2010–2019
Volver en sí: La Santa Cena, el templo y el sacrificio al servir
Abril 2012


Volver en sí: La Santa Cena, el templo y el sacrificio al servir

Llegamos a convertirnos y a ser espiritualmente autosuficientes al vivir nuestros convenios con espíritu de oración.

El Salvador les contó a Sus discípulos acerca de un hijo que dejó a su padre rico, fue a una provincia apartada y malgastó su herencia. Cuando vino una hambruna, el joven tomó el humilde empleo de apacentar cerdos; tenía tanta hambre que quería comer las algarrobas que eran para los animales.

Lejos de casa, lejos del lugar donde quería estar y en su condición de indigente sucedió algo de transcendencia eterna en la vida de ese joven. En las palabras del Salvador: “[volvió] en sí”1. Recordó quién era, se dio cuenta de lo que había perdido, y comenzó a desear las bendiciones que estaban disponibles gratuitamente en la casa de su padre.

En el transcurso de nuestra vida, ya sea en momentos de oscuridad, de desafío, de pesar o pecado, podemos sentir al Espíritu Santo que nos recuerda que somos verdaderamente hijos e hijas de un amoroso Padre Celestial que nos ama y podríamos sentir hambre por las sagradas bendiciones que sólo Él puede proveer. En esos momentos cada uno de nosotros debe esforzarse por volver en sí y regresar a la luz del amor de nuestro Salvador.

Esas bendiciones les corresponden por derecho a todos los hijos del Padre Celestial. El desear esas bendiciones, incluso una vida de gozo y paz, es parte esencial del plan del Padre Celestial para cada uno de nosotros. El profeta Alma enseñó: “…aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros”2.

Al aumentar nuestros deseos espirituales, nos volvemos espiritualmente autosuficientes. Entonces, ¿cómo ayudamos a otras personas, a nosotros mismos y a nuestra familia a incrementar el deseo de seguir al Salvador y de vivir Su evangelio? ¿Cómo fortalecemos nuestro deseo de arrepentirnos, de ser dignos y de perseverar hasta el fin? ¿Cómo ayudamos a los jóvenes y a los jóvenes adultos a dejar que esos deseos obren en ellos hasta que se conviertan y lleguen a ser verdaderos “…santo[s] por la expiación de Cristo”?3.

Llegamos a convertirnos y a ser espiritualmente autosuficientes al vivir nuestros convenios con espíritu de oración, al participar dignamente de la Santa Cena, al ser dignos de una recomendación para el templo y al sacrificarnos para servir a los demás.

Para participar dignamente de la Santa Cena, recordamos que estamos renovando el convenio hecho en el bautismo. Para que la Santa Cena sea una experiencia purificadora cada semana, debemos prepararnos antes de llegar a la reunión sacramental. Hacemos eso deliberadamente dejando atrás nuestras labores y esparcimiento diarios y olvidándonos de los pensamientos y las preocupaciones del mundo; al hacer eso, damos cabida en nuestra mente y en nuestro corazón al Espíritu Santo.

Entonces estamos preparados para meditar en la Expiación. Más que sólo pensar en los hechos del sufrimiento y la muerte del Salvador, la meditación nos ayuda a reconocer que, por medio del sacrificio del Salvador, tenemos la esperanza, la oportunidad y la fortaleza para hacer cambios reales y sinceros en nuestra vida.

Al cantar el himno sacramental, participar en las oraciones sacramentales y participar de los emblemas de Su carne y de Su sangre, procuramos con espíritu de oración el perdón de nuestras faltas y debilidades. Pensamos en las promesas que hicimos y guardamos durante la semana anterior y hacemos compromisos personales específicos de seguir al Salvador durante la semana siguiente.

Padres y líderes, ustedes pueden ayudar a los jóvenes a experimentar las incomparables bendiciones de la Santa Cena brindándoles oportunidades especiales de estudiar, analizar y descubrir la importancia de la Expiación en la vida de ellos. Permitan que ellos mismos escudriñen las Escrituras y se enseñen unos a otros en base a sus propias experiencias.

Los padres, los líderes del sacerdocio y las presidencias de quórumes tienen la responsabilidad especial de ayudar a los poseedores del Sacerdocio Aarónico a prepararse de todo corazón para desempeñar sus deberes sagrados con la Santa Cena. Esa preparación se realiza durante la semana al vivir las normas del Evangelio. Cuando los jóvenes preparan, bendicen y reparten la Santa Cena dignamente y con reverencia, literalmente siguen el ejemplo del Salvador en la Última Cena4 y llegan a ser como Él.

Testifico que la Santa Cena nos da a cada uno la oportunidad de volver en sí y de experimentar “un gran cambio” de corazón5, de recordar quiénes somos y lo que más deseamos. Al renovar el convenio de guardar los mandamientos, obtenemos la compañía del Espíritu Santo para que nos guíe de regreso a la presencia del Padre Celestial. No es de extrañar que se nos mande “[reunirnos] con frecuencia para participar del pan y [del agua]”6 y tomar la Santa Cena para nuestra alma7.

