2010–2019
¿Qué piensa el Cristo de mí?
Abril 2012


¿Qué piensa el Cristo de mí?

En la medida en que lo amen, confíen en Él, le crean y lo sigan, sentirán el amor y la aprobación de Él.

Un periodista de una de las principales revistas de Brasil estudió la Iglesia como preparativo para un importante artículo de prensa1. Examinó nuestra doctrina y visitó los centros de capacitación misional y de ayuda humanitaria. Habló con amigos de la Iglesia y con otras personas que no eran tan amigos. Cuando me entrevistó, el periodista parecía francamente perplejo al preguntarme: “¿Cómo es que hay personas que no los consideran cristianos?”. Sabía que se refería a la Iglesia; pero, por algún motivo mi mente planteó la pregunta en forma personal, y me hallé preguntándome en silencio: “¿Refleja mi vida el amor y la devoción que le tengo al Salvador?”.

Jesús preguntó a los fariseos: “¿Qué pensáis del Cristo?”2. En la evaluación final, no serán ni amigos ni enemigos los que juzguen nuestro discipulado. Más bien, como dijo Pablo, “…[todos] compareceremos ante el tribunal de Cristo”3. Ese día, la pregunta importante para cada uno de nosotros será: “¿Qué piensa el Cristo de mí?”.

Incluso con el amor que le tiene a toda la humanidad, Jesús se refirió en tono de amonestación a algunos que lo rodeaban llamándolos hipócritas4, insensatos5 y hacedores de maldad6. A otros con aprobación llamó hijos del reino7 y la luz del mundo8. Se refirió con desaprobación a algunos como cegados9 e infructuosos10; elogió a otros como de limpio corazón11 y que tenían hambre y sed de justicia12. Lamentó que algunos fueran incrédulos13 y de este mundo14, pero a otros los valoró como escogidos15, discípulos16, amigos17. Y, así, cada uno de nosotros se pregunta: “¿Qué piensa el Cristo de mí?”.

El presidente Monson ha descrito nuestra época como una que se aleja “de lo que es espiritual… [y en la] que los vientos del cambio sopl[an] a nuestro alrededor y la fibra moral de la sociedad continú[a] desintegrándose ante nuestros propios ojos…”18. Es una época en la que aumenta la incredulidad y la indiferencia hacia Cristo y Sus enseñanzas.

En este ambiente turbulento, nos regocijamos de ser discípulos de Jesucristo; vemos la mano del Señor en todos lados. Nuestro destino se presenta hermoso ante nosotros. “Y ésta es la vida eterna”, oró Jesús, “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”19. Ser discípulo en estos días de destino será un mérito de honor por todas las eternidades.

Los mensajes que hemos escuchado durante esta conferencia son carteles del Señor que nos guían en nuestra jornada de discipulado. Conforme hemos escuchado durante estos últimos dos días, orar para recibir guía espiritual y, según estudiemos y oremos en cuanto a estos mensajes en los días venideros, el Señor nos bendecirá con guía personal por medio del don del Espíritu Santo. Esos sentimientos nos vuelven aún más al Señor, al arrepentirnos, obedecer, creer y confiar. El Salvador responde a nuestros hechos de fe: “El que me ama [hombre o mujer], mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él y haremos morada con él”20.

El llamado de Jesús, “Ven, sígueme”21, no es sólo para quienes estén preparados para competir en unas olimpíadas espirituales. De hecho, el discipulado no es una competición en absoluto, sino una invitación para todos. Nuestra jornada del discipulado no es una rápida vuelta a la pista ni se compara del todo a un largo maratón. En verdad es una migración de toda la vida hacia un mundo más celestial.

Esta invitación es un llamado al deber diario. Jesús dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”22. “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz cada día y sígame”23. Puede que no todos los días sean nuestro mejor día, pero si nos estamos esforzando, la invitación de Jesús está llena de ánimo y esperanza: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar”24.

