no podría comprar una hogaza de pan en el plan de los cielos.

Los que “[heredarán] el reino de Dios”11 son aquellos que se vuelven “como un niño: sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor”12. “…porque cualquiera que se ensalza será humillado, y el que se humilla será ensalzado”13. Tales discípulos comprenden también “…que cuando os halláis al servicio de vuestros semejantes, sólo estáis al servicio de vuestro Dios”14.

No pasamos al olvido

Otra forma en que Satanás nos engaña es mediante el desánimo. Él hace lo posible por hacer que nos concentremos en nuestra propia nulidad hasta que empecemos a dudar de que tengamos algún valor. Nos dice que somos demasiado pequeños para que alguien se fije en nosotros, que hemos sido olvidados, especialmente por Dios.

Permítanme compartir con ustedes una experiencia personal que tal vez sea de ayuda para aquellos que se sienten insignificantes, olvidados o solos.

Hace muchos años asistí a un entrenamiento para pilotos en la Fuerza Aérea de los Estados Unidos. Me encontraba lejos de mi hogar, siendo un joven soldado de Alemania Occidental, nacido en Checoeslovaquia, criado en Alemania Oriental y que hablaba inglés con mucha dificultad. Recuerdo claramente mi viaje a nuestra base de entrenamiento en el estado de Texas; estaba sentado en el avión al lado de un pasajero que hablaba con un marcado acento sureño; casi no podía entender una palabra de lo que decía, y en realidad me preguntaba si en todo ese tiempo me habían enseñado el idioma equivocado. Me provocaba pánico el pensar que tendría que competir para los puestos más destacados del entrenamiento de pilotos con estudiantes cuya lengua materna era el inglés.

Al llegar a la base aérea en el pueblito de Big Spring, Texas, busqué y encontré la rama Santo de los Últimos Días, que consistía en un puñado de miembros maravillosos que se reunían en cuartos alquilados en esa misma base aérea, mientras construían una pequeña capilla que serviría como lugar permanente de la Iglesia. En aquellos días, los miembros ponían mucha de la mano de obra de los nuevos edificios.

Día tras día asistía a mi entrenamiento y estudiaba lo más que podía y después pasaba la mayor parte del tiempo libre trabajando en la nueva capilla. Allí aprendí que un “dos por cuatro” no es un paso de baile, sino un pedazo de madera; también aprendí la importante técnica de supervivencia de no pegarle al dedo con el martillo al clavar un clavo.

Pasaba tanto tiempo trabajando en la capilla que el presidente de la rama, que también era uno de nuestros profesores de vuelo, expresó preocupación de que tal vez debía pasar más tiempo estudiando.

Mis amigos y compañeros que eran pilotos también se mantenían ocupados en actividades de tiempo libre, aunque creo que se podría decir que algunas de esas actividades no se parecerían a lo que hay en el folleto Para la fortaleza de la juventud. Por lo que a mí respecta, disfrutaba de ser parte de esa pequeña rama del oeste de Texas, de practicar mis nuevas destrezas de carpintero y de mejorar mi inglés al cumplir mis llamamientos para enseñar en el quórum de élderes y en la Escuela Dominical.

En esa época, Big Spring (Manantial Grande), a pesar de su nombre, era un lugar pequeño, insignificante y desconocido; y muchas veces yo me sentía igual: insignificante, desconocido y un tanto solitario. No obstante, siempre supe que el Señor se acordaba de mí y de que Él podía encontrarme en ese lugar. Sabía que a mi Padre Celestial no le importaba donde estuviera, el lugar que ocupara en mi clase de entrenamiento como piloto o el llamamiento que tuviera en la Iglesia. Lo que le importaba es que me estuviera esforzando, que inclinara mi corazón hacia Él y que estuviera dispuesto a ayudar a los que me rodeaban. Yo sabía que si me esforzaba, todo saldría bien.

Y todo salió bien15.

Los últimos serán los primeros

Al Señor no le importa si pasamos nuestros días trabajando en recintos de mármol, o en los cubículos de un establo. Él sabe dónde estamos, no importa cuán humildes sean nuestras circunstancias. Él usará, a Su propia manera y para Sus santos propósitos, a aquellos que inclinen su corazón hacia Él.

Dios sabe que algunas de las almas más grandes que han vivido son las de aquellos que nunca aparecerán en las crónicas de la historia. Son almas benditas y humildes que se esfuerzan por emular el ejemplo del Salvador y que se pasan la vida haciendo el bien16.

