2010–2019
Esfuércense y sean valientes
Abril 2014


Esfuércense y sean valientes

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Presidente Thomas S. Monson

Tengamos todos nosotros el valor de desafiar la opinión popular, la valentía de defender nuestros principios.

Mis amados hermanos, ¡qué bueno es estar con ustedes otra vez! Ruego la ayuda divina al aprovechar esta oportunidad de dirigirme a ustedes.

Aparte de los que están en este centro de conferencias, hay otros miles de hermanos reunidos en capillas y otros edificios alrededor del mundo. Hay un vínculo común que nos une, pues se nos ha encomendado el sacerdocio de Dios.

Estamos aquí sobre la tierra en una época maravillosa de la historia. Nuestras oportunidades son casi ilimitadas, pero también afrontamos una multitud de retos, algunos singulares de nuestra época.

Vivimos en un mundo en que, en gran medida, los valores morales se han dejado de lado, el pecado está vergonzosamente a la vista y las tentaciones para apartarnos del sendero estrecho y angosto nos circundan. Nos enfrentamos a la presión persistente y las influencias insidiosas que destruyen aquello que es decente y tratan de reemplazarlo con las filosofías y prácticas superficiales de una sociedad secular.

Debido a éstos y otros retos, constantemente tenemos frente a nosotros decisiones que tomar, las cuales pueden determinar nuestro destino. A fin de que nosotros tomemos las decisiones correctas, se necesita valentía; la valentía para decir “no” cuando debamos y la valentía para decir “sí” cuando sea adecuado, así como la valentía para hacer lo correcto porque es lo correcto.

Puesto que la tendencia en la sociedad de hoy se aleja rápidamente de los valores y principios que el Señor nos ha dado, con toda seguridad se nos llamará a defender aquello en lo que creemos. ¿Tendremos el valor para hacerlo?

El presidente J. Reuben Clark, Jr., que fue miembro de la Primera Presidencia por muchos años, dijo: “No son desconocidos los casos en los que algunos hombres de supuesta fe… han sentido que, por el hecho de que el defender su fe íntegra quizás acarrease el ridículo de sus colegas incrédulos, tienen que modificar o justificar su fe, o debilitarla de forma destructiva, o incluso aparentar desecharla. Los tales son hipócritas…”1. A ninguno de nosotros nos gustaría que se nos clasificara de hipócritas; sin embargo, ¿nos resistimos a declarar nuestras creencias en algunas circunstancias?

Podemos ayudarnos a nosotros mismos en nuestro deseo de hacer lo correcto si nos situamos en lugares y participamos en actividades que influyan en nuestro pensamiento para bien, y donde el Espíritu del Señor se sienta cómodo.

Recuerdo haber leído hace un tiempo el consejo que un padre le dio a su hijo cuando iba a dejar el hogar para ir a estudiar: “Si alguna vez te encuentras donde no deberías estar, ¡sal de allí de inmediato!”. A cada uno de ustedes les doy el mismo consejo: “Si alguna vez se encuentran donde no deberían estar, ¡salgan de allí de inmediato!”.

A cada uno de nosotros se nos llama constantemente a tener valentía. Todos los días se necesita valor, no sólo para los acontecimientos importantes, sino, con más frecuencia, al tomar decisiones o al responder a las circunstancias que nos rodean. El poeta y escritor escocés Robert Louis Stevenson dijo: “Pocos son testigos del valor que se demuestra a diario, pero su valor no es menos noble porque no resuenen los tambores ni los vitoreen las multitudes”2.

La valentía se demuestra de muchas formas. El autor cristiano Charles Swindoll escribió: “El valor no está limitado al campo de batalla… ni a valientemente detener a un ladrón en nuestra casa. Las verdaderas pruebas del valor son mucho más sutiles; son pruebas internas, como permanecer fiel cuando nadie nos observa… o mantenernos firmes cuando no se nos comprende”3. Yo agregaría que ese valor interior también incluye hacer lo correcto aunque tengamos miedo, defender nuestras creencias a riesgo de ser ridiculizados y mantener esas creencias aun cuando exista la posibilidad de perder a un amigo o nuestro estatus social. La persona que defiende firmemente lo correcto debe arriesgarse a ser, en ocasiones, rechazada y considerada poco popular.

Mientras yo servía en la Marina de los Estados Unidos en la Segunda Guerra Mundial, supe de hazañas valerosas, actos de valor y ejemplos de valentía. Uno que nunca olvidaré fue el callado valor de un marinero [militar] de dieciocho años que no era de nuestra fe y que no se avergonzaba de orar. De los 250 hombres de la compañía, él era el único que todas las noches se arrodillaba al lado de la cama, a veces entre las bromas de los curiosos y la burla de los incrédulos y, con la cabeza inclinada, oraba a Dios; nunca vacilaba ni titubeaba. Él tenía valor.

No hace mucho escuché sobre el ejemplo de alguien que ciertamente parecía no tener valor interior. Una amiga me comentó de una reunión sacramental espiritual y fortalecedora a la que ella y su esposo habían asistido en su barrio. Un joven que tenía el oficio de presbítero en el Sacerdocio Aarónico conmovió a toda la congregación al hablar sobre las verdades del Evangelio y el gozo de guardar los mandamientos. Ofreció un testimonio ferviente y conmovedor de pie ante el púlpito con aspecto limpio y pulcro, vestido con una camisa blanca y una corbata.

Un poco más tarde, ese mismo día, cuando esa mujer y su esposo salían en auto, vieron al mismo joven que los había inspirado tanto apenas unas horas antes. Sin embargo, en ese momento, mostraba una imagen muy diferente al caminar por la acerca vestido de manera muy desaliñada —fumando un cigarrillo. Mi amiga y su esposo no sólo estaban tan desilusionados y tristes, sino que también estaban confundidos sobre cómo podía, de manera tan convincente, aparentar ser una persona en la reunión sacramental, y después, tan rápido, aparentar ser alguien completamente diferente.

