2010–2019
Aprendamos con el corazón
Octubre 2012


Aprendamos con el corazón

Una forma de venir a Cristo es procurar aprender verdades esenciales con el corazón.

“He mandado que vinieseis a mí, a fin de que palpaseis y vieseis…”1. Éste fue un mandamiento que extendió el Salvador a los habitantes de la América antigua, quienes sintieron con sus manos y vieron con sus ojos que Jesús era el Cristo. Este mandamiento es tan importante para nosotros en la actualidad como lo fue para ellos en su época. Al venir a Cristo podremos sentir y “[saber] con certeza”2 —no con nuestras manos y nuestros ojos— sino con todo el corazón y la mente que Jesús es el Cristo.

Una forma de venir a Cristo es procurar aprender verdades esenciales con el corazón. Al hacerlo, los susurros que provienen de Dios nos otorgarán conocimiento que no podemos obtener de ninguna otra manera. El apóstol Pedro supo con certeza que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios viviente. El Salvador explicó que la fuente del conocimiento de Pedro no era “carne ni sangre, sino [el] Padre que está en los cielos”3.

El profeta Abinadí explicó la función de los sentimientos que vienen de Dios a nuestro corazón. Él enseñó que no podemos entender las Escrituras completamente a menos que apliquemos nuestro corazón para entender4.

Esta verdad fue bien expresada en un libro para niños: El principito, de Antoine de Saint-Exupéry. En el relato, el principito se hace amigo de un zorro. Cuando se separan, el zorro comparte un secreto con el principito al decirle: “He aquí mi secreto… sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos”5.

El hermano Thomas Coelho, de 88 años de edad, es un buen ejemplo de alguien que vio con su corazón lo esencial. Él era un miembro fiel de nuestro sumo consejo en Paysandú, Uruguay. Antes de unirse a la Iglesia, tuvo un accidente cuando andaba en su motocicleta. Mientras estaba caído en el piso, sin poder levantarse, dos misioneros nuestros lo ayudaron a pararse y a regresar a casa. Dijo que sintió algo especial cuando los misioneros acudieron a su rescate. Volvió a experimentar esos fuertes sentimientos cuando posteriormente los misioneros le enseñaron, y fue tal el impacto de esos sentimientos que leyó el Libro de Mormón de tapa a tapa en apenas unos días. Se bautizó y sirvió incansablemente de ese día en adelante. Lo recuerdo recorriendo las calles de nuestra ciudad de arriba abajo en su motocicleta, incluso en los fríos y lluviosos inviernos, para traer a otros a la Iglesia para que sintiesen, viesen y supiesen con certeza, así como él lo hizo.

Hoy día, rodeados de tanta información, podemos creer que navegar millones de páginas web nos proveerá todo lo que necesitemos saber. En la red podemos encontrar información correcta e incorrecta, pero la información de por sí no basta. Dios nos ha dado otra fuente para obtener un conocimiento mayor6, sí, un conocimiento enviado del cielo. El Padre Celestial nos puede otorgar ese conocimiento cuando navegamos la red celestial en nuestro corazón y en nuestra mente. El profeta José Smith dijo que tenía “el libro más antiguo en [el] corazón, es decir, el don del Espíritu Santo”7.

Accedemos a esta fuente celestial cuando hacemos cosas tales como leer las Escrituras, dar oído al profeta viviente y orar. También es importante dedicar tiempo a estar tranquilo8 y a sentir y a seguir los susurros celestiales. Al hacer esto, “sentimos y vemos” cosas que no se pueden aprender a través de la tecnología moderna. Una vez que nos volvemos algo experimentados en navegar esta red celestial, discerniremos la verdad, incluso al leer la historia secular u otros temas. Los que busquen sinceramente la verdad conocerán la verdad de todas las cosas por el poder del Espíritu Santo9.

