2010–2019
Permanecer en Dios y reparar la brecha
Octubre de 2017


Permanecer en Dios y reparar la brecha

Cristo tiene el poder de llevarnos a una amorosa comunión con el Padre y entre nosotros.

Debemos profundizar continuamente nuestro conocimiento y obediencia a nuestro Padre Celestial. Nuestra relación con Él es eterna. Somos Sus amados hijos y eso no va a cambiar. ¿Cómo vamos a aceptar de todo corazón Su invitación de allegarnos a Él y así disfrutar de las bendiciones que anhela darnos en esta vida y en el mundo venidero?

El Señor le dijo al antiguo Israel y nos dice a nosotros: “… Sí, con amor eterno te he amado; por tanto, te he atraído con misericordia”1. El Padre nos dice: “… tú permanecerás en mí, y yo en ti; por tanto, anda conmigo”2 ¿Confiamos en Él lo suficiente como para permanecer en Él y andar con Él?

Estamos aquí en esta tierra para crecer y aprender, y el crecimiento y el aprendizaje más importantes provendrán de nuestra conexión de convenios con nuestro Padre Celestial y Jesucristo. De nuestra fiel relación con Ellos se obtiene conocimiento divino, amor, poder y la capacidad de servir.

“Tenemos la responsabilidad de aprender todo lo que Dios ha revelado sobre Sí mismo”3. Debemos comprender que Dios el Padre le mandó a Su Hijo, Jesucristo, que creara la tierra para nuestro crecimiento, que nuestro Padre Celestial entregó a Su Hijo para pagar las demandas de la justicia para nuestra salvación, y que el poder del sacerdocio del Padre y la Iglesia verdadera del Hijo, con las ordenanzas necesarias, fueron restaurados para nuestra bendición. ¿Pueden sentir la profundidad del amor que impregna Sus preparativos para nuestro gozo y crecimiento? Debemos saber que el plan de salvación de nuestro Padre Celestial es que obedezcamos las leyes y ordenanzas del Evangelio y que obtengamos la vida eterna para así llegar a ser como Dios es4. Esta es la verdadera felicidad perdurable que nuestro Padre Celestial nos ofrece; y no hay ninguna otra felicidad verdadera y perdurable.

Nuestros desafíos pueden apartarnos de este trayecto de felicidad. Podemos perder nuestra conexión de confianza con Dios si las pruebas nos causan distracción en lugar de motivarnos a ponernos de rodillas.

Este sencillo verso nos implora que elijamos nuestras prioridades:

Algunas cosas importan; otras no.

Hay pocas cosas que duran; pero la mayoría de ellas no5.

Hermanas, ¿qué es lo que les importa? ¿Qué es perdurable para ustedes? Una cuestión de valor perdurable para el Padre es que aprendamos de Él, nos humillemos y crezcamos en obediencia a Él a través de las experiencias terrenales. Él desea que cambiemos nuestro egoísmo por servicio y nuestros temores por fe. Esos asuntos perdurables pueden probarnos hasta los más profundo de nuestro ser.

Es ahora, con nuestras limitaciones terrenales, que el Padre nos pide que amemos cuando amar es lo más difícil, que sirvamos cuando prestar servicio es inconveniente, que perdonemos cuando perdonar parece estar más allá de nuestra capacidad. ¿De qué manera? ¿Cómo lo vamos a hacer? Buscamos fervientemente la ayuda del Padre Celestial, en el nombre de Su Hijo, y hacemos las cosas a Su manera en lugar de afirmar orgullosamente nuestra propia voluntad.

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Jarra de agua

Reconocí mi orgullo cuando el presidente Ezra Taft Benson habló sobre limpiar el interior del vaso6. Me imaginé que yo era como una jarra. ¿Cómo iba a quitar los residuos de orgullo de mi jarra? El forzarnos independientemente a ser humildes y tratar de obligarnos a amar a los demás es algo falso, vacío y simplemente no funciona. Nuestros pecados y errores crean una brecha, o grieta, entre nosotros y la fuente de todo amor: nuestro Padre Celestial.

Únicamente la expiación del Salvador puede limpiarnos de nuestros pecados y cerrar esa brecha.

Deseamos ser estrechados en los brazos del amor y la guía de nuestro Padre Celestial, por lo que ponemos Su voluntad primero y con un corazón quebrantado imploramos que Cristo derrame torrentes de agua purificadora dentro de nuestra jarra. Al comienzo podrá venir gota a gota, pero según busquemos, pidamos y obedezcamos, vendrá abundantemente. Esta agua viva comenzará a llenarnos y, al estar rebosantes de Su amor, podremos inclinar la jarra de nuestra alma y compartir su contenido con otras personas que tienen sed de sanidad, esperanza y pertenencia. Cuando el interior de nuestro vaso se limpia, nuestras relaciones terrenales comienzan a sanar.

Se requiere el sacrificio de nuestros deseos personales a fin de dar cabida a los planes eternos de Dios. El Salvador, que habla por el Padre, nos ruega: “Allegaos a mí, y yo me allegaré a vosotros”7. Allegarse a Dios puede significar aprender Su verdad a través de las Escrituras, seguir el consejo profético y esforzarse por hacer Su voluntad más plenamente.

