2010–2019
A través de los ojos de Dios
Octubre 2015


A través de los ojos de Dios

Para servir a los demás de forma eficaz, debemos verlos a través de los ojos de un padre, a través de los ojos del Padre Celestial.

Mis queridos hermanos y hermanas, gracias por sostenerme ayer como miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles. Es difícil expresar cuánto significa eso para mí. Estaba especialmente agradecido por el voto de sostenimiento de las dos extraordinarias mujeres en mi vida: mi esposa, Ruth, y nuestra querida, querida hija, Ashley.

Mi llamamiento da amplia evidencia de la veracidad de la declaración del Señor al principio de esta dispensación: “para que la plenitud de mi evangelio sea proclamada por los débiles y sencillos hasta los cabos de la tierra”1. Yo soy uno de esos débiles y sencillos. Hace décadas, cuando me llamaron como obispo de un barrio en el Este de los Estados Unidos, mi hermano, un poco mayor que yo, y mucho más sabio que yo, me llamó por teléfono. Me dijo: “Tienes que saber que el Señor no te ha llamado por lo que hayas hecho. En el caso tuyo, probablemente sea a pesar de lo que hayas hecho. El Señor te ha llamado por lo que Él necesita hacer a través de ti; y eso solo sucederá si tú lo haces a Su manera”. Reconozco que esa sabiduría de un hermano mayor se aplica aún más hoy.

Algo maravilloso ocurre en el servicio de un misionero o misionera cuando se da cuenta de que el llamamiento no tiene que ver con él o ella, sino que tiene que ver con el Señor, con Su obra y con los hijos de nuestro Padre Celestial. Siento que lo mismo es verdad para un apóstol. Este llamamiento no tiene que ver conmigo; tiene que ver con el Señor, Su Iglesia y los hijos de nuestro Padre Celestial. No importa cuál sea la asignación o el llamamiento en la Iglesia, para servir de manera competente, uno debe servir con el conocimiento de que cada una de las personas a las que servimos “es un amado hijo o hija espiritual de padres celestiales y, como tal… tiene una naturaleza y un destino divinos”2.

En mi profesión anterior, fui cardiólogo, especializándome en fallos cardíacos y trasplantes. Dado que muchos pacientes estaban gravemente enfermos, vi a mucha gente morir. Mi esposa, en broma, dice que era mal pronóstico ser uno de mis pacientes. Debido a mi experiencia con ese grupo de pacientes, desarrollé una especie de distancia emocional cuando las cosas se ponían mal. De esa manera, los sentimientos de tristeza y desilusión quedaban controlados.

En 1986, un joven llamado Chad desarrolló una insuficiencia cardíaca y necesitó un trasplante de corazón. Le fue bien durante una década y media. Chad hizo todo lo que pudo para permanecer saludable y vivir una vida lo más normal posible. Sirvió en una misión, trabajó y fue un dedicado hijo para con sus padres. Los últimos años de su vida, sin embargo, fueron un desafío, y a menudo tenía que ir al hospital.

Una noche, lo trajeron a la sala de urgencias del hospital con un paro cardíaco. Mis colegas y yo trabajamos durante mucho tiempo para restablecer su circulación. Finalmente, quedó claro que no se podía revivir a Chad. Desistimos de nuestros inútiles intentos y lo declaramos muerto. Aunque triste y desilusionado, mantuve una actitud profesional. Pensé en mi interior: “Chad tuvo buenos cuidados. Ha tenido más años de vida de los que hubiera tenido sin ellos”. Sin embargo, esa distancia emocional quedó destrozada cuando sus padres entraron en la sala de urgencias y vieron a su fallecido hijo tendido en una camilla. En ese momento, vi a Chad a través de los ojos de su madre y de su padre. Vi las grandes esperanzas y expectativas que habían tenido para él, el deseo que tenían de que viviera un poco más y un poco mejor. Al verlo de ese modo, empecé a llorar. En un irónico cambio de papeles y en un acto de bondad que jamás olvidaré, los padres de Chad me consolaron a mí.

