2010–2019
Vivir el Evangelio con gozo
Octubre 2014


Vivir el Evangelio con gozo

Confíen en el poder Salvador de Jesucristo, guarden Sus leyes y mandamientos; en otras palabras: vivan el Evangelio con gozo.

Mis queridas hermanas, mis queridas amigas y benditas discípulas de Jesucristo, es un honor tener esta oportunidad de estar con ustedes al iniciar otra conferencia general de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. La próxima semana, la Primera Presidencia y los Doce Apóstoles se reunirán con todas las Autoridades Generales y líderes de las organizaciones auxiliares y las sesiones restantes de nuestra conferencia general mundial continuarán el próximo sábado y domingo. Estoy muy agradecido al presidente Thomas S. Monson, el profeta de Dios para nuestros días, por pedirme que represente a la Primera Presidencia al dirigirme a las hermanas de la Iglesia.

Al meditar en lo que podría decir, mis pensamientos se remontaron a las mujeres que han moldeado mi vida y que me han ayudado a través de las pruebas de la mortalidad. Estoy agradecido por mi abuela, que hace décadas decidió llevar a su familia a una reunión sacramental mormona. Estoy agradecido por la hermana Ewing, una señora alemana soltera mayor cuyo nombre traducido al español sería “hermana eterna”. Ella fue la que le hizo esa valiente y maravillosa invitación a mi abuela. Estoy muy agradecido por mi madre, quien guio a cuatro hijos a lo largo de la turbulencia de la Segunda Guerra Mundial. Pienso también en mi hija, en mis nietas y en las generaciones futuras de mujeres fieles que un día las seguirán.

Y, naturalmente, estoy eternamente agradecido a mi esposa, Harriet, quien me cautivó cuando era adolescente; que como madre, llevó las cargas más pesadas de nuestra joven familia; que está a mi lado como esposa; y que ama y atesora a sus hijos, nietos y bisnietos. Ella ha sido la fuerza en nuestro hogar en tiempos buenos y malos; ella alumbra la vida de todos los que la conocen.

Por último, estoy muy agradecido a todas ustedes, las millones de fieles hermanas del mundo de todas las edades que hacen tanto para edificar el reino de Dios. Les agradezco las innumerables formas en que inspiran, cuidan y bendicen a las personas que las rodean.

Hijas de Dios

Me complace encontrarme entre tantas hijas de Dios. Cuando cantamos la canción “Soy un hijo de Dios”, la letra nos llega al corazón. El meditar sobre esa verdad —que somos hijos de padres celestiales1— nos llena con un sentimiento de origen, propósito y destino.

Es bueno que recuerden siempre que son una hija de Dios; ese conocimiento las sostendrá a través de los tiempos más difíciles de la vida y las inspirará a lograr cosas extraordinarias. Sin embargo, también es importante recordar que ser una hija de padres eternos no es una distinción que ganaron ni que algún día perderán; seguirán siendo hijas de Dios siempre, por la eternidad. Su Padre Celestial tiene grandes aspiraciones para ustedes, pero su origen divino en sí no les garantiza una herencia eterna. Dios las envió aquí para prepararlas para un futuro más grandioso que cualquier cosa que puedan imaginar.

Las bendiciones prometidas de Dios a los fieles son gloriosas e inspiradoras; entre ellas hay “tronos, reinos, principados, potestades y dominios, toda altura y toda profundidad”2; y se requiere más que un certificado de nacimiento espiritual o una “tarjeta de miembro al club Hijos de Dios” para tener derecho a esas incomparables bendiciones.

¿Pero cómo podemos obtenerlas?

El Salvador ha contestado esa pregunta en nuestros días:

“…a menos que cumpláis mi ley, no podréis alcanzar esta gloria.

“Porque estrecha es la puerta y angosto el camino que conduce a la exaltación…

“…Recibid, pues, mi ley”3.

Por esa razón, hablamos en cuanto a seguir el sendero del discipulado.

Hablamos sobre la obediencia a los mandamientos de Dios.

Hablamos en cuanto a vivir el Evangelio gozosamente, con todo el corazón, alma, mente y fuerza.

Dios sabe algo que nosotros no sabemos

Sin embargo, para algunos de nosotros, la obediencia a los mandamientos de Dios no siempre es algo gozoso. Seamos francos: puede que algunos mandamientos parezcan ser más difíciles o menos atractivos, y los abordemos con el entusiasmo del niño que tiene enfrente un plato de verduras saludables pero que detesta. Apretamos los dientes y nos obligamos a obedecer para poder pasar a otras actividades más deseables.

Quizás en momentos como esos nos preguntemos: “¿De verdad tenemos que obedecer todos los mandamientos de Dios?”.

