2010–2019
El cuarto piso, la última puerta
Octubre de 2016


El cuarto piso, la última puerta

Dios “es galardonador de los que le buscan”, de modo que tenemos que seguir llamando. Hermanas, no se den por vencidas. Busquen a Dios con todo el corazón,

Mis queridas hermanas, qué bendecidos somos de reunirnos nuevamente en esta conferencia mundial bajo la dirección y el liderazgo de nuestro querido profeta y presidente, Thomas S. Monson. Presidente, ¡lo amamos y lo apoyamos! Sabemos que usted ama a las hermanas de la Iglesia.

Me encanta asistir a esta maravillosa sesión de la conferencia general que está dedicada a las hermanas de la Iglesia.

Hermanas, cuando las veo, no puedo evitar pensar en las mujeres que han tenido una gran influencia en mi vida: mi abuela y mi madre, que fueron las primeras en aceptar la invitación de venir y ver de lo que trata la Iglesia1; mi amada esposa, Harriet, de quien me enamoré la primera vez que la vi; la mamá de Harriet que se unió a la Iglesia poco después de haber perdido a su esposo por el cáncer; luego están mi hermana, mi hija, mi nieta y mi bisnieta; todas ellas han sido influencias refinadoras para mí. Ellas, en verdad, brindan gozo a mi vida. Me inspiran a llegar a ser un mejor hombre y un líder de la Iglesia más sensible. ¡Cuán diferente sería mi vida sin ellas!

Quizás lo que me brinda sentimientos de humildad es saber que la misma influencia de ellas se replica millones de veces a lo largo de la Iglesia mediante las aptitudes, los talentos, la inteligencia y el testimonio de mujeres de fe como ustedes.

Ahora bien, algunas de ustedes podrían no sentirse dignas de tan gran elogio; tal vez piensen que son muy insignificantes para tener una influencia significativa sobre los demás. Quizás ni siquiera se consideren “mujeres de fe” debido a que a veces luchan con la duda y el temor.

Hoy me gustaría hablar a cualquier persona que se haya sentido de esta manera alguna vez, y que probablemente incluye a todos nosotros en algún momento. Deseo hablar sobre la fe: qué es, qué puede hacer y qué no puede hacer, y lo que debemos hacer nosotros para activar el poder de la fe en nuestra vida.

¿Qué es la fe?

La fe es una convicción fuerte sobre algo que creemos, una convicción tan fuerte que nos motiva a hacer cosas que de lo contrario no podríamos hacer. “Es… la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve”2.

Si bien esto tiene sentido para las personas creyentes, con frecuencia es confuso para los no creyentes. Estos últimos mueven la cabeza de un lado a otro y preguntan: “¿Cómo puede alguien estar seguro de lo que no puede ver?”. Para ellos, esto es evidencia de la irracionalidad de la religión.

Lo que no entienden es que hay otras maneras de ver además de con los ojos, otras maneras de sentir además de con las manos, más maneras de escuchar que con los oídos.

Es como la experiencia de una niña pequeña que iba caminando con su abuela. El canto de los pájaros era glorioso para la niña y ella le hacía notar a su abuela cada sonido.

“¿Oyes eso?”, la pequeña niña preguntó una y otra vez; pero la abuela estaba perdiendo el sentido auditivo y no podía escuchar los sonidos.

Finalmente, la abuela se agachó y le dijo: “Lo siento, cariño. La abuela no oye muy bien”.

La niña pequeña, ya exasperada, tomó por la cara a la abuela, la miró fijamente a los ojos, y le dijo: “Abuela, ¡escucha con más fuerza!”.

Hay lecciones en este relato tanto para los no creyentes como para los creyentes. Solo porque no podamos oír algo no significa que no haya nada que oír. Dos personas pueden escuchar el mismo mensaje o leer el mismo versículo de las Escrituras, y una puede recibir el testimonio del Espíritu, mientras que la otra no.

Por otro lado, en nuestros esfuerzos por ayudar a nuestros seres queridos a experimentar la voz del Espíritu y la amplia, eterna y profunda belleza del evangelio de Jesucristo, decirles que “escuchen con más fuerza” tal vez no sea la manera que más ayude.

Quizás el mejor consejo para cualquier persona que desea aumentar su fe es escuchar de manera diferente. El apóstol Pablo nos alienta a buscar la voz que habla a nuestro espíritu, no solo a nuestros oídos. Él enseñó: “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente”3. Tal vez deberíamos considerar las palabras del Principito, de Saint-Exupéry, que dijo “Solo con el corazón se puede ver bien. Lo esencial es invisible a los ojos”4.

