2010–2019
“Creo”
Abril 2013


“Creo”

Con franqueza reconozcan sus inquietudes, pero primeramente aviven las llamas de la fe, porque todas las cosas son posibles para los que creen.

En una ocasión, Jesús se encontró a un grupo que discutía acaloradamente con Sus discípulos. Cuando el Salvador preguntó la causa de esa contención, el padre de un niño enfermo dio un paso al frente y dijo que él había pedido a los discípulos de Jesús una bendición para su hijo, pero que no se la habían podido dar. Con el muchacho que aún crujía los dientes, echaba espuma por la boca y se revolcaba en el suelo frente a ellos, el padre le suplicó a Jesús con lo que debió ser total desesperación en la voz:

“…si tú puedes hacer algo”, él dijo, “¡ten misericordia de nosotros y ayúdanos!

“Y Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo lo es posible.

“Y de inmediato el padre del muchacho clamó, diciendo: Creo; ayuda mi incredulidad”1.

La convicción inicial de este hombre, según su propia confesión, es limitada; sin embargo, tiene un deseo apremiante y vehemente a favor de su único hijo. Se nos dice que eso es más que suficiente para empezar. “…aunque no sea más que un deseo de creer”, dice Alma, “dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer”2. Sin tener ninguna otra esperanza, este padre expresa la fe que tiene y le suplica al Salvador del mundo: “…si puedes hacer algo, ¡ten misericordia de nosotros y ayúdanos!”3. Apenas puedo leer estas palabras sin llorar. Es obvio que el pronombre nosotros se utilizó intencionalmente; el hombre decía en efecto: “Toda nuestra familia está suplicando; nuestra batalla nunca cesa; estamos cansados. Nuestro hijo se mete al fuego; se cae al agua; está en peligro constante y nosotros estamos atemorizados constantemente. No sabemos a quién más acudir; ¿nos puedes ayudar ? Agradeceremos cualquier cosa: una bendición parcial, un destello de esperanza, quitar un poco la carga que la madre de este muchacho ha llevado toda su vida.

Las mismas palabras que usó ese padre: “si puedes hacer algo”, las usa el Maestro para responderle: “Si puedes creer4.

La Escritura dice: “De inmediato”, no lentamente, ni de manera escéptica ni cínica, sino “de inmediato”, el padre clama con su sincero dolor paternal: “Creo; ayuda mi incredulidad”. En respuesta a esa fe nueva y aún parcial, Jesús sana al muchacho, levantándolo casi literalmente de los muertos, tal como Marcos describe el incidente5.

Teniendo como base este tierno relato de las Escrituras, quiero dirigirme directamente a la gente joven de la Iglesia, a aquellos que son jóvenes de edad, a los que tienen pocos años de ser miembros, o a los que son jóvenes en lo que respecta a la fe. De una u otra manera, eso nos incluye a casi todos.

La observación número uno tocante a este relato es que al enfrentar el desafío de la fe, el padre reafirma primeramente su fuerza y sólo después reconoce sus limitaciones. Su primera declaración es afirmativa y sin titubeo: “Creo”. A todos los que deseen tener más fe, les diría ¡acuérdense de este hombre! En momentos de temor o duda, o en tiempos de dificultad, mantengan la fe que ya han cultivado, a pesar de que esa fe sea limitada. En el proceso para progresar por el que todos tenemos que pasar en la mortalidad, todos pasaremos por algo que en el aspecto espiritual será similar al sufrimiento de ese muchacho o a la desesperación de ese padre. Cuando lleguen esos momentos y surjan los problemas, y la resolución de esos problemas no sea inmediata, aférrense al conocimiento que ya tienen y manténganse firmes hasta que reciban más conocimiento. Fue en referencia a este preciso incidente, este milagro específico que Jesús dijo: “…si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible”6. La cantidad de fe que tengan o el grado de conocimiento que posean no es lo que importa; es la integridad que demuestren hacia la fe que ya tienen y hacia la verdad que ya conocen.

La segunda observación es una variación de la primera. Cuando lleguen los problemas y surjan las dudas, al tratar de adquirir fe, no comiencen expresando lo mucho que no tienen, empezando, por así decirlo, a partir de su “incredulidad”. ¡Eso es hacerlo más difícil, como rellenar un pavo por el pico! Permítanme aclarar este punto: No les estoy pidiendo que finjan tener una fe que no tienen; les estoy pidiendo que sean fieles a la fe que tienen. A veces actuamos como si una sincera declaración de duda fuese una mayor manifestación de valentía moral que una sincera declaración de fe. ¡No lo es! De modo que recordemos el claro mensaje de este relato de las Escrituras: Sean tan francos en cuanto a sus dudas como tengan que serlo; la vida está llena de dudas sobre un tema u otro; pero si ustedes y su familia desean ser sanados, no permitan que esas dudas impidan que la fe produzca el milagro.

Además, ustedes tienen más fe de la que se imaginan debido a lo que el Libro de Mormón llama “la grandeza de las evidencias”7. “Por sus frutos los conoceréis”, dijo Jesús8, y el fruto de vivir el Evangelio se manifiesta en la vida de los Santos de los Últimos Días en todas partes. Tal como Pedro y Juan dijeron una vez a una audiencia antigua, así les digo hoy: “…no podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”, y lo que hemos visto y oído es que “milagro manifiesto ha sido hecho” en la vida de millones de miembros de esta Iglesia. Eso no se puede negar9.

