2010–2019
Defensoras de la Proclamación sobre la Familia
Abril 2015


Defensoras de la Proclamación sobre la Familia

Ayudemos a edificar el reino de Dios manteniéndonos firmes y siendo defensoras del matrimonio, la maternidad y el hogar.

¡Qué privilegio y placer es formar parte de esta maravillosa asamblea de jovencitas y mujeres! Qué bendecidas somos como mujeres por estar reunidas esta noche en unidad y en amor.

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Old portrait of Marie Madeleine Cardon

Hace poco leí la historia de Marie Madeline Cardon, quien, con su familia, recibió el mensaje del evangelio restaurado de Jesucristo de los primeros misioneros llamados en 1850 a prestar servicio en Italia. Cuando se bautizaron, ella tendría unos diecisiete o dieciocho años. Un domingo, mientras la familia se hallaba reunida para adorar al Señor en su casa de las montañas de los Alpes, en el norte de Italia, un grupo de hombres furiosos, entre ellos algunos ministros religiosos locales, rodearon la casa y empezaron a vociferar, gritando para que sacaran afuera a los misioneros. No creo que estuvieran ansiosos de que les enseñaran el Evangelio, querían hacerles daño. La que salió a enfrentar a la pandilla fue la joven Marie.

Los hombres continuaron vociferando y exigiendo que sacaran a los misioneros. Marie levantó la mano en la que tenía la Biblia y les mandó que se fueran; les dijo que los élderes estaban bajo su protección y que no dañarían ni un pelo de su cabeza. Escuchen sus propias palabras: “Se detuvieron, atónitos… Dios estaba conmigo; Él me puso esas palabras en la boca; yo no habría podido decirlas. Todo se calmó al instante y aquel grupo de hombres fuertes y feroces quedó desarmado frente a una muchacha débil y temblorosa, pero intrépida”. Los ministros religiosos pidieron a los hombres que se fueran, lo cual hicieron avergonzados, temerosos y apesadumbrados. El pequeño rebaño de fieles terminó su reunión en paz1.

¿Se imaginan a aquella valiente jovencita, de la misma edad que muchas de ustedes, enfrentando a una pandilla y defendiendo sus nuevas creencias con valor y convicción?

Hermanas, pocas de nosotras tendremos que enfrentar a una chusma enardecida, pero en este mundo se está luchando una guerra en la que están bajo ataque nuestras doctrinas más preciadas y básicas; me refiero específicamente a la doctrina de la familia. La santidad del hogar y los propósitos esenciales de la familia se cuestionan, se critican y se atacan por todas partes.

Cuando el presidente Gordon B. Hinckley leyó por primera vez, hace veinte años este año, “La familia: Una Proclamación para el Mundo”, nos sentimos agradecidos por ese documento revelador, y apreciamos la claridad, la sencillez y la verdad del mismo. Sin embargo, en ese entonces no nos dimos cuenta lo mucho que íbamos a necesitar esas declaraciones básicas hoy en día como la norma para juzgar cada nueva ráfaga de creencias mundanas que nos llega a través de las publicaciones, internet, los eruditos, la televisión, el cine, e incluso los legisladores. La proclamación sobre la familia se ha convertido en nuestro modelo para juzgar las filosofías del mundo; y testifico que los principios que allí se declaran son tan verdaderos hoy como lo eran hace casi veinte años, cuando los recibimos de un profeta de Dios.

¿Me permiten señalar algo que es obvio? La vida rara vez transcurre exactamente como la planeamos, y somos conscientes de que no todas las mujeres están en la situación que describe la proclamación; pero aun así es importante entender y enseñar el modelo del Señor y esforzarnos lo mejor posible por lograrlo.

Cada una de nosotras tiene una función en el plan y es igualmente valorada ante los ojos del Señor. Debemos recordar que un amoroso Padre Celestial conoce nuestros deseos justos y hará honor a Su promesa de que no se les negará nada a aquellos que guarden fielmente los convenios que han hecho. Él tiene una misión y un plan para cada una de nosotras, pero tiene Su propio tiempo. Uno de los grandes desafíos de esta vida es tener fe en el tiempo oportuno del Señor. Es buena idea tener un plan alternativo, lo cual nos ayudará a guardar los convenios y a ser mujeres caritativas e íntegras que edifiquen el reino de Dios, pase lo que pase en la vida. Debemos enseñar a nuestras hijas a aspirar a lo ideal, pero prepararse para las contingencias.

Durante este vigésimo aniversario de la Proclamación, quiero extender a todas nosotras, las mujeres de la Iglesia, el desafío de ser defensoras de “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”. Así como Marie Madeline Cardon defendió valientemente sus nuevas creencias y a los misioneros, es preciso que defendamos intrépidamente las doctrinas reveladas del Señor sobre el matrimonio, la familia, la función divina del hombre y de la mujer, y la importancia del hogar como un lugar sagrado; aun cuando el mundo declare a voces que esos principios están pasados de moda, son restrictivos o ya no son importantes. Toda persona, sea cual sea su estado civil, o cuántos hijos tenga, puede ser defensora del plan del Señor que se describe en la proclamación sobre la familia. Si es el plan del Señor, ¡también debe ser nuestro plan!

Hay tres principios que se enseñan en la Proclamación que creo que, en especial, requieren defensores firmes. El primero es el del matrimonio entre un hombre y una mujer. En las Escrituras se nos enseña que “en el Señor, ni el varón es sin la mujer, ni la mujer sin el varón”2. Para que una persona logre la plenitud de las bendiciones del sacerdocio, debe haber un esposo y una esposa sellados en la Casa del Señor, esforzándose juntos en rectitud y manteniéndose fieles a sus convenios. Ése es el plan del Señor para Sus hijos, y ningún tipo de disertaciones ni críticas públicas cambiará lo que Él ha declarado. Es preciso que continuemos mostrando el modelo recto del matrimonio, procurando obtener esa bendición y teniendo fe si demora en llegar. Seamos defensoras del matrimonio que el Señor ha ordenado, al mismo tiempo que continuamos demostrando amor y compasión por aquellos que tienen puntos de vista diferentes.