El poder y los límites de la fe

A veces no es fácil cultivar la fe en las cosas espirituales mientras se vive en un mundo físico. Sin embargo, vale la pena el esfuerzo, porque el poder de la fe en nuestra vida puede ser profundo. Las Escrituras nos enseñan que por medio de la fe los mundos fueron formados, se dividieron las aguas, se levantaron los muertos, los ríos se desviaron de su cauce y las montañas se movieron5.

No obstante, algunos podrían preguntar: “Si la fe es tan poderosa, ¿por qué no puedo recibir una respuesta a una oración sincera? No necesito dividir el mar o mover una montaña, solo necesito que se cure mi enfermedad, o que mis padres se perdonen mutuamente, o que mi compañero eterno aparezca en mi puerta con un ramo de flores en una mano y en la otra un anillo de compromiso. ¿Por qué no puede mi fe lograr esto?”.

La fe es poderosa y con frecuencia hace milagros, pero no importa cuánta fe tengamos, hay dos cosas que la fe no puede hacer. Por una parte, no puede quebrantar el albedrío de una persona.

Una mujer oró durante años para que su hija que no vivía el Evangelio regresara al rebaño de Cristo, y se sentía desanimada porque sus oraciones no habían recibido respuesta. En especial, era doloroso para ella cuando escuchaba relatos de que otros hijos pródigos se habían arrepentido de sus decisiones.

El problema no era la falta de oraciones o la carencia de fe. Ella solo tenía que comprender que, a pesar de ser tan doloroso para nuestro Padre Celestial, Él no obligará a nadie a elegir el camino de la rectitud. Dios no obligó a Sus propios hijos a seguirlo en el mundo premortal. ¿Cuánto menos nos obligará ahora en nuestro paso por esta vida mortal?

Dios invita y persuade. Dios tiende incansablemente una mano con amor, inspiración y ánimo, pero nunca obliga a nadie, ya que esto menoscabaría Su gran plan para nuestro progreso eterno.

Lo segundo que la fe no puede hacer es forzar nuestra voluntad por encima de Dios. No le podemos obligar a Él para que cumpla con nuestros deseos, no importa si hemos pensado que estamos en lo correcto o que hemos orado con sinceridad. Recuerden la experiencia de Pablo que suplicó al Señor en más de una ocasión para recibir ayuda durante una prueba personal, lo que él describió como “un aguijón en [la] carne”. Sin embargo, esa no era la voluntad de Dios. Con el tiempo, Pablo se dio cuenta de que su prueba era una bendición y le agradeció a Dios que no le hubiera dado respuesta a sus oraciones de la manera en que él había esperado6.

La confianza y la fe

No, el propósito de la fe no es cambiar la voluntad de Dios, sino facultarnos para actuar de acuerdo con la voluntad de Él. La fe es confianza, confianza en que Dios ve lo que nosotros no podemos ver y que sabe lo que nosotros no sabemos7. Algunas veces, confiar en nuestra propia visión y juicio no es suficiente.

Aprendí esto como piloto de avión, en los días que debía volar a través de niebla espesa o nubes y solo podía ver unos pocos metros delante. Tenía que confiar en los instrumentos de navegación que me indicaban dónde estaba y hacia dónde me dirigía. Tenía que escuchar las instrucciones de la torre de control; tenía que confiar en la guía de alguien con información más exacta que la mía; alguien que yo no podía ver pero en quien había aprendido a confiar; alguien que podía ver lo que yo no podía. Tenía que confiar y actuar correctamente para llegar a salvo a mi destino.

La fe significa que no solo confiamos en la sabiduría de Dios, sino también que confiamos en Su amor. Significa confiar en que Dios nos ama perfectamente, que todo lo que Él hace, cada bendición que otorga y cada bendición que, por un tiempo, retiene, es para nuestra felicidad eterna8.

Aunque no podamos entender por qué ocurren ciertas cosas o por qué ciertas oraciones no obtienen respuesta, podemos saber que al final todo tendrá sentido; “… para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien”9.

Todo será hecho bien. Todo estará bien.

Podemos estar seguros de que las respuestas llegarán y podemos tener la certeza de que no solo estaremos felices con las respuestas, sino que nos conmoverán la gracia, la misericordia, la generosidad y el amor que nuestro Padre Celestial tiene por nosotros, Sus hijos.

Solo sigue llamando a la puerta

Hasta llegar a ese momento, actuamos de acuerdo a la fe que poseemos10, procurando siempre aumentar nuestra fe. A veces esto no es una tarea fácil. Aquellas personas que son impacientes, que no se comprometen y que son descuidadas, pueden descubrir que la fe es difícil de obtener. Aquellos que se desaniman y se distraen fácilmente, casi no la pueden sentir. La fe viene a los que son humildes, diligentes y perseverantes.

Viene a aquellos que pagan el precio de permanecer fieles.

Esta verdad se ilustra en la experiencia de dos jóvenes misioneros que sirvieron en Europa, en una zona donde había pocos bautismos de conversos. Supongo que hubiera sido comprensible para ellos pensar que lo que hicieron no marcaría mucho la diferencia.