Hermanos, ¿son ustedes la misma persona no importa dónde estén ni lo que estén haciendo?, ¿la persona que nuestro Padre Celestial quiere que sean y la que ustedes saben que deberían ser?

En una entrevista publicada en una revista nacional, hecha al conocido jugador estadounidense de básquetbol universitario, Jabari Parker, miembro de la Iglesia, se le pidió que compartiera el mejor consejo que le había dado su padre. Jabari contestó: “[Mi padre] me dijo: ‘Sé la misma persona que eres en la oscuridad que la que eres a la luz del día’”4.Un consejo muy importante hermanos, para todos.

Las Escrituras están llenas de ejemplos de la clase de valor que todos necesitamos hoy en día. El profeta Daniel exhibió gran valor al defender lo que él sabía que era correcto y al demostrar valentía para orar, aunque se lo amenazó de muerte si lo hacía5.

La vida de Abinadí se caracterizó por su valor como lo demostró su disposición a perder la vida antes que negar la verdad6.

¿Quién puede dejar de ser inspirado por la vida de los 2.000 jóvenes guerreros de Helamán que enseñaron y demostraron la necesidad de tener valor para seguir las enseñanzas de sus padres, y de ser castos y puros?7.

Quizás el máximo de todos los ejemplos de las Escrituras sea el de Moroni, quien tuvo el valor de perseverar en rectitud hasta el final8.

A lo largo de su vida, el profeta José Smith dio innumerables ejemplos de valor. Uno de los más dramáticos fue cuando él y otros miembros fueron encadenados juntos —imagínense: encadenados juntos— y dejados en una cabaña sin terminar cerca del juzgado de Richmond, Misuri. Una noche, Parley P. Pratt, que estaba entre los cautivos, escribió: “Habíamos estado acostados como si estuviésemos dormidos hasta pasada la medianoche y nuestros oídos y corazones estaban atormentados por haber escuchado durante horas las burlas obscenas, los horribles juramentos, las espantosas blasfemias y el lenguaje soez de los guardias”.

El élder Pratt continuó:

“Estuve escuchando hasta quedar tan repugnado, impresionado y horrorizado, que me invadió un espíritu de indignada justicia y apenas podía contenerme de levantarme y reprender a los guardias; pero [yo] no dije nada a José ni a ninguno de los otros, aunque me hallaba junto a él y sabía que estaba despierto. De pronto, él se levantó y exclamó con voz de trueno, o como un león que ruge, diciendo, según lo que recuerdo, las siguientes palabras:

“‘¡SILENCIO!… En el nombre de Jesucristo les reprendo y les mando callar. No viviré ni un minuto más escuchando semejante lenguaje. ¡Cesen de hablar de esa manera, o ustedes o yo moriremos en ESTE MISMO INSTANTE!’”.

José “permaneció erguido en su terrible majestad”, como lo describió el élder Pratt. Estaba encadenado y sin armas, y sin embargo, estaba tranquilo y con dignidad. Miró a los guardias acobardados acurrucados en un rincón o de cuclillas a sus pies. Esos hombres, aparentemente incorregibles, rogaban su perdón y permanecieron callados9.

No todos los actos de valor producen resultados tan espectaculares ni inmediatos, pero todos traen la tranquilidad y la seguridad de que la justicia y la verdad se han defendido.

Es imposible mantenerse erguido cuando uno planta sus raíces en la arena inestable de las opiniones y la aprobación popular. Necesitamos el valor de alguien como Daniel, Abinadí, Moroni o José Smith para mantenernos firmes e inalterables en lo que sabemos que es correcto. Ellos tuvieron el valor de hacer, no lo que era fácil, sino lo que era correcto.

Todos sentiremos temor, seremos ridiculizados y afrontaremos oposición. Tengamos todos nosotros el valor de desafiar la opinión popular, la valentía de defender nuestros principios. El tener valor, no el transigir, es lo que trae la aprobación de Dios. La valentía se convierte en una virtud viva y atractiva cuando se considera no sólo como la voluntad de morir con dignidad, sino como la determinación de vivir honorablemente. A medida que sigamos adelante, procurando vivir como debemos, con toda seguridad recibiremos la ayuda del Señor y encontraremos consuelo en Sus palabras. Me encanta Su promesa que se encuentra en el libro de Josué:

“…no te dejaré ni te desampararé…

“Esfuérzate y sé valiente… no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo dondequiera que vayas”10.

Mis queridos hermanos, con la valentía de nuestras convicciones, ruego que declaremos, al igual que el apóstol Pablo: “…no me avergüenzo del evangelio de Cristo”11; y luego, con el mismo valor, que sigamos el consejo de Pablo: “…sé ejemplo de los creyentes en palabra, en conducta, en amor, en espíritu, en fe y en pureza”12.

Los conflictos catastróficos vienen y van, pero la guerra contra las almas de los hombres continúa sin tregua. La voz del Señor suena como un clarín llamándonos a ustedes, a mí y a los poseedores del sacerdocio en todas partes: “Por tanto, aprenda todo varón su deber, así como a obrar con toda diligencia en el oficio al cual fuere nombrado”13. De ese modo seremos, como lo declaró el apóstol Pedro, “real sacerdocio”14, unidos en propósito e investidos con poder de lo alto15.

Que cada uno de nosotros partamos esta noche con la determinación y la valentía de decir, como Job en la antigüedad: “…que todo el tiempo que mi aliento esté en mí… no quitaré de mí mi integridad”16. Que así sea, es mi humilde oración; en el nombre de Jesucristo. Amén.