2010–2019
“…porque yo vivo, vosotros también viviréis”
Octubre 2012


“…porque yo vivo, vosotros también viviréis”

Gracias a Él, nuestro Salvador Jesucristo, esos sentimientos de pesar, soledad y desesperación un día serán absorbidos en una plenitud de gozo.

Al prestar servicio como jóvenes misioneros en Chile, mi compañero y yo conocimos a una familia de siete integrantes en la rama. La madre asistía cada semana con sus hijos. Supusimos que eran miembros de la Iglesia de hacía mucho tiempo, pero después de varias semanas nos enteramos de que no se habían bautizado.

De inmediato nos pusimos en contacto con la familia y preguntamos si podíamos ir a su casa a enseñarles. Al padre no le interesaba aprender sobre el Evangelio, pero no se opuso a que enseñáramos a su familia.

La hermana Ramírez avanzó rápidamente por las lecciones. Estaba ansiosa por aprender toda la doctrina que le enseñábamos. Una tarde, al hablar sobre el bautismo de los niños, les enseñamos que los niños pequeños son inocentes y que no tienen necesidad de ser bautizados. Le pedimos que leyera en el libro de Moroni:

“He aquí, te digo que esto enseñarás: El arrepentimiento y el bautismo a los que son responsables y capaces de cometer pecado; sí, enseña a los padres que deben arrepentirse y ser bautizados, y humillarse como sus niños pequeños, y se salvarán todos ellos con sus pequeñitos.

“Y sus niños pequeños no necesitan el arrepentimiento, ni tampoco el bautismo. He aquí, el bautismo es para arrepentimiento a fin de cumplir los mandamientos para la remisión de pecados.

“Mas los niños pequeños viven en Cristo, aun desde la fundación del mundo; de no ser así, Dios es un Dios parcial, y también un Dios variable que hace acepción de personas; porque ¡cuántos son los pequeñitos que han muerto sin el bautismo!”1.

Tras leer ese pasaje, la hermana Ramírez comenzó a llorar. Mi compañero y yo estábamos confundidos y le preguntamos: “Hermana Ramírez, ¿hemos dicho o hecho algo que la ofendió?”.

Nos dijo: “No, no, élder. No han hecho nada mal. Hace seis años tuve un bebé varón y murió antes de que pudiéramos bautizarlo. Nuestro sacerdote nos dijo que como no había sido bautizado, estaría en limbo toda la eternidad. Por seis años he llevado ese dolor y esa culpa. Tras leer este pasaje, sé por el poder del Espíritu Santo que es verdad. Se me ha quitado un gran peso de encima, y las lágrimas son de gozo”.

Recordé las enseñanzas del profeta José Smith, quien enseñó esta doctrina consoladora: “El Señor se lleva a muchos, aun en su infancia, a fin de que puedan verse libres de la envidia de los hombres, y de las angustias y maldades de este mundo. Son demasiado puros, demasiado bellos para vivir sobre la tierra; por consiguiente, si se considera como es debido, veremos que tenemos razón para regocijarnos, en lugar de llorar, porque son librados del mal y dentro de poco los tendremos otra vez”2.

Después de que sufrió pena y dolor casi insoportables por seis años, la verdadera doctrina, revelada por un amoroso Padre Celestial por medio de un profeta viviente, brindó dulce paz a esta mujer atormentada. No hace falta decir que la hermana Ramírez y sus hijos de ocho años y mayores se bautizaron.

Recuerdo haber escrito a mi familia expresándole la gratitud que sentía en el corazón por el conocimiento de ésta y tantas otras verdades claras y preciosas del evangelio restaurado de Jesucristo. Nunca soñé que este maravilloso principio verdadero volvería a mí en el futuro y llegaría a ser mi bálsamo de Galaad.

