2010–2019
Benditos y felices son aquellos que guardan los mandamientos de Dios
Octubre 2015


Benditos y felices son aquellos que guardan los mandamientos de Dios

Las barreras que el Señor estableció crean un puerto seguro para protegernos de las influencias malignas y destructivas.

Hace tiempo, mientras visitaba Australia, viajé a una hermosa bahía en forma de herradura muy conocida para hacer surf. Al caminar en la playa, me impresionó el magnífico y gran oleaje que rompía precisamente afuera de la bahía y las olas más pequeñas que rodaban cerca a la orilla.

Al continuar mi camino, encontré un grupo de surfistas estadounidenses; se los notaba molestos por algo, hablaban alterados y señalaban el mar. Cuando les pregunté qué pasaba, señalaron la bahía, precisamente donde rompían las olas grandes.

“¡Mire hacia allá!”, uno de ellos dijo enojado. “¿Puede ver la barrera?”. Viendo más de cerca, esta vez pude ver la barrera que se extendía a lo largo de toda la entrada de la bahía, ahí donde chocaban las grandes y seductoras olas. La barrera parecía estar hecha de un fuerte material entretejido y estaba sujeta por claraboyas sobre el agua y, según los surfistas, descendía hasta el fondo del mar.

El surfista estadounidense continuó: “Es la única vez en la vida que vendremos aquí para surfear esas olas grandes. Podemos surfear las más pequeñas, pero la barrera impide que surfeemos esas olas grandes. No sabemos por qué la barrera está ahí, pero esto nos ha arruinado el viaje”.

Mientras los surfistas estadounidenses se enojaban más, me llamó la atención otro surfista que estaba cerca, un hombre mayor y obviamente del lugar. Parecía impacientarse cada vez más al escuchar las muchas quejas sobre la barrera.

Finalmente se levantó y se dirigió hacia el grupo. Sin decir nada, sacó unos prismáticos de su mochila y se los dio a uno de los surfistas, señalando hacia la barrera. Todos los surfistas miraron por los prismáticos y cuando llegó mi turno, pude ver algo que no había visto antes: aletas dorsales, grandes tiburones alimentándose en el arrecife del otro lado de la barrera.

Enseguida el grupo se apaciguó. El anciano surfista tomó sus binoculares y se alistó para dar la vuelta e irse. Al hacerlo dijo estas palabras que nunca olvidaré: “No critiquen tanto la barrera” dijo, “es la única cosa que evitará que los devoren”.

De pie en esa hermosa playa, de repente nuestra perspectiva había cambiado. Una barrera que había parecido rígida y restrictiva, la que parecía coartar la diversión y el entusiasmo de moverse en las olas grandes, se había convertido en algo muy diferente. Al entender el peligro que acechaba debajo de la superficie, la barrera ahora brindaba protección, seguridad y paz.

Al caminar ustedes y yo por los senderos de esta vida, y perseguir nuestros sueños, a veces los mandatos y las normas de Dios, tal como esa barrera, pueden ser difíciles de comprender. Podrían parecer rígidos e inflexibles, bloqueando un sendero que parece divertido y emocionante y que muchos otros siguen. Tal como el apóstol Pablo describió: “Ahora vemos por espejo, oscuramente”1 , con una perspectiva tan limitada que a menudo no podemos comprender los graves peligros escondidos debajo de la superficie.

Pero Él, quien “comprendió todas las cosas”2, sabe exactamente dónde se encuentran esos peligros. Él nos da dirección divina mediante Sus mandatos y guía amorosa para que podamos evitarlos, y así fijemos un rumbo en nuestra vida que esté protegido de predadores espirituales y de las gigantescas fauces del pecado3.

Demostramos nuestro amor por Dios, y nuestra fe en Él, al hacer lo mejor cada día para seguir el rumbo que Él ha establecido para nosotros y al guardar los mandamientos que nos ha dado. En especial manifestamos esa fe y ese amor en situaciones donde no comprendemos del todo la razón de los mandatos de Dios o el camino en particular que Él nos dice que tomemos. Es relativamente fácil mantenernos dentro de la barrera cuando sabemos que hay predadores de dientes afilados rondando fuera de ella; pero es más difícil mantener el rumbo dentro de la barrera si todo lo que podemos ver al otro lado son olas emocionantes e incitadoras. Sin embargo, en esos momentos, en los que escogemos ejercitar la fe, poner nuestra confianza en Dios y mostrar amor por Él, crecemos y nos beneficiamos más.

