2010–2019
¿A quién iremos?
Octubre de 2016


¿A quién iremos?

Al final, cada quien debe responder a la pregunta del Salvador: “¿También vosotros queréis iros?”.

Hace varios años, mi familia y yo visitamos la Tierra Santa. Uno de los recuerdos vívidos de nuestro viaje fue la visita al aposento alto en Jerusalén donde, según la tradición, ocurrió la Última Cena.

Al estar allí, les leí en Juan 17, donde Jesús ruega a Su Padre por Sus discípulos:

“Yo ruego por ellos… para que sean uno, así como nosotros…

“Mas no ruego solamente por estos, sino también por los que han de creer en mí por la palabra de ellos;

“para que todos sean uno, como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros”1.

Me sentí muy conmovido al leer esas palabras y me hallé orando en ese sagrado lugar para que siempre pudiera ser uno con mi familia, con mi Padre Celestial y con Su Hijo.

Las valiosas relaciones que tenemos con familiares, amigos, el Señor y Su Iglesia restaurada están entre las cosas que más importan en la vida. Por causa de que esas relaciones son tan importantes, debemos atesorarlas, protegerlas y nutrirlas.

Uno de los relatos más desgarradores en las Escrituras tuvo lugar cuando “muchos de los discípulos [del Señor]” pensaron que era difícil aceptar Sus enseñanzas y doctrina, y se “volvieron atrás y ya no andaban con él2.

Al marcharse esos discípulos, Jesús se volvió a los Doce y preguntó: “¿También vosotros queréis iros?”3.

Pedro respondió:

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”4.

En ese momento, cuando otras personas se centraban en aquello que no podían aceptar, los Apóstoles eligieron centrarse en lo que creían y sabían, y como consecuencia de ello, permanecieron con Cristo.

Posteriormente, en el día de Pentecostés, los Doce recibieron el don del Espíritu Santo; se volvieron valientes en sus testimonios de Cristo y comenzaron a entender más plenamente las enseñanzas de Jesús.

Hoy en día no es diferente. Para algunas personas, la invitación de Cristo a creer y permanecer sigue siendo dura o difícil de aceptar. Algunos discípulos tienen dificultad para entender una norma o una enseñanza de la Iglesia en particular; a otros les preocupan aspectos de nuestra historia o las imperfecciones de algunos miembros y líderes actuales o antiguos; a otros les resulta difícil vivir una religión que requiere tanto. Por último, hay quienes se “[cansan] de hacer lo bueno”5. Por estas y otras razones, algunos miembros de la Iglesia vacilan en su fe, y se preguntan si quizás deban seguir a los que se “volvieron atrás y ya no andaban” con Jesús.

Si alguno de ustedes está flaqueando en su fe, yo le hago la misma pregunta que hizo Pedro: “¿A quién irá usted?”. Si usted decide inactivarse o irse de la Iglesia restaurada de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, ¿a dónde irá? ¿Qué hará? La decisión de “ya no [andar]” más con los miembros de la Iglesia y con los líderes escogidos por el Señor tendrá un efecto a largo plazo que de momento no siempre se podrá apreciar. Tal vez haya alguna doctrina, alguna norma, un aspecto de la historia que no coincida con su fe, y pueda pensar que la única manera de resolver ese conflicto interior ahora mismo consista en “ya no [andar]” más con los santos. Si llega a vivir tanto como yo, llegará a entender que las cosas tienen una manera de resolverse solas. Un pensamiento inspirado o una revelación quizás arrojen nueva luz sobre un problema. Recuerde, la Restauración no es un evento, sino que sigue en pleno desarrollo.

Nunca abandone las grandes verdades que fueron reveladas por medio del profeta José Smith. Nunca deje de leer, meditar y poner en práctica la doctrina de Cristo que se halla en el Libro de Mormón.

Nunca deje de concederle al Señor la misma oportunidad, haciendo verdaderos esfuerzos por entender lo que el Señor ha revelado. Como dijo en cierta ocasión mi querido amigo y antiguo compañero, el élder Neal A. Maxwell: “No debiéramos suponer… que solo porque no sepamos explicar algo, ese algo sea inexplicable”6.

Por tanto, antes de que tome esa decisión espiritualmente peligrosa de marcharse, le animo a que se detenga y piense cuidadosamente antes de renunciar a lo que lo llevó en primer lugar hasta su testimonio de la Iglesia restaurada de Jesucristo. Deténgase y piense en lo que ha sentido aquí, y por qué lo sintió; piense en las veces que el Espíritu Santo le ha testificado de la verdad eterna.

¿Adónde irá para encontrar a otras personas que compartan la creencia que usted tiene en Padres Celestiales amorosos y personales, que nos enseñan cómo regresar a la presencia eterna de Ellos?

¿Adónde irá para que le enseñen acerca de un Salvador que es su mejor amigo, que no solo sufrió por sus pecados, sino que también sufrió “dolores, aflicciones y tentaciones de todas clases… para que sus entrañas sean llenas de misericordia, según la carne, a fin de que según la carne sepa cómo socorrer a los de su pueblo, de acuerdo con las debilidades de ellos”7, lo cual abarca, creo yo, la debilidad de la pérdida de la fe?