Ahora, una advertencia: el acceso a esta red celestial se ve estropeado por la iniquidad y por olvidar al Señor. Nefi les dijo a sus hermanos que no podían “sentir las palabras [del Señor]” porque eran “prontos en cometer iniquidad [y] lentos en recordar al Señor”10. La iniquidad atrofia nuestra capacidad de ver, sentir y amar a los demás. Nuestra capacidad de ver y sentir las cosas de Cristo se amplía cuando somos prontos en recordar al Señor al orar “con toda la energía de [nuestros] corazones”11 y al recordar nuestras experiencias espirituales. Ahora les pregunto:

¿Se acuerdan de la paz que sintieron cuando, tras mucha tribulación, clamaron al Padre con potente oración?

¿Recuerdan haber modificado su lista de cosas para hacer a fin de obedecer un susurro en el corazón?

Los grandes hombres del Libro de Mormón fomentaron el acceso a un conocimiento mayor al recordar sus experiencias espirituales clave. Alma fortaleció y reforzó a sus hijos recordándoles el relato de su propia conversión12. Helamán enseñó a Nefi y a Lehi a recordar, recordar que era sobre la roca de Cristo que debían establecer su fundamento para que el diablo no tuviese poder sobre ellos13. Tenemos que hacer lo mismo. Recordar a Dios nos ayuda a sentir y a vivir. Esto les da mayor sentido a las palabras del rey Benjamín, que dijo: “…Y ahora bien, ¡oh hombre!, recuerda, y no perezcas”14.

Uno de los recuerdos más sagrados que atesoro es lo que sentí cuando supe que el Libro de Mormón era la palabra de Dios. Descubrí que podemos experimentar un gozo que las palabras no son capaces de expresar. Ese mismo día, de rodillas, sentí y supe con certeza lo que no pude haber aprendido de ninguna otra manera. Este recuerdo es motivo de gratitud sempiterna en mi vida y me fortalece en los momentos difíciles.

Quienes reciben conocimiento, no de carne ni sangre sino de nuestro Padre Celestial, saben con certeza que Jesús es el Cristo y que ésta es Su Iglesia. Ese mismo conocimiento brinda la fuerza para hacer los cambios necesarios para venir a Cristo. Por esta razón, invitamos a toda alma a que se bautice, se arrepienta y se vuelva a Él ahora15.

Al venir a Cristo, al seguirlo, toda alma puede ver, sentir y saber con certeza que Cristo sufrió y expió nuestros pecados a fin de que tengamos la vida eterna. Si nos arrepentimos, no sufriremos innecesariamente16. Gracias a Él, el alma herida puede ser sanada y el corazón reparado. No existe carga que Él no pueda aliviar o quitar. Él conoce nuestras flaquezas y enfermedades. Les prometo y testifico que, cuando todas las puertas parezcan cerrarse, cuando todo parezca ser inútil, Él no les fallará. Cristo nos ayudará y es la vía de escape en la lucha contra la adicción, la depresión o cualquier otra cosa. Él sabe “cómo socorrer a los de su pueblo”17. Los matrimonios y las familias que enfrenten dificultades por lo que sea —retos económicos, influencias negativas de los medios o dinámicas de familia— sentirán la tranquilizadora influencia de los cielos. Es reconfortante “sentir y ver” que Él se levantó de entre los muertos “con salvación en sus alas”18 y que gracias a Él volveremos a ver y a abrazar a nuestros seres queridos que han fallecido. De cierto, nuestra conversión a Él es recompensada con nuestra sanación19.

Sé con certeza que todo esto es verdad. Por ello uno mi voz a la de los antiguos habitantes de América exclamando: “¡Hosanna! ¡Bendito sea el nombre del Más Alto Dios!”20. Él nos da salvación. Doy testimonio de que Jesús es el Cristo, el santo Mesías. Él es Jehová de los Ejércitos, nuestro Salvador y Redentor. En el nombre de Jesucristo. Amén.