2010–2019
“Mi paz os dejo”
Abril de 2017


“Mi paz os dejo”

El Señor prometió paz a Sus discípulos cuando los iba a dejar. Nos ha dado a nosotros la misma promesa.

Mis queridas hermanas, esta noche hemos sido bendecidos por el Espíritu de Dios. Los inspirados mensajes de las poderosas líderes, así como la música, han fortalecido nuestra fe y aumentado nuestro deseo de guardar los convenios sagrados que hemos hecho con nuestro amoroso Padre Celestial. Hemos sentido crecer nuestro amor por el Señor Jesucristo y nuestro agradecimiento por el maravilloso don de Su sacrificio expiatorio.

Mi mensaje hoy es sencillo: Todos hemos sentido paz esta tarde. A todos nos gustaría sentir esa paz a menudo en nuestro interior, en nuestras familias y con la gente a nuestro alrededor. El Señor prometió paz a Sus discípulos cuando los iba a dejar. Nos ha dado a nosotros la misma promesa; pero Él dijo que daría paz a Su manera, no a la manera del mundo. Él describió Su manera de enviar paz:

“Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en mi nombre, él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que os he dicho.

“La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón ni tenga miedo” (Juan 14:26–27).

Los hijos de Mosíah necesitaban ese don de paz cuando embarcaron en su misión a los lamanitas. Con más de una leve inquietud al percibir la enormidad de su tarea, oraron para pedir tranquilidad. “Y sucedió que el Señor los visitó con su Espíritu, y les dijo: Sed consolados; y fueron consolados” (Alma 17:10; véase también Alma 26:27).

En ocasiones, desearán paz al enfrentarse a incertidumbres y a lo que les pudieran parecer desafíos inminentes. Los hijos de Mosíah aprendieron la lección que el Señor enseñó a Moroni. Es una guía para todos nosotros: “… si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos” (Éter 12:27).

Moroni dijo: “… habiendo oído estas palabras, me consolé” (Éter 12:29). Pueden ser un consuelo para todos nosotros. Aquellos que no ven sus debilidades, no progresan. El reconocer sus debilidades es una bendición, ya que las ayuda a permanecer humildes y las hace acudir al Salvador. El Espíritu no solo nos consuela, sino que también es el agente por la cual la Expiación obra un cambio en nuestra propia naturaleza. Entonces las cosas débiles se hacen fuertes.

A veces Satanás presentará desafíos a su fe; eso sucede a todos los discípulos de Jesucristo. Su defensa contra esos ataques es mantener al Espíritu Santo como su compañero. Él Espíritu hablará paz a su alma; Él las impulsará a avanzar con fe, y Él les devolverá el recuerdo de los momentos en que sintieron la luz y el amor de Jesucristo.

Recordar puede ser uno de los dones más preciados que el Espíritu puede darles. Él les “recordará todo lo que [el Señor] os [ha] dicho” (John 14:26). El recuerdo puede ser el de una oración contestada, una ordenanza del sacerdocio, una confirmación de su testimonio, o de un momento en que vieron la mano guiadora de Dios en su vida. Tal vez en un día futuro cuando necesiten fuerza, el Espíritu les traiga a la memoria los sentimientos que están teniendo durante esta reunión. Ruego que así sea.

Un recuerdo que el Espíritu a menudo me trae a la mente es el de una reunión sacramental celebrada al atardecer en un cobertizo de metal en Innsbruck, Austria, hace muchos años. El cobertizo estaba debajo de una vías de ferrocarril. Solo había una docena de personas presentes, sentadas en sillas de madera. La mayoría eran mujeres, unas más jóvenes y otras mayores. Vi lágrimas de gratitud cuando se repartió la Santa Cena entre esa pequeña congregación. Sentí el amor del Salvador por aquellos santos, y ellos también lo sintieron. Sin embargo, el milagro que recuerdo con mayor claridad fue la luz que parecía llenar aquel cobertizo de metal, trayendo consigo un sentimiento de paz.Era de noche y no había ventanas, y aun así la habitación estaba iluminada como si fuera por el sol del mediodía.

La luz del Espíritu Santo fue brillante y abundante aquella noche; y las ventanas que dejaban entrar la luz eran los humildes corazones de aquellos santos que habían ido delante del Señor en busca del perdón de sus pecados y su compromiso de recordarle siempre. No fue difícil recordarlo a Él en aquella ocasión, y el recuerdo de esa sagrada experiencia ha hecho más fácil para mí recordarlo a Él y Su expiación los años subsiguientes. Aquel día la promesa de la Santa Cena que el Espíritu estará siempre con nosotros se cumplió, por lo que trajo sentimientos de luz y paz.

Al igual que ustedes, he estado agradecido por las muchas maneras en que el Señor me ha visitado con el Consolador cuando he necesitado consuelo. Sin embargo, nuestro Padre Celestial no se preocupa solo de nuestro consuelo, sino que aun más de nuestro progreso. “Consolador” es solo una de las formas en que se describe al Espíritu Santo en las Escrituras. Esta es otra: “Y ahora, de cierto, de cierto te digo: Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno” (D. y C. 11:12). Muy a menudo, el bien al que Él las dirigirá que hagan implicará ayudar a alguien a recibir el consuelo de Dios.

