2010–2019
“Venid a mí”
Abril 2013


“Venid a mí”

Por medio de Sus palabras y Su ejemplo, Cristo nos ha mostrado la manera de acercarnos a Él.

Estoy agradecido de estar con ustedes en esta conferencia de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. Ésta es Su Iglesia; cuando entramos en Su reino, tomamos sobre nosotros Su nombre. Él es Dios, el Creador, y es perfecto; nosotros somos seres mortales sujetos a la muerte y al pecado y, sin embargo, a causa de Su amor por nosotros y nuestra familia, nos invita a acercarnos a Él. Éstas son Sus palabras: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros; buscadme diligentemente, y me hallaréis; pedid, y recibiréis; llamad, y se os abrirá”1.

En estos días de la Pascua de Resurrección se nos recuerda por qué lo amamos, así como la promesa que Él hace a Sus fieles discípulos de que llegarán a ser Sus amigos amados. El Salvador hizo esa promesa y nos dijo cómo Él viene a nosotros cuando estamos en Su servicio. Vemos un ejemplo de esto en la revelación que recibió Oliver Cowdery mientras servía al Señor con el profeta José Smith en la traducción del Libro de Mormón: “He aquí, tú eres Oliver, y te he hablado a causa de tus deseos; por tanto, atesora estas palabras en tu corazón. Sé fiel y diligente en guardar los mandamientos de Dios, y te estrecharé entre los brazos de mi amor”2.

Yo he sentido ese gozo de acercarme más al Salvador y de que Él se acerque a mí mediante sencillos actos de obediencia a los mandamientos.

Ustedes han tenido esas experiencias; tal vez haya sido cuando decidieron asistir a una reunión sacramental. A mí me sucedió un domingo cuando era muy joven. En aquella época tomábamos la Santa Cena en una reunión por la tarde. El recuerdo de aquel día, hace más de sesenta y cinco años, en que guardé el mandamiento de reunirme con mi familia y con los santos, todavía me hace sentir más cerca del Salvador.

Afuera estaba oscuro y hacía frío. Recuerdo haber sentido luz y calidez en la capilla aquella tarde junto a mis padres. Tomamos la Santa Cena, ofrecida por poseedores del Sacerdocio Aarónico, e hicimos convenio con nuestro Padre Eterno de recordar siempre a Su Hijo y de guardar Sus mandamientos.

Al terminar la reunión, cantamos el himno “Conmigo quédate, Señor”, que dice: “Oh permanece, Salvador, la noche viene ya”3.

Aquella tarde, sentí el amor y la proximidad del Salvador; y sentí el consuelo del Espíritu Santo.

Quería volver a sentir el amor del Salvador y Su proximidad que había percibido en aquella reunión sacramental de mi juventud, así que guardé otro mandamiento: escudriñé las Escrituras. Sabía que a través de ellas podía volver a lograr que el Espíritu Santo me hiciera sentir lo que los discípulos del Cristo resucitado habían sentido cuando Él había respondido a la invitación de ellos de ir a sus casas y quedarse con ellos.

Leí sobre el tercer día después de Su crucifixión y sepultura. Unas mujeres fieles y otras personas hallaron la piedra del sepulcro removida y vieron que Su cuerpo no estaba allí. Habían ido porque lo amaban y querían ungir Su cuerpo.

Dos ángeles se encontraban allí y les preguntaron por qué sentían temor; dijeron:

“¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

“No está aquí, sino que ha resucitado; acordaos de lo que os habló, cuando aún estaba en Galilea,

“diciendo: Es menester que el Hijo del Hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado y resucite al tercer día”4.

En el evangelio de Marcos se añade la exhortación de uno de los ángeles: “Pero id, decid a sus discípulos, y a Pedro, que él va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis, como os dijo”5.

Los Apóstoles y los discípulos se reunieron en Jerusalén y, como quizás nos hubiera sucedido a nosotros, sentían temor y vacilaban mientras hablaban de lo que significaban para ellos la muerte y las noticias de que Él había resucitado.

Esa noche, dos de los discípulos iban de Jerusalén por el camino a Emaús cuando el Cristo resucitado apareció y caminó con ellos. El Señor había venido a ellos.

El libro de Lucas nos permite caminar con ellos:

“Y aconteció que, mientras hablaban entre sí y se preguntaban el uno al otro, Jesús mismo se acercó e iba con ellos juntamente.

“Pero los ojos de ellos estaban velados, para que no le conociesen.

“Y les dijo: ¿Qué pláticas son éstas que tenéis entre vosotros mientras camináis, estando tristes?