Nuestro deseo de regresar al Padre Celestial aumenta cuando, además de tomar la Santa Cena, nos volvemos dignos de obtener una recomendación para el templo. Nos volvemos dignos al obedecer los mandamientos en forma constante y firme. Esa obediencia comienza en la niñez y se intensifica mediante las experiencias en el Sacerdocio Aarónico y las Mujeres Jóvenes durante los años de preparación. Luego, se espera que los presbíteros y las Laureles se pongan metas y se preparen específicamente para recibir la investidura y ser sellados en el templo.

¿Cuáles son las normas para los que poseen una recomendación? El salmista nos recuerda:

“¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?

“El limpio de manos y puro de corazón”8.

El ser dignos de poseer una recomendación para el templo nos da la fortaleza para guardar los convenios del templo. ¿Cómo recibimos en forma personal esa fortaleza? Nos esforzamos por obtener un testimonio del Padre Celestial, de Jesucristo, del Espíritu Santo, de la realidad de la Expiación y de la veracidad del profeta José Smith y de la Restauración. Sostenemos a nuestros líderes, tratamos a nuestra familia con bondad, somos testigos de la Iglesia verdadera del Señor, asistimos a las reuniones de la Iglesia, honramos nuestros convenios, cumplimos con las obligaciones que tenemos como padres y vivimos una vida virtuosa. Tal vez digan, ¡esto suena simplemente a ser un fiel Santo de los Últimos Días! Tienen razón. La norma para los que poseen una recomendación para el templo no es demasiado elevada como para que no podamos alcanzarla; es sencillamente vivir el Evangelio fielmente y seguir a los profetas.

Entonces, como poseedores de recomendaciones para el templo investidos, establecemos modelos de vida cristiana que comprenden la obediencia, el hacer sacrificios para guardar los mandamientos, amarnos unos a otros, ser castos en pensamiento y hechos, y dar de nosotros mismos para edificar el reino de Dios. Mediante la expiación del Salvador y al seguir estos modelos básicos de fidelidad, recibimos “poder de lo alto”9 para afrontar los desafíos de la vida. Necesitamos ese poder divino hoy más que nunca, ese poder lo recibimos únicamente por medio de las ordenanzas del templo. Testifico que los sacrificios que hagamos para recibir las ordenanzas del templo bien valen todo el esfuerzo que hagamos.

Al aumentar nuestro deseo de aprender y vivir el Evangelio, naturalmente buscamos servirnos unos a otros. El Salvador le dijo a Pedro: “…una vez vuelto, fortalece a tus hermanos”10. Me conmueve que los jóvenes de hoy en día tengan profundos deseos de servir y bendecir a otras personas, de marcar una diferencia en este mundo. Ellos también anhelan el gozo que brinda ese servicio.

Sin embargo, para los jóvenes es difícil entender cómo sus hechos presentes les prepararán o descalificarán para futuras oportunidades de servicio. Todos nosotros tenemos el “deber imperativo”11 de ayudar a los jóvenes a ser autosuficientes para que se prepararen para toda una vida de servicio. Además de la autosuficiencia espiritual de la que hemos hablado, también está la autosuficiencia temporal, la cual incluye el obtener instrucción académica o capacitación vocacional después de la secundaria, aprender a trabajar y vivir dentro de nuestros medios. Al evitar las deudas y ahorrar ahora, nos preparamos para brindar un servicio completo a la Iglesia en años venideros. El propósito de la autosuficiencia temporal y espiritual es ubicarnos en un terreno más alto para poder elevar a otras personas que lo necesiten.

Seamos jóvenes o viejos, lo que hagamos hoy determinará el servicio que podamos brindar y disfrutar mañana. Como nos recuerda el poeta: “De todas las palabras, habladas o escritas, son éstas las más tristes: ‘¡Podría haber sido!’”12. ¡No vivamos lamentándonos lo que hicimos o no hicimos!

Amados hermanos y hermanas, el joven que mencionó el Salvador, al cual nos referimos como el hijo pródigo, sí regresó a casa. Su padre no lo había olvidado; su padre lo estaba esperando; y “cuando [el hijo] aún estaba lejos, lo vio su padre y fue movido a misericordia, y corrió, y… le besó”13. En honor al regreso de su hijo, pidió un manto, un anillo y una celebración con un becerro gordo14, recordatorios de que no se nos retendrá ninguna bendición si perseveramos fielmente en el sendero que nos lleva de regreso al Padre Celestial.

Con Su amor y el de Su Hijo en mi corazón, desafío a cada uno de nosotros a seguir nuestros deseos espirituales y a volver en sí. Mirémonos al espejo y preguntémonos: “¿En qué posición me encuentro al vivir los convenios?” Estamos en el sendero correcto si podemos decir: “Participo dignamente de la Santa Cena cada semana, soy digno de una recomendación para el templo y asisto al templo, y me sacrifico para servir y bendecir a otras personas”.

Comparto mi testimonio especial de que Dios nos ama tanto a cada uno de nosotros que “ha dado a su Hijo Unigénito”15 para expiar nuestros pecados; Él nos conoce y nos espera aún cuando estemos muy lejos de Él. A medida que cada uno de nosotros actúe según sus deseos y vuelva en sí, quedará “para siempre envuelto entre los brazos de su amor”16 y nos recibirá en nuestro hogar. Lo testifico en el santo nombre de nuestro Salvador Jesucristo. Amén.