Quisiera hablar a quienes han perdido un hijo y se han hecho la pregunta: “¿Por qué yo?”, o que quizá incluso han cuestionado su propia fe en un amoroso Padre Celestial. Es mi oración que por el poder del Espíritu Santo me sea posible brindarles una medida de esperanza, de paz y de entendimiento. Deseo ser un instrumento en la restauración de su fe en un amoroso Padre Celestial que sabe todas las cosas y que nos permite pasar por pruebas para que podamos llegar a conocerlo y amarlo, y a entender que sin Él no tenemos nada.

El 4 de febrero de 1990 nació nuestro tercer varón y sexto hijo. Lo llamamos Tyson. Era un niño hermoso y la familia lo recibió con corazones y brazos abiertos. Sus hermanos y hermanas estaban muy orgullosos de él y todos pensábamos que era el niño más perfecto que había nacido.

Cuando Tyson tenía ocho meses, aspiró un pedazo de tiza que encontró en la alfombra. La tiza le quedó alojada en la garganta y dejó de respirar. Su hermano mayor llevó a Tyson al piso de arriba, gritando desesperadamente: “¡El bebé no respira; el bebé no respira!”. Empezamos la resucitación cardiopulmonar y llamamos al servicio de emergencia.

Llegaron los paramédicos y se llevaron a Tyson de urgencia al hospital. En la sala de espera, continuamos orando fervientemente pidiendo a Dios un milagro. Tras lo que pareció ser toda una vida, la doctora salió a la sala y dijo: “Lo siento mucho. Ya no hay nada más que podamos hacer. Tómense todo el tiempo que necesiten”; y se fue.

Cuando entramos a la habitación donde estaba Tyson, vimos a nuestro pequeño tesoro sin vida. Parecía como si tuviera un resplandor celestial alrededor de su pequeño cuerpo. Estaba tan radiante y puro.

En ese momento sentíamos como si se nos hubiera acabado el mundo. ¿Cómo podíamos volver con nuestros otros hijos y de alguna manera tratar de explicarles que Tyson no volvería a casa?

Hablaré en singular al relatar el resto de esa experiencia. Mi angelical esposa y yo pasamos esta prueba juntos, pero no puedo expresar adecuadamente los sentimientos de una madre, así que ni siquiera lo intentaré.

Es imposible describir la mezcla de sentimientos que tuve en esa etapa de mi vida. La mayoría del tiempo sentía como que estaba en un terrible sueño y que pronto despertaría y que esa horrible pesadilla llegaría a su fin. No dormí por varias noches. A menudo pasaba la noche dando vueltas de una habitación a la otra, asegurándome de que nuestros otros hijos estuvieran bien.

Los sentimientos de remordimiento atormentaban mi alma. Me sentía tan culpable; me sentía sucio. Yo era su padre; debí haber hecho algo más para protegerlo. Si tan sólo hubiera hecho esto o aquello. Todavía a veces hoy, 22 años después, esos sentimientos empiezan a invadir mi corazón, y tengo que desecharlos porque pueden ser destructivos.

Como un mes después de que murió Tyson, tuve una entrevista con el élder Dean L. Larsen. Tomó tiempo para escucharme y siempre estaré agradecido por su consejo y su amor. Me dijo: “No creo que el Señor desea que se esté castigando por la muerte de su pequeñito”. Sentí el amor de mi Padre Celestial por medio de uno de Sus instrumentos escogidos.

Sin embargo, me siguieron asediando pensamientos atormentadores y empecé a sentir enojo. “¡No es justo! ¿Cómo pudo Dios hacerme esto? ¿Por qué yo? ¿Qué hice para merecer esto?” Incluso empecé a enojarme con las personas que sólo estaban tratando de consolarnos. Recuerdo que mis amigos me decían: “Sé cómo te sientes”. Y yo pensaba: “No tienes idea de cómo me siento. Déjame en paz”. Me empecé a dar cuenta de que la autocompasión es muy debilitante. Me sentía avergonzado por tener malos sentimientos hacia nuestros queridos amigos que sólo estaban tratando de ayudar.

