2010–2019
El amor: La esencia del Evangelio
Abril 2014


El amor: La esencia del Evangelio

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Presidente Thomas S. Monson

No podemos amar verdaderamente a Dios si no amamos a nuestros compañeros de viaje en este trayecto mortal.

Mis amados hermanos y hermanas, cuando nuestro Salvador ministró entre los hombres, un abogado inquisitivo le preguntó: “Maestro, ¿cuál es el gran mandamiento de la ley?”.

Mateo registra que Jesús respondió:

“Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma y con toda tu mente.

“Éste es el primero y grande mandamiento.

“Y el segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo”1.

Marcos concluye el relato con las palabras del Salvador: “No hay otro mandamiento mayor que éstos”2.

No podemos amar verdaderamente a Dios si no amamos a nuestros compañeros de viaje en este trayecto mortal. Del mismo modo, no podemos amar completamente a nuestro prójimo si no amamos a Dios, el Padre de todos nosotros. El apóstol Juan nos dice: “Y nosotros tenemos este mandamiento de él: El que ama a Dios, ame también a su hermano”3. Somos hijos de nuestro Padre Celestial, engendrados en espíritu y, como tales, somos hermanos y hermanas. Si tenemos presente esta verdad, el amar a todos los hijos de Dios se hará más fácil.

De hecho, el amor es la esencia misma del Evangelio, y Jesucristo es nuestro Ejemplo. Su vida fue un legado de amor: sanó al enfermo, elevó al oprimido y salvó al pecador. Al final, la multitud enfurecida le quitó la vida; y sin embargo, desde la colina del Gólgota resuenan las palabras: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”4, la expresión máxima de compasión y amor en la tierra.

Hay muchos atributos que son manifestaciones de amor, tales como la bondad, la paciencia, la abnegación, la comprensión y el perdón. En todas nuestras asociaciones, éstos y otros atributos similares servirán para que los demás vean el amor en nuestro corazón.

Por lo general, nuestro amor se manifestará en nuestras interacciones cotidianas mutuas. La más importante será la capacidad que tengamos para reconocer la necesidad de una persona y luego hacer algo al respecto. Siempre he atesorado el sentimiento que se expresa en este corto poema:

Muchas veces he llorado,

por la falta de visión,

de no ver la necesidad de otros;

pero jamás he sentido

un dejo de tristeza

por mostrar demasiada bondad5.

Hace poco me hablaron de un ejemplo conmovedor de amorosa bondad, uno que tuvo resultados imprevistos. Corría el año 1933 cuando, debido a la Gran Depresión, escaseaban las oportunidades de empleo. El hecho ocurrió en el Este de los Estados Unidos. Arlene Biesecker se acababa de graduar de la escuela secundaria y, tras una extensa búsqueda por encontrar trabajo, por fin pudo conseguir empleo de costurera en una fábrica de ropa. A las obreras se les pagaba sólo por cada pieza que terminaran debidamente mientras cosían juntas todos los días. Cuantas más piezas producían, más se les pagaba.

Un día, poco después de empezar en la fábrica, Arlene tenía ante ella una tarea que la tenía confundida y frustrada; se sentó frente a la máquina para tratar de descoser, en su fallido intento por terminar, la pieza en la que estaba trabajando. Parecía que no había nadie que la ayudara, ya que todas las demás costureras se apresuraban por terminar el mayor número posible de prendas. Arlene se sentía inútil y desamparada; en silencio, empezó a llorar.

Enfrente de ella se sentaba Bernice Rock, una mujer mayor que tenía más experiencia como costurera. Al darse cuenta de la angustia de Arlene, dejó su propio trabajo y fue al lado de ella, brindándole amablemente instrucción y ayuda. Permaneció allí hasta que Arlene se sintió más segura y fue capaz de terminar la prenda. Bernice volvió entonces a su propia máquina, habiendo perdido la oportunidad de terminar el mayor número de piezas, si no hubiese prestado ayuda.

A raíz de ese acto de tierna bondad, Bernice y Arlene se hicieron amigas de toda la vida; con el tiempo, cada una se casó y tuvo hijos. Más o menos en la década de 1950, Bernice, que era miembro de la Iglesia, le dio a Arlene y a su familia un ejemplar del Libro de Mormón. En 1960, Arlene, su esposo y sus hijos se bautizaron en la Iglesia. Más tarde, fueron sellados en el santo templo de Dios.