Mi respuesta a esa pregunta es sencilla:

¡Creo que Dios sabe algo que nosotros no sabemos; cosas que están más allá de nuestra capacidad para entender! Nuestro Padre Celestial es un ser eterno cuya experiencia, sabiduría e inteligencia son infinitamente más grandes que las nuestras4. No sólo eso, sino que Él también es eternamente amoroso, compasivo y está concentrado en una meta bendita: llevar a cabo nuestra inmortalidad y vida eterna5.

En otras palabras, no sólo sabe lo que es mejor para ustedes, sino que ansiosamente desea que elijan lo que es mejor para ustedes.

Si creen esto en su corazón —si en verdad creen que la gran misión de nuestro Padre Celestial es exaltar y glorificar a Sus hijos y que Él sabe mejor cómo lograrlo— ¿no les parece lógico adoptar y seguir Sus mandamientos, incluso los que parezcan difíciles? ¿No deberíamos apreciar los postes de luz que Él ha proporcionado para guiarnos a través de la oscuridad y las pruebas de la vida terrenal? ¡Son ellos los que nos marcan el camino de regreso a nuestro hogar celestial! Cuando eligen el sendero de nuestro Padre Celestial, establecen un cimiento divino para su progreso personal como hijas de Dios que las bendecirá durante toda la vida.

Parte de nuestro desafío, creo yo, es que imaginamos que Dios tiene todas Sus bendiciones encerradas en una nube enorme en el cielo, negándose a dárnoslas a menos que cumplamos con ciertos requisitos estrictos y paternalistas que ha impuesto. Pero los mandamientos no son así en lo absoluto. En realidad, nuestro Padre Celestial está constantemente derramando bendiciones sobre nosotros; son nuestros temores, dudas y pecados los que, al igual que un paraguas, impiden que esas bendiciones lleguen a nosotros.

Sus mandamientos son instrucciones amorosas y la ayuda divina para que cerremos el paraguas a fin de que podamos recibir la lluvia de bendiciones celestiales.

Tenemos que aceptar que los mandamientos de Dios no son sólo una larga lista de buenas ideas, no son “trucos” de un blog de internet para resolver problemas, ni citas motivadoras de un tablero de Pinterest; son consejos divinos, basados en verdades eternas, que se dieron para traer “paz en este mundo y la vida eterna en el mundo venidero”6.

De modo que tenemos que elegir: por un lado, está la opinión del mundo con sus teorías constantemente cambiantes y motivos cuestionables; por otro lado está la palabra de Dios a Sus hijos: Su eterna sabiduría, Sus promesas seguras y Sus amorosas instrucciones para regresar a Su presencia en gloria, amor y majestad.

¡La decisión es de ustedes!

¡El Creador de los mares, las arenas y las estrellas infinitas les tiende la mano hoy mismo! ¡Les brinda la grandiosa receta para la felicidad, la paz y la vida eterna!

Para hacerse merecedoras de estas gloriosas bendiciones, tienen que humillarse, ejercitar la fe, tomar sobre ustedes el nombre de Cristo, buscarlo en palabra y en hechos, y con firmeza “ser testigos de Dios en todo tiempo, y en todas las cosas y en todo lugar”7.

El porqué de la obediencia

Una vez que comprendan la verdadera naturaleza de Dios y de Sus mandamientos, también se comprenderán mejor a ustedes mismas y el divino propósito de su existencia. Con ello, su motivación para seguir los mandamientos cambia, y vivir el Evangelio con gozo llega a ser el deseo de su corazón.

Por ejemplo, aquellos que consideran la asistencia a las reuniones de la Iglesia como una manera personal de aumentar su amor por Dios, encontrar paz, edificar a los demás, procurar el Espíritu y renovar su compromiso de seguir a Jesucristo, tendrán una experiencia mucho más satisfactoria que aquellos que simplemente van a sentarse en la banca. Hermanas, es muy importante que asistamos a nuestras reuniones dominicales, pero estoy bien seguro de que a nuestro Padre Celestial le interesan aún más nuestra fe y arrepentimiento que las estadísticas de asistencia.

Les presento otro ejemplo:

Una madre sola con dos niños pequeños enfermó recientemente de sarampión. Por supuesto, al poco tiempo, los niños también enfermaron. La tarea de cuidar de sí misma y de sus pequeños sola resultó ser demasiado para esa joven madre; como resultado, la casa que normalmente estaba impecable, se convirtió en un lugar desarreglado y sucio; los platos sucios se amontonaron, y por todos lados había montones de ropa para lavar.

Mientras lidiaba con niños que lloraban, y con deseos de llorar ella misma, alguien llamó a la puerta. Eran sus maestras visitantes, quienes se percataron de la angustia de esa joven madre; vieron su casa, la cocina y oyeron el llanto de los niños.