En el Nuevo Testamento, Ananías no podía comprender el mandato del Señor de buscar y bendecir a Saulo, un hombre que literalmente tenía permiso para poner en prisión a los creyentes en Cristo; sin embargo, puesto que él obedeció el mandamiento de Dios, Ananías fue un instrumento en el nacimiento espiritual del apóstol Pablo4.

Al confiar en el Señor, ejercitar nuestra fe, obedecer Sus mandamientos y seguir el rumbo que Él ha trazado para nosotros, llegamos a ser más la persona que el Señor desea que seamos. Es ese “llegar a ser”, esa conversión del corazón, la que es más importante. El élder Dallin H. Oaks nos ha enseñado: “No es suficiente que cualquiera tan sólo actúe mecánicamente. Los mandamientos, las ordenanzas y los convenios del Evangelio no son una lista de depósitos que tenemos que hacer en alguna cuenta celestial. El evangelio de Jesucristo es un plan que nos muestra cómo llegar a ser lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser”5.

Por lo tanto, la obediencia verdadera es darnos enteramente a Él y permitirle que trace el rumbo de nuestra vida tanto en aguas tranquilas como en turbulentas, comprendiendo que Él puede hacer más por nosotros de lo que jamás llegaríamos a lograr por nosotros mismos.

Al someternos a Su voluntad, aumenta nuestra paz y felicidad. El rey Benjamín enseñó que aquellos que guardan los mandamientos de Dios son “[bendecidos y felices]… en todas las cosas, tanto temporales como espirituales”6. Dios desea que tengamos gozo. Él desea que tengamos paz, que tengamos éxito. Él desea que estemos seguros y protegidos de las influencias del mundo a nuestro alrededor.

Dicho de otra manera, los mandamientos del Señor no son un dificultoso laberinto de barreras debajo del agua que debemos aprender a soportar de mala gana en esta vida para poder ser exaltados en la venidera. Más bien, las barreras que el Señor estableció crean un puerto seguro para protegernos de las influencias malignas y destructivas que, de otro modo, nos arrastrarían a las profundidades de la desesperación. Los mandamientos del Señor se dan por amor y preocupación; se han destinado para que tengamos gozo en esta vida7 y para que tengamos gozo y exaltación en la venidera; señalan la forma en la que debemos actuar, y aún más importante, esclarecen quiénes debemos llegar a ser.

Como en todo lo bueno y verdadero, Jesucristo se erige como nuestro mejor ejemplo. El acto más grande de obediencia de toda la eternidad ocurrió cuando el Hijo se sometió a la voluntad del Padre. Al pedir con profunda humildad que pasara de Él la copa, es decir, que pudiera tomar otro rumbo que aquel que se había trazado para Él, Cristo se sometió al sendero que Su Padre quiso que Él tomara. Era un sendero que llevaba a Getsemaní y a Gólgota, donde aguantó una agonía y un sufrimiento inimaginables y donde se lo abandonó completamente cuando el Espíritu de Su Padre se retiró. Aun así, ese mismo sendero culminó en una tumba vacía al tercer día, con exclamaciones de “¡ha resucitado!”8 resonando en los oídos y corazones de aquellos que lo amaban; incluyó el gozo y el consuelo inimaginables centrados en Su expiación a favor de todos los hijos de Dios por toda la eternidad. Al permitir que Su voluntad fuera absorbida en la voluntad del Padre, Cristo nos dio la posibilidad de obtener paz eterna, gozo eterno y vida eterna.

Testifico que somos hijos de un Dios amoroso. Testifico que Él desea que seamos felices, que estemos a salvo y seamos bendecidos. Para ese fin, Él ha trazado un rumbo que nos lleva de regreso a Él y ha establecido barreras que nos protegerán en el camino. Al esforzarnos lo mejor que podamos para seguir ese rumbo, hallaremos seguridad, felicidad y paz verdaderas; y al someternos a Su voluntad, llegaremos a ser lo que Él desea que lleguemos a ser. En el nombre de Jesucristo. Amén.