2010–2019
Un deber sagrado
Abril 2016


Un deber sagrado

Este precioso don del sacerdocio conlleva no solo responsabilidades solemnes, sino también bendiciones especiales para nosotros y para los demás.

Mis amados hermanos, ruego que el Espíritu guíe mis palabras esta noche. Tenemos algo en común que nos une. Se nos ha confiado poseer el sacerdocio de Dios y actuar en Su nombre. Somos los receptores de un deber sagrado y se espera mucho de nosotros.

En Doctrina y Convenios, sección 121, versículo 36, leemos que “… los derechos del sacerdocio están inseparablemente unidos a los poderes del cielo”. Qué don tan maravilloso se nos ha dado. Es nuestra la responsabilidad de guardar y proteger ese sacerdocio, y ser dignos de todas las bendiciones gloriosas que nuestro Padre Celestial tiene preparadas para nosotros y para otras personas por medio de nosotros.

Dondequiera que vayan, su sacerdocio va con ustedes. ¿Están permaneciendo en lugares santos? Antes de que se pongan en peligro ustedes mismos y a su sacerdocio, aventurándose a entrar en ciertos lugares o participando en actividades que no sean dignas de ustedes ni de ese sacerdocio, deténganse a considerar las consecuencias. Recuerden quiénes son y lo que Dios espera que lleguen a ser. Ustedes son hijos de la promesa, hombres investidos con poder. Ustedes son hijos de Dios.

Este precioso don del sacerdocio conlleva no solo responsabilidades solemnes, sino también bendiciones especiales para nosotros y para los demás. Espero que, dondequiera que nos encontremos, siempre seamos dignos de usar ese poder, pues nunca sabemos cuándo puede venir la necesidad y la oportunidad de hacerlo.

En la Segunda Guerra Mundial, un amigo mío servía en el Pacífico Sur cuando su avión fue derribado al océano. Él y los otros miembros de la tripulación consiguieron lanzarse en paracaídas del avión en llamas; inflaron los botes salvavidas y se aferraron a ellos por tres días.

Al tercer día divisaron lo que sabían era una nave de rescate pero esta pasó de largo. A la mañana siguiente pasó de largo otra vez. Comenzaron a desesperarse al darse cuenta de que era el último día en que la nave de rescate estaría en el área.

Entonces el Espíritu Santo le dijo a mi amigo: “Tienes el sacerdocio; ordena a los rescatistas que los vengan a buscar”.

Hizo como se le mandó: “En el nombre de Jesucristo y por el poder del sacerdocio, den la vuelta y vengan a buscarnos”.

A los pocos minutos, la nave estaba junto a ellos, ayudándolos a subir a bordo. Un poseedor del sacerdocio fiel y digno había ejercido el sacerdocio en una situación extrema, bendiciendo su vida y la de los demás.

Ruego que tomemos la determinación, aquí y ahora, de estar siempre preparados para nuestros momentos de necesidad, de servicio y de bendición.

Al concluir ahora esta Sesión General del Sacerdocio, les digo que son “… linaje escogido, real sacerdocio” (1 Pedro 2:9). Ruego que siempre seamos dignos de esos galardones divinos, lo ruego con todo mi corazón. En el nombre de Jesucristo, nuestro Salvador. Amén.