Ahora bien, si a esas hermanas sólo les hubiera preocupado completar las visitas mensuales que se les asignaron, quizás le habrían entregado a esa madre un plato con galletitas, le habrían dicho que la extrañaron en la Sociedad de Socorro la semana anterior, y le habrían dicho algo así: “¡Avísenos si hay algo que podamos hacer!”. Entonces, se habrían ido alegremente a casa, agradecidas de haber logrado el 100 por ciento para otro mes.

Afortunadamente, esas hermanas eran verdaderas discípulas de Cristo. Se dieron cuenta de las necesidades de la hermana y pusieron sus muchos talentos y experiencia en acción: Pusieron en orden el caos, llevaron luz y claridad al hogar, y llamaron a una amiga para que fuera a comprar comestibles que tanto necesitaban. Cuando por fin terminaron sus labores y se despidieron, dejaron a aquella joven madre en lágrimas —lágrimas de gratitud y amor.

A partir de ese momento, la opinión de esa madre en cuanto a las visitas de maestras visitantes cambió; ella dijo: “Sé que no sólo soy una asignación más en la lista de tareas de una persona”.

Sí, las maestras visitantes tienen que ser fieles en hacer sus visitas mensuales, todo ello sin pasar por alto el porqué más importante de este mandamiento: amar a Dios y al prójimo.

Cuando consideramos los mandamientos de Dios y nuestra parte en edificar Su reino como algo que hay que marcar en una lista de cosas para hacer, pasamos por alto la esencia del discipulado y no logramos el crecimiento que ocurre al vivir con gozo los mandamientos de nuestro Padre Celestial.

El andar por el sendero del discipulado no tiene que ser una experiencia amarga; es “más dulce que todo lo dulce”8; no es una carga que nos agobia. El discipulado eleva nuestro espíritu y aligera nuestro corazón; nos inspira con fe, esperanza y caridad; llena nuestro espíritu de luz en tiempos de oscuridad y nos da serenidad en tiempos de pesar.

Nos brinda poder divino y gozo perdurable.

Vivir el Evangelio con gozo

Mis queridas hermanas en el Evangelio, ya sea que tengan 8 o 108 años, hay algo que espero que entiendan y sepan de verdad:

Se las ama.

Sus Padres Celestiales las aman.

¡El Creador infinito y eterno de luz y vida las conoce! Él las tiene presentes.

Sí, Dios las ama este preciso día y siempre.

Él no está esperando que superen sus debilidades y malos hábitos para quererlas; Él las ama hoy mismo, con pleno entendimiento de sus dificultades. Él es consciente de que acuden a Él en oración sincera y llena de esperanza; Él sabe de las veces que se han aferrado a la luz que se desvanece y han creído, incluso en medio de la creciente oscuridad; Él sabe de sus sufrimientos; Él sabe de su remordimiento por los momentos en que fallan o fracasan; pero aun así, Él las ama.

Dios sabe de sus éxitos; por más insignificantes que les parezcan a ustedes, Él reconoce y valora cada uno de ellos. Él las ama por dar de ustedes mismas a los demás; Él las ama por ayudar a los demás a llevar sus pesadas cargas, incluso cuando estén teniendo dificultades con las suyas propias.

Él sabe todo en cuanto a ustedes; Él las ve claramente —Él sabe quiénes son en realidad y Él las ama— ¡hoy y siempre!

¿Suponen que a nuestro Padre Celestial le importa que su maquillaje, ropa, cabello y uñas sean perfectos? ¿Piensan que lo que ustedes valen para Él cambia según cuántos seguidores tengan en Instagram o Pinterest? ¿Piensan que quiere que se preocupen o se depriman si alguien deja de ser su amiga o de seguirlas en Facebook o Twitter? ¿Piensan que el atractivo exterior, su talla o la popularidad tengan el más mínimo efecto en lo que valen para Aquél que creó el universo?

Él las ama no sólo por quienes son hoy en día, sino por la persona de gloria y luz que tienen el potencial y el deseo de llegar a ser.

Más de lo que puedan imaginar, Él quiere que logren su destino: volver al hogar celestial con honor.

Testifico que la manera de lograrlo es poner sus deseos egoístas y ambiciones indignas sobre el altar del sacrificio y del servicio. Hermanas, confíen en el poder Salvador de Jesucristo; guarden Sus leyes y mandamientos. En otras palabras: vivan el Evangelio con gozo.

Ruego que sientan en su vida una medida amplia y renovada del bello amor de Dios; que encuentren la fe, la determinación y el cometido de aprender los mandamientos de Dios, de atesorarlos en el corazón y de vivir el Evangelio con gozo.

Les prometo que si lo hacen, descubrirán lo mejor de ustedes mismas, su verdadero yo. Descubrirán lo que en verdad significa ser una hija del Dios Eterno, el Señor de toda rectitud. De ello testifico y les dejo mi bendición como apóstol del Señor; en el nombre de Jesucristo. Amén.