En Su sabiduría, el Señor las ha juntado en organizaciones y clases en Su Iglesia, y lo ha hecho para aumentar el poder que ustedes tienen para hacer el bien. Dentro de esas organizaciones, ustedes tienen deberes específicos para servir a los demás en nombre de Él. Por ejemplo, si son mujeres jóvenes, es posible que su obispo o líder de las Mujeres Jóvenes les pidan tender una mano a una Laurel que se ha vuelto, como a veces decimos, “menos activa”. Tal vez ustedes la conozcan mejor que el obispo o la líder de las Mujeres Jóvenes. Quizás sepan que ella tiene problemas en casa o en la escuela o quizás en ambos lugares. Es posible que sus líderes no sepan por qué sintieron la impresión de pedirles que le tendieran la mano, pero el Señor lo sabe, y Él dirige esta obra mediante la inspiración de Su Espíritu.

El éxito de sus esfuerzos requerirá un milagro de cambio tanto en el corazón de ustedes como en el de la mujer joven a la cual fueron llamadas a rescatar, y eso requiere la compañía del Espíritu Santo. Él Espíritu puede permitirlas ver a esa Laurel menos activa tal como el Señor la ve. Él conoce el corazón de ella, y el de ustedes, y Él conoce las posibilidades de que los corazones pueden cambiar. Él puede visitarlas a ambas con Su Espíritu para inspirar humildad, perdón y amor.

Ese Espíritu puede inspirar las palabras, los hechos y la paciencia necesarios para que ustedes inviten a un cordero de nuevo al rebaño; y Él puede tocar los corazones del rebaño en la clase de Laureles para amar y recibir a la oveja perdida, de modo que cuando regrese, sienta que ha vuelto a casa.

El poder que ustedes tienen para hacer el bien, como grupo de hijas de Dios, dependerá, en gran medida, de la unidad y del amor que exista entre ustedes. Ese es otro don de paz que se logra mediante el Espíritu Santo.

Alma entendió eso. Es por eso que suplicó a su pueblo “que no hubiera contenciones entre uno y otro, sino que fijasen su vista hacia adelante con una sola mira, teniendo una fe y un bautismo, teniendo entrelazados sus corazones con unidad y amor el uno para con el otro” (Mosíah 18:21).

La unidad es necesaria para que tengamos el Espíritu en nuestras clases y en nuestras familias; pero ustedes saben, por experiencia propia, como yo, que esa unidad de amor es difícil mantener. Requiere tener al Espíritu Santo como compañero a fin de que nos abra los ojos y temple nuestro sentimientos.

Recuerdo una vez que uno de mis hijos de siete u ocho años saltaba encima de su cama con tanta fuerza que pensé que se iba a romper. Sentí un atisbo de frustración, y rápidamente me movilice para poner mi casa en orden. Agarré a mi hijo por sus pequeños hombros y lo levanté hasta el nivel donde nos vimos cara a cara.

El Espíritu puso palabras en mi mente. Parecía ser una voz apacible, pero me penetró el corazón: “Estás sosteniendo a una gran persona”. Lo coloqué suavemente de vuelta en la cama y me disculpé.

Ahora se ha convertido en el gran hombre que el Espíritu Santo me permitió ver hace cuarenta años. Estoy eternamente agradecido de que el Señor me rescató de sentimientos desconsiderados al enviar al Espíritu Santo para que me permitiera ver a un hijo de Dios como Él lo veía.

La unidad que procuramos en nuestras familias y en la Iglesia llegará cuando permitamos que el Espíritu Santo influya en lo que vemos cuando nos miramos unos a otros, e incluso cuando pensamos unos en otros. El Espíritu ve con el amor puro de Cristo. Escuchen las palabras que Mormón utilizó para describir la caridad. Piensen en las ocasiones que ustedes la han sentido:

“Y la caridad es sufrida y es benigna, y no tiene envidia, ni se envanece, no busca lo suyo, no se irrita fácilmente, no piensa el mal, no se regocija en la iniquidad, sino se regocija en la verdad; todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.

“Por tanto, amados hermanos míos [y aquí agrego hermanas], si no tenéis caridad, no sois nada, porque la caridad nunca deja de ser. Allegaos, pues, a la caridad, que es mayor que todo, porque todas las cosas han de perecer;

“pero la caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien la posea en el postrer día, le irá bien.

“Por consiguiente, amados hermanos [y hermanas] míos, pedid al Padre con toda la energía de vuestros corazones, que seáis llenos de este amor que él ha otorgado a todos los que son discípulos verdaderos de su Hijo Jesucristo; para que lleguéis a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, seamos semejantes a él, porque lo veremos tal como es; para que tengamos esta esperanza; para que seamos purificados así como él es puro” (Moroni 7:45–48).

Esta es la meta que su Padre Celestial tiene para ustedes, Sus preciadas hijas. Quizás les parezca una meta distante, pero desde la perspectiva de Él, ustedes no están tan lejos. De modo que Él las visita con Su Espíritu para consolarlas, animarlas e inspirarlas a seguir adelante.

Les dejo mi seguro testimonio de que el Padre las conoce—conoce sus necesidades y su nombre—las ama, y escucha sus oraciones. Su amado Hijo las invita a venir a Él; y Ellos envían al Espíritu Santo a ayudarlas en sus esfuerzos por servir a los demás a favor de Ellos.

Gracias a la expiación de Jesucristo, la compañía constante del Espíritu Santo tendrá un efecto santificador y purificador en el espíritu de ustedes. Sentirán entonces la paz que el Salvador prometió dejar a Sus discípulos. Con esa paz vendrá una brillante esperanza y un sentimiento de luz y amor del Padre y Su Amado Hijo, quien dirige Su reino sobre la tierra por medio de la revelación a Su profeta viviente. De ello testifico en el nombre del Señor Jesucristo. Amén.