Como resultado de la compasión que Bernice demostró al hacer todo lo posible por ayudar a alguien que no conocía, pero que estaba afligida y necesitaba ayuda, innumerables personas, tanto vivas como fallecidas, ahora disfrutan de las ordenanzas salvadoras del Evangelio.

Cada día de nuestra vida se nos presentan oportunidades para demostrar amor y bondad a las personas que están a nuestro alrededor. El presidente Spencer W. Kimball dijo: “Debemos recordar que esos seres humanos que encontramos en los estacionamientos, en las oficinas, en los ascensores y en otros lugares son parte de la humanidad que Dios nos ha dado para que amáramos y sirviéramos. Poco nos beneficiaría hablar de la hermandad de la humanidad si no podemos contemplar a todos los que nos rodean como nuestros hermanos”6.

A menudo, las oportunidades para demostrar nuestro amor llegan inesperadamente. Un ejemplo de una de esas oportunidades apareció en un artículo periodístico en octubre de 1981. Me sentí tan impresionado por el amor y la compasión que se mencionaban en el artículo, que lo he conservado en mis archivos por más de 30 años.

El artículo indica que un vuelo directo de las Aerolíneas Alaska, que iba de Anchorage, Alaska, a Seattle, Washington —un vuelo que llevaba 150 pasajeros— se tuvo que desviar a un pueblo remoto de Alaska a fin de transportar a una criatura gravemente herida. El niño de dos años se había cortado una arteria del brazo al caer sobre un pedazo de vidrio mientras jugaba cerca de su casa. El pueblo estaba a 700 km al sur de Anchorage, y de seguro no estaba en el itinerario del vuelo. No obstante, los paramédicos en el lugar de los hechos habían enviado una súplica urgente de ayuda, de modo que el vuelo se desvió para recoger al niño y llevarlo a Seattle, donde pudieran atenderlo en un hospital.

Al aterrizar cerca del pueblo remoto, los paramédicos informaron al piloto que el niño estaba sangrando tanto, que tal vez no sobreviviera el vuelo a Seattle; se tomó la decisión de viajar otros 300 km hasta Juneau, Alaska, la ciudad más cercana donde había un hospital.

Después de transportar al niño a Juneau, el vuelo continuó hasta Seattle, con horas de retraso. Ningún pasajero se quejó, a pesar de que la mayoría había perdido citas y vuelos de conexión. De hecho, mientras pasaban los minutos y las horas, hicieron una colecta, recabando una suma considerable para el niño y su familia.

Cuando el avión estaba a punto de aterrizar en Seattle, los pasajeros exclamaron llenos de júbilo cuando el piloto anunció que le habían informado por radio que el niño se recuperaría7.

A mi mente acuden las palabras de la Escritura: “…la caridad es el amor puro de Cristo… y a quien la posea en el postrer día, le irá bien”8.

Hermanos y hermanas, algunas de las oportunidades más grandes para demostrar nuestro amor estarán dentro de las paredes de nuestro propio hogar. El amor debería ser el núcleo de la vida familiar, y sin embargo, a veces no lo es; quizás haya mucha impaciencia, discusión, peleas y lágrimas. Con tristeza, el presidente Gordon B. Hinckley dijo: “¿Por qué aquéllos que amamos más son tan a menudo el blanco de nuestras duras palabras? ¿Por qué a veces hablamos con palabras mordaces e hirientes?”9. Las respuestas a estas preguntas quizás sean diferentes para cada uno de nosotros, pero lo que sí es cierto es que las razones no importan. Si deseamos cumplir el mandamiento de amarnos los unos a los otros, debemos tratarnos con bondad y respeto.

Naturalmente, habrá ocasiones en que será necesario aplicar disciplina. Sin embargo, recordemos el consejo que se encuentra en Doctrina y Convenios, o sea, que cuando tengamos que reprender a otro, demostremos después mayor amor10.

Espero que siempre nos esforcemos por ser considerados y sensibles a las ideas, sentimientos y situaciones de las personas que están a nuestro alrededor; no denigremos ni ridiculicemos; más bien, seamos caritativos y alentadores. Debemos tener cuidado de no destruir la confianza de otra persona por medio de palabras o acciones descuidadas.