Donde sea que se encuentren en el camino del discipulado, están en el sendero correcto, el camino hacia la vida eterna. Juntos podemos levantarnos y fortalecernos unos a otros en los grandes e importantes días que están por delante. Sean cuales sean las dificultades que enfrentemos, las flaquezas que nos limiten o las imposibilidades que nos rodeen, tengamos fe en el Hijo de Dios, quien declaró: “…al que cree todo le es posible”25.

Permítanme compartir dos ejemplos del discipulado en acción. El primero es de la vida del presidente Thomas S. Monson y demuestra el poder de la bondad simple y de la enseñanza de Jesús de que “El que es el mayor entre vosotros será vuestro siervo”26.

Hace casi veinte años, el presidente Monson habló en la conferencia general acerca de una jovencita de doce años que padecía de cáncer. Contó de la valentía de ella y la bondad de sus amigos que la cargaron para subir el monte Timpanogos en el centro de Utah.

Hace unos años, conocí a Jami Palmer Brinton, y escuché la historia desde otro punto de vista, con la perspectiva de lo que el presidente Monson había hecho por ella.

Jami conoció al presidente Monson en marzo de 1993, al día siguiente de recibir la noticia de que un tumor que tenía arriba de la rodilla derecha era un cáncer óseo de rápido crecimiento. Con la ayuda del padre de Jami, el presidente Monson le dio una bendición del sacerdocio, prometiéndole: “Jesús estará a tu diestra y a tu siniestra para levantarte”.

“Al salir de su oficina ese día”, dijo Jami, “desaté un globo que llevaba en mi silla de ruedas y se lo di a él. ‘¡Eres lo máximo!’, decía con letras brillantes”.

A lo largo de los tratamientos de quimioterapia y una operación para salvarle la pierna, el presidente Monson no se olvidó de ella. Jami dijo: “El presidente Monson ejemplificó lo que es ser un verdadero discípulo de Cristo. Me sacó de mi angustia dándome una esperanza grande y duradera”. Tres años después de su primer encuentro, Jami otra vez estuvo en la oficina del presidente Monson. Al final de la reunión, él hizo algo que Jami nunca olvidará. Típico de los detalles del presidente Monson, él sorprendió a Jami con el mismísimo globo que ella le había dado tres años antes. “¡Eres lo máximo!”, proclamaba el globo. Lo había guardado, consciente de que ella regresaría a su oficina cuando estuviera curada del cáncer. Catorce años después del primer encuentro con Jami, el presidente Monson efectuó su casamiento con Jason Brinton en el Templo de Salt Lake27.

Podemos aprender muchísimo del discipulado del presidente Monson. Con frecuencia él recuerda a las Autoridades Generales que tengamos en mente esta simple pregunta: “¿Qué haría Jesús?”.

Jesús le dijo al líder de la sinagoga: “No temas, cree solamente”28. El discipulado es creerle a Él en épocas de paz y creerle en épocas de dificultad, cuando nuestros dolores y miedos sólo se calman mediante la convicción de que Él nos ama y cumple Sus promesas.

Hace poco conocí a una familia que es un hermoso ejemplo de la forma en que creemos en Él. Olgan y Soline Saintelus son de Puerto Príncipe, Haití, y me contaron su historia.

El 12 de enero de 2010, Olgan estaba en el trabajo y Soline en la capilla cuando un devastador terremoto sacudió Haití. Sus tres hijos —Gancci, de cinco años, Angie, de tres y Gansly, de uno— estaban en casa con un amigo.

La enorme destrucción estaba en todos lados. Ustedes recordarán que, en aquel enero, decenas de miles perdieron la vida en Haití. Olgan y Soline corrieron lo más rápido posible hacia su apartamento en busca de sus hijos; el edificio de tres pisos donde vivía la familia Saintelus se había derrumbado.