“Y respondiendo uno de ellos, que se llamaba Cleofas, le dijo: ¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no ha sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días?”6.

Y le hablaron de su tristeza porque Jesús había muerto cuando ellos confiaban en que Él iba a ser el Redentor de Israel.

La voz del Señor resucitado debe haber tenido un tono afectuoso al dirigirse a aquellos dos discípulos tristes y afligidos:

“Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho!

“¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas y que entrara en su gloria?

“Y comenzando desde Moisés y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”7.

Y lo que pasó a continuación es algo que me ha conmovido el corazón desde que era niño:

“Y llegaron a la aldea adonde iban; y él hizo como que iba más lejos.

“Pero ellos le insistieron, diciendo: Quédate con nosotros, porque se hace tarde, y el día ya ha declinado. Entró, pues, a quedarse con ellos”8.

Aquella noche el Salvador aceptó la invitación de ir a la casa de Sus discípulos, cerca de la aldea de Emaús.

Se sentó a comer con ellos; tomó pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio. Entonces sus ojos fueron abiertos y lo reconocieron; después, Él desapareció de su vista. Lucas registró para nuestro beneficio las emociones de aquellos discípulos benditos: “Y se decían el uno al otro: ¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba en el camino y cuando nos abría las Escrituras?”9.

De inmediato, los dos discípulos se apresuraron a regresar a Jerusalén para contar a los once Apóstoles lo que les había ocurrido. En aquel momento, el Salvador volvió a aparecer.

Él volvió a mencionar las profecías de Su misión de expiar los pecados de todos los hijos de Su Padre y de romper las ligaduras de la muerte.

“Y les dijo: Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese y resucitase de los muertos al tercer día;

“y que se predicase en su nombre el arrepentimiento y la remisión de pecados en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén.

“Y vosotros sois testigos de estas cosas”10.

Las palabras del Salvador son tan verdaderas para nosotros como lo fueron entonces para Sus discípulos. Somos testigos de estas cosas. Hace muchos siglos, junto a las aguas de Mormón, el profeta Alma explicó claramente el glorioso encargo que aceptamos al ser bautizados en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días:

“Y aconteció que les dijo: He aquí las aguas de Mormón (porque así se llamaban); y ya que deseáis entrar en el redil de Dios y ser llamados su pueblo, y estáis dispuestos a llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras;

“sí, y estáis dispuestos a llorar con los que lloran; sí, y a consolar a los que necesitan de consuelo, y ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar en que estuvieseis, aun hasta la muerte, para que seáis redimidos por Dios, y seáis contados con los de la primera resurrección, para que tengáis vida eterna;

“os digo ahora, si éste es el deseo de vuestros corazones, ¿qué os impide ser bautizados en el nombre del Señor, como testimonio ante él de que habéis concertado un convenio con él de que lo serviréis y guardaréis sus mandamientos, para que él derrame su Espíritu más abundantemente sobre vosotros?

“Y ahora bien, cuando los del pueblo hubieron oído estas palabras, batieron sus manos de gozo y exclamaron: Ése es el deseo de nuestros corazones”11.

Nosotros estamos bajo convenio tanto de socorrer a los necesitados como de ser testigos del Salvador durante toda nuestra vida.

Y sólo podremos hacer eso eficazmente si sentimos amor por el Salvador y percibimos Su amor por nosotros. Al ser fieles a las promesas que hemos hecho, sentiremos que aumenta nuestro amor por Él porque percibiremos Su poder y Su cercanía a nosotros al estar a Su servicio.

El presidente Thomas S. Monson nos ha recordado muchas veces esta promesa del Señor a Sus discípulos fieles: “Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros”12.

Hay otra manera en la que ustedes y yo lo hemos sentido acercarse a nosotros. Al prestarle servicio devoto, Él se acerca a los de nuestra familia a quienes amamos. Cada vez que en mi servicio al Señor se me ha pedido que me mude o que deje a mi familia, he podido ver que el Señor estaba bendiciendo a mi esposa y a mis hijos. Él preparó a siervos abnegados Suyos y proporcionó oportunidades para que mi familia estuviera más cerca de Él.

Ustedes han percibido esa misma bendición en su vida personal. Muchos tienen seres queridos que se han desviado del camino hacia la vida eterna y se preguntan qué otra cosa pueden hacer para traerlos de regreso. Pueden contar con que el Señor se acercará a ellos cuando ustedes lo sirvan a Él fielmente.