Ahora me doy cuenta de que para servir a los demás de forma eficaz, debemos verlos a través de los ojos de un padre, a través de los ojos del Padre Celestial. Solo entonces podremos empezar a comprender el verdadero valor de un alma; solo entonces podemos percibir el amor que nuestro Padre Celestial tiene por todos Sus hijos; solo entonces podemos darnos cuenta de la preocupación del Salvador por ellos. No podemos cumplir plenamente nuestra obligación bajo convenio de llorar con los que lloran y dar consuelo a aquellos que necesitan de consuelo a menos que los veamos a través de los ojos de Dios3. Esta perspectiva ampliada abrirá nuestro corazón a los temores, desilusiones y penas de los demás; pero el Padre Celestial nos ayudará y consolará, tal como los padres de Chad me consolaron a mí hace años. Necesitamos tener ojos que ven, oídos que oyen y corazones que saben y sienten si hemos de lograr el rescate del que tan a menudo nos insta el presidente Thomas S. Monson4.

Solo cuando vemos a través de los ojos de nuestro Padre Celestial podemos ser llenos del “amor puro de Cristo”5. Todos los días debemos rogarle a Dios por esa clase de amor. Mormón amonestó: “Por consiguiente, amados hermanos míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo”6.

Con todo mi corazón quiero ser un verdadero seguidor de Jesucristo7. Lo amo. Lo adoro. Doy testimonio de Su realidad viviente. Doy testimonio de que Él es el Ungido, el Mesías. Soy testigo de Su incomparable misericordia, compasión y amor. Agrego mi testimonio a aquellos apóstoles que, en el año 2000, declararon “que Jesús es el Cristo Viviente, el inmortal hijo de Dios… Él es la luz, la vida y la esperanza del mundo”8.

Testifico que el Señor resucitado apareció, junto con Dios, nuestro Padre Celestial, aquel día de 1820 en una arboleda en el norte de Nueva York, tal como dijo José Smith. Las llaves del sacerdocio están en la tierra en la actualidad para que se puedan realizar las ordenanzas de salvación y exaltación. Lo sé; en el nombre de Jesucristo. Amén.

Notas

  1. Doctrina y Convenios 1:23.

  2. “La Familia: Una Proclamación para el Mundo”, Liahona, noviembre de 2010, pág. 129; leída por el presidente Gordon B. Hinckley como parte de su mensaje en la Reunión General de la Sociedad de Socorro que se llevó a cabo el 23 de septiembre de 1995, en Salt Lake City, Utah.

  3. Véase Mosíah 18:8–10.

  4. Véanse, por ejemplo, Thomas S. Monson, “Al rescate”, Liahona, julio de 2001; “Nuestra responsabilidad de rescatar”, Liahona, noviembre de 2013. El presidente Monson reiteró esos conceptos en su mensaje a las Autoridades Generales el 30 de septiembre de 2015, al recordar a quienes estaban congregados que él estaba enfatizando de nuevo el mensaje que dio a las Autoridades Generales y Setentas de Área en las reuniones de capacitación de la Conferencia General de abril de 2009.

  5. Moroni 7:47.

  6. Moroni 7:48.

  7. Véase Doctrina y Convenios 18:27–28:

    “… y los Doce serán mis discípulos, y tomarán sobre sí mi nombre; y los Doce serán aquellos que desearen tomar sobre sí mi nombre con íntegro propósito de corazón.

    “Y si desearen tomar sobre sí mi nombre con íntegro propósito de corazón, serán llamados para ir por todo el mundo a predicar mi evangelio a toda criatura”.

  8. “El Cristo Viviente: El Testimonio de los Apóstoles”, Liahona, abril de 2000. Al citar esto aquí, en sentido figurado, agrego mi firma al documento, avalando el mismo testimonio que dieron esos apóstoles.