¿Adónde irá para aprender más acerca del plan del Padre Celestial para nuestra felicidad y paz eternas; un plan lleno de maravillosas posibilidades, enseñanzas y guía para nuestra vida terrenal y eterna? Recuerde que el Plan de Salvación le otorga sentido, propósito y dirección a la vida terrenal.

¿Adónde irá a encontrar una detallada e inspirada estructura organizativa de la Iglesia mediante la cual recibe enseñanzas y apoyo de hombres y mujeres que están profundamente comprometidos a servir al Señor mediante el servicio que le presten a usted y a su familia?

¿Adónde irá a encontrar profetas y apóstoles vivientes, llamados por Dios para ofrecerle otra fuente de consejo, entendimiento, consuelo e inspiración para los desafíos de nuestros días?

¿Adónde irá a encontrar un pueblo que vive conforme a un conjunto de valores y normas prescritas que usted comparte y desea transmitir a sus hijos y nietos?

¿Y adónde irá para experimentar el gozo que proviene de las ordenanzas de salvación y los convenios del templo?

Hermanos y hermanas, aceptar y vivir el evangelio de Cristo puede ser difícil; siempre ha sido y lo será. La vida puede ser semejante a unos escaladores que ascienden por un sendero escarpado y difícil; es normal y natural que de vez en cuando hagamos una pausa en el camino para recuperar el aliento, volver a orientarnos y replantearnos el ritmo de marcha. No todas las personas necesitan hacer una pausa en el camino, pero no hay nada de malo en hacerlo cuando lo requieran las circunstancias. De hecho, puede tornarse en algo positivo para quienes aprovechan plenamente la oportunidad para refrescarse con las aguas vivas del evangelio de Cristo.

El peligro se presenta cuando una persona escoge desviarse de la senda que conduce al árbol de la vida8. Hay tiempos en los que debemos aprender, estudiar y saber; y tiempos en los que debemos creer, confiar y tener esperanza.

Al final, cada quien debe responder a la pregunta del Salvador: “¿También vosotros queréis iros?”9. Todos debemos buscar nuestra propia respuesta a esa pregunta; para algunos, la respuesta es sencilla; para otros, es difícil. No pretendo conocer la razón por la cual la fe para creer llega más fácilmente a unos que a otros; solo estoy muy agradecido de saber que las respuestas siempre están ahí, y que si las procuramos —si las buscamos realmente, con verdadera intención e íntegro propósito de un corazón suplicante— al final hallaremos las respuestas a nuestras preguntas, en tanto que continuemos en la senda del Evangelio. Durante mi ministerio, he conocido a quienes se han apartado y han regresado después de su prueba de fe.

Espero sinceramente que invitemos a un número cada vez mayor de hijos de Dios a encontrar la senda del Evangelio y a permanecer en ella, para que también ellos “[participen] de aquel fruto que [es] preferible a todos los demás”10.

Mi ruego sincero es que alentemos, aceptemos, comprendamos y amemos a quienes tienen dudas con respecto a su fe. No debemos descuidar a ninguno de nuestros hermanos y hermanas. Todos nos encontramos en diferentes lugares del sendero, y debemos ministrarnos los unos a los otros.

Así como debemos recibir con los brazos abiertos a los nuevos conversos, así también debemos abrazar y apoyar a quienes tienen preguntas y flaquean en su fe.

Valiéndome de otra metáfora conocida, ruego que cualquier persona que esté pensando en abandonar el “Barco Seguro de Sión”, donde Dios y Cristo están a la cabeza, se detenga y recapacite cuidadosamente antes de hacerlo.

Tengan en cuenta que, aunque el viento y las olas de grandes tormentas azoten el Barco Seguro, el Salvador está a bordo y tiene poder para reprender la tempestad con Su mandato: “¡Calla, enmudece!”. Hasta entonces, no debemos temer sino tener una fe inquebrantable y saber “que aun el viento y el mar le obedecen”11.

Hermanos y hermanas, les prometo en el nombre del Señor que Él nunca abandonará Su Iglesia y que nunca abandonará a ninguno de nosotros. Recuerden la respuesta de Pedro a la pregunta y a las palabras del Salvador:

“Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.

“Y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”12.

Testifico que “no se dará otro nombre, ni otra senda ni medio, por el cual la salvación llegue a los hijos de los hombres, sino en el nombre de Cristo… y por medio de ese nombre”13.

También testifico que el Señor ha llamado a apóstoles y profetas en nuestros días y ha restaurado Su Iglesia con enseñanzas y mandamientos como “un refugio contra la tempestad y contra la ira” que seguramente vendrán, a menos que las personas del mundo se arrepientan y se vuelvan a Él14.

Testifico, además, que el Señor “invita a todos ellos a que vengan a él y participen de su bondad; y a nadie de los que a él vienen desecha, sean negros o blancos, esclavos o libres, varones o mujeres… y todos son iguales ante Dios”15.

Jesús es nuestro Salvador y Redentor, y Su evangelio restaurado nos conducirá con seguridad de regreso a la presencia de nuestros Padres Celestiales, si permanecemos en el sendero del Evangelio y seguimos Sus pasos. De ello testifico, en el nombre de Jesucristo. Amén.