Al sentir que la culpabilidad, el enojo y la autocompasión trataban de consumirme, pedí en oración que mi corazón cambiara. Mediante experiencias sagradas muy personales, el Señor me dio un nuevo corazón y, aun cuando todavía me sentía solo y lleno de dolor, toda mi perspectiva cambió. Se me dio a conocer que no se me había privado de nada, sino que me esperaba una gran bendición si era fiel.

Mi vida comenzó a cambiar y pude ver hacia adelante con esperanza, en vez de hacia atrás con desesperación. Testifico que esta vida no es el final. El mundo de los espíritus es real. Las enseñanzas de los profetas en cuanto a la vida después de la muerte son ciertas. Esta vida no es más que un paso transitorio hacia adelante en nuestra jornada de regreso hacia nuestro Padre Celestial.

Tyson ha seguido siendo una parte integral de nuestra familia. A lo largo de los años ha sido maravilloso ver la misericordia y la bondad de un amoroso Padre Celestial que ha permitido que nuestra familia haya sentido la influencia de Tyson en formas muy tangibles. Testifico que el velo es muy delgado. Los mismos sentimientos de lealtad, amor y unidad familiar no se acaban cuando nuestros seres queridos pasan al otro lado; por el contrario, esos sentimientos se intensifican.

A veces las personas preguntan: “¿Cuánto tiempo le tomó superarlo?”. La verdad es que uno nunca lo superará por completo hasta que esté nuevamente con sus seres queridos que han muerto. Mi gozó nunca será completo hasta que volvamos a reunirnos en la mañana de la Primera Resurrección.

“Porque el hombre es espíritu. Los elementos son eternos; y espíritu y elemento, inseparablemente unidos, reciben una plenitud de gozo;

“y cuando están separados, el hombre no puede recibir una plenitud de gozo”3.

Pero mientras tanto, tal como el Salvador enseñó, podemos seguir teniendo confianza4.

Me he dado cuenta de que el dolor amargo, casi insoportable, puede llegar a ser dulce si nos volvemos a nuestro Padre Celestial y le suplicamos el consuelo que viene por medio de Su plan; de Su Hijo Jesucristo y de Su Consolador, que es el Espíritu Santo.

Qué bendición tan gloriosa es esto en nuestra vida. ¿Acaso no sería trágico si no sintiéramos gran pesar cuando perdiéramos un hijo? Cuán agradecido estoy a mi Padre Celestial que nos permite amar profunda y eternamente. Cuán agradecido estoy por las familias eternas. Cuán agradecido estoy de que haya revelado nuevamente, por medio de Sus profetas vivientes, el glorioso plan de redención.

Recuerden cuando asistieron al funeral de un ser querido, lo que sintieron en el corazón cuando se alejaban del cementerio y miraron hacia atrás para ver el solitario ataúd, preguntándose si su corazón se rompería.

Testifico que gracias a Él, nuestro Salvador Jesucristo, esos sentimientos de pesar, soledad y desesperación un día serán absorbidos en una plenitud de gozo. Testifico que podemos confiar en Él y en lo que dijo:

“No os dejaré huérfanos; vendré a vosotros.

“Todavía un poquito, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veréis; porque yo vivo, vosotros también viviréis”5.

Testifico que, tal como dice en Predicad Mi Evangelio, “al confiar en la expiación de Jesucristo, Él nos puede ayudar a sobrellevar bien nuestras tribulaciones, enfermedades y dolor, y podemos sentir gozo, paz y consuelo. Todo lo que es injusto en la vida se puede remediar por medio de la expiación de Jesucristo”6.

Testifico que en esa gloriosa y resplandeciente mañana de la Primera Resurrección, mis seres queridos y los suyos saldrán de la tumba tal como lo prometió el Señor mismo, y tendremos una plenitud de gozo. Gracias a que Él vive, ellos y nosotros también viviremos. En el nombre de Jesucristo. Amén.