El siguiente principio que debemos defender es el de exaltar la función divina de la madre y del padre. Enseñamos con afán a nuestros hijos a que aspiren a metas elevadas en la vida; nos asegurarnos de que nuestras hijas sepan que tienen el potencial de alcanzar y de ser todo lo que puedan imaginar. Esperamos que les guste aprender, ser instruidas, talentosas y hasta llegar a convertirse en otra Marie Curie o Eliza R. Snow.

¿Enseñamos también a nuestros hijos e hijas que no hay honor mayor, título más elevado ni papel más importante en la vida que el de ser madre o padre? Espero que al alentar a nuestros hijos para que traten de alcanzar lo mejor en la vida, también les enseñemos a honrar y enaltecer la función que tienen la madre y el padre en el plan del Padre Celestial.

Abby, nuestra hija menor, aprovechó una oportunidad especial de presentarse como defensora del papel de madre. Una vez, recibió una nota de la escuela de sus hijos diciendo que iban a tener un día para hacer presentaciones sobre diferentes carreras profesionales y se invitaba a los padres a enviar una solicitud si deseaban ir a la escuela y enseñar a los niños sobre su profesión. Abby tuvo la impresión de que debía ofrecerse para ir a hablarles sobre ser madre. No le contestaron nada, así que, cuando se acercaba el día, llamó por teléfono a la escuela pensando que tal vez hubieran perdido su solicitud. Los organizadores entonces trataron de encontrar a alguien que accediera a que Abby fuera a hablarles y dos maestras aceptaron que fuera a su clase al final del día.

En su amena presentación a los niños les enseñó, entre otras cosas, que como madre tenía que tener conocimientos de medicina, sicología, religión, enseñanza, música, literatura, arte, economía, decoración, peluquería, transporte, deportes, cocina y mucho más. Los niños quedaron impresionados. Al final, hizo que los niños reconocieran a su mamá escribiéndole una nota de agradecimiento por los muchos actos de servicio amoroso que recibían de ella diariamente. Abby sintió que los niños adquirieron una nueva perspectiva de su madre y vieron que el ser madre o padre era algo de gran valor. Este año volvió a presentar una solicitud para ir a hablar a los niños ese día y la invitaron a hacer la presentación en seis clases.

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Sister Oscarson's daughter, Abby, holding a portrait of her children

Esto es lo que ha dicho de su experiencia: “Pienso que en el mundo de hoy podría ser fácil que un niño tenga la idea de que el ser padre o madre es una labor secundaria o incluso, a veces, una inconveniencia necesaria. Quiero que todo niño sienta que es la máxima prioridad de sus padres, y tal vez el decirles cuán importante es para mí ser madre les ayude a darse cuenta de lo que sus padres hacen por ellos y por qué”.

Nuestro querido profeta, el presidente Thomas S. Monson, es un magnífico ejemplo de quien honra a la mujer y la maternidad, y especialmente a su propia madre. En cuanto a nuestra madre terrenal, él dijo: “Que cada uno de nosotros atesore esta verdad: No podemos olvidar a nuestra madre y recordar a Dios. No podemos recordar a nuestra madre y olvidar a Dios. ¿Por qué? Porque esas dos personas sagradas, Dios y [nuestra] madre [terrenal], que son compañeros en la creación, en el amor, en el sacrificio y en el servicio, son como una sola”3.

El último principio que debemos defender es la santidad del hogar. Es preciso que ennoblezcamos un término que se menciona a veces con menosprecio: ama de casa. Todos nosotros —mujeres, hombres, jóvenes, niños, solteros o casados— podemos esforzarnos por ser amos de casa. Debemos hacer de nuestra casa un lugar de orden, de refugio, de santidad y de protección. Nuestra casa debe ser un lugar donde se sienta el Espíritu del Señor en abundancia y donde se estudien, enseñen y pongan en práctica las Escrituras y el Evangelio. Cuán diferente sería el mundo si todas las personas se vieran sí mismas como responsables de establecer hogares de rectitud. Defendamos el hogar como el sitio que ocupa el segundo lugar en santidad después del templo.

Hermanas, estoy agradecida de ser una mujer que vive en estos últimos días; tenemos oportunidades y posibilidades que ninguna otra generación de mujeres ha tenido en el mundo. Ayudemos a edificar el reino de Dios manteniéndonos firmes y siendo defensoras del matrimonio, la maternidad y el hogar. El Señor necesita que seamos guerreras valientes, firmes e inamovibles que defiendan Su plan y enseñen Sus verdades a las generaciones por venir.

Testifico que el Padre Celestial vive y que ama a cada una de nosotras. Su Hijo Jesucristo es nuestro Salvador y Redentor. Dejo con ustedes este testimonio en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Véase de Marie Madeline Cardon Guild, “Marie Madeline Cardon Guild: An Autobiography,” cardonfamilies.org/Histories/MarieMadelineCardonGuild.html; véase también Marie C. Guild, autobriografía, alrededor de 1909, Biblioteca de Historia de la Iglesia, Salt Lake City, Utah, EE.UU.

  2. 1 Corintios 11:11.

  3. Véase de Thomas S. Monson, “He ahí tu madre”, Liahona, abril de 1998, pág. 7.