Sin embargo, estos dos misioneros demostraron que tenían fe, y estaban comprometidos con la obra. Tenían la actitud de que si nadie escuchaba su mensaje, no sería por no haber hecho su mejor esfuerzo.

Un día, sintieron el deseo de visitar a los residentes de un edificio de apartamentos de cuatro pisos muy bien cuidado. Empezaron en el primer piso y tocaron en cada puerta presentando el mensaje salvador de Jesucristo y de la Restauración de Su Iglesia.

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Sister Uchtdorf’s childhood apartment building

Nadie en el primer piso los quiso escuchar.

Hubiera sido fácil para ellos decir: “Lo hemos intentado; detengámonos aquí y vayámonos a otro edificio”.

No obstante, estos dos misioneros tenían fe y estaban comprometidos con la obra, así que llamaron en cada puerta del segundo piso.

De nuevo, nadie les escuchó.

En el tercer piso ocurrió lo mismo; y también pasó lo mismo en el cuarto piso; eso sí, hasta que tocaron la última puerta del cuarto piso.

Una jovencita abrió la puerta, les sonrió y les pidió que esperaran mientras ella hablaba con su mamá.

Su madre tenía solo 36 años, había perdido recientemente a su esposo, y no estaba de humor como para hablar con los misioneros mormones. Así que le dijo a su hija que les dijera que se fueran.

Sin embargo, la hija le suplicó a su mamá. Esos jóvenes son muy amables, le dijo, y solo tomara unos pocos minutos.

La madre accedió de manera renuente. Los misioneros compartieron su mensaje y le dieron a la mamá un libro para leer: el Libro de Mormón.

Después de que ellos se marcharon, la mamá decidió que por lo menos leería unas pocas páginas.

Terminó de leer el libro entero en unos pocos días.

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Sister Uchtdorf’s family with missionaries

Poco después, esta maravillosa madre y su familia entraron en las aguas del bautismo.

Cuando la pequeña familia asistió a su barrio local en Fráncfort, Alemania, un joven diácono se percató de la belleza de una de las hijas y se dijo a sí mismo: “¡Estos misioneros están haciendo un gran trabajo!”.

El nombre de ese joven diácono era Dieter Uchtdorf, y la encantadora jovencita, la que le había suplicado a su mamá que escuchara a los misioneros, lleva el hermoso nombre de Harriet. Cuando me acompaña en mis viajes, todo el que la conoce la llega a querer. Ha bendecido la vida de muchas personas por medio de su amor por el Evangelio y su personalidad tan alegre. Ella, en verdad, es la fuente de alegría en mi vida.

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Sister Uchtdorf speaking in Norway

Cuán a menudo he elevado mi corazón en gratitud por los dos misioneros que no se detuvieron en el primer piso. Cuán a menudo mi corazón se hinche con aprecio por la fe y el trabajo de ellos. Con cuánta frecuencia he dado gracias porque ellos siguieron adelante hasta llegar al cuarto piso, la última puerta.

Se os abrirá

En nuestra búsqueda de la fe duradera, en nuestra búsqueda de conectarnos con Dios y Sus propósitos, recordemos la promesa del Señor: “… llamad, y se os abrirá”11.

¿Nos daremos por vencidos después de tocar una puerta o dos? ¿Un piso o dos?

O ¿continuaremos buscando hasta que hayamos llegado al cuarto piso, a la última puerta?

Dios “es galardonador de los que le buscan”12, pero ese galardón no se suele encontrar en la primera puerta. Así que debemos seguir llamando. Hermanas, no se den por vencidas. Busquen a Dios con todo el corazón. Ejerzan la fe. Caminen en rectitud.

Les prometo que si lo hacen así, aun hasta el cuarto piso, la última puerta, recibirán las respuestas que ustedes buscan. Encontrarán fe, y un día serán llenas de luz que crecerá “más y más resplandeciente hasta el día perfecto”13.

Mis amadas hermanas en Cristo, Dios es verdadero;

Él vive.

Él las ama.

Él las conoce.

Él las comprende.

Él conoce las silenciosas oraciones de su corazón.

Él no las ha abandonado

ni las ha desamparado.

Es mi testimonio y bendición apostólica para cada una de ustedes de que sientan en su corazón y en su mente esta verdad sublime por ustedes mismas. Vivan en fe, queridas amigas, queridas hermanas, y el “Dios de [sus] padres, [las] haga mil veces más de lo que [son] y [las] bendiga, como [les] ha prometido”14.

Les dejo mi fe, mi convicción y mi testimonio seguro y firme de que esta es la obra de Dios. En el sagrado nombre de nuestro amado Salvador, en el nombre de Jesucristo. Amén.