Una de esas parejas, los padres de un amigo mío, ilustran ese ejemplo. El esposo trabajaba en una fundición de acero en Utah. A la hora del almuerzo, él sacaba sus Escrituras o una revista de la Iglesia y se ponía a leer. Cuando los otros trabajadores lo veían, se burlaban de él y cuestionaban sus creencias. Siempre que lo hacían, él les hablaba con bondad y confianza; no permitía que la falta de respeto de ellos lo hiciera enojar o lo disgustara.

Años más tarde, uno de los que se burlaban de manera más vociferante enfermó de gravedad. Antes de morir, pidió que ese hombre humilde hablara en su funeral, y ese hombre así lo hizo.

Ese fiel miembro de la Iglesia nunca tuvo mucho en lo que respecta a nivel social o riqueza, pero su influencia se extendió profundamente hacia todos los que lo conocieron; murió en un accidente industrial mientras se detenía para ayudar a otro obrero que estaba atascado en la nieve.

En menos de un año su viuda tuvo que someterse a cirugía del cerebro, lo que la dejó paralítica. Pero a la gente le gusta ir a pasar tiempo con ella porque ella escucha, recuerda, se interesa. Debido a que no puede escribir, memoriza los números telefónicos de sus hijos y nietos, y con ternura recuerda cumpleaños y aniversarios.

Quienes la visitan salen de allí sintiéndose mejor sobre la vida y sobre sí mismos; sienten su amor; saben que para ella son importantes; nunca se queja, sino que se pasa los días siendo una bendición para los demás. Una de sus amigas dijo que esa mujer era una de las pocas personas que jamás había conocido y que verdaderamente ejemplificaba el amor y la vida de Jesucristo.

Esa pareja habría sido la primera en decir que no eran muy importantes en este mundo, pero el Señor utiliza una balanza muy diferente de la del mundo para pesar el valor de un alma. Él conoce a ese fiel matrimonio; los ama. Sus acciones son un testimonio viviente de su gran fe en Él.

Ustedes son importantes para Él

Hermanos y hermanas, quizás sea cierto que el hombre no es nada en comparación con la inmensidad del universo. A veces quizás nos sintamos insignificantes, invisibles, solos u olvidados. Pero siempre tengan presente: ¡ustedes son importantes para Él! Si alguna vez dudan de ello, consideren estos cuatro principios divinos:

Primero, Dios ama a los mansos y a los humildes, porque son “[los mayores] en el reino de los cielos”17.

Segundo, el Señor confía que “la plenitud de [Su] evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra”18. Él ha elegido que “lo débil del mundo [venga] y [abata] lo fuerte y poderoso”19 y avergüence “a lo fuerte”20.

Tercero, no importa dónde vivan, no importan sus humildes circunstancias, cuán precario sea su empleo, cuán limitadas sean sus habilidades, cuán común sea su apariencia o cuán pequeño parezca ser su llamamiento en la Iglesia, ustedes no son invisibles para su Padre Celestial. Él los ama. Él conoce su humilde corazón y sus actos de amor y bondad. Juntos, forman un perdurable testimonio de su fidelidad y de su fe.

Cuarto y último, por favor comprendan que lo que ahora ven y sienten no es lo que será para siempre. No sentirán soledad, pesar, dolor ni desaliento para siempre. Tenemos la fiel promesa de Dios de que Él no olvidará ni abandonará a quienes inclinen su corazón hacia Él21. Tengan esperanza y fe en esa promesa. Aprendan a amar a su Padre Celestial y conviértanse en Su discípulo en palabra y en hecho.

Tengan la seguridad de que si tan sólo se aferran, creen en Él y permanecen fieles en guardar los mandamientos, un día tendrán ustedes mismos las promesas que le fueron reveladas al apóstol Pablo: “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para aquellos que le aman”22.

Hermanos y hermanas, el Ser más poderoso del universo es el Padre de su espíritu; Él los conoce. Él los ama con un amor perfecto.

Dios los ve no sólo como un ser mortal que vive por un breve lapso en un pequeño planeta; Él los ve como Sus hijos o hijas; Él los ve como los seres capaces de llegar a ser aquello para lo que fueron concebidos. Él quiere que sepan que son importantes para Él.

Ruego que por siempre creamos, confiemos y alineemos nuestra vida a fin de que entendamos nuestro verdadero valor y potencial eternos. Ruego que seamos dignos de las valiosas bendiciones que nuestro Padre Celestial tiene reservadas para nosotros, es mi oración en el nombre de Su Hijo, a saber, Jesucristo. Amén.