Recuerden la promesa que el Señor les hizo a José Smith y a Sidney Rigdon cuando estaban lejos de su familia al servicio de Él: “…mis amigos Sidney y José, vuestras familias están bien; están en mis manos y haré con ellas como me parezca bien, porque en mí se halla todo poder”13.

Como Alma y Mosíah, algunos padres fieles han servido al Señor durante largo tiempo y bien; sin embargo, han tenido hijos que se han desviado a pesar del sacrificio de sus padres por el Señor. Han hecho todo lo posible, aparentemente en vano, aun con la ayuda de otros amigos amorosos y fieles.

Alma y los santos de su época oraron por su hijo y por los hijos del rey Mosíah; un ángel apareció. Las oraciones de ustedes y las de aquellos que ejerciten la fe traerán a los siervos del Señor para ayudar a los miembros de su familia; los ayudarán a optar por volver al camino que lleva a Dios, aun al ser atacados por Satanás y sus seguidores, cuyo propósito es destruir a la familia en esta vida y por la eternidad.

Recordarán las palabras del ángel a Alma, hijo, y a los hijos de Mosíah en su rebeldía: “Y dijo además el ángel: He aquí, el Señor ha oído las oraciones de su pueblo, y también las oraciones de su siervo Alma, que es tu padre; porque él ha orado con mucha fe en cuanto a ti, para que seas traído al conocimiento de la verdad; por tanto, con este fin he venido para convencerte del poder y la autoridad de Dios, para que las oraciones de sus siervos sean contestadas según su fe”14.

Mi promesa a ustedes, los que oran y prestan servicio al Señor, no puede ser que recibirán toda bendición que deseen para ustedes y su familia; pero sí puedo prometerles que el Salvador se acercará a ustedes y los bendecirá, igual que a su familia, con lo que sea mejor. Tendrán el consuelo de Su amor y como respuesta, sentirán Su proximidad a medida que extiendan sus brazos para servir a los demás. Al vendar las heridas de los necesitados y ofrecer la purificación de Su expiación a los que estén afligidos por el pecado, el poder del Señor los sostendrá. Sus brazos se extienden junto con los de ustedes para socorrer y bendecir a los hijos de nuestro Padre Celestial, incluso a aquellos en su familia.

Se ha preparado para nosotros una gloriosa bienvenida; y entonces veremos cumplirse la promesa del Señor a quien hemos amado. Él es quien nos recibe a la vida eterna con Él y con nuestro Padre Celestial. Jesucristo lo describió de esta manera:

“Procura sacar a luz y establecer mi Sión. Guarda mis mandamientos en todas las cosas.

“Y si guardas mis mandamientos y perseveras hasta el fin, tendrás la vida eterna, que es el mayor de todos los dones de Dios”15.

“Porque los que vivan heredarán la tierra; y los que mueran descansarán de todos sus trabajos, y sus obras los seguirán; y recibirán una corona en las mansiones de mi Padre que he preparado para ellos”16.

Testifico que, por el poder del Espíritu, podemos aceptar esta invitación del Padre Celestial: “Éste es mi HijoAmado: ¡Escúchalo!”17.

Con Sus palabras y Su ejemplo, Cristo nos ha mostrado la forma de acercarnos más a Él. Todo hijo del Padre Celestial que haya optado por entrar en Su Iglesia por la puerta del bautismo tendrá la oportunidad de que se le enseñe el Evangelio y de oír de boca de Sus siervos Su invitación: “Venid a mí”18.

Todos los siervos que han hecho convenio con Él en Su reino sobre la tierra y en el mundo de los espíritus recibirán Su guía mediante el Espíritu al bendecir y prestar servicio a los demás en Su nombre; entonces sentirán Su amor y hallarán gozo por estar más cerca de Él.

Yo soy un testigo de la resurrección del Señor con tanta certeza como si hubiera estado aquella noche con los dos discípulos en la casa en el camino a Emaús. Sé que Él vive, con tanta seguridad como lo supo José Smith cuando vio al Padre y al Hijo a la luz de una resplandeciente mañana en la arboleda de Palmyra.

Ésta es la verdadera Iglesia de Jesucristo. Sólo las llaves del sacerdocio que posee el presidente Thomas S. Monson tienen el poder para que nos sellemos como familias a fin de vivir para siempre con nuestro Padre Celestial y el Señor Jesucristo. El Día del Juicio nos encontraremos cara a cara con el Salvador, y será un día de regocijo para los que se hayan acercado a Él por medio de su servicio en esta vida cuando oigan las palabras: “Bien, buen siervo y fiel”19. De ello doy testimonio como testigo del Salvador resucitado y nuestro Redentor; en el nombre de Jesucristo. Amén.