Hermanos y hermanas, ésta es una obra divina en marcha, y las manifestaciones y bendiciones de ella abundan en todas partes; de modo que por favor no se preocupen demasiado si de vez en cuando surgen problemas que se tienen que analizar, comprender y resolver. Los problemas surgen y se tendrán que resolver. En esta Iglesia lo que sabemos siempre prevalecerá sobre lo que no sabemos; y recuerden que en este mundo todos debemos andar por medio de la fe.

De modo que sean tolerantes con las flaquezas humanas, tanto con las propias así como con las de aquellos que sirven con ustedes en una Iglesia dirigida por voluntarios, hombres y mujeres mortales. Excepto en el caso de Su Hijo Unigénito perfecto, Dios se ha tenido que valer de gente imperfecta, lo cual ha de ser terriblemente frustrante para Él, pero se conforma con ello; y nosotros debemos hacerlo también. Y cuando vean alguna imperfección, recuerden que la limitación no radica en la divinidad de la obra. Como lo ha sugerido un talentoso escritor, cuando se vierte la plenitud infinita, no es culpa del aceite si se derrama un poco, ya que los recipientes limitados no pueden contenerlo todo10. Entre esos recipientes limitados estamos ustedes y yo, de modo que seamos pacientes, amables y prestos a perdonar.

La última observación: Cuando surjan dudas o dificultades, no tengan temor de pedir ayuda. Si la deseamos tan humilde y sinceramente como ese padre la deseaba, podemos obtenerla. En las Escrituras se expresa ese deseo sincero como tener “verdadera intención”, procurándolo con “íntegro propósito de corazón, sin acción hipócrita y sin engaño ante Dios”11. Testifico que en respuesta a esa clase de repetida súplica, Dios enviará ayuda de ambos lados del velo para fortalecer nuestra creencia.

Dije que me iba a dirigir a los jóvenes, y todavía lo estoy haciendo. Hace poco, un jovencito de 14 años me dijo un tanto vacilante: “Hermano Holland, todavía no puedo decir que sé que la Iglesia es verdadera, pero creo que lo es”. Le di un abrazo tan fuerte a ese muchacho que casi se le saltaron los ojos; le dije con todo el fervor de mi alma que la palabra creencia es de gran valor, y un acto aun más valioso, y que nunca tenía que disculparse por “creer solamente”. Le dije que Cristo mismo dijo: “No temas, cree solamente”12, una frase que, por cierto, llevó al joven Gordon B. Hinckley al campo misional13. Le dije que la creencia era siempre el primer paso hacia la convicción y que cada uno de los artículos que definen nuestra fe colectiva reiteran fuertemente la palabra: “Creemos”14; también le dije cuán orgulloso me sentía de él por la sinceridad de su búsqueda.

Ahora bien, con la ventaja que me dan casi 60 años desde que era un joven de 14 años que apenas creía, declaro algunas cosas que ahora sé. Sé que en todo momento, en toda forma y en toda circunstancia Dios es nuestro amoroso y misericordioso Padre Celestial. Sé que Jesús es Su único Hijo perfecto, cuya vida fue dada amorosamente por la voluntad tanto del Padre como la del Hijo para la redención del resto de nosotros que no somos perfectos. Sé que Él se levantó de los muertos para volver a vivir y, porque lo hizo, ustedes y yo también lo haremos. Sé que José Smith, que reconoció que no era perfecto15, fue, no obstante, el instrumento elegido en la mano de Dios para restaurar el Evangelio sempiterno en la tierra. También sé que, al hacerlo, particularmente al traducir el Libro de Mormón, me ha enseñado más sobre el amor de Dios, sobre la divinidad de Cristo y sobre el poder del sacerdocio que cualquier otro profeta de quien jamás haya leído, conocido u oído en toda una vida de búsqueda. Sé que el presidente Thomas S. Monson, que avanza de manera fiel y alegre hacia el aniversario número 50 de su ordenación como Apóstol, es el legítimo sucesor a ese manto profético hoy en día. Hemos visto ese manto sobre él de nuevo en esta conferencia. Sé que los otros 14 hombres a quienes ustedes sostienen como profetas, videntes y reveladores lo apoyan con la mano, el corazón y sus propias llaves apostólicas.

Estas cosas las declaro a ustedes con la convicción a la que Pedro llamó “la palabra profética más segura”16. Lo que en una ocasión fue para mí una pequeña semilla de convicción ha crecido hasta convertirse en el árbol de la vida; de modo que si la fe de ustedes pasa por pequeñas pruebas en ésta o en cualquier otra época, los invito a que se apoyen en la mía. Sé que esta obra es la obra verdadera de Dios, y que únicamente nos pondremos en peligro si permitimos que la duda o los demonios nos desvíen del sendero. Conserven la esperanza; sigan adelante. Con franqueza reconozcan sus inquietudes, pero primeramente y para siempre aviven las llamas de la fe, porque todas las cosas son posibles para los que creen. En el nombre de Jesucristo. Amén.