Los niños no habían escapado, y ningún esfuerzo de rescate se desplegaría en un edificio que estaba completamente destruido.

Olgan y Soline Saintelus habían servido en misiones de tiempo completo, se habían casado en el templo; creían en el Salvador y en las promesas que Él les había hecho. Sin embargo, tenían el corazón destrozado; lloraban de modo incontrolable.

Olgan me dijo que comenzó a orar en su hora más oscura. “Padre Celestial, si es Tu voluntad, si fuese posible que tan sólo uno de mis hijos estuviera vivo, por favor, por favor, ayúdanos”. Una y otra vez caminó alrededor del edificio, orando en busca de inspiración. Los vecinos trataron de consolarlo y ayudarlo a aceptar la pérdida de sus hijos, pero Olgan seguía caminando entre los escombros del edificio derrumbado con esperanza y oración. Entonces sucedió algo bastante milagroso. Olgan escuchó el llanto casi imperceptible de un bebé. Era el llanto de su bebé.

Durante horas, los vecinos desesperadamente excavaron entre los escombros arriesgando sus propias vidas. En lo oscuro de la noche, entre los aturdidores ruidos de martillos y cinceles, los socorristas oyeron otro sonido. Dejaron de golpear y escucharon. No podían creer lo que oían. Era el sonido de un niño, un niño que cantaba. Gancci, de cinco años, dijo más tarde que sabía que si cantaba, su padre le escucharía. Apretado bajo un pedazo de cemento que resultaría en la amputación del brazo, Gancci estaba cantando su himno favorito: “Soy un hijo de Dios”29.

Con el pasar de las horas, en medio de la oscuridad, la muerte y la desesperación de tantos otros preciados hijos e hijas de Dios en Haití, la familia Saintelus fue partícipe de un milagro: Gancci, Angie y Gansly fueron hallados vivos bajo el edificio colapsado30.

Los milagros no suceden siempre de forma tan inmediata. A veces nos preguntamos con contemplación por qué el milagro que hemos solicitado tan fervientemente en oración no sucede aquí y ahora. Pero, al confiar en el Salvador, sucederán los milagros prometidos. Ya sea en esta vida o en la venidera, todo se pondrá en su lugar correcto. El Salvador declara: “No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo”31. “En el mundo tendréis aflicción. Pero confiad; yo he vencido al mundo”32.

Testifico que en la medida en que lo amen, confíen en Él, le crean y lo sigan, sentirán el amor y la aprobación de Él. Cuando usted se pregunte: “¿Qué piensa el Cristo de mí?”, sabrá que es Su discípulo, que es Su amigo. Mediante Su gracia, Él hará por usted lo que usted no puede hacer por sí mismo.

Esperamos ansiosos las palabras finales de nuestro amado profeta. El presidente Thomas S. Monson fue ordenado apóstol del Señor Jesucristo cuando yo tenía doce años. Por más de cuarenta y ocho años hemos contado con la bendición de escucharlo dar testimonio de Jesucristo. Testifico que él ahora es el apóstol de mayor antigüedad del Señor en la tierra.

Con gran amor y admiración por los muchos discípulos de Jesucristo que no son miembros de esta Iglesia, declaramos humildemente que ángeles han regresado a la tierra en nuestros días. La Iglesia de Jesucristo como Él la estableció en la antigüedad ha sido restaurada, con el poder, las ordenanzas y las bendiciones de los cielos. El Libro de Mormón es otro testamento de Jesucristo.

Doy testimonio de que Jesucristo es el Salvador del mundo; Él sufrió y murió por nuestros pecados y se levantó al tercer día. Él ha resucitado. En un día futuro, toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Él es el Cristo33. Llegado ese día, no nos preocupará pensar: “¿Consideran los demás que soy cristiano?”. En ese momento, nuestros ojos estarán fijos en Él y nuestras almas estarán fascinadas ante la pregunta: “¿Qué piensa el Cristo de mí?”. Él vive. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.