El perdón debe ir de la mano con el amor. En nuestra familia, al igual que con nuestras amistades, es posible que haya sentimientos heridos y desacuerdos. Vuelvo a repetir, realmente no importa cuán pequeño fue el asunto; no se puede y no se debe permitir que se convierta en una llaga que se infecte y que al final destruya. El reprochar mantiene abiertas las heridas; únicamente el perdón sana.

Una agradable mujer que falleció hace tiempo, conversó un día conmigo y de manera sorpresiva me contó de algunos remordimientos; habló de un incidente que había ocurrido hacía muchos años, y tenía que ver con un vecino granjero que en una época había sido un buen amigo, pero con quien ella y su esposo habían tenido desacuerdos en muchas ocasiones. Un día, el granjero le preguntó si podría atravesar la propiedad de ella para llegar a la suya. En ese momento, ella se detuvo, y con voz trémula, dijo: “Hermano Monson, no le permití cruzar esa vez ni nunca, sino que lo hacía que caminara y diera toda la vuelta para llegar hasta su propiedad. Hice mal y lo lamento; él ya se ha ido, pero cómo quisiera poder decirle ‘Lo siento’. Cómo quisiera tener una segunda oportunidad de ser amable”.

Mientras la escuchaba, vino a mi mente la triste declaración de John Greenleaf Whittier: “De todas las palabras, habladas o escritas, son éstas las más tristes: ‘¡Podría haber sido! ’”11. Hermanos y hermanas, si tratamos a los demás con amor y bondadosa consideración, evitaremos esa clase de remordimientos.

El amor se expresa en muchas maneras reconocibles: una sonrisa, un saludo, un comentario amable, un cumplido. Hay otras expresiones que son más sutiles, como demostrar interés en las actividades de otra persona, enseñar un principio con bondad y paciencia, visitar a alguien que esté enfermo o confinado en el hogar. Esas palabras y acciones, y muchas otras, pueden comunicar amor.

Dale Carnegie, un destacado autor y catedrático norteamericano, pensaba que cada persona llevaba en su interior “el poder para aumentar la suma total de [la] felicidad del mundo … al brindar algunas palabras de sincero agradecimiento a alguien que se sienta solo o desanimado”. Él dijo: “Tal vez ustedes olviden para mañana las palabras amables que digan hoy, pero el que las reciba quizás las atesore toda una vida”12.

Ruego que empecemos hoy, este mismo día, a expresar amor a todos los hijos de Dios, ya sean nuestros familiares, nuestros amigos, personas que sean sólo conocidas o totalmente extrañas. Al levantarnos cada mañana, estemos resueltos a responder con amor y bondad a cualquier cosa que nos pueda salir al paso.

Mis hermanos y hermanas, el amor de Dios por nosotros es más grande de lo que nadie se pueda imaginar. Debido a ese amor, Él envió a Su Hijo, quien nos amó lo suficiente para dar Su vida por nosotros, para que tuviésemos la vida eterna. A medida que lleguemos a comprender ese don incomparable, nuestro corazón se llenará de amor por nuestro Padre Eterno, por nuestro Salvador, y por toda la humanidad. Que así sea, es mi ferviente oración, en el sagrado nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Mateo 22:36–39.

  2. Marcos 12:31.

  3. 1 Juan 4:21.

  4. Lucas 23:34.

  5. Anónimo, citado por Richard L. Evans en “The Quality of Kindness”, Improvement Era, mayo de 1960, pág. 340.

  6. Las Enseñanzas de Spencer W. Kimball, ed. Edward L. Kimball, 1982, pág. 483.

  7. Véase “Injured Boy Flown to Safety”, Daily Sitka Sentinel (Alaska), 22 de octubre de 1981.

  8. Moroni 7:47.

  9. Véase de Gordon B. Hinckley, “Que el amor sea la estrella guía de vuestra vida”, Liahona, julio de 1989, pág. 80.

  10. Véase Doctrina y Convenios 121:43.

  11. “Maud Muller”, The Complete Poetical Works of Whittier, (1878), pág. 206; cursiva agregada.

  12. Dale Carnegie, en, por ejemplo: Larry Chang, Wisdom for the Soul, (2006), pág. 54