¿Comprendemos que Cristo tiene el poder de llevarnos a una amorosa comunión con el Padre y entre nosotros? Él, por el poder del Espíritu Santo, puede darnos la comprensión necesaria para nuestras relaciones.

Un maestro de la Escuela Dominical me contó acerca de una poderosa experiencia que tuvo con su clase de niños de 11 años.Uno de ellos, al que llamaré Jimmy, era un niño solitario y poco colaborador en clase. Un domingo, el maestro se sintió inspirado a dejar a un lado su lección y decir por qué amaba a Jimmy. Habló de su gratitud por este joven y de su fe en él. Entonces, el maestro les pidió a los miembros de la clase que le dijeran a Jimmy algo que apreciaban acerca de él. Mientras los miembros de la clase, uno por uno, le decían a Jimmy por qué él era especial para ellos, el niño bajó la cabeza y comenzaron a rodar lágrimas por sus mejillas. Este maestro y esta clase construyeron un puente hasta el corazón solitario de Jimmy. El amor simple, expresado de forma genuina, brinda esperanza y valor a los demás. A esto lo llamo “reparar la brecha”.

Quizás nuestra vida en un mundo preterrenal amoroso implantó nuestro anhelo por un amor verdadero y perdurable aquí en la tierra. Estamos divinamente diseñados para dar amor y ser amados, y el amor más profundo llega cuando somos uno con Dios. El Libro de Mormón nos invita: “… reconciliaos con [Dios] por medio de la expiación de Cristo”8.

Isaías habló de quienes viven fielmente la ley del ayuno y así se convierten en un “reparador de la brecha” para su propia posteridad. Son los que, según promete Isaías, “edificarán las ruinas antiguas”9. De manera similar, el Salvador reparó la brecha, o la distancia, entre nosotros y nuestro Padre Celestial. Él, por medio de Su gran sacrificio expiatorio, nos abre el camino para participar del poder amoroso de Dios y entonces tenemos la capacidad de reparar las “ruinas” de nuestra vida personal. El curar la distancia emocional entre ambos requerirá nuestra aceptación del amor del Padre, combinado con un sacrificio de nuestras tendencias naturales al egoísmo y al temor.

En una noche inolvidable, un familiar y yo estuvimos en desacuerdo sobre un tema político. Rápida y minuciosamente, ella echó por tierra mis comentarios, demostrando mis equivocaciones al alcance del oído de los miembros de la familia. Me sentí tonta y desinformada, y probablemente lo estuviera. Esa noche, cuando me arrodillé a orar, me apresuré a explicarle a nuestro Padre Celestial lo difícil que era esta pariente. Hablé sin parar. Tal vez hice una pausa en mis quejas y el Espíritu Santo tuvo la oportunidad de llamar mi atención, porque, para mi sorpresa, me oí decir: “Probablemente quieres que la ame”. ¿Amarla? Continué orando, diciendo algo como: “¿Cómo puedo amarla? Me parece que ni siquiera me cae bien. Mi corazón está resentido y mis sentimientos heridos. No puedo hacerlo”.

Entonces, sin duda, con la ayuda del Espíritu, tuve un nuevo pensamiento al decir: “Pero Tú la amas, Padre Celestial. ¿Me darías una porción de tu amor por ella, para que yo pueda amarla también?”. Mis resentimientos se mitigaron, noté un cambio en el corazón, y comencé a ver a esta persona de una manera diferente.Comencé a sentir el valor real que nuestro Padre Celestial veía en ella. Isaías escribe: “… ponga una venda Jehová en la fractura de su pueblo y cure la llaga que él ha causado”10.

Con el tiempo, la brecha entre nosotras se cerró afablemente; pero incluso si ella no hubiera aceptado mi cambio de corazón, yo aprendí que nuestro Padre Celestial hará posible que amemos aun a quienes creemos que son difíciles de amar, si suplicamos Su ayuda. La expiación del Salvador es un conducto para el caudal constante de caridad proveniente de nuestro Padre Celestial. Debemos escoger permanecer en este amor para poder tener caridad por todos.

Cuando entregamos nuestro corazón al Padre y al Hijo, cambiamos nuestro mundo, aun si las circunstancias que nos rodean no cambian; nos allegamos a nuestro Padre Celestial y sentimos Su tierna aceptación de nuestros esfuerzos por ser discípulos verdaderos de Cristo. Nuestro discernimiento, confianza y fe aumentan.

Mormón nos dice que oremos con toda la energía de nuestros corazones para obtener este amor y que este nos será otorgado desde su fuente: nuestro Padre Celestial11. Solo entonces podremos ser reparadores de la brecha en las relaciones terrenales.

El amor infinito de nuestro Padre se extiende hacia nosotros, a fin de traernos de vuelta a Su gloria y gozo. Él dio a Su Hijo Unigénito, Jesucristo, para reparar la brecha que se extiende ampliamente entre nosotros y Él. El reencuentro con nuestro Padre Celestial es la esencia del amor perdurable y el propósito eterno. Debemos hacer la conexión con Él ahora para aprender qué es lo que realmente importa, para amar como Él ama y crecer para ser como Él. Testifico que nuestra relación fiel con nuestro Padre Celestial y el Salvador tiene importancia eterna para Ellos y para nosotros. En el nombre de Jesucristo. Amén.